PRAGA (de más cervezas, hipos y brontosaurios)
De los muchos lugares que frecuentamos a lo largo de la semana en Praga el título de favorito lo consiguió en seguida una taberna escondida en plena Mala Strana, a escasos 50 mts. de la calle más turística de la ciudad, Nerudova, permanentemente abarrotada por las manadas de guiris que bajan del castillo buscando un restaurante donde ser saqueados a placer. La encontramos por casualidad en un callejón paralelo en el que sólo parece existir la puerta de la taberna, a dos pasos de la esquinera escultura dedicada a Churchill, que a saber qué carajo tendrán que agradecerle los praguenses. Y se llamaba, y se llama U Hrocha, El Hipopótamo. Aparte de su discreta situación la capa de pintura que pedían a gritos sus paredes debía ahuyentar suficientemente a los turistas. Las cinco o seis veces que fuimos sólo encontramos a aborígenes trasegando cervezas o saboreando alguna tapa de la menguada pero exquisita lista que exhibía. Sí: tapas. Pueden llamarse así. Se trata del equivalente a una media ración de aquí, la medida que comienza a ser la estandar en España ahora que la tapa convencional está desapareciendo de los bares. Nuestras favoritas unas gruesas salchichas rellenas en vinagreta, un queso frito y sobre todo unos riquísimos arenques ahumados en aceite y con guarnición (uzené matjesy). Como en casa. Nuestra Sociedad de Plateros en Praga.
Al tercer día ya conseguimos que el tabernero nos considerase dignos de regalarnos con un apunte de sonrisa, tal ven en compensación por mi valerosa pretensión de pedirle todo en un titubeante checo aprendido en un curso de conversación Pimsleur básico que me bajé del emule un mes antes, tras notar el bajón de la calidad de mi pronunciación de la jodida letra "ř" tras la cuarta jarra de Pilsner Urquell (Pilsener tradicional). Una recompensa que él nunca sabrá cuán feliz me hizo. La tal letra se pronuncia poniendo la lengua como para hacer sonar la "r", pero pronunciando "ll". Jodido de verdad. Y con cuatro jarras encima, ni te cuento. Para colmo los servicios de caballeros contaban con unas magníficas pinturas rupestres de temática erótico-cervecera que espero que conserven para las generaciones venideras.
El checo es mi primera incursión en las lenguas eslavas y probablemente la última. Me encantan las lenguas y procuro aprovechar los lugares que visito para tantear los rudimentos de las se que hablan en ellos, captar aunque sea mínimamente su funcionamiento, Pero me voy haciendo viejo y mi capacidad de entusiasmo se va enturbiando y mi paciencia encogiendo. Y eso que el checo es una de esas lenguas que me caen bien porque no caen en la vulgaridad de acoger los barbarismos con servil complacencia. No. A las patatas no las llaman como la mayoría de las lenguas con acusada personalidad con un vocablo descendiente de las originales incaicas o de la marcial palabra alemana y rusa kartofen. La llaman brambora, palabra que tiene un dulzón aroma de viejo festival de San Remo. Yo además pensaba que para llamar a la cerveza, y con la lógica excepción del chino, que la llaman dramáticamente pi-djió, sólo se admitían en todo el mundo dos ramas denominativas: la universal de bière, birra, bier, etc., provinente de las lenguas germánicas y la de los atravesados de los hispanolusos que usamos el extrañísimo vocablo provinente del celtolatino: cerveza, cerveja. Los checos por su parte y sólo por joder la llaman pivo, que está jodidamente más cerca del chino que de cualquiera de sus primas indoeuropeas. Para que no te confíes ni un gramo. Dva pivo, prosim. Dos cervezas, por favor. Con sólo esas palabras mágicas lo que te sirven son dos jarras de medio litro de la cerveza de más tiro en la taberna. Por 1€ el ejemplar.
