lunes, 5 de febrero de 2018

Celosía SI, celosía NO

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En cuanto a la historia de la celosía, la cosa esta muy complicada. En el informe puede leerse que el proyecto de modificación aprobado por las administraciones recoge la creación de una nueva puerta en el arco de la nave nº17 para hacer posible el tránsito a través de ella, manteniendo la apariencia de la actual celosía de manera que, cuando la puerta esté cerrada no se aprecie ningún cambio estético con respecto a la situación inicial (p. 4). Y que las nuevas condiciones estructurales derivadas de los recientes hallazgos se solventarían convenientemente mediante aplicación de soluciones de ingeniería (p.5).

Pero el informe propone y la pérfida mente del cabildo dispone. Justo nada más comenzar la obra de desmontaje de la celosía original saltó milagrosamente a los medios la idea de que tal vez no sería buena idea ejecutar el proyecto consensuado. La celosía, decían, dañaba el monumento debido a las presiones derivadas de su propio enorme peso. Y que tal vez lo mejor sería repristinizar los vanos, todos (ya puestos…) y colocar sencillas estructuras de cristal transparente que devolvieran el aspecto que la mezquita debió presentar en origen. La idea en principio no estaría mal si para ello no fuera necesario eliminar las celosías, ya históricas e incluidas en la catalogación de Patrimonio de la Humanidad que hasta la UNESCO se ha pasado por el arco de triunfo aceptando la falsificación de una de ellas.

Por otra parte, el propio informe se hace eco de algunas partes del estudio incluido en el libro de uno de los arquitectos de plantilla del obispado que por estos días —quiero pensar que casualmente y no como apoyo a sus intenciones— ha publicado y presentado el propio cabildo coincidiendo con la aparición del informe. Tengo entendido, a falta de hacerme con él y comprobarlo por mi mismo— que ese estudio es rigurosamente objetivo. En él se incide en las desafortunadas restauraciones que se llevaron a cabo en los años 70 en el marco de un nuevo proceso de repristinación como los ejecutados en algunos momentos de los siglos XIX y principios del XX. Si bien puede afirmarse que el conjunto de esas intervenciones —principalmente la sustitución de las bóvedas barrocas de las naves de Abd al-Rahman I por imitaciones de los artesonados originales siguiendo el plan de Velázquez Bosco de principios de ese siglo—ya no tenían legitimidad porque existía la carta de Venecia (1964) que valoraba por igual todas las intervenciones históricas de los monumentos, lo cierto es que las celosías, aunque, como se afirma en el propio informe, supongan un falseamiento histórico y estético (p. 94), no sé yo si podrían incluirse en el lote toda vez que no son una restauración strictu sensu, sino un cierre de un vano que no sustituye ningún elemento original ni altera estructura primaria alguna. Y que son, como se acaba de demostrar, perfectamente removibles. Por contra, su belleza intrínseca y la habituación ciudadana a su presencia desde hace más de 40 años la han convertido en un elemento de valor más del conjunto del monumento.

Las causas por la que el cabildo haya decidido esa sustitución de la copia de la celosía desmontada del proyecto original por el nuevo del cierre de vidrio son difíciles de dilucidar, como corresponde a la esquinada mente de sus miembros, pero pudieran oscilar entre la diferencia de costo entre uno y otro y el odio que han acabado acumulando a la celosía de de La Hoz por las trabas que las administraciones y parte de la ciudadanía les ha puesto para su eliminación en un lugar que sienten como absolutamente propio y en el que creen tener derecho a disponer a su antojo de todos y cada uno de sus elementos. Ello sería la causa, además, de que esa sustitución pudiera ampliarse a las demás celosías. Algo así como ¿no queríais proteger una celosía en contra de nuestros intereses? Pues ahora os quedaréis sin ninguna…

Sea como sea lo que hay que tener claro es que en el informe se plantea la nueva problemática del anclaje de la nueva celosía abatible a tenor de los importantes hallazgos arqueológicos. Esos hallazgos, como ya apunté más arriba, para desolación del cabildo y sus mariachis de los medios del catolicismo militante, no hacen referencia clara a nada que tenga que ver con basílica o complejo episcopal alguno, sino a los suelos originales del oratorio islámico fundacional y de su primera ampliación documentados por primera vez. Esos son los únicos hallazgos realmente importantes de la intervención, aparte de los más secundarios de dos enterramientos muy cerca del vano que parecen apuntar a la existencia de capillas adosadas al muro entre los siglos XIII y XV, de la fecha de cuya desaparición no tenemos noticias. Esa protección impediría la cimentación diseñada para el proyecto, pero en ningún momento hace referencia alguna a la conveniencia de sustitución total del mismo. Lo único que hace es recomendar cautela a la hora de anclar al suelo la nueva celosía de manera que no dañe ese suelo original del siglo VIII recién documentado. Es más, incluso provee de la solución de utilizar para ello las zanjas de cimentación bajomedievales (p.97).

