Hossein Alizadeh & Djivan Gaspariyan: SARI GALIN. De su trabajo Endless Vision (2006).
Una de las características más visibles de las ciudades iraníes del desierto son sus torres de ventilación (badgir), una especie de chimeneas apersianadas que no constituyen sino la parte más visible de toda una estructura de refrigeración casera milenaria. La base principal la constituye la increíble red de canales subterráneos (qanats) que cruzan todo el desierto iraní para conducir el agua de las capas freáticas a pie de las montañas a las ciudades y campos de las áridas llanuras, a veces recorriendo distancias de 100 kms. Se calcula que siguen existiendo a pesar de la reducción de su número en los últimos decenios unos 50.000 canales en todo el Irán. Y se sabe que los primeros se comenzaron a construir al menos a partir del siglo VII a.d.C.
Los canales son subterráneos para evitar la evaporación y de cuando en cuando de les abre una abertura de ventilación para que el aire penetre y no se pudra el agua. En las ciudades esas aberturas se encuentran en los sótanos de las casas cubiertos por una cúpula en cuyos laterales se levantan unas torres que suben hasta el exterior y que mediante un ingenioso sistema de estrechas ventanas con persianas regulables y distintos compartimentos en su interior hacen correr el aire consiguendo mantener el agua y toda la casa refrescada. Es sin duda el mecanismo de refrigeración doméstica natural más impactante del mundo. Esas torres de ventilación son las que proporcionan a Yazd su impronta paisajística característica, el sello más genuino de su skyline.
Saliendo de Shuhadá hacia el frente y penetrando tan sólo 20 mts en la avenida Qeyam en la acera de la derecha se encuentra el Museo del Agua, ubicado en una gran casa construida sobre dos qanats y con varias torres de ventilación, a partir de los cuales se explican todos los secretos de su mecanismo. Decenas de fotos, herramientas y maquetas completan los fondos del museo desplegados en la laberíntica casa que merece ya la visita sólo por sí misma. Como la mayoría de las entradas a museos, mezquitas, medersas y palacios no sobrepasa casi nunca los 5.000 riales (0’35 €).
Pero es en la propia plaza Shuhadá donde se encuentran los ejemplos de badgirs más interesantes de la ciudad. Un conjunto de cinco coronan una terraza en cuyo centro surge la cúpula del depósito, una estructura del siglo XVI, a cuyo interior se accede desde una calleja trasera y por una puerta en la que hay pintado una especie de forzudo de feria. Porque el antiguo depósito de agua se convirtió hace mucho tiempo en un zurkhaneh (casa de fuerza), un lugar donde se practica un arte marcial típicamente iraní. En el foso bajo la cúpula de ladrillo se desarrolla cada tarde un espectáculo fascinante. Un puñado de cofrades ataviados con pantis de fantasía y provistos de musculados torsos practican una serie de ejercicios gimnásticos totalmente ritualizados al ritmo de la música que produce un pequeño ensamble de percusionistas y un vocalista de poderosas facultades desde un estrado frontero. Los ejercicios consisten en levantar mediante movimientos circulares unos enormes bolos de madera (los hay de diferentes pesos y tamaños) por encima de los hombros, realizar giros vertiginosos parecidos a los de los derviches giróvagos o hacer alardes con unos artefactos de hierro con forma de arcos guerreros. Todo ello sin dejar ni un momento de moverse y dirigidos por un capataz que marca los tipos de ejercicios que van tocando y los anima constantemente con la espuela de su voz.
Según he leído, las melopeas que va soltando el cantante son de carácter religioso y poético, unas veces hacen referencia a los mártires del shiísmo (de hecho las únicas palabras que conseguí entender fueron las inevitables: Hussein y Ali) o poemas de Ferdowsi o Hafez, poetas medievales, los más importantes de la lengua persa.
Parece ser que se trata de una tradición anterior al nacimiento de Cristo y que ha sobrevivido a todos los cambios culturales y religiosos que ha sufrido Irán desde entonces. Desde la llegada del Islam fue asimilado inevitablemente por éste y absorbido por las corriente sufíes que basaban su funcionamiento en la creación de cofradías de iniciados, la existencia de una silsila (cadena de transmisión) y una tariqa (vía de conocimiento). Su correspondiente más conocido es el de los derviches giróvagos de Konya (Turquía) , pertenecientes a la cofradía mevlevi, aunque a mí me parecieron los iraníes menos místicos, como más brutotes.
