lunes, 5 de febrero de 2018

Informe arqueológico de la NO-Basílica de San Vicente

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Supongo que todo el mundo está también al tanto del Culebrón de la Celosía de de La Hoz, de cómo el cabildo ha aumentado poderosamente los efectivos militares en la heroica batalla arquitectónica para reforzar las posibilidades de victoria en la trapacera batalla cofrade: la conversión en tradición de la penetración de TODAS LAS COFRADÍAS en el vientre del templo en la semana católica por antonomasia. La celosía se ha desmontado por narices cuando a la Iglesia le ha convenido levantar su anterior veto a ese viejo y siempre reprimido anhelo cofrade, como una campaña más en esa guerra que ha declarado por apropiarse del monumento y deconstruir el simbolismo de concordia que exige para él la racionalidad laica.

Pero la actuación arqueológica subsiguiente al desmontaje de la celosía, pagada y publicitada hasta la náusea por el cabildo, puede que hayan acabado, a pesar de ello, provocando el efecto contrario al buscado por él. El gasto ha debido de ser considerable a tenor del calibre y la calidad del informe presentado por el equipo formado por tres arquitectos —los de plantilla de cabildo— y tres arqueólogos y un ingeniero de una empresa contratada para el trabajo: un PDF de 300 folios con decenas de fotos a todo color y de gráficos del proceso de excavación y una decena de presentaciones en 3D del proceso de excavación. Algo nunca visto en una ciudad en la que la práctica totalidad de los informes de las actuaciones arqueológicas llevadas a cabo en la ciudad desde hace 50 años permanecen en los retorcidos tubos digestivos de la Administración y los que están accesibles en red están presentados en crudo, en lenguaje arqueologiqués, prácticamente ininteligible para el común de los mortales. Todo apunta a que el cabido ha querido dejar en ridículo a las administraciones, que tanta lata considera que le da con sus cosas de administrar sus posesiones, refregándole un trabajo de divulgación arqueológica de lujo que contraste poderosamente con el riguroso, pero oscuro y triste, que aquellas suelen ofrecer cuando lo hacen.

Pero es lo que tiene hacer las cosas bien, que pone en evidencia lo que tú has estado haciendo mal desde siempre. Contratar profesionales no dispuestos a sacrificar su prestigio en lugar de tirar de canónigos o paniaguados es lo que tiene. Que puede dejar en entredicho la tóxica mercancía que has estado vendiendo desde siempre.

Los arqueólogos han declarado encontrar lo único que hasta ahora se ha encontrado en el subsuelo de la Mezquita: los niveles omeyas, bajomedievales y contemporáneos, todos ellos sobre estructuras edilicias de imposible catalogación más allá de su adscripción como tardorromana y visigoda. De la basílica de san Vicente que llevan vendiendo hace años como la verdad de las verdades, con un museo a ella dedicado y una presentación espectacular bajo una baranda de unos supuestos restos, placas de mármol negro en el Patio de los Naranjos y paneles explicativos colgados con alcayatas en los venerables muros omeyas, nada de nada, o sea nada de nada.

El informe de los arqueólogos sólo viene a decir, en lo que a los restos preandalusíes hallados antes y ahora se refiere, que no se tiene ni la más mínima idea de a qué tipología edilicia pudieran corresponder, ni por su orientación ni por su factura. Pero lo más importante es que por primera vez en un documento vinculado al cabildo —y este lo es porque lleva su membrete— se hable de teoría al referirse al supuesto —úsese el término en su sentido estricto— complejo episcopal de San Vicente. Una teoría que sólo se sostiene por la comparación que los historiadores y arqueólogos pueden establecer con otras sedes episcopales conocidas de Hispania. Pero ni por un paso más allá. Lo cual no significa que ese episcopio, que tuvo forzosamente que existir, no hubiera estado ubicado en esta zona. Sólo que no existe ni una sola prueba, ni arqueológica ni documental, sólida, aparte de la pasajera mención de un cronista maghrebí del siglo XIII, que probablemente adaptó el también fantasioso relato de la construcción de la Mezquita de Damasco a la construcción de la cordobesa. Como sostengo en mi libro.

El montaje del museo-timo de san Vicente, la mayoría de cuyas piezas sólo tienen en común entre sí su dudoso origen, según asegura el arqueólogo Jerónimo Sánchez en una publicación (1) de muy reciente aparición que lo ha investigado usando las informaciones de su primera catalogadora, la antigua directora del Museo Arqueológico, Ana María Vicent; la presentación estelar musealizada del mosaico de una tumba paleocristiana del siglo V, ya amortizada por construcciones de tosca factura en época visigoda, como restos de la fantasmagórica basílica; la cartelería y los folletos de cuya redacción tiene la exclusiva el cabildo… Tras toda la febril búsqueda del tesoro de su basílica en que está empeñada desde hace años, absolutamente toda esa tramoya que el cabildo ha levantado para demostrar que los moros arrebataron a los cristianos su catedral para construir su mezquita y que su posterior conversión al culto católico en el siglo XIII no fue sino un reintegro justo a la Iglesia de un espacio que se le había injustamente expropiado, es una PURA Y DURA MENTIRA. Desde que el visitante entra en el Patio de los Naranjo hasta que sale de la Mezquita está siendo víctima de un fraude historiográfico que muy poca gente con conocimiento y poder para hacerlo —desde luego nadie en nuestra muy piadosa universidad que tanto debe a la generosidad de la Iglesia cuando contaba con todo un banco para poder ejercerla— se ha atrevido a desmentir y cuya pervivencia permiten con total complicidad las autoridades culturales estatales, autonómicas y locales.

