El motivo de esta carta es poner en su conocimiento el desasosiego que me ha invadido al leer la noticia de que la Organización que Vd. preside, CÓRDOBA ECUESTRE, rendirá en la edición de CABALCOR de este año homenaje a un conocido personaje histórico cordobés, el rejoneador Antonio Cañero.
Me resulta sumamente remota la suposición de que usted, a quien se le reconocen unas dotes intelectuales notables, desconozca quién fue exactamente y qué hechos jalonaron la vida del individuo que bajo su presidencia se disponen ustedes a homenajear. Pero por si acaso me voy a permitir recordárselo brevemente.
Aparte de los méritos asociados a la actividad profesional que hicieran rico y famoso al difunto señor Cañero, consistentes en realizar temerarias hazañas a lomos de altos y briosos corceles con el fin de convertir un hermoso animal en una morcilla sanguinolenta antes de atravesarlo con una lanza, en esta ciudad este caballero fue también conocido por la realización de otra serie de hazañas del mismo tipo pero con distintas víctimas. Como recogen solventes libros de la historia reciente está demostrado que como protagonista en el genocidio de demócratas perpetrado por el conglomerado nacionalcatólico fascista a partir de 1936, Antonio Cañero organizó y capitaneó las partidas formadas por falangistas y señoritos que a lomos de caballo y armados de picas y escopetas rastreaban, perseguían y capturaban o asesinaban a sangre fría en la Sierra Morena de Córdoba a los republicanos que huyeron de la ciudad tratando de escapar de la obligación que los golpistas les imponían de dar cuenta de su fe política en las tapias de los cementerios. También, señor Blanco, existen testimonios de sus prácticas de puntería junto con su compadre el también matarife Algabeño en las que usaban como diana a los presos republicanos de la cárcel de Antequera. Todo está muy bien explicadito en el esclarecedor libro de Moreno El genocidio franquista en Córdoba. Usted, señor Blanco, podría aducir que se lo homenajea exclusivamente por sus reputadas habilidades taurómacas, pero cualquiera podría aducirle a usted a su vez que a ninguna asociación de pintores se le ocurriría homenajear a Hitler por su acreditada sensibilidad como ejecutor de paisajes.
¿Sabe usted, señor Blanco? Muchos de aquellos asesinados directa o indirectamente a sangre fría por el individuo que usted se dispone a homenajear eran socialistas, al igual que usted mismo, miembros del Partido Socialista Obrero Español. Pero eso no es importante. También los había comunistas, liberales, no creyentes, o simplemente víctimas de la codicia o la inquina de un vecino. Lo sé porque conocí hace muchos años a alguien que consiguió escapar de ese criminal. Permítame que le cuente...
Yo me crié en la Barriada de Cañero, llamada así porque los terrenos en que se construyó pertenecieron al rejoneador del que estamos tratando y que donó a la Iglesia para la construcción de viviendas sociales en que acoger a las masas famélicas de la posguerra. No las donó altruistamente. Lo hizo a punto de morir sin descendencia extorsionado por el no menos atroz obispo Fray Albino que lo amenazó con dejarlo morir sin absolución. Vivía, conspicuo fascista y ferviente católico, contando con la vista gorda de las autoridades franquistas, amancebado con su amante. Terrible arma de chantaje la que manejaban los curas para usar con los que, sobre todo ricos, creían que podrían librarse de la condenación eterna, no tanto por los terribles crímenes cometidos a lo largo de sus depravadas vidas como por sus pecadillos de entrepierna, con un simple gesto de absolución de uno de aquellos a última hora...
Un vecino mío muy mayor, Andrés, me confió tras la muerte de Franco, calándome a mis veinte años el alma roja, que la mayor crueldad con que lo había podido tratar la vida había sido tener que vivir, en la desvalidez de sus últimos años, recogido en casa de su hija, en el barrio que soportaba el nombre del asesino de su hermano y de varios camaradas cazados como conejos en la sierra de Córdoba por las partidas del rejoneador. Él escapó milagrosamente agazapado varios días en un polvoriento agujero, sin agua ni comida, hasta que consiguió llegar andando a zona republicana. Todos ellos formaban parte de un activo sindicato socialista. Creo que recordar que de la rama ferroviaria. Aquello, que fue una simple confidencia de una experiencia vital personal, me sería confirmado años después por los historiadores más solventes del genocidio, pero sobre todo conseguí antes confirmarlo sonsacando sin demasiado esfuerzo a los viejos comunistas que se reunían en aquella mítica Vaquería del polígono de la Fuensanta.