Sobre la autenticidad del espectáculo no hay duda. Hasta hace poco la entrada era gratuita, aunque se esperaba un donativo, y se dejaba entrar a un número de turistas que llenaran la fila de sillas pegadas a la pared circular. Pero ahora la entrada está fijada en 10.000 riales (0’75 €), lo que no sé si es un buen negocio, ya que casi ningún turista occidental sería tan miserable como para dejar esa sólo esa cantidad como propina, teniendo en cuenta que además te sirven té gratuito en medio del espectáculo. De su hondura religiosa ya dudo más, de lo cual me alegro. Me imagino que con el tiempo y si el desencantamiento progresivo, previsto aunque no seguro, del mundo continúa, a pesar del pozo religioso en que se encuentra actualmente el país, acabará convirtiéndose en un espectáculo turístico de primer orden y los actuantes en profesionales. Como ha ocurrido con los derviches giróvagos en Estambul, donde cada hotel de lujo cuenta con su elenco de místicos sufíes que alcanzan el éxtasis varias veces al día ante hordas de turistas armados de cámaras digitales y gintonics. ¿Ocurrirá lo mismo alguna vez en Andalucía con las cofradías de Semana Santa?
Hace años (entre los 80-90), en el programa de TV2 Alquibla sobre el mundo islámico, Juan Goytisolo dedicó uno de los 26 capítulos a este arte marcial. Yo los tengo grabados todos, pero en una tecnología obsoleta (video) y ya no tengo reproductor. A ver si se deciden a digitalizarlo, porque realmente sería una pena que se perdiera aquel magnífico trabajo.
Otras de las atracciones de Yazd son las derivadas de la presencia zoroastriana: un templo, un cementerio y un pueblo de montaña. El templo (Atashkadeh) es el más importante del país y aunque su contrucción se debe a los años 30 del siglo XX conserva un fuego encendido desde el siglo V a. de C. Se trata de un edificio muy sencillo, de una sola planta situado en el centro de un jardín, ostentando en su frontal la figura alada de Ahura Mazda y en cuyo interior, a través de un cristal es posible contemplar el fuego sagrado. Grandes paneles con oraciones zoroastrianas traducidas al inglés decoran las paredes. Un viejillo sentado ante una mesita en una esquina de la sala vende libros explicativos mientras contempla impávido las hileras de turistas tratando de hacer imposibles fotos al fuego, que arde tras el cristal que los refleja.
El complejo funerario zoroastriano se encuentra a unos ocho kilómetros del centro urbano. En el hotel conocimos a un viajero español solitario, CR. que estaba ya de vuelta, tras haber hecho el recorrido inverso al que nosotros pretendíamos hacer. Fue el que nos convenció de que no merecía la pena ir a Bam, la preciosa ciudad de adobe completamente destruida por el terremoto de 2003, y que aunque con las obras de reconstrucción ya iniciadas sólo ofrece ya un más interés morboso que monumental. Con ello, el viaje a Kerman, parada indispensable sólo como etapa hacia Bam, quedó definitivamente suspendido. Con CR. alquilamos una mañana temprano un taxi hasta las Torres del Silencio, el antiguo cementerio zoroastriano de Yazd. Se trata de un alucinante complejo en el que destacan dos torres circulares (Las Torres del Silencio, Dakhmeh-ye Zastoshtiyun) situadas una frente a otra en sendas colinas mellizas, una destinada a los hombres y otra a las mujeres. Los cuerpos de los difuntos se dejaban en su cima para alimento de las aves carroñeras, tal como siguen haciendo los parsis en Bombay, los zoroastrianos de la India. Para alcanzarlas hay que atravesar una serie de extraños y ruinosos edificios que no son sino los restos de las edificaciones donde se celebraban los ritos funerarios. Un cementerio convencional adjunto acoge los cuerpos de los zoroastrianos desde que se les prohibiera el ritual aéreo en los años 60 por razones de salubridad. Un paisaje terriblemente desértico le sirve de marco y el hecho de que lo visitáramos en absoluta soledad nos produjo una mágica sensación de estar en un lugar muy extraño, de nuevo, como en el alcázar de Kashan, en un decorado imaginado por la delirante mente de un diseñador de decorados de películas del medievo mítico.
