Yazd, de adobe y azulejo
Para llegar a Yazd en autobús de Kashan hay dos alternativas: una pillar un taxi con instrucciones precisas para que te deje en las afueras, al borde de la carretera por donde pasan los autobuses con destino a ella y que vienen de Teheran. Con suerte habrá asientos libres y se llegará a Yazd de día . En el hotel Sayyah nos lo explicaron perfectamente con indicación de horarios y todo pero nosotros fuimos quizás demasiado desconfiados y nos decidimos por hacer lo seguro: pillar un bus a Isfahan y allí enlazar con el de Yazd. La espera en Isfahan supuso tres horas de pérdida y llegar de noche a Yazd.
Yazd es la hermana mayor de Kashan. Otra fascinante ciudad-oasis en medio del desierto en la línea de lo que fue La Ruta de La Seda. Un poco mejor conservadas sus casas de adobe que se suceden en larguísimos muros de líneas sinuosas formando una fascinante red de callejas que, unas abiertas al cielo, otras cubiertas por pasajes abovedados y otras atravesadas por series de arcos que una vez sujetaron techos de paja, constituyen las entrañas de su casco antiguo.
De forma un poco más irregular que Kashan también presenta un casco antiguo aproximadamente cuadrangular con un centro claro: la plaza de los Mártires (Meydan Shuhadá), en la que se encuentra uno de los monumentos más famosos de Irán: el complejo de Amir Chakhmaq. A vista de Google Earth se advierte cómo el enorme casco antiguo ha sido zajado en múltiples cortes para construir un ensanche en su interior. Algo parecido a lo que se hizo en Córdoba en los años 20, aunque mucho más bestiamente. La ancha avenida que lo cruza de norte a sur lleva a la calle recta que conduce a la Mezquita del Viernes, en cuyo frente encontramos hotel. El más bonito, agradable y amistoso que tuvimos en todo el viaje.
El hotel Orient pertenece al mismo dueño que el más famoso hotel para mochileros de la ciudad, el Silk Road, situado en un callejón de la calle de la mezquita y fuimos dirigidos allí tras no encontrar habitaciones en éste. Al final salimos ganando porque desde la terraza del Orient donde se desayuna (incluido en el precio: 30€) y se cena se disfruta de la mejor vista de las torres de la mezquita de toda la ciudad. Después de una ducha y un primer reconocimiento del patio del hotel, una estructura típicamente iraní, con su estanque en el centro y las tradicionales divanes-mesa, con una plataforma cubierta al fondo totalmente alfombrada, un lugar especialmente delicioso donde los cinco días siguientes pasamos muchas horas leyendo y sintiendo el alma de la ciudad fuera, subimos al restaurante de la terraza. El pulso se nos paralizó de golpe ante la vista que desde ella se goza. Contra el negro cielo de la noche se recortaban, extrañamente cerca y exquisitamente iluminados, los alminares azules más famosos, hermosos y elevados de Irán, surgiendo mágicamente de entre las rojizas cúpulas del bazar y las casas vecinas. Otra cúpula también azul, en el lado opuesto, la del mausoleo de Sayyed Rokn ud-din le hacía de perfecto contrapunto. La segunda sorpresa fue que la cena, de bufé, constaba de diversos platos elaborados con salsas y guarniciones, y, felizmente, ningún kebab. Salsas que acompañaban el pollo en las que se adivinaba la presencia del zumo ácido de granada, tan presente en la cocina medioriental, verduras esparragadas aromatizadas con azafrán y canela, albóndigas texturizadas con misteriosas hierbas... Dulces, té café... 5€. Y el supremo placer de poder cenar al aire libre, en la atmósfera tibia del otoño persa. Sin duda la mejor comida de las que disfrutamos en todo el viaje. En esa noche me recordaré siempre tratando de priorizar los placeres: la vista, el olfato, el gusto...
En el hotel hermano, el Silk Road, servían también decentes curries a mediodía, fenómeno explicable por la pertenencia a alguna etnia industaní de los propietarios.
