Los escasísismos aunque fieles lectores de este blog saben de mi enfermiza fobia por el fútbol. Así que se pueden imaginar qué día llevo. En este momento (12 de la noche) sufro el ataque sonoro de cientos de australopitecos adictos a la automutilación intelectual que llevan un par de horas pasando continuamente bajo mi balcón gastando miserablemente gasolina para hacer sonar los cláxones de sus coches por toda la ciudad, agitando por la ventanillas el simbolismo apolillado del trapo rojigualda. Y me imagino que en la plaza de las Tendillas habrán hollado de nuevo con sus sucios pies la estatua casi centenaria, símbolo de la urbanidad. Barbarie al asalto de la urbanidad. Nada nuevo, pero nada más peligroso.
Pero aparte de la fobia, incurable por otra parte, sigo con una creciente preocupación, que tiene que ver con el propósito de este blog inscrito en su propio título, las crecientes victorias del equipo de patadistas iletrados millonarios que supuestamente representa al estado español en el asnal negocio ese de dar coces en un campo de hierba, principal sustancia estupefaciente y alimento espiritual de mis contemporáneos. Ateo sin fisuras como soy y, por tanto sin posibilidad de solicitar gracias conscientes a cualquiera de los seres imaginarios que pueblan sorprendentemente aún las mentes de la inmensa mayoría de mis coetáneos, tengo que aferrarme al poder del deseo, a la conjura de las puras fuerzas desiderativas para solicitar con todas mis ganas que
EL EQUIPO DE LA SELECCIÓN ESPAÑOLA PIERDA EL PRÓXIMO PARTIDO
y nos libremos de la desgracia de convertirnos en campeones de cualquiera que sea la copa que se juegue. La salud mental del país lo agradecerá, aunque no tanto los banqueros, políticos y empresarios, cuya riqueza y poder es inversamente proporcional al grado de estupidización social de un país.
Pero mi mayor interés personal es el horror de tener que asistir a la entronización como héroe nacional de un homínido atascado en un grado inferior de la evolución cuyo mayor aportación al pensamiento humanista occidental son las frases: negro de mierda y flores a mí, que no me cabe por el culo un pelo de gamba, cuando despreció miserablemente las que le obrecían amablemente los representantes de un municipio extranjero. Me refiero al entrenador Luis Aragonés, cuyo éxito le permitiría insultarnos tal vez también con su apestoso pensamiento sobre las mujeres, una vez conocido el que excreta sin mucho esfuerzo contra los humanos de otra raza y los de opciones sexuales alejadas (o no) de la suya. Ya se sabe: dime de que presumes... Aún estoy esperando la reacción de condena de cualquiera de los intelectuales también adictos al alcaloide de las pantorrillas peloteras.
Y ya calentito, acicatado de la bilis y de mala hostia por la agresión de los australopitecos aullantes y abanderados y ya puestos a pedir y a ofrecer, ofrecería a las autoridades de esta ciudad, atascada en las ideas para facilitar la consecución de la capitalidad cultural en una fecha aún lejana, que se plantearan un reto sorprendente, por racional y por desquiciado, pero que podría llamar la atención del mundo ilustrado. La declaración de
El eslogan se completaría con la organización de una serie de campañas de desintoxicación de la ciudadanía del veneno obnubilador del fútbol, una droga poderosa más peligrosa que cualquier otra, que fomenta la competitividad estéril y la vaciedad moral, el odio cerril al vecino, que propone como modelos para la infancia y la juventud personajes que se jactan de no haber leído jamás un libro, cuando no de más que dudosa catadura moral, la cultura del éxito sin esfuerzo, que jibariza las infinitas posibilidades de expresión del ser humano y una amplia oferta de cursos de readaptación para los más enganchados a alimentos espirituales más saludables y nutritivos. Al estilo de las organizadas contra el tabaco, el alcohol y las drogas.
Todo ello en el marco de la coyuntura de que el equipo de la ciudad, el Córdoba Club de Fútbol viene vegetando en los últimos años en categorías ínfimas y el entusiasmo de los aficionados se debe más a un voluntarismo de origen estrictamente vicioso, adictivo, que a reales merecimientos del mismo. Y de la feliz coincidencia de que a pesar de haber conseguido ascender a una cierta posición salvadora, la forza del destino ha venido a soplar con sus carrillos de angelote cachondo sobre la razón estética y moral haciendo que
A) Una reclamación, con más que fundadas probabilidades de prosperar, de un equipo rival en una misteriosa cláusula de régimen interno de al traste esperanzadoramente con las expectativas de ascenso.
B) El enjuiciamiento y probable condena por asociación mafiosa para encementar el litoral andaluz del propietario absoluto de club, uno de los más emblemáticos y ricos próceres (¿por qué me cambiará el corrector por poceros?) de la ciudad provoque una quiebra financiera del equipo y un más que seguro nuevo descenso a la categoría inferior por falta de pago de las nóminas de la plantilla.
Así que a la ocasión la pintan calva. En caso de permanencia es probable que el club se autodisuelva y el dinero que se salve de la quema pueda usarse para fines más nobles. Es algo que desde aquí deseamos ardientemente ¡Que gozada el ver el estadio que pagamos todos los ciudadanos convertido en un centro cultural multiusos (conciertos, talleres, etc), sede de la Orquesta Ciudad de Córdoba a la que el Ayuntamiento pretende disolver por falta de local y de interés, libre del aguardentoso aliento de los hinchas futboleros, del salvaje griterío de los aulladores humanoides voluntariamente descerebrados! Qué alivio la eliminación natural de los más simiescos entusiasmos callejeros propios de atrasadas sociedades tribales, el perder de vista la sonrisita estúpida y el tonillo infantiloide de tantos telepollas que se comen una desproporcionada porción del pastel informativo de este país o la eliminación de las sobredosis de euforizantes artificiales que los aficionados al patadesco espectáculo suelen derrochar en las victorias de sus iletrados ídolos, en perjuicio del interés por otras causas más racionales y humanísticas. Y last but not least la liberación del delicado alma de nuestra alcaldiosa, Rosa Aguilar, de las garras de la hipocresía por su autoimpuesta obligación de asistir y ofrecer una panoplia de patéticas muecas de falso entusiasmo a unos espectáculos que, como muchos de los lectores de este blog saben porque la conocen desde chica, desprecia íntimamente.