La otra atracción es un pueblo de montaña, Chak Chak que está a 50 kilómetros y que conserva una población zoroastriana y un templo del fuego objeto de una importante peregrinación anual en el solsticio de verano de todos los zoroastrianos iraníes, una comunidad que no lo tiene nada fácil en la teocracia chiíta de los ayatolas. Se puede ir en taxi o en una de las excursiones que organiza la Oficina de Turismo de Yazd, pero yo no puedo recomendaros porque no fuimos.
La mañana que fuimos al templo de Atashkadeh, situado en una esquina del casco antiguo regresamos callejeando hasta la plaza de Shuhadá, por una zona absolutamente fascinante: calles de adobe, panaderías, niños que volvían del colegio, ancianos de tertulia, demasiadas casas ruinosas, ciudadanos que nos preguntaban por nuestra nacionalidad y por nuestras impresiones del país en farsi y que flipaban cuando les respondía algunas del puñado de palabras que había aprendido. En una plaza encontramos un magnífico conjunto de seis badgirs que sobresalían por detrás de la cúpula de una cisterna, cuyas empinadas escaleras llevaban a una puerta cegada. Un paseo realmente delicioso.
Otro día recorrimos el sector opuesto hasta llegar, a través de bazares cubiertos y estrechos callejones hasta el hiperhortera mausoleo de Jafar (Imamzadeh Ja’far), cuyo interior completamente cubierto de mosaico de espejo llega a ser mareante e incluso lesivo para los amantes de la sobriedad decorativa. Una especie de sacristán proporcionó a C. un chador conveniente, blanco con topitos negros y nos separaró: ella a la zona de mujeres y yo a la de hombres. El sacristán me acompañó hasta la tumba del santo cuyo interior me señaló completamente cubierta de billetes de banco bajo una luz verdosa y tuve que esperar el momento en que se dio la vuelta y salió de la sala para sacar disimuladamente una foto, único lugar del complejo no fotografiable. Lo más bonito es sin duda la portada norte, de azulejos muy coloridos.
Pasamos otros dos días más en Yazd, paseando, entrando de nuevo en mezquitas ya vistas, encontrando detalles desapercibidos anteriormente, paeando por los bazares... Comiendo. En Yazd comimos casi siempre en el Silk Road, el hotel hermano al nuestro, donde unos deliciosos curries nos hicieron olvidarnos un poco de los kebabs, y cenando en el Marco Polo, la increíble terraza del Orient. Un par de veces, sin embargo, seguimos las indicaciones de la Lonely Planet y fuimos a dos de los sitios que recomendaba. El primero es el restaurante Malek-o Tojjar, situado en el interior del lóbrego Panjeh-ali Bazar que sabe de la Qeyam y ubicado en el patio de una casa de la era kajjar (siglo XIX) que también es hotel. La comida varía un poco, pero sin exagerar: unas berenjenas rellenas de carne rompían la monotonía de la lista de kebabs. En cambio el dug, casero, era delicioso, el más bueno que tomé en todo el viaje.
El otro restaurante, el Baharestan, en la plaza Beheshti, es mucho más popular y la variación consistía en que servían, además de los inevitables kebabs, un delicioso khoresht, potaje de lentejas servido con arroz blanco. En ambos casos los kebabs eran, por supuesto, deliciosos.
ÍNDICE DEL TEMA
Amigo Manuel, esto es un libro y desde luego una excelente guía del país. Es casi completa y el material fotográfico es bueno, a veces muy bueno y siempre suficiente.
ResponderEliminarSolo me pregunto: ¿qué es lo que hace un ateo como tú de templo en templo buscando a Dios? :-)
¿De jarana parece que no había mucha. Yo que se... un epílogo manquesea.
Me quedo con esta perla: "...previsto aunque no seguro..."
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