jueves, 29 de marzo de 2007

Acerca del verdadero origen del flamenco

De un plumazo, de un solo plumazo, este humilde redactor de blogs se dispone a cargarse las más acrisoladas y canónicas teorías que se han formulado acerca del origen del arte andaluz más genuino: el flamenco. Ricardo Molina, Anselmo G. Climent, Fernando Quiñones, Félix Grande y tantos otros flamencólogos de reconocido prestigio estaban equivocados. El azar y mi esfuerzo pesquisitorial se han asociado felizmente para coincidir en un sensacional descubrimiento que va a resquebrajar el granítico mundo de la flamencología. Ya sabéis, todas aquellas bonitas teorías sobre las puellae gaditanorum, los gitanos de Cachemira que se encuentran con los jirones de las músicas moriscas, las peregrinas influencias de los cantos sinagogales judíos..., en fin todo el corpus sacrus de la ortodoxia cantejondista gitanoandaluza, arrasado por los nuevos aires que desde hoy corren.

Durante mi último viaje a Maruecos, husmeando en un oscuro zaquizamí de cintas de cassette de Bab el Okla en Tetuán encontré una de ellas, polvorienta y descolorida, en el fondo de una desportillada caja atiborrada de cantos coránicos. Rutinariamente me interesé por ella. Contenía, según el viejo vendedor que atendía el local, interpretaciones de ciertas formas musicales arcaicas de una tribu árabo-bereber perdida en las inaccesibles estribaciones del Rif. Tras el ritual regateo la compré, me la llevé al hotel y en la modorra de la siesta la coloqué en mi viejo reproductor portátil. Mi sorpresa fue mayúscula al descubrir nada más comenzar a escucharla las mil afinidades que con nuestro cante jondo andaluz presentaban los primeros compases introductorios del primer tema. Similitudes del aire oriental, recuerdo que pensé para tranquilizarme. Pero el corazón se me desbocó totalmente en el momento en que el cantante empezó a emitir melismas y gorgoritos y a hilar inquietantes frases musicales de entrañable cercanía emocional. ¡¡¡Aquello era, indudablemente, flamenco!!! Tras escuchar la cinta de un tirón con el alma en vilo regresé corriendo a la tienda y pedí al viejo vendedor que me hablara de aquel lugar donde se había grabado. El apergaminado semblante del viejo se ensombreció de repente y con los ojos arrasados de lágrimas me contó que aquel pueblo de donde procedían aquellas canciones había desaparecido tragado por las montañas tras el terremoto que hacía unos años había asolado las comarcas centrales del Rif. Allí murieron todos los habitantes llevándose al paraíso de Allah el secreto de aquella música. Me contó que él era nacido en un pueblo vecino e iba cuando joven todos los jueves por la noche a los cafetines de la calle principal donde los mejores intérpretes, acompañados con el sonanthi un instrumento parecido al laúd, pero que se tocaba con los dedos y no con púa como aquél, entre vasos de té, palmas y el humo del kiffi cantaban felah manku (canto campesino), las viejas canciones de sus antepasados cuyo origen se perdía en la noche de los tiempos. Las mismas, me contó sigiloso, que habían enseñado a una tribu de gitanos provinente de Egipto que había pasado por allí unos siglos antes camino de España.

Transido de emoción comprendí que me hallaba ante el dato clave que desvelaba por fin los más profundos arcanos del origen del flamenco, que tenía el privilegio de ser el primero en acariciar los más secretos capilares de la genuina raíz del cante jondo.

Así pues, puede asegurarse sin ninguna duda que EL FLAMENCO TIENE SU ORIGEN EN EL PUEBLO BEREBER, exactamende igual que el ADN de los vascos.


Me hallo estos días sumergido en una febril actividad teorizadora para elaborar y desarrollar el texto definitivo que acabe llevando la luz a todos los rincones oscuros del nuevo orden teórico del origen de nuestro cante nacional andaluz, pero he sacado unos jirones de tiempo para ofreceros a vosotros, mis fieles, aunque gaseosos, lectores, la primicia.

Os ofrezco en rigurosa exclusiva un tema de la cinta que he digitalizado para vosotros con mucho cariño. Se trata de unas fanghandiyyas que con el título de Maka, maka salshit, inna furubi ktakuesti asin (cada vez que considero que me tengo que morir), en lengua bereber rifeña interpreta por el malogrado Muhammed Kaghajund, Uald al Barquq (Niño de las ciruelas) acompañado al sonanthi por el también malogrado Rachid Ketegueshen, Snin Dhabía (El Orodentado).