Lo de chapurrear un poco de checo no siempre da buenos resultados. Sobre todo si se hace con la perfección que yo alcancé. Otro de nuestros lugares favoritos, este sí recomendado por el Filósofo, fue el Ferdinanda. Un local muy sencillo decorado con motivos ferreteros. Las lámparas y los servilleteros son cubos de cinc y las aceiteras están dotadas de un asa formado por la cabeza de un potente martillo. La cerveza es excelente, sobre todo la negra Sedm Kulí (Siete Balas), llamada así en "homenaje" a los siete balazos que recibió en Sarajevo el Archiduque Franz Ferdinand, fundador de la cervecería, según nos informa Max en la entrada que le dedica en su blog. Lo dicho. Otra muestra más de la alegría de la huerta checa. Bueno pues la primera vez que fuimos sólo había dos clientes y el camarero, un mocetón simpático para los estándares locales. Saludé en checo (dobriden) y pedí las consabidas dva pivo. Con las pivo nos trajo la carta. Una carta en un pulidísimo checo, lleno de acentos de todas las clases, volcados a la izquierda, a la derecha, circunflejos, circulitos... Así que mientras trasegábamos la primera jarra nos entretuvimos peleando a brazo partido con la dichosa carta con la inestimable ayuda de nuestro mini diccionario y de los vocabularios culinarios que habíamos bajado de internet en formato de cómodos folios, para tratar de descifrar las maravillas culinarias que nos ofrecía. Más que una mesa de bar parecía el bufete de un arquietecto. El camarero contemplaba alucinado nuestro despliegue papelario desde la barra. Ya digo que no había ni dios en el local. Al final encontré el famoso Pečené vepřové koleno, codillo de cerdo asado y C. se pidió un gulash (carne de ternera en salsa de páprika). El 75% de la carta se quedó sumido en la más profunda oscuridad para nuestros entendimientos. Cuando llegó el koleno estuve a punto de sufrir un ataque de colesterol ocular sólo ante su vista. Podría haber pasado por un codillo de brontosaurio. De hecho lo primero que pensé es que el marrano al que perteneció, en su estado natural vivo y de pie me sacaría, de pie yo también, por lo menos dos cuartas por encima de mi cabeza. Cuando recibimos la cuenta venía también todo lógicamente en checo normalizado, pero curiosamente al final del todo habían subrayado con rotulador fosforito limón un TIP IS NOT INCLUDED, lo que me pareció todo un detalle políglota de la casa.
A los dos días, todavía con la resaca digestiva del codillo, que deglutí entero, volvimos al Ferdinanda. Como el local estaba lleno compartimos mesa con dos rusos (llevaban una guía de Praga en cirílico) que andaban ya en los postres. Encima de la mesa una carta exactamente igual que aquella con la que nos peleamos dos días antes. Comenzamos a ojearla alegremente y al poco nos sorprendimos del altísimo nivel de checo que habíamos alcanzado en sólo dos jornadas. Hasta que nos dimos cuenta de que lo que estábamos leyendo estaba escrito en un correctísimo inglés de Oxford con las especialidades de la casa perfectamente inteligibles. Cuando el camarero se acercó a servirnos las primeras dos jarras sentí un irresistible impulso de dejarle caer como por descuido la aceitera del martillo en su pie mientras le susurraba con mi mejor tono compungido: Oh, prominte (lo siento): eso por lo de la carta del otro día, cacho penco. Me reprimí como pude pero desde luego no le dejé ni un chavo de propina como la vez anterior. No creo que lo hiciera por mi buen acento checo, pero por si acaso no volví a intentarlo. De todas formas volvimos una vez más a comer y se convirtió en uno de los más agradables lugares donde estuvimos. Perdoné magnánimamente al camarero y le restituí la propina.
(Continuará)
ÍNDICE DEL VIAJE
PRAGA (de cervezas y defenestraciones)
PRAGA (de más cervezas, hipos y brontosaurios)
PRAGA (del turismo artesanal e industrial)
Catolicismo "gore" en Praga
Niño Jesús de Praga: la Barbie antecessor
Córdoba y Praga: escultura humorística
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