viernes, 28 de octubre de 2011

"El espíritu de Córdoba": historia de una búsqueda

El primer libro que leí de Ikram Antaki (1949-2000) fue La cultura de los árabes (Siglo XXI. México, 1989). Lo encontré por casualidad en una librería hoy desaparecida de la calle San Nicolás de Pamplona en la época en que mi afición al arabismo estaba en pleno auge y me lo pillaba todo. El libro me impresionó porque se trataba de un ensayo escrito por una mujer árabe que vivía en México y que se implicaba personalmente en la materia que estudiaba. Hablaba objetivamente pero también subjetivamente. Y lo decía. Probablemente haya sido el libro que más me enseñó sobre el alma de las sociedades árabes de todos los que leí por aquel entonces.

En 1996 C. y yo realizamos un largo viaje de tres meses por toda Centroamérica con especial dedicación a México. Allí, en el DF, en la librería El Sotano de Coyoacán encontré dos libros de poesía de ella. Los disfruté a lo largo de todo el viaje. Me gustaron mucho, pero cuando llegué a España habían desaparecido misteriosamente del equipaje. Nunca supe en qué lugar, mesilla de hotel, red de autobús, se quedaron. Ni recuerdo los títulos, pero todavía los echo de menos.

Aunque ya había publicado (1994) el libro protagonista de esta entrada yo no supe, extrañamente, de él hasta muchos años después, hasta muy recientemente, el día en que la escuché a ella misma referirlo en un archivo radiofónico que bajé de la red, uno de los programas que elaboraba en México y que se pueden descargar en una página en la se cuelgan también los textos de los mismos. Absolutamente recomendables.

Lo que decía era que el libro del que se sentía más orgullosa era El espíritu de Córdoba, aunque no daba más datos de su contenido. Me puse como loco a buscar y hallé noticia en la red de que se trataba de una novela en la que la autora hacía dialogar a Averroes y Maimónides a base de cartas que intercambian los dos filósofos cordobeses desde sus respectivas ubicaciones: Córdoba y El Cairo. Su objetivo fue captar y fijar en un texto aquel espíritu de colaboración intelectual entre diferentes corrientes de pensamiento mediatizadas por diferentes formas de entender la espiritualidad que se dio en un momento del comienzo de la Europa moderna y en un lugar, Córdoba, capital de un estado, Al Andalus, en el que ocurrió, como dice González Ferrin, el primer Renacimiento europeo, pero que tuvo la mala suerte de hacerlo en árabe. Un tema apasionante que, conociendo la profundidad intelectual de la autora, prometía un verdadero festín textual.


Así que me puse manos a la obra de su búsqueda inmediata. Lo primero fue tratar de hallarla en alguna librería de la red. Inútilmente. Ni en Amazon, ni en ninguna librería mexicana, lugar de su edición, Planeta, 1994. Ni rastro de algún posible punto de venta. Segunda posibilidad: bibliotecas. ¡¡¡Bien!!! Puesto el motor de búsqueda a trabajar me comunica que sólo existía un ejemplar en toda España pero que era accesible porque estaba en una biblioteca pública: la de la Diputación Foral de Navarra. Problema: en la biblioteca de Córdoba habían sido cortadas las peticiones de préstamos interbibliotecario por falta de presupuesto. Imposible hacer una excepción y eso que traté de avergonzarlos diciéndoles que parecía mentira que en la ciudad beneficiada por el título de tan prestigiosa obra no hubiera ni un solo ejemplar. Nada, ni conmoverse. Mi gozo en un pozo. Tendría que esperar tal vez años a que se levantara la prohibición o a tener la oportunidad de viajar a la semiártica Navarra.

Pero hete aquí que el día de la movilización quincemayera ante el ayuntamiento de Córdoba por la toma de posesión de la caverna política cordobesa, me encuentro a mi amiga M. L. mexicana afincada desde hace años en Córdoba que me comenta de pasada, entre alusión y alusión al poco pan y mucho chorizo, que en unos días viajaría para pasar una corta temporadita a la Guadalajara jalisciense. Sin demasiada fe le comento y solicito que en sus jaliscienses paseos cada vez que pasara por una librería de lance preguntara por si un milagro hubiera hecho a alguien deshacerse de un ejemplar, porque comprobado estaba que la edición estaba agotada.


