jueves, 8 de febrero de 2007

Fray Miguel Varona excomulgador de chirigotas


El afamado Inquisidor Mayor de la Campiña cordobesa, Fray Miguel Varona, procederá a condenar a la pena de excomunión, salvo caso de rectificación y manifiesto arrepentimiento, a los componentes de la murga Los Yogurines de Montilla por blasfemia manifiesta en la utilización de la palabra hostia en el otro sentido diverso del canónico y catecismal en la letrilla de su presentación Mi primera hostia y para la que se han preparado unos primorosos vestidos de niñas de primera comunión. Cuando a las peludas orejas del Inquisidor llegó el soplo del delator de oficio del pueblo llamó a los murgueros a capítulo a su parroquia y éstos, como sería de rigor teniendo en cuenta el siglo en el que estamos, en lugar de mandar al Torquemada campiñero a tomar reveses, presta y ovinamente, acudieron. Este hecho de la pronta y pastoril obediencia apunta claramente a la condición de católicos, apostólicos, romanos, y para más inri, cofrades, de los lenguaraces carnavalistas. Siendo, pues, así, eso es lo que toca, señores murgueros. O semos o no semos. A obedecer al pastor del rebaño. A cambiar la letra. Y los disfraces. O a arriesgarse a ser excomulgados y penar en las Calderas de Pedro Botero para TOOOOODA LA ETERNIDAAAAAAD. O habérselo pensado antes. Que está mu bonito eso de practicar un catolicismo prêt a porter, pa unas cosas sí y pa otras no. Esto me combina y esto no. Pues no, señor. Que todo va en el mismo lote: el folklore cofrade, las bizarras ceremonias y la obediencia ciega al Estado Vaticano, condón, blasfemias y pajuelas incluídas. Y si no, salirse. So espabilaos. ¡Ni carnaval, ni hostias!

Y a mí que no me excomulgan ni patrás ni palante...

miércoles, 7 de febrero de 2007

FOBIA Y PUBLICIDAD

Esa debe ser su venganza. Poquísimo veo la tele parece pero cada vez que la enciendo aparece el anuncio ese de la Andy Macdowell de la crema antiarrugas diciendo esa solemne cretinez que deja de serlo en su boca por pura asimilación cretina con su propia persona de lo que es injusto es encontrar arruguitas donde ayer no las había. He de decir primero que a la fulana esa le tengo un paquete del copón desde las primeras veces que la vi en la pantalla. Es algo irracional. Ya sabéis, eso de que de entrada hay gente que te cae del culo que incluso poniendo mucho de tu parte raramente consiguen remontar tu estimación con el tiempo. En este caso incluso el tiempo lo ha ido empeorando. Luego me he ido enterando de cosas que me han ido corroborando que no me engañó mi instinto. Parece ser que es de esas megachorras divonas que exigen cuando viajan que en la habitación del hotel les coloquen hasta una jarra de agua recién recogida de un manantial del Himalaya y filtrada con una muselina hecha por deditos de niños kurdos protegidos por su ONG favorita. Una gilipollas. Hasta me molestó mucho que Robert Altman le diera un lucido papel en su magnífica adaptación de los cuentos de Carver Vidas cruzadas. Ya hablé en otro lugar de las manías mingitorio-defecatorias de Madonna. Pues ésta igual. Un pequeño consuelo que me autoarrogo es el de pensar lo pésimamente que la tratan los publicistas. La recuerdo en otro anuncio de champú en el que se le notaba a la legua que la cortina de pelos irisados y sincrónicos que lucía sobre su cara de pasmá era una peluca. Y en este de la cremita antiarrugas de marras se le notan que te cagas los estirazones de las operaciones que le ha infligido el afamado cirujano pellejero Carniserito de Jólivu en sus ratos libres. Es lo que tienen las manías, que te obligan a cultivarlas minuciosamente en el huerto de tus pequeñas miserias. Ya sé que hay otras muchas que hacen lo mismo (la insufrible Jane Fonda, Catherine Deneuve) , algunas incluso de mi gusto y merecedoras de mi admiración (Susan Sanrandon, Diane Keaton), pero es que la Macdowell consigue engurruñarme el hígado como ninguna otra. Y sobre todo tengo a gala que mi gran amor fílmico, mi adorada Madeleine Stowe se haya limitado siempre a vender sólo buen cine y jamás cayera en esa pequeña prostitución, descendiendo a anunciar ninguna de esas mierdas de cremazas para señoras insatisfechas. Por cierto, ¿alguien sabe si Julianne Moore, mi segundo gran amor, lo ha hecho?