OTRAS INVESTIGACIONES

miércoles, 28 de marzo de 2007

El Pescódromo de Córdoba

A mí siempre me ha sorprendido la diferente consideración que la gente que practica una sensibilidad contemporánea guarda respecto a la practica de dos formas de ejercicio de violencia natural perfectamente equiparables: la caza y la pesca. Así, esas personas que gobiernan su pensamiento mediante una racionalidad humanística suelen guardar una consideración hacia los cazadores acorde con la repugnancia que la sangrienta actividad lúdica merece, mientras que con la actividad de los pescadores, que participa del mismo espíritu de primitivismo depredatorio, de atávica agresividad, guardan en cambio una consideración más laxa, más comprensiva, cuando no directamente aprobatoria.

Tal vez tenga que ver con el diferente grado de parafernalia que uno y otro deporte presentan. La uniformidad casi militar, la contundente necesidad de las armas de fuego, la vista de la muerte instantánea, el ajetreo de cadáveres sangrantes, etc., son elementos que hacen que estéticamente la caza presente un aparente mayor grado de violencia respecto al medio natural y un mayor nivel de embrutecimiento ético de sus practicantes. La pesca, por el contrario, es percibida casi como una actividad filosófica, por su casi nulo atrezzo guerrero, su arma ofensiva de apariencia mucho menos agresiva, la concentración casi zen de su práctica, etc. Puede también que se deba a una especie de inconsciente solidaridad de raíz xenófoba entre terrestres que no se identifica con la mirada de esos seres extraños a nuestro medio que son los peces. Pero yo nunca conseguí diferenciarlas. El principio activo para mí es el mismo: el disfrute basado en la acción de infligir daño voluntariamente a otro ser vivo sin que medien necesidades alimentarias. Me merece idéntica consideración el tipo que encuentra un placer positivo en descerrajarle un tiro a un conejo que corre por el campo que el que lo hace destrozándole la mandíbula a un barbo al que dejará asfixiarse lentamente metido en una red. Y si lo libera..., pues casi peor. Sería como si el cazador se limitara a romperle una pata al ciervo de un disparo y luego lo dejara marchar para que intentara sobrevivir.

Pero tal como están las cosas últimamente tal vez ya exista un catedrático de veterinaria que haya demostrado tras arduos experimentos que los peces son inmunes al dolor que pudieran infligirles los terribles anzuelos de acero que les atraviesan las mandíbulas. Como aquél que lo hizo respecto a los toros de lidia. ¿Serán esos iluminados catedráticos inmunes al dolor de sus cojones tras pillárselos con la tapa de un baúl?

Por eso me llena de estupor la noticia de la colocación de la primera piedra de un PESCÓDROMO por las autoridades municipales de la capital cordobesa en el río Guadalquivir a su paso por la ciudad, donde los individuos aficionados al agresivo deporte puedan practicarlo a la vista de todo el mundo, niños incluidos. Seguramente andarían más cuidadosos si se les presentara un proyecto de construcción de un CAZÓDROMO, un lugar donde los aficionados al tiro de escopeta pudieran matar cuantos bichos del campo soltados allí exprofeso pudieran sin necesidad de tener que coger el coche para ir a la sierra. En el estadio del Arcángel mismo.

Yo suelo utilizar una regla, no del todo exacta, aproximativa, pero sí bastante útil, para calibrar la textura esencial de diversas actividades humanas, normalmente lúdicas, consistente en considerar el número de mujeres que gozan con ellas y que por lo tanto las practican activamente y no como elementos meramente decorativos como suele ser el caso. Así no parece que haya muchas mujeres que disfruten acudiendo a los estadios de fútbol, ni que formen parte de las juntas directivas de las cofradías de Semana Santa, ni que participen del testosterónico mundo de los moteros (a no ser como voluntarias complementos decorativos de las propias motos), ni del automovilismo, ni que salgan al campo a pegarle unos tiros a los animalitos que con ellas se tropiecen, ni que se sienten a la orilla de un río con una caña a la espera de que algún pescado que a sus quehaceres cotidianos tranquilamente vaya se clave en el morro el afilado acero que alevosamente les ofrecen disfrazado de sabrosa tapita de lombriz.





Ya lo explicaba mejor que yo Fernando Santiago el otro día en El País Andalucía:

Lo de las costaleras cordobesas es asunto curioso, porque ha ido a dar en la médula de lo más rancio de la sociedad andaluza. El mundo cofrade es machista, reaccionario y misógino, con un pensamiento libidinoso: eso del roce bajo el paso es de mente calenturienta. Cosa bien distinta es que no alcanzo a comprender el interés de las dos muchachas por cargar un paso, con lo que pesa y lo que se tiene que sudar ahí abajo .Es mucho mejor tomarse las vacaciones para viajar o para descansar. Tiene que haber de todo en la viña del señor (¿se escribirá con mayúsculas?¿es una blasfemia la minúscula?).