Un mes y medio después me la vuelvo a encontrar en la conferencia que Carlos Taibo dio en el bulevar y casi sin mediar saludo me abre por sorpresa un cesto que llevaba: allí en su fondo, amorosamente acunado, un montón de fotocopias perfectamente encuadernadas de El espíritu de Córdoba. Y me cuenta, ante mi alegría primero, mi escándalo después por el esfuerzo que tuvo que hacer y mi risa finalmente por la manera tan rocambolesca como lo consiguió, que se pasó todo un mes peinando infructuosamente todas las librerías de la ciudad e incluso llamando por teléfono a otros lugares en los que contaba con amigos que lo buscaran. Que abatida por el fracaso de la búsqueda se lo comentó a una de sus mejores amigas a quien visita siempre que cruza el charco, Yolanda Zamora, conocidísima conductora desde hace 25 años del más importante programa radiofónico cultural de Guadalajara y a quien ella puso al tanto de la tarea que se había (le había yo insensatamente) encomendado. Que Yolanda entusiásticamente asumió así mismo el reto y ni corta ni perezosa hizo un un primer e infructuoso peinado entre todos sus conocidos para lanzarse a un llamamiento a través de las ondas de la radio jalisciense solicitando que si alguien poseía un ejemplar del libro tuviera la amabilidad de comunicarlo. Que tres fueron tres los amables poseedores de ejemplares del libro que se presentaron ese mismo día en la emisora con él. Y que concediendo uno de ellos permiso para que mi amiga M. L. lo fotocopiase pudiera yo por fin contar con el ansiado texto en mis manos.

Aún no le he hincado el diente, por falta de tiempo, porque quiero hacerlo a conciencia y simplemente hojeándolo he descubierto que es de una densidad apabullante. Así que en unos días comienzo su lectura y cuando por fin lo termine prometo hacer una recesión del mismo aquí en las páginas de La Colleja en exclusiva para los queridos asiduos a quienes tanto quiero, a pesar de lo calladitos que suelen mantenerse, los muy desagradecidos.

Lo alucinante del caso es que en esta ciudad que ha optado por la Capitalidad Cultural de Europa este libro sea tan aterradoramente desconocido. Y me sumo al mea culpa como aficionado al andalusíismo por el desconocimiento tardío que tuve del mismo. Pero desde luego yo no tengo una editorial dedicada a temas cordobeses, andaluces y andalusíes, ni trabajo en la HUCO esa, ni fui cabeza pensante de la oficina de la Caspitalidad, ni en Pía Obra Cultural de Banco alguno, ni tuve participación en la organización de los actos del Paradigma, ni tuve, ni tengo ni tendré jamás puesto de responsabilidad en organismo oficial cultural alguno porque me lo prohíbe mi religión. Así que todos aquellos que han ganado pasta a costa de implementar proyectos que vendan la moto de la esencia cultural de Córdoba en el presente, en el pasado y en el futuro deberían azotarse un poquito por no haber peleado por reeditar o solicitar reedición de un magnífico libro que habla precisamente de cómo en Córdoba un grupo de ciudadanos (ellos ya se consideraban eso) pusieron las bases del racionalismo europeo, de la necesidad de entendimiento intelectual y político como medio de conseguir una convivencia pacífica entre los seres humanos. Eso hubiera sido por ejemplo un esfuerzo verdadero por ofrecer al mundo la imagen de una Córdoba paradigma de cultura y de convivencia real de las diferencias religiosas e intelectuales. Y no el de ofertar, también por ejemplo, la imagen de un enorme rebaño de uniformados hinchas del equipo de la competición por la Capitalidad en un puente a mover las manitas al unísono.

