La población de la ciudad de Córdoba tiene como principal característica idiosincrática la discreción. La mejor novela que se haya escrito teniendo a la ciudad como principal protagonista se llamaba así: La feria de los discretos, referencia que no por haberse convertido ya en un hiperepetido lugar común y en un topicazo, es menos exacta.
En esta ciudad el poder de la Iglesia a través de Cajasur siempre ha usado de esa marca de fábrica del cordobés. Sé discreto y disfruta de lo que te doy. Y los que han recibido, desde contratos millonarios hasta un calendario navideño, son, somos todos. Ya he hablado en otras ocasiones de la esquizofrenia aparente que suponía que el poder real en la ciudad lo ejerciera la Iglesia Católica y el político los comunistas. Y que en medio, el poder intersicial lo ejercieran un puñado de familias, organismos y asociaciones ancladas en el más rancio de los paraísos de quietud e inmovilidad vital. En esta ciudad por ejemplo, el Colegio de Médicos, que representa a todos los de la provincia, ha estado permanentemente en manos desde siempre de unos licenciados y (menos) doctores en Medicina que creen en la existencia de un ser claramente imaginario, un Genio Mitológico Alado, al que suponen el poder de curar enfermedades por medio de milagros y al que han nombrado Colegiado de Honor y y al que solicitan mediante unos yuyus de raíz idéntica a los que celebran los hechiceros tribales africanos, las llamadas misas, que los ilumine. Al mismo nivel que el Vedemecum. Es sólo un ejemplo, pero da la medida de lo que se puede esperar del resto de la población, teniendo en cuenta que los médicos se suponen que son los más listos y estudiados.
Una sociedad así es capaz de aguantar cualquier cosa. Y lo ha hecho. Sólo por un poco de pomada. Y si de la gente de a pie poco podía esperarse, de los intelectuales y artistas, al menos algo sí. Una buena parte de los artistas de esta ciudad dependían económicamente de las subvenciones que los representantes de la Iglesia Banquera tuvieran a bien concederles. Lo mismo ocurre con los profesores universitarios, cuyos trabajos y publicaciones eran sistemáticamente costeadas por La Obra Cultural de la Bondadosa Entidad. Migajas, por otra parte. Así, casi nadie nunca en esta ciudad osó denunciar que el bocado grande de los gastos que se suponían, según los estatutos de la Obra, dedicados a fomentar en objetos y productos culturales para toda la sociedad cordobesa los beneficios de la Entidad, lo eran sola y exclusivamente dirigidos a la parte de la sociedad cordobesa que practica una moral estrictamente católica pastoreada por los mitrados jerarcas. Todo lo que según su criterio pudiera rozar mínimamente la piel de los valores particulares de la religión católica eran sistemáticamente ninguneados, o directamente mutilados para salvar las almas de los cordobeses. Así, sólo hay que hojear someramente los catálogos de las publicaciones y la índole de las exposiciones que desde hace 30 años viene subvencionando la Obra. Barroco gore, misticismos de variado pelaje, catálogos de ermitas y romerías, odas idolátricas al variadísimo panteón católico y otras formas de fomento de la superstición, en su versión casposa y grasienta. Eso por no hablar del tubo directo hasta las cofradías y hermandades de penitencia y de gloria por el que llegaban continuamente borboteando el río de los dineros. Para mantos de oro y pedrerías y parafernalia hiperbarroca. Para el resto de las manifestaciones culturales una mierda como el sombrero de fray Albino. Así funcionó siempre. Y sólo hay que compararlo con las apuestas culturales de La Caixa, como denunciaba hace poco José Manuel Atienza.
