No sé cuántas cosas agradecen realmente los checos de su larga estadía en un régimen comunista formal, pero yo creo que hay dos positivas que deberían reconocerle. Una es la conservación del enorme casco antiguo de su capital, milagro que no ocurrió por pura sensibilidad histórico-artística, sino por la lógica de haber quedado fuera de la fiebre especulativa que destrozó la mayoría de los cascos históricos europeos en los 60 y 70. La otra es haber propiciado el nacimiento de al menos un par de generaciones de ciudadanos alejados de las garras de la superstición religiosa. Ambas además se complementan con la suerte o el acierto de haber gozado de una transición que les puso en manos de alguien como Vaclav Havel y no en las de alguien como Boris Yeltsin. Este último convocó en su ayuda a las fuerzas más reaccionarias, de la oposición: las sucias barbas y las mugrientas sotanas de los popes, que reclamaron pronto su papel de instancias morales de la sociedad rusa. Sus símbolos, los añejos iconos que sólo dormían en los viejos baúles presoviéticos. Su agua de bautizar, el violento vodka de la irracionalidad. En Checoslovaquia se convocó desde el primer momento a la razón y la cultura. Havel decubrió años después de la liberación que el calificativo de Terciopelo que se le dio a la Revolución no se debió a su carácter suave y muelle, sino que hacía referencia al grupo de rock Velvet Underground, cuyas prohibidas canciones se convirtieron en un símbolos de la libertad entre los intelectuales de los 70. Y para su bautizo no pudo ni debió utilizarse otra cosa que la rubia, alegre, espumosa cerveza checa.
El caso es que hoy la sociedad checa es probablemente la más libre del cáncer supersticioso del mundo. Si la falta de libertad y la terrible censura intelectual pudo pesar sobre el ánimo de los checos, desde luego el declive de la religión no parece que se sintiera como una pérdida. En una encuesta de febrero de 2007, Eurostat censaba un 59% de ateos, un 27,7% de católicos y algo más de un 1% de protestantes.
Y ello a pesar de que la simbología católica es una de las más profusas que me he encontrado en mis viajes por lo todo lo largo y ancho de este mundo. El Imperio Austrohúngaro que dominó por siglos Praga propició un enorme despliegue iconográfico en la ciudad coincidiendo con los más retorcidos abusos del barroco.. Rara es la esquina que no cuenta con una escultura o un cuadro, plaza que no cuente con algún monumento glorificador de misterios trinitarios, iglesia cuyo interior no haya sido minuciosamente recubierto de volutas y angelotes. Ya sé que en España no nos andamos con chiquitas, pero realmente impresiona encontrárselo en la racional Praga. El puente Carlos es una especie de muestrario de las más gore, escatológicas y fantasmagóricas representaciones que poblaron las pesadillas de los artistas católicos barrocos aliñadas con una ya casi consustancial y gruesa capa de roña negra, perfecta alegoría actual de la roña moral del catolicismo. Insensatamente, desde el punto de vista iconográfico, aunque razonablemente desde el expositivo, han comenzado a escamondarlas meticulosamente empezando por un extremo del puente para no disturbar la tradicional tendencia al embotellamiento de los turistas, una de las razones por las que visitan la ciudad.
Una de las guerras que ha ganado el estado checo a la Iglesia Católica, una vez que le devolvió sus propiedades, ha sido la de impedirle cobrar a los visitantes por acceder a los monumentos de interés histórico artístico en sus manos. Efectivamente no hay más que contemplar las enormes colas que diariamente forman un multirracial cinturón de coloridos turistas alrededor de la catedral del castillo para acceder gratuitamente a su interior, para imaginarse el caudal de dinero que pierde la entidad vaticana por tal concepto. También he de decir que las distintas administraciones públicas se pasan siete pueblos a la hora de cobrar por algunos de sus servicios culturales. Han pasado de la absoluta gratuidad de los tiempos del régimen comunista a cobrar por todo. Incluso doble. Y no sólo en ofertas de cara al turismo. Es lo que me ocurrió cuando intenté entrar en un exposición de pintura que se celebraba en las dependencias del Ayuntamiento de la Ciudad Nueva (Nove Mesto). Había que pagar por subir a la torre, en cuya mediada altura se desplegaba una aburrida exposición fotográfica. En el patio se anunciaban otra dos exposiciones de pintura que tenían mejor pinta. Dos salas separadas por un tabique. Doble pago. (1)
A pesar de que los templos de los países mediterráneos católicos están llenos de auténticas guarrerías putrefactas que se ofrecen como reliquias a los fieles y por ello ya tendría que estar curado de espanto me dejó patidifuso una que se exhibía en una iglesia de Praga, la de Santiago, a escasos metros de la calle Celetná. Justo nada más entrar en la barroquísima iglesia, bajo un arco a la derecha se halla colgada de una cadena un trozo de cuerpo humano en secular estado de putrefacción. Se trata de un antebrazo y su correspondiente mano que pertenecieron a un ladrón que trató de robar las joyas de la Virgen. El hecho ocurrió en 1400 y según se puede leer en la propia iglesia fue la misma la Virgen la que agarró al ladrón con tanta fuerza por el brazo que hubo que llamar a un carnicero para que se lo cortase. Inmediatamente fue expuesto en la iglesia como escarmiento.
En otra iglesia, la de san Jíljí, en la calle Husova, me encontré con la sorpresa de mi santo favorito, San Martín de Porres, en una escultura arrebatadoramente kitsch donada por el embajador de Perú en la República Checa. Pero para kitsch, kitsch de verdad el mundo que rodea al más conocido de los símbolos católicos de Praga: el Niño Jesús. Pero eso lo dejo para una siguiente entrada.
(1) Los particulares también han mejorado lo suyo en el arte de sacar los cuartos al prójimo. Aparte de recordar permanentemente la obligación de dejar propina, nos encontramos con la inaudita sorpresa de que en el hotel, el Jerome Amarilis de la calle Stepanska, donde nos alojábamos nos cobraron por el servicio de guardamaletas por un par de horas mientras hacíamos tiempo para ir al aeropuerto. Jamás en ningún lugar del mundo habíamos visto un gesto más miserable viniendo además de un establecimiento en el que habíamos pasado una semana a precios descolocados para el servicio prestado. Dos días nos encontramos a las 4 de la tarde con las habitaciones sin hacer, debido al inhumano régimen de explotación en que mantenían a dos chicas a lo largo de toda la jornada con un ritmo demencial. Aparte de obligarlas a trabajar disfrazadas de criadas de comedia con olor a naftalina.
ÍNDICE DEL VIAJE
PRAGA (de cervezas y defenestraciones)
PRAGA (de más cervezas, hipos y brontosaurios)
PRAGA (del turismo artesanal e industrial)
Catolicismo "gore" en Praga
Niño Jesús de Praga: la Barbie antecessor
Córdoba y Praga: escultura humorística
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