Así que como imagino que el cabildo, en caso de que quiera seguir adelante con la modificación —más bien sustitución— del proyecto, empleará toda su artillería mediática obediente, habrá que estar al tanto de las razones que esgrime para hacerlo y ver si se apoya en el informe arqueológico o en la consideración de enmienda del error arqueológico que se cometió colocando esas celosías en los 70, como defiende el autor del libro, quien, por otra parte ha sido extremadamente prudente en sus declaraciones efectuadas a los medios con motivo de la presentación del mismo.

Sea como sea, todo ello deberá pasar por la Comisión de Patrimonio, del que, dadas las innumerables actitudes de felpudismo respecto a la Iglesia Católica que nos ha regalado últimamente, cabe poca resistencia que esperar. Y la última palabra la tiene el delegado provincial, o sea un señor que fue, hasta que la ínclita Rosa Aguilar lo rescató para la política, Presidente de la Asociación de Hermandades y Cofradías de Córdoba y que come de la mano del obispo. Así que, con informe o sin informe, con Carta de Venecia mediante o sin ella, finalmente se hará lo que al soberano cabildo le dé su real y santa gana. Al tiempo

Informe arqueológico de la NO-Basílica de San Vicente

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Supongo que todo el mundo está también al tanto del Culebrón de la Celosía de de La Hoz, de cómo el cabildo ha aumentado poderosamente los efectivos militares en la heroica batalla arquitectónica para reforzar las posibilidades de victoria en la trapacera batalla cofrade: la conversión en tradición de la penetración de TODAS LAS COFRADÍAS en el vientre del templo en la semana católica por antonomasia. La celosía se ha desmontado por narices cuando a la Iglesia le ha convenido levantar su anterior veto a ese viejo y siempre reprimido anhelo cofrade, como una campaña más en esa guerra que ha declarado por apropiarse del monumento y deconstruir el simbolismo de concordia que exige para él la racionalidad laica.

Pero la actuación arqueológica subsiguiente al desmontaje de la celosía, pagada y publicitada hasta la náusea por el cabildo, puede que hayan acabado, a pesar de ello, provocando el efecto contrario al buscado por él. El gasto ha debido de ser considerable a tenor del calibre y la calidad del informe presentado por el equipo formado por tres arquitectos —los de plantilla de cabildo— y tres arqueólogos y un ingeniero de una empresa contratada para el trabajo: un PDF de 300 folios con decenas de fotos a todo color y de gráficos del proceso de excavación y una decena de presentaciones en 3D del proceso de excavación. Algo nunca visto en una ciudad en la que la práctica totalidad de los informes de las actuaciones arqueológicas llevadas a cabo en la ciudad desde hace 50 años permanecen en los retorcidos tubos digestivos de la Administración y los que están accesibles en red están presentados en crudo, en lenguaje arqueologiqués, prácticamente ininteligible para el común de los mortales. Todo apunta a que el cabido ha querido dejar en ridículo a las administraciones, que tanta lata considera que le da con sus cosas de administrar sus posesiones, refregándole un trabajo de divulgación arqueológica de lujo que contraste poderosamente con el riguroso, pero oscuro y triste, que aquellas suelen ofrecer cuando lo hacen.

Pero es lo que tiene hacer las cosas bien, que pone en evidencia lo que tú has estado haciendo mal desde siempre. Contratar profesionales no dispuestos a sacrificar su prestigio en lugar de tirar de canónigos o paniaguados es lo que tiene. Que puede dejar en entredicho la tóxica mercancía que has estado vendiendo desde siempre.

Los arqueólogos han declarado encontrar lo único que hasta ahora se ha encontrado en el subsuelo de la Mezquita: los niveles omeyas, bajomedievales y contemporáneos, todos ellos sobre estructuras edilicias de imposible catalogación más allá de su adscripción como tardorromana y visigoda. De la basílica de san Vicente que llevan vendiendo hace años como la verdad de las verdades, con un museo a ella dedicado y una presentación espectacular bajo una baranda de unos supuestos restos, placas de mármol negro en el Patio de los Naranjos y paneles explicativos colgados con alcayatas en los venerables muros omeyas, nada de nada, o sea nada de nada.