Ya he contado en las anteriores entradas cómo la mayoría de los cordobeses tenemos a menos de dos golpes de parentesco a alguien currando en Cajasur. No es extraño que se prestaran tantísimos ciudadanos a asistir a la magna manifestación que organizaron los Curas Banqueros para evitar que la Junta fiscalizase las escandalosas inversiones en que andaban metidos. Pero no todo el mundo fue por interés directo. El lema era: el ahorro de Córdoba para Córdoba. Nadie absolutamente nadie de dentro de la ciudad trató de quitar la venda de los entusiastas manifestantes espontáneos (los prebendados lo sabían) con la verdad de que en realidad la manifestación se organizaba precisamente para que no se pudiera impedir al capital del ahorro de los cordobeses invertirse exclusivamente en la Costa del Sol, en ladrillo, en mafiosas operaciones que acabaron recientemente en enormes operaciones policiales. Nadie osó decir que las únicas inversiónes que Cajasur hizo en Córdoba fueron las derivadas de la industria del ladrillo, de la compra de voluntades y de las oficinas, inversiones inmobiliarias que hiperinflaron monstruosamente la plantilla de empleados y que sirvieron además para cimentar innumerables lealtades. Sólo esas. Nunca invirtió en crear infraestructuras económicas que sirvieran de motor económico de la ciudad. Nunca. Y posibilidades las hubo y las hay a montones. Pero en fomento real de creación de empresas, pequeñas o grandes y no en castillos de papel llenos de rincones donde esconder miserias y dineros negros, jamás. Y alguien debería algún día hurgar en temas como el del Parque Joyero y otras perlas del collar de la vieja putrefacta en que convirtieron a esta ciudad tantos desaprensivos a los que nunca nadie pedirá explicaciones. No ya judiciales o éticas, sino simplemente estéticas. Por horteras, además.
Todas esas maniobras financieras absolutamente irracionales desde el punto de vista económico, aberrantes desde el cultural e inmorales desde el social son las que han llevado a la quiebra a la entidad supuestamente encargada de canalizar el ahorro de los cordobeses en el desarrollo económico, social y cultural de todos los ciudadanos. Y los responsables tienen nombres, apellidos, carnets de identidad y abultadas cuentas, probablemente en otros bancos, porque todo el mal gobierno de la Caja no se hizo por negligencia, pardillismo o incompetencia, sino por intereses muy concretos, de forramiento de riñón rápido y seguro. En Malasia han caído algunos, pero en Córdoba parece que nadie va a pagar por ello. Porque los políticos también están pringados y todo el mundo tiene demasiadas cosas que callar. Las limpiezas radicales es lo que tienen, que pueden descubrir hasta cadáveres de ratas en los armarios.
Yo no me alegro de la fusión. Hubiera preferido la intervención y el espurgue de responsabilidades a todos los tipos a los que hubiera podido demostrarse que contribuyeron al enorme latrocinio que ha sufrido la ciudad. La cuestión de los empleos es falsa. No la de que sobren un montón, que sobran impepinablemente, los que infló la codicia de don Miguel, sino la de que la intervención hubiera supuesto el despido de todos. Otra Caja o Banco hubiera comprado en la subasta una entidad tan increíblemente fidelizada por los ahorradores cordobes y los hubiera recolocado. O las entidades que hubieran ocupado el hueco dejado por el fenecido Palomo Blanco, porque esta ciudad necesita los empleados de banca que necesita. Y ya los tiene. Y otra cuestión de la que nadie habla es la recolocación de los mil futuros despedibles, que seguro crearán una distorsión en el mercado de trabajo en esta ciudad. Éstos no van a ser parados convencionales. Serán éstos, los convencionales, los que, en una época de crisis profunda, paguen el pato, los que verán impotentes cómo los afectados por el reajuste bancario ocupan sustematicamente los puestos a los que ellos aspiraban desde las listas legales del paro.
De todas formas siento como un alivio la desaparición de Cajasur. Lo sentía como una molestia personal, en un anticlerical empedernido como soy. Y, a pesar de que los curas han conseguido arrancar un enorme bocado conservando la Obra Social y Cultural y una millonaria subvención para poder seguir comprando mantos de dolorosas y empleándolo en otras formas de despilfarro supersticioso, por el anhelo de que ese pedazo de pasta que generan las Cajas sirvan para el fomento de otro tipo de manifestaciones culturales y sociales. Otra cosa es que a estas alturas se pueda confiar en que eso mismo lo vayan a hacer las Cajas o la Caja Final dominada por la casta política que padecemos. Lo único que me gustaría ya es que pudiera emitirse una Ley de Memoria Histórica Bancaria, de manera que se obligase por ley a hacer desaparecer de mi vida todos los putos palomos blancos que he tenido que sufrir desde que puedo acordarme: en las miles de sucursales, en los taxis, en los calendarios, en las camisetas de los furbulistas, en los periódicos, en los folletos de las exposiciones, en los pasillos del hospital, en las entradas de los monumentos, en mis sueños.... aaaaaggggggg.
Por cierto. Lo que comentaba hace días el tabernero. ¿Alguien sabe qué coño va a pasar con el Palacio de Viana, y sobre todo con su Archivo catalogado como Tesoro Documental de la Nación, regalo que le hizo la Diputación a la Iglesia Católica por la cara y cuya dirección sigue en manos de la ultraderecha católica fundamentalista?
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