En cuanto a mi amiga M.L. y su amiga radiofonista Yolanda y brillante conseguidora de textos difíciles dedico esta entrada para mostrarles mi profundo agradecimiento en mi nombre y en el de los amigos del conocimiento de esta ciudad que pronto disfrutarán de un resumen del libro.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Una secta sotánica okupa la parroquia de Cañero

IGLESIACAÑERO

La iglesia parroquial de San Vicente Ferrer de Cañero viene siendo okupada desde hace unas semanas por una peligrosa secta sotánica de adoradores eucarísticos, que llevan el nombre de Siervos de la Eucaristía. Los Siervos de la Eucarístía son una escisión de los sacramentinos, congregación igualmente sotánica fundada por el cura francés, convenientemente santificado en 1962, Pedro Julián Eymard en 1856 con el nombre de Congregación de Sacerdotes Adoradores del Santísimo Sacramento, tras sufrir una tremenda crisis provocada, según sus propias palabras, por la idea obsesiva de que no hubiese ninguna congregación consagrada a glorificar al Santísimo Sacramento, con una dedicación total. La nueva secta escindida la fundan, según el experto en sectas sotánicas de Interconomía Fernández de la Cigoña, cuatro sacramentinos, al ver que en la reforma de las Constituciones, después del Vaticano II, la adoración no era la obligación primordial como quiso su fundador, decidieron en el año 1979 salir y fundar en Brasil los Siervos de la Eucaristía en la que el carisma vuelve a ser la adoración perpetua al Santísimo solemnemente expuesto en la custodia, siempre que haya religiosos para ellos, aunque es obligación personal de cada religioso hacer dos turnos de una hora durante el día y uno por la noche; si bien por la noche tiene cada religioso un día de descanso a la semana.

La base fundacional de la nueva secta, leemos en un blog de mercadotecnia sectaria católica, es que hay muchos religiosos dedicados a atender a Cristo-Cuerpo, es decir, a personas necesitadas de alimento, medicinas, asistencia... Sin embargo, pocos son quienes se dedican de forma permanente y con votos a Cristo-Cabeza. Los Siervos se consagran a Cristo-Cabeza, a Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento para adorarle solemnemente expuesto en la custodia durante el día y la noche.

O sea claramente lo que viene a decir la regla de la orden sectaria es que debe importarles un verdadero huevo otra cosa que no sea pasarse el día y la noche delante de un altar adorando al Santísimo Sacramento. Nada de pobres, ni de enfermos, ni de impedidos, ni tercera edad, ni catequesis infantil... Nada, mariconadas de curas progres postvaticanistas. Ellos a lo suyo: la adoración perpetua. Con un fundamentalismo adorador radical. De día y de noche.

La primera incursión fuera del territorio selvático brasileño donde se refugiaron los sectarios para practicar sus peculiares y extrañas costumbres monacales ha tenido lugar, cómo no, en la que sigue siendo Reserva Espiritual de la Ranciedumbre Tridentina: España. Un pequeño grupo de pioneros capitaneados por un cura navarro, el Padre Agustín Gil sss, previo paso de unos años por Écija, de donde se dice que salió en confusas circunstancias, ha conseguido que el obispado de Córdoba lo nombre párroco de la iglesia de Cañero y permiso para convertir todas sus dependencias en un convento que acaba de fundar de Siervos de la Eucaristía. Se tienen noticias de que al menos 10 están listos para ingresar en cuanto terminen las obras de acondicionamiento.

SECTA CAÑERO_01

El Padre Gil sss tomó posesión de la parroquia en una misa celebrada el 11 de septiembre a las 8’30 de la tarde. Un mes más tarde los feligreses ya empiezan a sospechar de qué va la cosa y qué consecuencias les acarreará. Cañero es un barrio eminentemente obrero, con una fuerte conformación ideológica de católicos de izquierdas y una fuerte tradición asociativa, no en vano su Asociación de Vecinos pasa por ser la más antigua de España y de ella surgieron los principales políticos de izquierdas que conformaron el primer ayuntamiento democrático tras la muerte del dictador. Hasta hoy, destacando el anciano y muy querido don Bartolomé, todos los párrocos anteriores han sabido comprender esas características y se han adaptado y compenetrado con las necesidades espirituales y vitales de su feligresía, acogiendo en la parroquia la mayoría de las actividades culturales, festivas y asistenciales del barrio en perfecta armonía y colaboración con las distintas asociaciones: La Coral, el Grupo de la Tercera Edad, la Cofradía, la Asociación de Vecinos, la Organización de la Cruz de Mayo y las Meriendas vespertinas para los ancianos solos del barrio.

