Tercer movimiento de la nuba Amal Hayati (esperanza de mi vida) en la inconmensurable voz de Um Kulthum.
Cuando se piensa en ciudades con un gran patrimonio histórico urbano pocas veces alguien se acuerda de El Cairo. El Museo Egipcio, las cercanas pirámides y todo lo faraónico acaparan toda la atención de quien lo hace, pero muy pocos la consideran como lo que es: una ciudad que cuenta con uno de los patrimonios histórico-artísticos más importantes del mundo parangonable con aquellos de los que presumen ciudades como Roma, Venecia o Florencia. Nuestro, aunque comprensible, injusto eurocentrismo coloca sistemáticamente las manifestaciones artísticas de las demás tradiciones en un segundo plano, lo que lleva a considerar sistemáticamente a una iglesia románica o gótica por encima artísticamente de una mezquita de la misma época, ayubida o mameluca. Pero los que somos aficionados a la arquitectura islámica sabemos que el genio constructivo de los arquitectos de mezquitas medievales no desmerece un ápice del de los que llenaron Europa de fastuosas las catedrales e iglesias con el añadido de que sólo hay que mirar un plano de monumentos detallado de la capital del Nilo para comprender que la cantidad al menos de edificios de interés histórico-artístico anteriores al siglo XVI por hectómetro cuadrado es muy superior al de cualquier ciudad europea. Como muestra cuelgo dos planos de los 12 que contiene en su índice el libro que me sirve de guía en mis paseos de descubrimiento de sus tesoros. Se trata de Islamic Monuments in Cairo de Caroline Williams, publicado por The American University in Cairo Press. Aseguro que los diez restantes planos incluidos sufren del mismo abarrotamiento monumental. En ellos, sólo la fecha de creación de los edificios que se suceden a lo largo de las principales calles ya marea. Muchos están en un lamentable estado de conservación, pero poco a poco parece que se comienzan a restaurar con dinero internacional algunas de las casi inabarcables maravillas arquitectónicas islámicas cairotas.
Si tomamos como centro la impresionante Bab Zweila, una de las puertas de ciudad más hermosas del mundo, que se abre en la muralla fatimí tendremos hacia adentro, a lo largo de la larguísima calle Muizz li din Allah y hasta Bab Futuh los más antiguos y más interesantes monumentos islámicos de El Cairo y hacia fuera dos ramales situados ya en la ampliación mameluca que lleva uno, siguiendo la propia muralla, Darb el Ahmar, hasta los pies de la ciudadela y la Madraza del Sulta Hassan y otro a través del colorista zoco de los tolderos y shari´a Saliba hasta Ibn Tulun, los principales monumentos de época mameluca.
La zona de Bab Zweila, más conocida entre los cairotas como Bab Mitwila, es de las más interesantes de todo El Cairo antiguo para contemplar la vida cotidiana de sus gentes. Justo enfrente de la puerta se abre el zoco de los tolderos, un trozo cubierto de calle en el que se venden (ya no se fabrican in situ) los toldos que los cairotas usan para cualquier ocasión festiva o aflictiva, ferias o funerales. Hoy en día los vendedores han diversificado la producción y los diseños tradicionales de los toldos sirven para la confección de preciosos cojines hechos aún a mano a la espera de que los chinos los descubran.
A cincuenta metros de la puerta en dirección al Museo Islámico están los hojalateros con una increíble oferta de impensables objetos de uso común manufacturados en hojalata entre los que destacan las bizarras lámparas festivas de Ramadán que abigarran las aceras cuando se acerca la gran fiesta islámica.
La calle Muizz li Din Allah que toma su nombre del general famití que conquistó Egipto y fundó la nueva Al Qáhira (972) abandonando la primitiva Al Fustat, situada a 8 Kmts Nilo arriba y fundada por el general omeya Amr tres siglos antes, atraviesa toda la cuadrangular ciudad fatimí de norte a sur desde Bab Zweila hasta Bab Futuh, siendo cortada hacia su mitad por la Shari´a Al Azhar que la recorre de este a oeste. Los fatimíes fueron una dinastía shií de la rama ismailí cuyo origen se sitúa en el Maghreb, concretamente en Kairouan. Un iluminado supuestamente desdenciente de Fátima, hija del Profeta y esposa de Ali se proclamó Mahdi (imam profético del shiísmo), y Califa en Kairouan (910), consiguiendo formar un ejército tan poderoso que en poco tiempo conquistó desde Fez hasta El Cairo. Fue precisa y probablemente la necesidad de contrarrestar religiosamente el empuje de este califato, el primero alternativo al abasí, lo que llevó a Abderramán III a autoproclamarse en Córdoba también Califa.
Bab Zweila impresiona con sus dos elegantes y altísimas torres circulares de estilo mameluco (s. XV), añadidos posteriores a la puerta fatimí (1092) como minaretes de la mezquita contigua de Mu’ayyad Sheikh. Se puede subir a la muralla desde donde se goza de una excelente vista del horizonte cairota y puede de paso apreciarse el lamentable estado de desmoronamiento en que se encuentra el casco antiguo por obra de los terremotos, de la pobreza y de la vetustez.
Pasando hacia adentro por la puerta encontramos a la izquierda el alto muro de la mezquita mausoleo de Mu´ayyad Sheikh (1420), a cuyo final se abre el hermosísimo portal, el más alto y bello de Egipto, en el que hay que pararse a contemplar despacio las enormes puertas de bronce, que dan entrada a la tumba del sultán acogida bajo una altísima cúpula estriada y a la mezquita propiamente dicha. El patio es de una sobriedad espartana en radical contraste con el espacio cubierto y sobre todo, con el muro de la qibla, uno de los más hermosos muros del mundo, profusamente decorado con juegos de mármoles polícromos y juegos de falsas profundidades. La presencia de un impresionante mimbar original (s. XV) de madera finamente labrada con incrustaciones de marfil junto al mihrab pone la guinda definitiva al conjunto, una de las más interesantes visitas de la ciudad. Unos bancos situados justo enfrente permiten contemplar el conjunto larga y cómodamente. Si además consigues quedarte en soledad el efecto es realmente mágico.
