Hace unos años asistimos a una tumultuosa salida de los armarios de muchos personajes públicos que mantenían clandestina su verdadera identidad sexual. El fenómeno parece repetirse de nuevo, aunque la identidad encorsetada que sale por fin de los armarios en esta ocasión ya no tiene que ver con las pulsiones de la libido, sino con las de la superstición. A la luminosa declaración de la alcaldesa de Córdoba de que practicaba el catolicismo dada su condición de cofrade y a la animosa conversión de Tony Blair al redil del cesaropapismo se han añadido recientemente la de dos ministros socialistas: el sacristanesco José Blanco y Moratinos (diputado por Córdoba) quien ha declarado que no sólo es católico, sino además estricto practicante de la obligación de la misa de los domingos. Y si bien en el caso del inglés se podrían aducir un par de causas como son el estar cogido por las pelotas por esa bruja que tiene por mujer o la búsqueda de perdón por sus complicidades en los crímenes de guerra de Irak en la única religión que la ofrece a cambio y mediante el sencillo procedimiento de pasarle información privilegiada de la intimidad personal a un funcionario, en el caso de los españoles se me hace incomprensible su confesión pública de que siendo tan mayores aún creen en esas paparruchas.
Lo curioso es que esas súbitas salidas del armario sólo se dan en una dirección. Son los políticos de izquierda, los supuestamente representantes de una ilustración antioscurantista, los que se suelen declarar de repente afectos a los valores religiosos más cavernarios, creyentes en las paparruchas más infumables. Desde la portentosa conversión al socialismo de Verstrynge ningún derechista ha salido del armario para declararse afecto a las doctrinas de la Ilustración. Todo lo más, cuando se tercia, se pasan directamente las leyes de la Santa Madre Iglesia por la entrepierna (como Cascos que se divorció y casó por lo civil sin despeinarse o el concejal homosexual de Orense que se casó por lo civil con su compañero) por estrictas causas de utilidad personal. Pero renegar no reniegan.
En el caso de Moratinos la salida del armario ha contado con el agravante de la alevosía con ese pellizquito de monja de la asistencia a misa. Es como si los que salieron del armario declarando su homosexualidad confesaran seguidamente que además practican asiduamente el sexo anal. Una verdadera impertinencia. Ya puestos lo que de verdad tendría que haber declarado es si también comulga. Y aunque podría aducirse que eso entraría dentro de la esfera de su intimidad en realidad siendo un político con mucha responsabilidad de los asuntos de todos los españoles, la cuestión no es baladí. Porque si comulga, tiene obligatoriamente que confesarse (a riesgo de que la hostia comience a sangrar en el momento mismo de la blasfemia) y si nos ha mentido (Dios misericordioso no lo quiera) en alguna ocasión desempeñando su misión ministerial sería estupendo de la muerte que el único que acabara sabiéndolo seguro fuera el cura y no nosotros, que seríamos los verdaderos afectados y que seguiríamos engañados. Eso es lo bueno de la confesión, que te deja el disco duro recién formateado para que empieces de nuevo a pecar sin que se entere la peña.
Yo cada vez estoy más convencido que la libertad religiosa tiene un límite. En el caso concreto de los católicos, que son los que más sufrimos, habría que exigirles que lo declararan si quieren ejercer determinadas profesiones o cargos de responsabilidad pública. Y en algunos casos prohibírselo. Teniendo en cuenta que la adscripción al catolicismo supone un contrato de obediencia a las normas de la Santa Madre Iglesia, normas que afectan en muchos casos a las libertades de sus clientes o administrados, habría que exigirles que se abstuvieran de su ejercicio o firmaran una declaración en la que se hiciera constar que se no dejarán influir por las imposiciones de su fe.
Jueces, políticos, médicos, farmacéuticos, por ejemplo serían los más afectados por esa medida y todos aquellos que no nos sentimos concernidos por la moral específica de la Iglesia Católica a la que pertenecen dejaríamos de estar continuamente amenazados por la posibilidad de que se nos incluya involuntariamente en sus obligaciones.
Jajajajajajajaja, perdona por este comentario Manuel, pero no he podido reprimirme, me has hecho pasar un buen rato, qué cojones, un rato estupendo, lamento no aportar nada más a lo que ya explicas tú, tan sólo la carcajada que me he pegado leyéndote.
ResponderEliminarSaludos
Olvidaste la salida del armario de Pepiño Blanco, diciendo solemnemente ante las cámaras de la tele que es católico y que no entiende a los obispos españoles.
ResponderEliminarLa verdad es que para mí no constituyó ninguna sorpresa. Esa pose suya con las manitas cruzadas sobre el pecho, esos carrillos que bombean aire y palabras a la vez, y esos ojitos que se estrechan como si hiciera fuerza para sacarse las frases de dentro, los tengo yo muy vistos en mi colegio de curas, allá por los años sesenta.
Gracias, amigo Joaquim, por avisarme del olvido, porque de eso se ha tratado. No lo ví en la tele, pero lo había leído. Luego al redactarlo, con demasiada prisa, no lo incluí, porque mi debilidad es Moratinos. Ya lo he soluciinado.
ResponderEliminarUn saludo
Buenisimo, me he hartao de reir
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