El informe de los arqueólogos sólo viene a decir, en lo que a los restos preandalusíes hallados antes y ahora se refiere, que no se tiene ni la más mínima idea de a qué tipología edilicia pudieran corresponder, ni por su orientación ni por su factura. Pero lo más importante es que por primera vez en un documento vinculado al cabildo —y este lo es porque lleva su membrete— se hable de teoría al referirse al supuesto —úsese el término en su sentido estricto— complejo episcopal de San Vicente. Una teoría que sólo se sostiene por la comparación que los historiadores y arqueólogos pueden establecer con otras sedes episcopales conocidas de Hispania. Pero ni por un paso más allá. Lo cual no significa que ese episcopio, que tuvo forzosamente que existir, no hubiera estado ubicado en esta zona. Sólo que no existe ni una sola prueba, ni arqueológica ni documental, sólida, aparte de la pasajera mención de un cronista maghrebí del siglo XIII, que probablemente adaptó el también fantasioso relato de la construcción de la Mezquita de Damasco a la construcción de la cordobesa. Como sostengo en mi libro.

El montaje del museo-timo de san Vicente, la mayoría de cuyas piezas sólo tienen en común entre sí su dudoso origen, según asegura el arqueólogo Jerónimo Sánchez en una publicación (1) de muy reciente aparición que lo ha investigado usando las informaciones de su primera catalogadora, la antigua directora del Museo Arqueológico, Ana María Vicent; la presentación estelar musealizada del mosaico de una tumba paleocristiana del siglo V, ya amortizada por construcciones de tosca factura en época visigoda, como restos de la fantasmagórica basílica; la cartelería y los folletos de cuya redacción tiene la exclusiva el cabildo… Tras toda la febril búsqueda del tesoro de su basílica en que está empeñada desde hace años, absolutamente toda esa tramoya que el cabildo ha levantado para demostrar que los moros arrebataron a los cristianos su catedral para construir su mezquita y que su posterior conversión al culto católico en el siglo XIII no fue sino un reintegro justo a la Iglesia de un espacio que se le había injustamente expropiado, es una PURA Y DURA MENTIRA. Desde que el visitante entra en el Patio de los Naranjo hasta que sale de la Mezquita está siendo víctima de un fraude historiográfico que muy poca gente con conocimiento y poder para hacerlo —desde luego nadie en nuestra muy piadosa universidad que tanto debe a la generosidad de la Iglesia cuando contaba con todo un banco para poder ejercerla— se ha atrevido a desmentir y cuya pervivencia permiten con total complicidad las autoridades culturales estatales, autonómicas y locales.

A ciertos niveles de medios de comunicación al menos el contenido del informe ha conseguido que se baje un tanto el nivel de afección al relato de la Santa Madre Iglesia y se sientan autorizados a variar su discurso. Del uso inmoderado de la palabra basílica se ha pasado al más moderado de complejo episcopal. Igual de fantasmagóricos ambos, por otra parte. Ya han tardado, porque la teoría historiográfica del complejo lleva ya instalada en el mundo académico desde hace 40 años. En concreto el Diario CÓRDOBA ha destacado a su más avezado profesional para que escriba del tema y lo ha hecho en dos artículos: en el primero no puede reprimir el reflejo automático de tantos años de mamar obediencia clerical y suelta que se han encontrado evidencias del complejo episcopal tardorromano del siglo VI al VIII, del que la primitiva basílica de San Vicente era solo una pequeña porción. En el segundo, cinco días después matiza y ya habla de indicios del que pudo ser complejo episcopal (no confundir ni con una catedral ni con un palacio episcopal) del siglo VI. ¡Y eso en el quicio de una puerta! ¡Ahí es nada lo que hay bajo el suelo de Córdoba! Inmediatamente después, sin meterse en polémicas como afirma el propio redactor (no sea que se lleva una hostia de un cura) se desliza por la cuesta de la desvergüenza lamentando que en Córdoba la aparición de restos arqueológicos siempre fue esperada con temor o desprecio. Digo desvergüenza porque ese diario ha sido especialmente combativo desde siempre —desde los tiempos del crimen arqueológico de Cercadilla— con la arqueología, contando en su plantilla con una especialista en dar leña a los restos aparecidos en cualquier obra utilizando para ellos términos tan cariñosos como latosos, escollos o quebraderos de cabeza y que participó entusiásticamente en la orquestada campaña que el alcalde Trigo organizó en los 90 para desacreditar la necesidad de paralizar obras cuando salieran restos de nuestro pasado.

Por otra parte, aunque el informe de los arqueólogos sea impecable en todos sus aspectos, se nota en él alguna graciosa concesión a su sacro pagano. No se explica de otra manera que en la interpretación histórica preliminar introduzcan una morcilla como esta: Hasta el final de su gobierno (Abd al-Rahman I) no se decidió por levantar una nueva mezquita aljama, reutilizando hasta entonces la parte sur de la antigua Iglesia de San Vicente (p. 73). El susto ante tamaña precisión se nos pasa cuando atendemos a la nota que acompaña al párrafo y descubrimos que se debe al hechicero que en su zaquizamí catedralicio cocina el emplasto oficial del relato del cabildo. Efectivamente don Manuel, que para eso es hechicero, posee poderes sobrenaturales y se ha autotransportado al pasado para poder averiguar por sí mismo que la mezquita fundacional se construyó empezando por la PARTE SUR de una fantasmagórica iglesia de la que hoy todavía no se sabe absolutamente nada y menos aún su ubicación.