Así que la sorpresa para los parroquianos católicos ha sido mayúscula cuando el nuevo párroco les ha conminado perentoriamente a que saquen de las dependencias de la parroquia hasta el último objeto ajeno a la misma. Todas las armaduras y todo el menaje que para montar la Cruz de Mayo se guardaban allí. Los atrezzos del grupo de teatro y las pocas pertenencias que la novísima pero no menos esforzada cofradía en proceso de fundación, todo. A la puta calle. Y no contento con ello ha prohibido terminantemente que la próxima celebración de la Cruz de Mayo, una de las más visitadas y valoradas de la ciudad, use el muro de la iglesia como apoyo y que contaba con ese rincón como su principal seña de identidad desde hace 26 años. Todo esto no sólo crea gravísimos problemas a todos los voluntarios y voluntarias que cada año, con gran esfuerzo físico, mental y económico sacan adelante la fiesta principal del barrio, sino también sensaciones de desamparo y de ser víctimas de una injusticia al ser expulsados de espacios que consideran comunes del barrio, independientemente de que sean propiedad de la Iglesia Católica. Pero como comentaba una feligresa al borde de las lágrimas, siempre se les ha dicho que los católicos son Iglesia, así que por qué no van a poder disfrutar de espacios que son también suyos.

El malestar entre la feligresía del barrio está subiendo conforme se van conociendo detalles de las actuaciones y propósitos del nuevo párroco. Su obsesión por cumplir y hacer cumplir la regla de adoración eucarística perpetua de su congregación llega a extremos paranoicos. Mantiene la iglesia abierta todo el día con el Santísimo expuesto y puede vérsele a él todo el día de rodillas ante el altar en estado de adoración, a veces realizada en voz alta. Se cuenta entre el vecindario que ha solicitado al ayuntamiento que elimine la parada de autobús que hay delante de una de las puertas laterales, porque el trasiego de usuarios disturba sus prácticas meditativas. Y que ha llegado a obligar a los ancianos que van a merendar a la parroquia, una costumbre que instauró el anterior párroco a que suban antes a la iglesia a dar gracias al Altísimo si quieren recibir las viandas, importándole poco el hecho de que muchos de ellos son impedidos graves. Por otra parte es ya conocida su exigencia de que todo el mundo se arrodille en el momento de la consagración y todo el mundo quiere decir incluso quien no pueda. Paralíticos incluídos.

La feligresía de Cañero está formada mayoritariamente por gentes sencillas que practican una fe religiosa igualmente sencilla, ajena a misticismos extremos y que sólo necesita para cultivarla un pastor que entienda esa sencillez y la cuide con la lógica y la paciencia. Algo con lo que han contado hasta ahora, 56 años después de la fundación del barrio.

Pero corren nuevos vientos. El nuevo ayuntamiento compuesto en gran parte por fundamentalistas católicos no es ajeno a ello. Varios de los concejales son conocidos por su extremismo político y religioso. El de festejos, conocido como Rafael (Fray) Jaén, es un redomado politoxicofrade (pertenece a tres cofradías) y el del Casco Antiguo es un coleccionista de sectas católicas, porque milita a la vez en varias de ellas, entre otras en una que está íntimamente unida a la congregación del nuevo párroco, Adoración Nocturna, la rama laica de la sotánica que fundara el cura francés en el XIX, Juan José Primo Jurado, conocido por su publicada admiración al cuerpo de ejército nazi español, la División Azul, ha participado muy activamente recientemente en los pomposísimos actos del 150 aniversario de la Adoración Nocturna cordobesa, de la que fue presidente no hace mucho. Por las mismas fechas ocurría el relevo del antiguo párroco Cañero por el sacramentino de la rama reconstituída Gil y su empeño en convertir la parroquia en un convento de adoradores, diurnos y nocturnos, jodiendo a toda la feligresía. Y don Demetrio, el del Báculo Erecto, el ultramontano obispo de Córdoba, en medio. Demasiada chamusquina para un olfato normal.