A ciertos niveles de medios de comunicación al menos el contenido del informe ha conseguido que se baje un tanto el nivel de afección al relato de la Santa Madre Iglesia y se sientan autorizados a variar su discurso. Del uso inmoderado de la palabra basílica se ha pasado al más moderado de complejo episcopal. Igual de fantasmagóricos ambos, por otra parte. Ya han tardado, porque la teoría historiográfica del complejo lleva ya instalada en el mundo académico desde hace 40 años. En concreto el Diario CÓRDOBA ha destacado a su más avezado profesional para que escriba del tema y lo ha hecho en dos artículos: en el primero no puede reprimir el reflejo automático de tantos años de mamar obediencia clerical y suelta que se han encontrado evidencias del complejo episcopal tardorromano del siglo VI al VIII, del que la primitiva basílica de San Vicente era solo una pequeña porción. En el segundo, cinco días después matiza y ya habla de indicios del que pudo ser complejo episcopal (no confundir ni con una catedral ni con un palacio episcopal) del siglo VI. ¡Y eso en el quicio de una puerta! ¡Ahí es nada lo que hay bajo el suelo de Córdoba! Inmediatamente después, sin meterse en polémicas como afirma el propio redactor (no sea que se lleva una hostia de un cura) se desliza por la cuesta de la desvergüenza lamentando que en Córdoba la aparición de restos arqueológicos siempre fue esperada con temor o desprecio. Digo desvergüenza porque ese diario ha sido especialmente combativo desde siempre —desde los tiempos del crimen arqueológico de Cercadilla— con la arqueología, contando en su plantilla con una especialista en dar leña a los restos aparecidos en cualquier obra utilizando para ellos términos tan cariñosos como latosos, escollos o quebraderos de cabeza y que participó entusiásticamente en la orquestada campaña que el alcalde Trigo organizó en los 90 para desacreditar la necesidad de paralizar obras cuando salieran restos de nuestro pasado.

Por otra parte, aunque el informe de los arqueólogos sea impecable en todos sus aspectos, se nota en él alguna graciosa concesión a su sacro pagano. No se explica de otra manera que en la interpretación histórica preliminar introduzcan una morcilla como esta: Hasta el final de su gobierno (Abd al-Rahman I) no se decidió por levantar una nueva mezquita aljama, reutilizando hasta entonces la parte sur de la antigua Iglesia de San Vicente (p. 73). El susto ante tamaña precisión se nos pasa cuando atendemos a la nota que acompaña al párrafo y descubrimos que se debe al hechicero que en su zaquizamí catedralicio cocina el emplasto oficial del relato del cabildo. Efectivamente don Manuel, que para eso es hechicero, posee poderes sobrenaturales y se ha autotransportado al pasado para poder averiguar por sí mismo que la mezquita fundacional se construyó empezando por la PARTE SUR de una fantasmagórica iglesia de la que hoy todavía no se sabe absolutamente nada y menos aún su ubicación.

Yo no creo que el cabildo haya sido afectado por este informe, aunque habrá que esperar a ver qué monta cuando termine de construir el nuevo centro de interpretación en el palacio episcopal por el que deberán pasar obligatoriamente todos los visitantes cuando esté terminado y ya haya sido convenientemente hisopado, porque en él se habilitarán las taquillas, y en el que gozarán de libertad absoluta para venderles el relato que quieran. Los curas no sólo están contentos por poder ejercer esa libertad de interpretación, sino también porque así no tendrán que cruzar la calle desde las actuales taquillas ubicadas en el Patio de los Naranjos hasta el palacio con las talegas atiborradas de euros contantes y sonantes libres de impuestos. Porque en ellas no se admiten tarjetas de crédito precisamente para evitar su control. Y la inhibición de las autoridades culturales locales a ofertar una interpretación estrictamente laica, racional y avalada por especialistas no contaminados de obligación de adoctrinamiento confesional del conjunto, ahora que además cuentan con varios espacios que podrían acogerlo perfectamente en el mismo entorno del monumento, no habla sino del entreguismo de la política local, autonómica y estatal al servicio de la Iglesia Católica.

(1) J. F. Rodríguez Neila (coord.) La ciudad y sus legados Históricos. Córdoba Romana. Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, 2017, p. 336.

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TERCERA PARTE

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