Yo no creo que el cabildo haya sido afectado por este informe, aunque habrá que esperar a ver qué monta cuando termine de construir el nuevo centro de interpretación en el palacio episcopal por el que deberán pasar obligatoriamente todos los visitantes cuando esté terminado y ya haya sido convenientemente hisopado, porque en él se habilitarán las taquillas, y en el que gozarán de libertad absoluta para venderles el relato que quieran. Los curas no sólo están contentos por poder ejercer esa libertad de interpretación, sino también porque así no tendrán que cruzar la calle desde las actuales taquillas ubicadas en el Patio de los Naranjos hasta el palacio con las talegas atiborradas de euros contantes y sonantes libres de impuestos. Porque en ellas no se admiten tarjetas de crédito precisamente para evitar su control. Y la inhibición de las autoridades culturales locales a ofertar una interpretación estrictamente laica, racional y avalada por especialistas no contaminados de obligación de adoctrinamiento confesional del conjunto, ahora que además cuentan con varios espacios que podrían acogerlo perfectamente en el mismo entorno del monumento, no habla sino del entreguismo de la política local, autonómica y estatal al servicio de la Iglesia Católica.

(1) J. F. Rodríguez Neila (coord.) La ciudad y sus legados Históricos. Córdoba Romana. Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, 2017, p. 336.

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TERCERA PARTE

domingo, 4 de febrero de 2018

Fraudes paralelos: el Taj Mahal y la Mezquita de Córdoba

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Hace poco saltaba la noticia de que en India los radicales hinduistas habían rescatado la vieja teoría del estrafalario escritor indio P. N. Oak (1917-2007) acerca de que el Taj Mahal era en realidad un templo hindú, el Tejo Mahalaya (Palacio de Shiva) que el emperador mogol Shah Jahan había mandado tunear y convertir en la tumba de su esposa. Los hinduistas, cargados de razón historiográfica en rama, reclaman estos días al estado que ordene la devolución del monumento a la comunidad hindú y la prohibición a los musulmanes de que lo usen para su culto. Aunque el asunto está ahora en manos de la justicia y aún no sabemos, como corresponde a todo buen tema histórico politizado, en qué parará la cosa, las pruebas aportadas por el historiador se disuelven como un azucarillo en el café de las evidencias historiográficas, arquitectónicas y arqueológicas que avalan su pertenencia al ámbito islámico y su construcción ex nihilo. Cualquiera que haya estudiado, aunque sea por encima, el desarrollo de la arquitectura mogola puede comprobar la evolución de sus formas y de qué manera el Taj Mahal está perfectamente inscrito en ella. Es más, hace unos años Wayne E. Beagle puso de manifiesto, tras el descubrimiento de un manuscrito que reproducía el texto de Futuhat al-Makkiya (Iluminaciones de La Meca) de nuestro místico murciano Ibn ‘Arabi y que había pertenecido a Shah Jahan, que el complejo del Taj Mahal había sido diseñado según el diagrama del Trono del Paraíso que aquel incluía (1).

Salvando las lógicas distancias, podríamos considerar comparable aquella portentosa maniobra de mixtificación historiográfica pergeñada en el subcontinente indio con la que la Iglesia Católica viene empleándose en nuestros lares desde hace años en torno a la propiedad y la esencia de la Mezquita de Córdoba. Por los fines político-religiosos y económicos que persigue, por la apelación al discurso del victimismo y el odio que promueve entre sus fieles y por contar ambas con un hechicero con título universitario que cocina en un caldero para ambas iglesias radicalizadas, la católica y la hindú, un caldibache tóxico con el que modificar el ADN y la memoria histórica de ambos edificios, a medida de sus necesidades de rapiña. Porque nuestro profesor P.N. Oak, que en paz descanse, es nuestro canónigo Nieto Cumplido, que no nos deja descansar en paz.

Como el caso cordobés es muy conocido y hasta le he dedicado todo un libro que, aunque esté feo autopromocionarme desde aquí, os recomiendo como yacimiento argumentativo ambivalente, obviaré los pormenores que encontraréis en el libro y trataré, en la SEGUNDA PARTE de este post, de establecer las últimas vicisitudes del asunto.

(1) Wayne E. Begley, The Myth of the Taj Mahal and a New Theory of Its Symbolic Meaning, Art Bulletin, 61 (1979), pp. 7-37.

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SEGUNDA PARTE