Por último ayer mismo, vísperas del día del Custodio San Rafael se celebraba en la iglesia de San Vicente Ferrer de Cañero una solemne misa presidida por Monseñor Castillejo Gorráiz, resucitado de su suculentamente primado retiro espiritual expresamente para ello, seguido de una sentidísima exaltación del arcángel por el mismísimo Primo de Jurado.

No hace falta ser ningún Dan Brown para armar un verdadero argumento de intriga narcosotánica. Lo cierto es que la secta esta ha elegido el tranquilo barrio donde yo nací como germen de su expansión para cumplir su misión secreta. Que es como la de todas las sectas sotánicas y satánicas: ADUEÑARSE DEL MUNDO y convertir a la humanidad en adoradores eucarísticos nocturnos o diurnos en cómodos turnos alternos.

domingo, 23 de octubre de 2011

Dónde está la reliquia de Ambrosio de Morales

VISITAR LA PRIMERA PARTE

Segundo de dos artículos que mi amigo Acisclo Lupiáñez ha confeccionado para el homenaje que La Colleja está rindiendo al insigne humanista católico cordobés, cronista de Felipe II y pionero de la arqueología moderna, Ambrosio de Morales. Antes de comenzar su lectura recomiendo visitar el artículo anterior en el que Lupiáñez cuenta el suceso por el que el gran Morales alcanzó también la fama... una fama un poco más... dolorosa.



DÓNDE ESTÁ LA RELIQUIA DE AMBROSIO DE MORALES

Acisclo Lupiáñez

En febrero de 1978 mi amigo Manuel Harazem y yo conocimos en la sacristía de la iglesia de Santa Marina de Aguas Santas de Córdoba a don Rafael Soriano Resines, erudito local, autodidacta y empleado municipal jubilado, que recorría las parroquias cordobesas rebuscando en los archivos parroquiales datos curiosos de la historia de la ciudad. Coincidimos en aquel oscuro vientre parroquial en varias ocasiones más y a pesar de ser de natural reservado acabó haciéndonos blanco de sus confidencias y de algunos de sus descubrimientos tal vez porque por entonces ya era muy mayor e intuía que no le quedaba mucha vida por delante, como así ocurrió, pues nos enteramos de su muerte sólo dos años después, pero también por la indisimulada alegría que le producía el ver a unos chicos tan jóvenes compartiendo con él tan ratonescas aficiones. Tras conocer casualmente la noticia de su muerte (no tuvo ni esquela, ni tan siquiera necrológica en la prensa local) intentamos ponernos en contacto con su familia para acceder a sus papeles, pero una vecina nos informó de que sólo tenía un familiar directo, una sobrina de la que sólo sabía que vivía en una ciudad del norte, no recordaba si Burgos o Soria, y que había puesto todos sus libros y documentos en manos de un chamarilero, chamarilero que por supuesto ella tampoco conocía.

Así, que la posibilidad de contrastar documentalmente los descubrimientos de que nos hizo confidencia don Rafael se desvanecieron. Pero recordamos perfectamente algunos de ellos y sobre todo el que concierne al contenido de este artículo: el paradero de algunas partes corporales del cronista de Felipe II Ambrosio de Morales.

Un frío día de invierno, después de haber conseguido desembarazarnos con una falsa urgencia de una de las interminables falsas batallitas de campo de concentración que don Martín, el párroco criptonazi que se hacía pasar por entonces por rojo, nos endilgaba, acabamos en la taberna de Santa Marina don Rafael y los dos pollos investigadores compartiendo medios de fino y tertulia con la máscara mortuoria de Manolete. Con voz muy baja y un tono de secretismo extremo nos hizo partícipes de un invencible afán que lo corroía cifrado en la esperanza de un hallazgo al que dedicaba una incansable búsqueda desde hacía 50 años. No sólo visitaba las parroquias históricas cordobesas tras los secretos durmientes de los archivos, sino que tenía en mente el hallazgo de un santo grial que sabía guardado celosamente en alguna de ellas.