En otra ocasión ya hablé de lo que opino de la publicidad protagonizada por famosos. Entonces no hice hincapié en un aspecto que hoy se me ocurre especialmente miserable como es el de la competencia irredimiblemente desleal que practican en relación con los profesionales de la publicidad que se ganan la vida prestando sus perchas y conocimientos en la indispensable industria de la creación de consumidores. Esos tipos que ganan verdaderas burradas de unidades monetarias en sus prestigiadas profesiones, actores/trices de éxito, inigualables golpeadores de pelotas de golf, impávidos presentadores de telediario, cristalinas maniquíes de pasarelas de cotizaciones absurdamentes millonarias se llevan de una sola tacada el mensuario de 100 ó 500 ó 1000 asalariados del modelismo publicitario. En España se ha convertido en una peste y da grima ver a gente como José Coronado vendiendo en la tele un yogur que permite cagar más suelto o a Concha Velasco una compresita para las señoras que se mean sin querer cuando se ríen. Todo por el puto dinero. Sin ninguna vergüenza.


martes, 6 de febrero de 2007

CUANDO LA IDIOCIA SE ALÍA CON LA MALICIA

DE LA COLUMNA DE ROSA MONTERO DE HOY

....También produce cierta congoja la entrevista que sacan en la revista 6Toros6 con el profesor Illera, director del Departamento de Fisiología Animal de la Facultad de Veterinaria de la Complutense. Congoja y pasmo turulato, porque este veterinario (que, como tal, debería cuidar de los animales) dice haber hecho un estudio que demuestra que el toro de lidia no padece: "Yo podría aseverar perfectamente que ese animal no sufre. Así como lo digo: no sufre dolor", llega a asegurar en la impagable entrevista el tal Illera, que sin duda en su anterior reencarnación debió de ser astado de Mihura y por eso lo sabe. Sería hasta chistoso si no doliera. Ay.


La tenéis también en otra revista dedicada al matariferío fino, BURLADERO.ES.

PICOLETOS Y JUSTICIA MILITAR

La de un guardia civil levantando el puño en una concentración reivindicativa es de esas imágenes que pueden remover las entrañas de muchos progres como yo, que la que conservamos en nuestro imaginario es justamente la de los guardias civiles disparando contra todo aquel que lo levantara. La lorquiana que les hacía sostener bajo el tricornio de plomo las calaveras. La de El crimen de Cuenca.

Parece que los llamados beneméritos números han cambiado mucho y quieren convertirse a la normalidad, reivindicando su derecho a ser trabajadores como los demás, desvinculándose de la dictatorial, por esencia, disciplina militar.

Los que no cambian en cambio son los propios militares. Debe ser algo de tipo infeccioso, algún virus inerradicable que contamina desde siempre los colchones cuarteleros. Leo la noticia de que en Ceuta se han abierto diligencias por parte de la Justicia Militar (ya sabéis, aquélla que se comparaba con la Música) por el asunto del espionaje por parte de los servicios de información de una unidad del Ejército a sindicalistas y asociaciones vecinales de la ciudad. No pueden resistirlo. El vernos a los civiles como una masa de incorregibles presuntos traidores a la patria y por los tanto dignos de estrecha vigilancia. Lo ¿asombroso? es que esas diligencias no se abren para depurar responsabilidades por la intolerable intromisión en la vida de los ciudadanos de los uniformados metidos a huelebraguetas, sino para averiguar el origen de la filtración. En ello parece estar el origen del cese del jefe de la unidad, un arrojado teniente coronel con ínfulas de samurai que ha tratado de lavar su honor mancillado cortándose las venas con un cúter y arrojándose después a un patio de luz de cuatro metros. El mismo que pringó en la investigación a unos números de la guardia civil para que hicieran el trabajo sucio. Parece que fue uno de ellos el que se chivó a la prensa. Como vengansa cuartelera ¿Porque no le querían dar chocolatinas en la merienda?

domingo, 4 de febrero de 2007

EL HOSPITAL REINA SOFÍA DE CÓRDOBA

Aunque nunca me gustó hablar del lugar donde trabajo en este blog de mis desahogos, voy hoy a hacer una excepción porque estoy mu mosqueao y me pide el cuerpo desbravarme un poco.

Anteayer ya hablé de la monumental desfachatez de que había hecho gala la Dirección del Hospital Reina Sofía de Córdoba por la emisión de un comunicado en el que culpabilizaba directa e indubitablemente al trabajador envuelto en la caída por el hueco de un ascensor de una adolescente a la que trataba de rescatar. Le acusó sin medias tintas de haber incumplido un protocolo que se ha demostrado posteriormente que no existe, y afirmó descaradamente que los ascensores del hospital se encuentran en perfecto estado, en contra de la experiencia de más de 5000 empleados que los usan diariamente. Ayer nos reunimos unos 500 trabajadores en una concentración ante el Edificio de Gobierno para exigir la dimisión de los emisores del comunicado y para expresar nuestra indignación y nuestro apoyo al compañero de mantenimiento criminalizado. Al final la Dirección volvió a evacuar un nuevo y ambiguo comunicado en el que se retractaba de sus primeras declaraciones. Ha habido, pues que arrancárselo. Al ver a todo el personal bajo sus despachos gritándoles las verdades de al pan pan y al vino vino han tenido que tragarse su desvergüenza y recular. Una cosa que llama poderosamente la atención es el hecho de que nadie en el equipo redactor de la versión institucional fuera capaz de prever las consecuencias de la misma. Que pudieran pensar que un comunicado tan agresivo y tan inveraz no fuera inmediatamente sentido como ofensivo por todo el personal bajo su mando que ya sufre las otras agresiones laborales propias de sus políticas. Y como de su falta de solidaridad y de empatía con los trabajadores no cabe dudar, es de suponer que tal falta de previsión respondiera a carencias propias en la capacidad de discernimiento que se le supone a todo ser humano por el hecho de serlo.

