Llego a la Filmoteca, pregunto en recepción y me direccionan de vuelta al patio donde una puerta da a una sala que debió ser una antigua capilla y en la que yo nunca había estado antes. Otra conferenciante esta terminando de explicar con diapositivas las relaciones entre eros y los toros a través de la arqueología. Me arrepiento de no haber venido antes. 15 minutos después Gil Calvo comienza su charla: La lidia del Leviatán.
Mi sociólogo de cabecera comenzó considerando la tauromaquia como un símbolo de la presencia de la virilidad, una representación de la lucha del hombre por conseguir, mantener y hacer triunfar la erección de su miembro. El miembro sería el toro, que se presenta así como autónomo del propio cuerpo, fuera de él, incontrolable por su propio dueño. Representa así la fuerza ciega de la naturaleza contra la que hay que luchar hasta que se doblegue a la voluntad del macho y le proporcione el triunfo. La embestida del toro sería la erección, condición sine qua non hay triunfo, no hay orgasmo. Así, la faena del torero no sería sino el conjunto de maniobras necesarias para conseguirlo. El carácter circular y rítmico de la faena: capotazos, carreras, cambios de ritmo, le llevan a considerarla una representación del coito o la masturbación, o de la vagina o la mano que propician la consecución de la finalidad de la sexualidad masculina: la eyaculación, el derramamiento del toro en la arena tras la estocada. Como con cada erección, la consecución de la embestida no está garantizada. Si el toro sale manso, no hay buena embestida, no hay triunfo. Si no hay una buena erección, hay frustración, hay gatillazo.
Seguidamente pasó a desarrollar su teoría fundamental sobre el carácter propio de la simbolización de la lucha política (y de la lucha política misma), la lucha por el poder, en el ámbito ibérico (más que latino), en relación con los países de nuestro entorno.
Su fuente de inspiración la situó en el libro de Norbert Elias, Deporte y ocio en el proceso de la civilización. En él, el sociólogo polaco coloca el origen del deporte moderno en la necesidad de simbolización y ritualización de la nueva concepción de la lucha política en la Inglaterra de fines del siglo XVIII. Justo en ese siglo y en relación con la disolución del Antiguo Régimen surge el parlamentarismo moderno, que se caracteriza por la lucha por el poder entre caballeros que tienen que atenerse a unas reglas para garantizar el juego limpio (fair play). Su ritualización es el deporte, que se convierte así en el aliviadero, por su función especular propiamente lúdica, de las tensiones inherentes a las batallas políticas. Los deportistas, al igual que los políticos parlamentarios, luchan por la victoria final, por el poder, de una manera limpia, guardando siempre las maneras y cumpliendo estrictamente las normas del reglamento.
En el ámbito ibérico, según Gil Calvo, las mismas circunstancias históricas dan lugar a una versión de la ritualización de la lucha por el poder radicalmente diferentes. La idiosincrasia ibérica (española y portuguesa) en materia de lucha política, como defiende en su reciente libro La ideología española (aún lo tengo pendiente de leer), se caracteriza por el incivismo y la espectacularidad, la dramatización extrema, el sectarismo y las tendencias destructivas. Una idiosincrasia de raíces quevedescas cuyas hojas siguen verdes hoy día.
Y el espectáculo taurino es su representación más fiel. Fiesta nacional lo llaman, consecuentemente. Según Gil Calvo el toro es el poder absoluto, la fuerza arrasadora, la tiranía monstruosa a la que el héroe se enfrenta desde la debilidad extrema. Un héroe alfeñique en su fortaleza, pero armado de una fina astucia y una acerada capacidad conspiratoria que le lleva siempre a la victoria en esa desigual lucha por el poder. Los ejemplos que puso fueron muy elocuentes, porque abarcan a todo el espectro político del tablero hispano. Guerrilleros de 1808, liberales de 1823, la Iglesia, los anticlericales, comunistas, falangistas... Derechas e izquierdas, revolucionarios y contras, ultras y centristas, nacionalistas y centralistas... Todos se consideran héroes, toreros, débiles Davides vestidos de luces que se enfrentan a enormes Goliathes negros armados de cornamentas mortales y a los que es preciso destruir. La tauromaquia sería así una simbolización de la lucha por la libertad, en contraposición a la galaxia deportiva anglosajona que lo sería de la búsqueda de la civilidad.
Estando como estoy de acuerdo con él en la mayor parte de sus exposiciones, no acabo de sentirme identificado con la medulita del significado simbólico de la lucha taurómaca. Para mí la lucha del torero con el toro no simboliza tanto la lucha del héroe alfeñique contra el monstruo absolutista por la libertad con la sola ayuda de la muleta de su inteligencia como la del pinturero monarca o detentador fino del poder contra el monstruo amorfo, negro, enorme, pero irracional y medio ciego, que es el pueblo, la masa informe y terrible que debe ser conducida mediante el engaño al terreno propicio de las tablas para ser debidamente castigada, dominada, y puesta en suerte para el sacrificio supremo: la estocada que hará triunfar el poder del torero-monarca, el matador-político que se hace con la gloria de la arena y la bolsa de la taquilla.
Pero también puede ser que mi disidencia con el maestro Gil Calvo responda a prejuicios profundos que afectan a mi visión de las cosas. A que me cuesta admitir algún valor positivo en una manifestación intolerable como es la fiesta de los toros, cosa que afirmo desde mi anticasticismo militante, que me coloca consecuentemente en los mismos parámetros de idiosincrasia ibérica que él está denunciando.
No había pensado en esa representación de los toros desde la lógica héroe-monstruo. Más bien en una relación hombre-víctima. Al fin y al cabo la víctima debe ser la parte más débil, y hasta donde yo sé el toro siempre muere. Haga lo que haga.
ResponderEliminar¿Te gustaría reescribir mi biografía?
ResponderEliminarEasily I acquiesce in but I contemplate the collection should prepare more info then it has.
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