Todo empezó, nos dijo, un día en que se encontró por casualidad entre un lote de viejos libros que había adquirido en la ya desaparecida librería anticuaria de Diario de Córdoba un manuscrito del siglo XIX en el que se narraba la operación de exhumación de los restos de Ambrosio de Morales en 1844 y su traslado desde el ruinoso Convento de los Santos Mártires donde reposaba desde su muerte en 1591 hasta la Colegiata de San Hipólito donde se le había proporcionado nueva ubicación, ante el temor cierto de derrumbamiento del viejo edificio ribereño. En el manuscrito se relataba pormenorizadamente todo el proceso y todas las personas involucradas, frailes, curas, políticos, judicatura y Comisión de Monumentos. De esta última formaba parte en calidad de Vocal Secretario el eminente erudito don Francisco de Borja Pavón de cuyo puño y letra había deducido don Rafael claramente estar escrito el texto encontrado, aunque careciera de firma alguna. En él el farmacéutico y polígrafo cordobés, especialista en necrológicas, relataba cómo al abrir el catafalco donde se encontraban los restos del Ilustre Morales se halló entre ellos un cofrecillo de madera dotado de unos herrumbrosos goznes de hierro en bastante buen estado de conservación. Tras sacar con sumo cuidado uno a uno los ilustres huesos y antes de ser introducidos en un ataúd de plomo que habría de sellarse posteriormente, se procedió a abrir el cofrecillo en el que se halló un folio manuscrito enrollado y atado con una cinta que se deshizo al tocarla sobre un extraño objeto muy arrugado de color parduzco y textura apergaminada. Tras la lectura del texto se supo que aquel objeto correspondía a las virilidades completas de Morales que en su juventud, en pleno arrebato de locura en su lucha contra las tentaciones de la carne, se había cortado de cuajo, al completo. El texto estaba redactado con una temblorosa caligrafía y firmado por el Padre Secundino de Santa Justa prior del convento de Los Jerónimos de Valparaíso donde había ocurrido muchos años antes aquel desgraciado suceso y fechado el mismo día del sepelio. Narraba el fraile cómo siendo él mismo de los mismos años y vecino de celda de Morales había acudido a los gritos que aquel diera tras cometer su locura justo un rato después de que él mismo pasara para gozar de su compañía en ella y cómo rescató de entre la sangre y la parafernalia sanadora que montaron los demás frailes para tapar la hemorragia y salvarle la vida, con grande amor y veneración y con los ojos arrasados en lágrimas, aquella desgajada parte causante de las tentaciones de su joven vecino. Cómo las lavó cuidadosamente, las enterró en varios puñados de sal que consiguió en la cocina y las mantuvo en custodia durante toda su vida bajo las tablas de las celdas que fue ocupando hasta la actual correspondiente al prior. Y cómo enterado de la muerte de su antiguo hermano de hábito y estrecho amigo y entonces ya sabio reconocido por toda la España bajó a la ciudad y solicitó permiso al Obispo para introducir la parte que faltaba a su cuerpo sin vida en su lugar de descanso eterno para que nada le faltara cuando compareciera ante el Señor. Lo que le fue concedido.

Borja Pavón desgranaba la discusión que se desató ante el descubrimiento entre civiles y eclesiásticos, éstos últimos contrarios a considerar parte de los restos el contenido del cofrecillo y partidarios de que quedara excluido del nuevo féretro, frente al conjunto de los laicos que consideraban de justicia su inclusión. Según don Rafael, Pavón no daba cuenta de los diversos argumentos pero sí de que al final ganaron los tonsurados y de que se decidió enviar el cofrecillo a la frontera iglesia parroquial de San Nicolás de la Axerquía para que allí se guardase mientras se decidía su destino. Se detallaba también el acuerdo unánime de que tal hallazgo y su destino no constaran en el Acta (1) oficial que se levantó dando cuenta del acto y que redactó y firmó el propio Francisco de Borja Pavón. Con esta noticia daba fin al manuscrito. (2)