Porque el problema fundamental de todo este embrollo que ha acompañado al desgraciado accidente está en la política laboral que el SAS viene llevando a cabo desde hace unos años, en su declarada guerra contra todo el personal a su cargo para extraerle el máximo beneficio productivo con la mínima inversión económica y fundamentalmente en la índole de los cargos directivos elegidos para llevarla a cabo. Lo que en plata económica se llama extracción capitalista de la plusvalía. La gestión con criterios estrictamente económicos del que es el principal de los servicios públicos: la sanidad. El primer paso ha sido la deshumanización teórica de todos los trabajadores sanitarios y su conversión en puras unidades de producción, en meras máquinas de atender usuarios. Y como a cualquier máquina en caso necesario se la puede hacer trabajar a un ritmo más intenso la política laboral del SAS ha consistido en los últimos años en forzar la maquinaria de sus trabajadores obligándonos a hacer el trabajo de nuestros compañeros de baja o de vacaciones, a reducir directamente el personal de los servicios o a ampliar servicios con el mismo personal, a recortar todo lo posible los derechos y conquistas sindicales conseguidos tras años de lucha, a primar al trabajador de contrato (más amenazable, más dócil) sobre el de plantilla (más seguro en sus derechos), a privatizar sectores sanitarios importantes (cocinas, custodia de archivos) para que sean empresas privadas las que exploten a trabajadores empleados en condiciones miserables. A extender los contratos basura incluso entre la clase médica, a la que siempre respetó más. Todo para arrancarnos euro a euro la plusvalía que le permitirá la acumulación de capital necesario para otros proyectos más lucidos. Hablo por ejemplo del basural de CANAL SUR, esa insoportable corrala de estupidez donde pastorea sus votos el partido en el poder. Pero también del mantenimiento contra viento y marea de Servicios Médicos Estrella, haciendo coincidir una Medicina de Vanguardia con instalaciones y atenciones primarias tercermundistas.

Todo ello nos ha acabado llevando a un estado general de agotamiento, desesperanza y frustración, a la sensación de estar siendo permanentemente estafados por una empresa a la que hemos dedicado toda nuestra vida. En la que las maneras y las amenazas de los capataces (subdirectores, jefes de área, de hectárea, de fanega y demás subtipos de manijeros) encargados de mantenernos a raya han ido subiendo de tono al par que las lógicas protestas de sus subordinados. En la que hasta los días por asuntos familiares graves a veces ha habido que reclamarlos judicialmente...

Y para hacer efectivas esta política el SAS, gobernado por un partido que se dice socialista pero obligado por su dinámica interna a adaptarse evolutiva y eficazmente al medio ambiente ultraliberal, ha tenido que llevar a cabo una minuciosa selección del personal directivo de sus hospitales hasta conseguir los equipos de perfiles de moral más afilada, de obediencia más ciega, de escrúpulos más laxos. Y, parece ser, de previsiones más cortas. Los que son capaces de emitir comunicados como ese ante una desgracia como aquella. Yo no digo que hubiera llegado a amar al hospital como aman aparentemente esos trabajadores japoneses de los documentales a sus empresas, pero sí que me había llegado a sentir parte de un proyecto de servicio del que estaba orgulloso y cuyo funcionamiento se debía a la responsabilidad de tanta gente que en él colaborábamos. La frustración y el desaliento me ha llevado recientemente a rechazar el título y el regalito que cada año se les hace a los trabajadores que han cumplido 25 años en la empresa. A riesgo de menospreciar el trabajo de mis compañeros de la Unidad de Atención al Profesional encargados de organizarlo, me negué a colaborar con unos señores puestos por la Administración para conseguir esos fines de deshumanización y explotación de los trabajadores, a contribuir a lavarles la cara con esos detalles de buenrrollismo institucional. Le pueden dar al titulito un destino directamente escatológico. Si de verdad quieren agradecerme mis 25 años de trabajo en la empresa que me procuren los medios suficientes para continuar haciéndolo, que me dejen trabajar normalmente sin hacerme sentir estafado cada día de la semana bajo el crujir de las clavijas de la reducción de personal para que sus estadísticas se ajusten a sus previsiones de ahorro. Aunque casi me contentaría con que pusieran a disposición de todo el mundo las verdaderas cantidades que cobran como comisión bajo el concepto de productividad para poder compararlo con el espantajo del mismo nombre con que nos amenazan a cada instante cuando a veces nos resistimos a ser explotados. Y poder ajustar nosotros una cifra concreta a la concreta cara de cada uno de ellos. Sólo como consuelo.