Yo espero poco institucionalmente de un partido de cuya cúpula dirigente usted forma parte que ha traicionado prolija, minuciosamente, todos y cada uno de los presupuestos políticos, éticos y estéticos que forman el humus de su esencialidad ideológica. Con sólo recordar su total responsabilidad en la concesión del más alto reconocimiento institucional de la Junta a la mayor y más explotadora de los terratenientes andaluces mientras demoniza sistemáticamente cualquier movimiento que reinvindique el más mínimo apunte de reforma agraria se me eriza el vello de grima. Pero sí que tengo siempre esperanza en los individuos que forman y conforman las instituciones y en su capacidad de atender a su deber más íntimo, el de fidelidad y respeto a la memoria de los muertos en defensa de la misma causa que dicen compartir frente al deber impuesto por las estrategias espurias del poder y las pedestres tácticas puramente electoralistas.
Señor Blanco: ya sabe que ahora los herederos de los genocidas tienen mucho más poder. Pero su problema sigue siendo el mismo: que sus referentes genéticos e ideológicos están de sangre hasta las cachas. Y que rezuma continuamente de sus sepulcros. Y pretenden blanquearlos permanentemente exigiendo que la cal la paguemos a escote precisamente los herederos biológicos e ideológicos de la víctimas. Pretenden que a los mayores asesinos de la historia de este país se les considere sólo personajes históricos sin más, normalizarlos en el panteón de los libros de historia borrando de la memoria colectiva sus crímenes. La responsabilidad de su partido en que no sólo no pagaran por esos crímenes sino que continuaran hasta hoy disfrutando tranquilamente de las riquezas y privilegios que el genocidio les deparó es gigantesca. Pero usted ahora tiene la oportunidad de no colaborar más con ellos multiplicando la ignominia. No sólo cumpliría con su deber de socialista sino que tendría un fino detalle con esta ciudad que ha sufrido como ninguna otra el oprobio del mantenimiento de los símbolos y los nombres de los genocidas en sus calles. Ya sabe, la principal de ellas padece el del organizador del golpe, hasta hace dos días en el Realejo escupía sobre la razón democrática una placa en honor de uno de los generales del crimen y el propio ayuntamiento del que usted formaba parte renombró una avenida con el de un obispo que confeccionaba listas de fusilables. Aunque sea por la memoria de los miles de asesinados que compartieron con usted el anhelo de un mundo mejor: no permita que el organismo que usted preside conceda honores a uno de los responsables de sus atroces muertes mancillando sus memorias. Y si no puede con la fuerza de los herederos ideológicos de aquellos criminales con los que anda estratégicamente en tratos políticos, dimita, no sea cómplice, deje que sea uno de ellos quien se siga manchando con la sangre del crimen que no cesa.
Córdoba 19 de septiembre de 2012
Agradeciendo su amable atención
Manuel Harazem
Joder, si Borges, tan conservador y de derechas, pero con tanto talento, hubiera oído hablar de este pavo lo habría incluido en su breve Historia Universal de la Infamia, entre Torquemada y Billy el Niño
ResponderEliminarEn cuanto al edil 'socialista' al que diriges la carta, mi duda está en si es más tonto que malvado, él a su vez, porque ya se sabe que los ignorantes, los oportunistas, los arribistas hacen también mucho daño, aunque no anden a tiros por la Sierra Morena en busca de huidos
Hombre Lansky, me alegro de volver a verte, después de este largo tiempo en que ambos hemos estado alejados de la red, más bien maraña, esta. Efectivamente es más tonto que otra cosa. La verdadera infamia está en las palabras que se ha visto obligado a decir nuestro joven alcalde, que ha sido moderado en sus manifestaciones hasta ahora. Ha llamado a la represión franquista "teoría histórica". Y ha añadido que se le da el homenaje al señorito Cañero por su amor al caballo. Quiere decir que nunca mató a ninguno. Si los caballos tuvieran asociaciones humanistas igual, según lo dicho por el alcalde, el asunto hubiera dado más de sí.
ResponderEliminarCoño, Harazem, es que el hombre este era 'caballista', no 'humanista'
ResponderEliminarGracias a él, que nos donó el terreno a la ciudad, pude yo ir al colegio de niños a aprender de la vida, entre ratas y sillas de enea apiladas tras la pantalla para cuando el colegio se convirtiera en verano en cine de tal.
ResponderEliminar¡Joder, Manuel! Que bastante tenemos con aguantar lo de Avenida de Vallellano, y otros, para amargarse la vida. ¿Es que esto no tiene fin?
Por cierto, ¿a cosa de qué resulta la "conversión" del señor Blanco, que por cierto tampoco anduvo muy lejos de donde hoy te hablo? ¿No se le suponía socialista?
Tú no estarías en el cine Cañero la noche mítica aquella en que en plena carrera de carros de Ben Hur empezamos todos de repente a romper con los pies los palillos de las sillas de enea para arrojárselos al malísimo cada vez que aparecía en la pantalla...
ResponderEliminar¡Ay, la hostia! No recuerdo lo de romper los palos de las sillas, pero ¡sí de ver Ben Hur en el cine de verano de Cañero!
ResponderEliminar¡Y la Noche de los Muertos sin Ojos!
¡Peliculón! (esa noche no dormí)
No, si a lo mejor hasta incluso hemos coincidido comiendo pipas con el culo rayado por la forma de las sillas...