Y es ahí donde comenzaba la ardorosa búsqueda de la reliquia don Rafael, partiendo del hecho de que unos años después la parroquia de San Nicolás de la Axerquía fue desalojada y todos sus enseres conducidos a la de San Francisco antes de que ocurriera su derrumbe. ¿Quedó en San Francisco o peregrinó por otras parroquias? ¿Sería secuestrada por algún particular y conservada en su casa como reliquia intelectual? Don Rafael no pudo conseguir, a pesar de sus denodados esfuerzos, encontrar su santo grial particular, pero quién nos dice que cualquiera de nosotros cualquier día no damos con la preciada reliquia del muy católico Ambrosio de Morales y que podría ser rescatada y venerada en la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, en la calle donde naciera y que aún lleva su nombre.

Como me imagino que ninguno de nosotros puede hacerse una idea de qué aspecto tendrá un estuche fálico momificado en salazón de casi 500 años de antigüedad (el de las momias egipcias jamás nos lo muestran) propongo varias modelos de objetos similares que pudieran servir de referencia.


Ciruelas pasas, orejones e higos secos




(1) Documento original custodiado en la Biblioteca Provincial de Córdoba y que puede hallarse bajo el título: Certificación de Don Francisco de Borja Pavón, vocal Secretario de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Córdoba, sobre el Acta de exhumación de los restos mortales de Ambrorio de Morales del sepulcro que ocupaban en el convento dominico de los Santos Mártires del Río, en la ciudad de Córdoba, su posterior colocación en una urna y su traslado a la Colegiata de San Hipólito, el 8 de noviembre de 1844 [Manuscrito].


(2) No fue este el único meneo que se le dio al paquete residual y ya definitivamente incompleto de Ambrosio de Morales. 25 años después de su traslado a la nueva tumba de la Colegiata de San Hipólito, en 1867, una brillante idea del Gobierno de Madrid fraguada en 1837, en línea con las ideas que suelen tener los gobiernos de un país tan absurdo y necrópata como éste en todos los tiempos y circunstancias, consistente en la creación, siempre copiando tarde y mal lo que la más racional Francia hacía, de un Panteón de Españoles Ilustres, volvió a hacer viajar a los pobres restos ambrosianos de un lado para otro. Y con ellos los de varias decenas de Españoles Ilustres más, Juan de Mena, Garcilaso de la Vega el Inca y Gonzalo Fernández de Córdoba, alias El Gran Capitán por lo que respecta a nuestro paisanaje, pero también Quevedo, Calderón de la Barca, Ventura Rodriguez y muchos más. El lugar elegido fue el templo de San Francisco el Grande de Madrid y para su inauguración se organizó un soberbio zafarrancho de combate consistente en una comitiva de cinco kilómetros, en la que desfilaron las carrozas fúnebres acompañadas por bandas de música, unidades del Ejército y de la Guardia Civil, estudiantes, religiosos, políticos e intelectuales se dispararon cien cañonazos y como detalle iluminativo al entrar los restos en la basílica se encendieron tres grandes lámparas. Los restos fueron depositados en una capilla y años después devueltos a sus lugares de origen, con lo que se cerró por un tiempo la idea de crear un panteón nacional. Así que los sufridos restos de nuestro emasculado para toda la eternidad (si La Colleja no lo remedia) Ambrosio de Morales que habían sido despedidos en la flamante estación de ferrocarril de Córdoba años antes con todos los honores de cubrimiento de bandera de seda, presenten armas, banda de música y discurso de don Francisco de Borja Pavón en el que flotaron en el éter de la gloria sus vibrantes palabras: con emocion profunda, no ajena si se quiere á un dulce sentimiento, pero impregnada en gloriosa complacencia, regresaron a Córdoba para aguardar unos años más en un rincón de la Colegiata su definitiva residencia en el pisito cercano al altar mayor que le fue definitivamente destinado y en el que aún espera, completamente desatributado, el Juicio Final.