sábado, 15 de marzo de 2008

Por favor: llévense la Semana Santa al Arenal, por favor (remix)

Pon porropón porropón pon pon ponporropon pon pon. Piiiiiipa parapiiiiipa paparapapa pa parapá pa pa pa pa pá. Pon porropón porropón pon pon...



Hermosos días estos días de un mediado marzo. Aire tibio, acariciador, y preñado del regalo del aroma del azahar. El tópico encarnado, hecho sensación real y la sensación real entopicada en la hamaca lenta de las mañanas cordobesas. Pero es Semana Santa, además, y anda la Muerte paseando por las calles. No sigilosa y secreta como suele, sino en triunfante cortejo con sus paladines. Muerte encapuchada y ennegrecida de hachones, entronizada en altares ambulantes y ritmados al son de tambores de guerra, seguida de siniestras mantillas, caducados ternos cruzados, sotanas eunucas, beatos epicenos, descatalogados militares, engominados mariquitas y de un populacho enajenado por el alcaloide dulzón del incienso, pero más aún por el acre veneno de la superstición.

A estas alturas ya no tengo esperanzas de ver triunfar la razón ilustrada sobre el oscurantismo religioso, pero ejerzo mi derecho a protestar por las imposiciones intolerables de la carcunda cofrade, por la invasión del espacio público de sus repugnantes macabradas, amparada en el populismo más casposo y en la inepcia hipócrita de los gobernantes.

A finales de los 70 la razón urbanística, política y sanitaria se impuso a los rancios tradicionalismos y consiguió el traslado de las ferias andaluzas desde de los centros de los cascos urbanos a terrenos especialmente habilitados para ellas, amplios, alejados del centro y, sobre todo, dotados de infrestructuras de saneamiento acordes con los tiempos actuales. En Córdoba se habilitó para ello una enorme explanada en una curva del río que ha estado cumpliendo su cometido a la perfección durante muchos años. El Arenal ha servido además para esparcimiento de los ciudadanos el resto del año y se ha intentado convertir en el ámbito más idóneo para la celebración de los ya inevitables botellones juveniles. ¿Por qué entonces, teniendo esta ciudad como tiene esa magnifica explanada en la que caben muchos campos de fútbol, no se plantea seriamente y de una jodida vez el traslado de la Semana Santa a ella? Ello teniendo en cuenta que su prohibición total, aunque legítima, sería realísticamente imposible y que además de una celebración sectaria se ha convertido en una atracción turística de primer orden, toda vez que muchos miles de ciudadanos de otros estados sienten la, para mí, morbosa curiosidad de venir a ver a estos ciudadanos semiafricanos cocerse en su caldo supersticioso, barroco y oscurantista, seguir una tradición antiilustrada y macabra a falta de otras aficiones más saludables.

Bien: no se puede prohibir, y menos en esta ciudad que vive prácticamente del turismo, tanto del cultural como del étnico. Pero si de una atracción turística se trata, así hay que considerarla a todos los efectos. Y ¿no sería mucho más efectiva la creación de un parque temático portátil cofrade en el Arenal durante la Semana Esa? Así, los que no comulgamos con esas manifestaciones medievales y malsanas, podríamos seguir disfrutando de nuestra ciudad como el resto del año, sin necesidad de tener que emigrar por fuerza para evitárnoslas, y los consumidores de sus ritos tanto los devotos como los estetas o los borrachuzos tendrían un lugar acondicionado para ejercitar sus derechos como tales consumidores sin avasallar los derechos de los consumidores de otro tipo de ocio, que no pasa por el incienso y la cera. Podrían montarse graderíos largos, a la manera en que se montan actualmente en las carreras oficiales dentro de la ciudad o bien construir maquetas de calles estrechas, ideales o clones de las verdaderas, con sus faroles, sus paredes encaladas, sus ventanas cuajadas de gitanillas y sus saeteros (incluso podrían funcionar con monedas), estratégicamente colocados, en ellas preparados para desgañitarse al paso del la imagen que toque.

Un Procesiódromo, a imagen y semejanza del Sambódromo habilitado por el Ayuntamiento de Río de Janeiro para la procesiones del Carnaval, tan respetables o más que las de los cofrades. El problema de la negativa de los cofrades a trasladar sus esculturas sagradas en camiones al Procesiódromo, en lugar de hacerlo montando el guirigay desde el templo mismo en procesión, como vienen haciendo ahora (¡en cualquier época del año!), se solucionaría mediante la retirada de las cuantiosísimas subvenciones públicas que reciben a quienes se negara a hacerlo. Con el tiempo, que (casi) todo lo lima, podría incluso plantearse la posiblilidad de celebrar carreras de procesiones a la manera de los que celebran en ciertos sitios con tractores o bestias de carga. Seguro que atraeríamos muchos más turistas. Celebrándolos de noche nos aseguraríamos además las tan anheladas pernotasiones que son el sinvivir del gremio hotelero y del concejal de turismo de turno de esta bendita ciudad. ¿Para cuándo, por favor?



NOTA: Esta entrada se publicó en la Semana santa del 2006. Por pura vagancia/cansancio) no me estrujaré este año las neuronas para defender el derecho de los ciudadanos minoritarios no consumidores de productos supersticiosos a que los mayoritarios que sí lo son les impongan en la vía pública sus idolatrías.

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