ABYANEH (KASHAN), EN LA ALPUJARRA IRANÍ
Salir de Teheran fue sumamente fácil. Un taxi parado en la puerta del hotel nos cobró 50.000 (3’50 €) por acercarnos a la estación sur. Lejos, realmente lejos, aunque en el plano no lo parecía, lo que nos llevó a regatear infructuosamente con el conductor. Allí nos esperaba, literalmente, el autobús para Kashan, la siguiente ciudad de nuestro periplo. La elegimos por su cercanía, eludiendo Qom, la más integrista de las ciudades iraníes, sólo en principio por no pegarnos un temprano atracón de mullahs y al final definitivamente. Llegamos atardeciendo y nos dirijimos directamente en un taxi desde la estación de buses de las afueras al hotel que recomendaba la Lonely Planet., el Khan-e Ehsan, llevado por una especie de mecenas de las artes local. Situado en pleno dédalo de callejas, con sus muros de adobe tradicionales y su patio típico iraní, nos enamoró al primer vistazo. Lástima que estuviera lleno. Es jueves, víspera de viernes, fiesta, nos dijo el recepcionista, un tipo muy simpático. Chungo para buscar hotel en una ciudad que carece vistosamente de ellos. Los hoteles suelen llenarse todos los viernes del año. La alternativa era el Sayyah. Durante dos horas nos tuvo en vilo el recepcionista hasta que nos confirmó que se había descolgado una de las reservas. Un hotel simple, pero limpio, con un ordenador conectado a internet en la planta baja. 30 € con un rico desayuno a base de blando pan iraní. Lo mejor, el restaurante adjunto donde servían unos deliciosos kebabs. Lo malo es que no servían otra cosa y pronto descubriríamos que era la tónica en todo el país. Frente al hotel, un modesto fast food servía unos bocatas de carne, pollo o cordero, y unas magníficas versiones locales de pizza que completaron cotidianamente nuestro menú. La cocacola, tanto la original (parece mentira, con el bloqueazo a que los someten los yanquis) como la nacional (Zam Zam Cola), no tenían nada que envidiar a la española, con un punto de dulzor, al contrario que en la mayoría de los países de la zona, razonable. Pero el gran descubrimiento (el mío, puesto que C. odia los gazpachos) en una de las cenas fue el dugh. Una bebida fabricada con yogurt líquido carbonatado naturalmente, salado y aliñado con hojas de menta. El grado de acritud depende de las ciudades, en cada una de las cuales existen embotelladoras adaptadas al gusto local. La más fuerte que encontré fue precisamente la versión de Kashan, donde lo descubrí, con el punto agrio más fuerte, lo que hizo que las siguientes, una vez que me convertí en adicto compulsivo, me parecieran realmente lights. Más adelante descubrí en muy contados restaurantes la versión casera, que se presentaba en enormes jarras y de una calidad muy superior a sus parientes embotelladas. Los iraníes lo beben en las comidas por litros, aunque existe una botella de medio, y lo normal es ver a un comensal trasegando kebabs acompañados por una botella de litro y medio, la misma que se usa para el agua mineral. Yo que soy un colgado de los lácteos tratados lo encontré mucho más rico que sus parientes el lassi indio o el ayran turco, probablemente por el punto carbonatado del que éstos carecen. En esta página he encontrado una receta en la que, a pesar de su claridad, echo de menos la explicación de cómo se consigue el punto más o menos agrio.
Tras la cena en el Sayyah salimos a dar una vuelta. La ciudad tiene una forma aproximadamente cuadrada y está perfectamente dividida por una cruz central que forman los dos grandes avenidas que la atraviesan y que se cruzan en la plaza Kamal-ol-Molk, quedando los cuadriláteros menores formados por intrincados laberintos de callejas, en las que las casas, de compactos muros de adobe, carecen prácticamente de otras aberturas o adornos que las sencillas puertas de entrada y algún estrecho ventanuco. Se trata de una típica ciudad del desierto, la primera del rosario que conformaban la Ruta de la Seda iraní. Su referente mayor es Yazd, con quien, como más tarde descubriríamos, comparte un enorme parecido.