Tras las visitas a la ciudad, pasar unas horas leyendo en el patio del Orient o de cháchara con A., uno de los chicos del hotel, refugiado afgano que me contó prolijamente sus cuitas fruto de la cada vez más estricta política racista de los ayatolas, que no le permitían acceder a unos estudios normales y mucho menos universitarios, aunque se sentía bien tratado en su lugar de trabajo. Como era muy joven, sabía algo de árabe y era un notable aficionado al género femenino nos entretuvimos alguna vez echando unas risas intercambiando piropos y procacidades en todos los idiomas que conocíamos. Le hizo especial gracia el que el piropo por antonomasia de los tunecinos fuese batekha (femenino de batekh = melón), pronunciado bateja. Así que cada vez que aparecía una chica especialmente apetitosa por el hotel y me encontraba a tiro, me guiñaba un ojo mientras se retorcía de la risa proclamando en voz alta la calidad de batekha de la deseada.
Nada más salir del hotel a la calle te encuentras de frente la preciosa cúpula turquesa, una de las más hermosas de Irán, del mausoleo de Sayyed Rokn ud-din, el arquitecto de la Masjed-e Jame, la Mezquita del Viernes y que mandó construir su hijo tras su muerte. Todo ello en el siglo XIV. Su vista por la parte de la entrada principal, desde la calleja de sobrios muros de adobe cuyo final corona como una enorme joya es de una plasticidad impactante.
A la izquierda de la salida del hotel se levanta la magnífica Masjed-e Jame, con sus altísimos minaretes circulares, que enmarcan el impresionante iwan, formando un conjunto completamente cubierto de azulejería realmente extraño, pero de gran atractivo, una de las mezquitas mas hermosas del país y del mundo. El interior no tiene demasiado interés, salvo el propio conocimiento de que en el solar que hoy ocupa el templo musulmán se levantaba uno de los mayores templos zoroastrianos de la Persia preislámica.
De la plaza que forma la entrada de la mezquita salen dos calles cubiertas a derecha e izquierda de la portada. La de la izquierda lleva tras múltiples revueltas al bazar principal, un bazar de los más auténticos del país, sin ninguna concesión al turismo, y que desemboca ya en la plaza Shuhadá. La de la derecha lleva a la zona del casco antiguo que está beneficiándose de las más importantes tareas de restauración, un área pequeña, pero intrincada, en el que es corriente cruzarse con los afortunadamente todavía no demasiados turistas cazadores de instantáneas. La existencia de una muy bien dotada y útil Oficina de Turismo, situada enfrente de dos de los más antiguos monumentos de la ciudad, aunque de muy limitado interés: la llamada Prisión de Alejandro, una madraza del siglo XV y la Tumba de los 12 Imames (s. XI), habla de lo en serio que empiezan a tomarse el tema del turismo.
Pero sin duda el elemento más interesante de esta zona lo constituye un mirador clandestino de cuya existencia supimos por un soplo. Para llegar a él hay que efectuar un recorrido que comienza justo delante de la gran mezquita , enfrentarse a la portada y coger la calle cubierta que queda a nuestra derecha y que desemboca en una plaza triangular. Se atraviesa en diagonal para llegar a otro pasaje cubierto que desemboca a su vez en una encrucijada. Se coge directamente a la izquierda y ya se sigue siempre a la izquierda hasta llegar a un gran patio al que se entra por una puerta coronada por un león y en el que se encuentra una gran estructura de madera de forma ovoidal, un nakhl, que simboliza la tumba del imam Hussein. Atravesando el patio en linea recta encontraremos una pequeña puerta metálica con un cerrojo pero sin candado. Una vez abierta hay que subir por unas desvencijadas escaleras hasta alcanzar la azotea y llegar a la base de una gran cúpula de un complejo religioso abandonado. Desde allí, la vista es increíble. Lo mejor es subir una hora o media antes de la puesta de sol, cuando la luz anaranjada tiñe las azoteas, cúpulas, la parte superior de los pasajes abovedados y las montañas del fondo. En el centro de la vista se levanta la parte posterior del enorme iwan de la gran mezquita con sus dos altísimo minaretes, formando un conjunto que parece un decorado creado ex profeso para una ciudad oriental de película. Las bandas de palomas rondan sin cesar las azoteas y de pronto, cuando menos se lo espera, surgen de las mezquitas cien voces de muecines que acuchillan violentamente el aire llamando a la oración, para recordarnos que Dios es sólo uno y que sigue muy vivo en esta tierra.
ÍNDICE DEL VIAJE A IRÁN:
1 comentario:
Me ha encantado tu blog y tus descripciones, sobre todo ahora que estoy a punto de ir a Irán.
Volveré.
Saludos.
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