La semana alcanza su cenit con el campeonato de mundo de motos en Jerez. Es uno de los reductos más machistas que quedan. Las motos es un ámbito masculino, no sólo porque no compite ninguna mujer, sino porque los moteros son en su inmensa mayoría hombres, y si hay mujeres van de paquete en la moto o son azafatas vestidas de manera sugerente en los boxes. Es un mundo para el alarde masculino, para la exhibición del macho, a ver quién la tiene más grande, a ver quién hace el caballito, quién quema más neumáticos, quién corre más de prisa. Es decir, para la testosterona y otras fantasmadas por el estilo, con alguno que termina en el hospital o en el cementerio. No entiendo cómo ninguna feminista o ningún órgano de la administración hayan dicho nada al respecto. El mundo de las motos es tan machista como el cofrade: la mujer de adorno, en un lugar con mantilla y en otro provocativa.



El País Andalucía 26/03/07

martes, 27 de marzo de 2007

Zizek y la y tortura

Espeluznante por la ácida lucidez que rezuma el artículo de Slavoj Zizek de hoy en El País en el que reflexiona sobre la tortura tomando como base la confesión bajo torturas del detenido en Guantánamo Jalid Sheik Mohammed. Aparte de analizar el proceso de su autoinculpación como principal cerebro del atentado de las Torres Gemelas y si le aprietan un poco más hasta de la pervivencia de un dinosaurio fascista como Fraga en la política española, el filósofo esloveno centra su análisis en la pavorosa constatación de que la conciencia democrática occidental, el mayor tesoro con el que cuenta el mundo nacido del Siglo de las Luces, está siendo sistemáticamente mutilada por una panda de malnacidos hijosdeputa que con fines estrictamente soldados a su propia pervivencia en el Poder, están socavando sus más íntimas bases éticas, morales y filosóficas.

En cierto sentido, quienes no defienden claramente la tortura pero la aceptan como tema legítimo de debate son más peligrosos que los que la apoyan de forma explícita: el apoyo explícito sería un escándalo y, por tanto, se rechazaría, mientras que la mera inclusión de la tortura como asunto legítimo nos permite coquetear con la idea y conservar una conciencia pura: ¡Por supuesto que estoy contra la tortura, pero no hace daño a nadie que hablemos de ella! Esta legitimación de la tortura como tema de debate altera el trasfondo de las suposiciones y opciones ideológicas de manera mucho más drástica que su defensa descarada, porque transforma todo el campo de discusión, mientras que, sin ese cambio, la defensa abierta sigue siendo una opinión idiosincrásica.

La moralidad no es nunca una cuestión exclusiva de la conciencia individual; sólo puede florecer si se apoya sobre lo que Hegel llamaba el espíritu objetivo o la sustancia de las costumbres, la serie de normas no escritas que constituyen el trasfondo de la actividad de cada individuo y nos dicen lo que es aceptable y lo que es inaceptable. Por ejemplo, una señal de progreso en nuestras sociedades es que no es necesario presentar argumentos contra la violación: todo el mundo tiene claro que la violación es algo malo, y todos sentimos que es excesivo incluso razonar en su contra. Si alguno pretendiera defender la legitimidad de la violación, sería triste que otro tuviera que argumentar en su contra; se descalificaría a sí mismo. Y lo mismo debería ocurrir con la tortura.

Por ese motivo, las mayores víctimas de la tortura reconocida públicamente somos todos nosotros, los ciudadanos a los que se nos informa. Aunque en nuestra mayoría
sigamos oponiéndonos a ella, somos conscientes de que hemos perdido de forma irremediable una parte muy valiosa de nuestra identidad colectiva. Nos encontramos en medio de un proceso de corrupción moral: quienes están en el poder están tratando de romper una parte de nuestra columna vertebral ética, sofocar y deshacer lo que es seguramente el mayor triunfo de la civilización: el desarrollo de nuestra sensibilidad moral espontánea.

En ningún sitio se ve esto más claramente que en un detalle significativo de la publicación de las confesiones de Mohammed. Se nos ha contado que los agentes que torturaron se habían prestado a sufrir la tabla de agua y que sólo fueron capaces de aguantar de l0 a 15 segundos antes de estar dispuestos a confesar lo que fuera, mientras que tuvieron que admirar a Mohammed, muy a su pesar, porque aguantó dos minutos y medio, el tiempo más largo que recordaban. ¿Nos damos cuenta de que la última vez que se oyeron frases de este tipo en público fue a finales de la Edad Media, cuando la tortura era aún un espectáculo público, una forma honrosa de poner a prueba a un enemigo valioso capturado, que lograba ganarse la admiración de la muchedumbre si sabía soportar el dolor con dignidad?

(El País, 27 de marzo de 2007)