Justo enfrente de la mezquita Mu´ayyad Sheikh se levanta uno de los muchos sabil y kuttab de estilo rabiosamente otomano que se construyeron en los tres últimos siglos (XVII, XVIII y XIX) de la ocupación turca. Se trata de un invento típicamente otomano. Un sabil es una fuente y un kuttab es una escuela. Cuando un personaje importante quería dejar su impronta en su ciudad mandaba construir un edificio que satisfaciera dos de las necesidades básicas de los humanos: la de agua y la de cultura, para el cuerpo y el espíritu. Son muy comunes en Estambul, pero sobre todo en El Cairo, donde, junto con los minaretes suelen ser la estampa gráfica más repetida. Pero este, el de Nafisa Bayda (1796) es sin duda el más coqueto de todos. Recientemente restaurado y dedicado actualmente a oficina gubernamental relacionada con el turismo, sus dos pisos presentan una deliciosa estampa con sus arcos protegidos por mahsrabeyas (celosías). El callejón que hace esquina con este sabil-kuttab es el célebre Sharia as-Sukareya (calle del azúcar), en la que se desarrolla la acción de la novela del mismo nombre de Naguib Mahfuz. Veinte metros más hacia adentro y aprovechando uno de los escasos recodos de toda la calle, se alza el otro sabil y kutub, el de Tusun Pachá (1820), de estilo rococó, también uno de los más bellos de la ciudad.
Siguiendo el callejón de la izquierda se llega a un pequeño barrio copto en el que vegetan milagrosamente un par de pequeñas iglesias. Muy cerca, rodeando la siguiente mezquita se accede a través de un par de callejones a la fachada (lo único visitable) de una de las mansiones otomanas privadas que se conservan ciudad, la de Gamal ad-Din ad Dhabi, profusamente representada desde su construcción. La calle continúa ya rectamente entre cientos de puestos y tiendas de ropa, edificios apuntalados y alguna mezquita con la figura de un alminar, con aspecto de campanario cristiano y decorado con un curioso ajedrezado en rojo y oro como horizonte hasta su encuentro con la del Azhar, a la que accederemos a través del pasaje cubierto por un atísimo techo de madera a cuyos lados se levantan dos de los edificios del complejo de El Ghuri, a cuya mezquita pertenece el alminar largamente entrevisto anteriormente. El Ghouri fue el último sultán mameluco, expulsado del poder por los otomanos que invadieron Egipto y lo convirtieron en una provincia de su Imperio en 1517. El equivalente a nuestro Boabdil. A pesar de que sólo reinó 16 años contruyó uno de los conjuntos monumentales más importantes de la ciudad y se cuenta que más preocupado anduvo los últimos días por terminar su obra que por la inminente amenaza, cumplida finamente, de perder el trono.
Se trata pues de los últimos edificios mamelucos de El Cairo. A la izquierda se alza la Madraza y a la izquierda el Mausoleo y la mejor forma de apreciarla es con el grabado que hizo Roberts del conjunto en 1839, y sustituyendo mentalmente a los vendedores de ropa de origen inequívocamente china e india que hoy ocupan la calle por los de seda que lo hacían entonces. Intenté lógicamente con él en la mano recoger fotográficamente la misma vista actual con el resultado de imposibilidad absoluta. Roberts debió montar una estructura-mirador justo en medio de la calle El Azhar, que hoy sufre un permanente gripamiento por embotellamiento automovilítico perpetuo que necesitaría para la captación de la misma vista del concurso de varios departamentos municipales de un ayuntamiento cuya única cabeza es, lógicamente, el propio ra´is de la república (1).
A mí me gusta particularmente mucho el Mausoleo, que cuenta con un soberbio patio, hondo y oscuro, rodeado de unas arquerías que alternan la piedra roja y blanca sobre los que corre un hermoso friso con suras coránicas y que antecede al estrecho espacio de la mezquita.
El conjunto se completa con otro edificio separado, 50 mts más allá en dirección a la mezquita del Azhar: la wikala de El Ghouri. Una wikala, como expliqué cuando hablé del de la medina de Túnez es un fonduq (hospedería), pero de lujo, un cinco estrellas de la época. Guarda la estructura de los fonduqs, patio-cuadra y plantas altas para las habitaciones, pero está reservado a personajes pudientes, comerciantes ricos principalmente. La wikala de El Ghouri cuenta con un precioso patio primorosamente restaurado que sirve ahora para eventos musicales, sobre todo para el espectáculo de danzantes sufis que todos los miércoles y sábados por la tarde actúan en él. Conviene visitarlo a lo largo del día, cuando no hay actuaciones, para poder apreciar tranquilamente la serena belleza del edificio, el maravilloso efecto de las ventanas y masrabeyas (balcones con celosías) de madera sobre la dorada piedra desnuda de las plantas superiores, sustentadas por una galería de sobrias columnas y arcos apuntados . Merece la pena también asistir al espectáculo de los derviches, muy diferentes a los más conocidos turcos, mucho más colorista y efectista, con números que caen plenamente en lo circense.
(1) El Cairo carece de alcalde. Sus funciones las hace el gobernador de la provincia, dependiente directo del ra'is (presidente) de la república. La causa es que un alcalde electo de una ciudad que supone prácticamente toda la población del país tendría más poder que el propio presidente.