Su bazar es rectilíneo y atraviesa completamente uno de los cuadriláteros menores en una longitud de algo más de un kilómetro con salida a escasos 100 mts. de nuestro hotel. Como todos los que visitamos a lo largo del viaje es muy animado, pero diferenciado de aquellos por su absoluta carencia de tiendas de parafernalia turística. Cubierto, con las bóvedas de ladrillo enfoscado, las tiendas se suceden interminablemente entre alguna mezquita interior, alguna tumba de santón, antiguos caravanserrallos y un precioso antiguo baño convertido en café, desgraciadamente en obras. A la salida fuimos capturados por Mohammed, uno de los escasos guías de la ciudad, con quien la casualidad, su agudo olfato, o tal vez su acceso a información privilegiada, hizo que nos topáramos. En esta ciudad, la necesidad de un guía se asimila prácticamente a la necesidad de un medio de transporte para ir a Abyaneh, un típico y pequeño pueblo de adobe situado a unos 60 Kmts de Kashan. Después de las primeras y efusivas bienvenidas, preguntas sobre lo que nos parecía el país y sus inevitables, y al final muy cansinas, ristras de cachufletas cazaturistas en español (Madrí me mata, hola-hola coca-cola, aquí más barato que en el Cortinglé, etc.), señal de que había andado con más turistas patrios de los saludables, entró de lleno en la oferta, razonable de entrada (10 € por persona), por otra parte: llevarnos al pueblo en su coche, visita de unas tres horas y vuelta a Kashan.
Al día siguiente se presentó con su coche, su mujer y otro guiri, neozelandés, y partimos alegremente por una recta carretera bordeada de desierto. Mohammed fue el primer iraní con el que pudimos hablar un poco más largamente que con los recepcionistas de hotel o camareros, y aunque era sumamente dicharachero y cantarín, no se prestó en absoluto a ser interrogado sobre nada que pudiera mínimamente comprometerlo. Su mujer, que no hablaba inglés, pero que lo tenía absolutamente pillado, se hacía traducir al persa cualquier frase que dentro del coche se pronunciara. El neozelandés también intentó infructuosamente ordeñar la fuente de información que el destino nos brindaba y que por otra parte habíamos pagado, ya que en el lote iba incluido tanto su pericia como taxista como sus dotes como guía turístico. Pero Mohammed estaba más interesado en que yo le enseñara palabras y expresiones en español que cualquier otra cosa, con la excusa de que los españoles éramos sus clientes favoritos. Así que, para aburrimiento del angloparlante compañero, durante casi todo el trayecto intercambiamos pequeños trucos de nuestras respectivas lenguas, porque desde luego yo no me iba a dejar saquear gratis, así que con él pude practicar mis recién adquiridos conocimientos de persa proporcionados por el maravilloso curso Pimsleur que me bajé de la red, a cambio de contribuir más que a una laudable propagación de la lengua de Cervantes al censurable incremento de su ya vasta colección de gilipolleces carpetovetónicas. Entre otras lo de Ayatola no me toques la pirola, que lo hizo particularmente feliz. Seguro que con ella captura a algunos españolitos más.
Nos contó además que habíamos tenido suerte de que ese día fuera viernes, ya que al ser fiesta él no trabajaba (lo hacía en una de las casas-museo históricas que se visitaban en la ciudad) y lo podía dedicar a sacarse un sobresueldo con lo que nosotros podíamos gozar de la magnífica oportunidad de disfrutar de sus servicios. El hecho de que era viernes lo pudimos también comprobar nada más llegar a la entrada del pueblo, en cuyas cunetas se desparramaban varias decenas de coches particulares y algunos autobuses turísticos locales. El pueblo, muy bonito y muy famoso por su tipismo era una atracción también para la población de las zonas circundantes, que se había autoconvocado masivamente para convertir las escasas callejuelas visitables en una auténtica feria. Pero al menos era de agradecer que todos los demás turistas que encontramos fueran todos iraníes, lo que no acababa de desentonar del todo con el ambiente. El pueblo se encarama ásperamente en una loma y está constituido por unas muy típicas casas de adobe, aunque sólo se encuentran habitadas, o más bien rehabilitadas, las dos primeras calles, lo que le da un poco un aspecto de decorado. Una vez paseadas las dos calles, ante la intención de subir hacia la parte alta, la mujer de Mohammed opuso una sorda resistencia, que desoímos visiblemente, señalándose los inadecuados zapatos de tacón que calzaba, pero nada más comenzar la escalada tanto el neozelandés como nosotros decidimos renunciar ante el patente estado de ruina total que presentaba el resto del pueblo. Las explicaciones de Mohammed no fueron demasiado interesantes, pero su vitalidad y su alegría nos hicieron pasar una mañana muy agradable.
Aparte del propio pueblo la atracción turística de Abyaneh lo constituye el típico atavío de sus mujeres, una especie de chador blanco estampado de florecillas rojas que pudimos contemplar sobre todo en las postales que se vendían por todo el pueblo, en tanto mujeres-mujeres ataviadas típicamente sólo pudimos ver, y de lejos, una que tiraba penosamente del ronzal de un burro. Quizás, ante la avalancha de turistas armados de móviles con cámaras dispuestos a dispararles inmisericordemente, las buenas señoras decidieran quedarse por un día en sus casas en pijama. En esta magnífica colección de fotos de Irán de un viajero al que sigo podéis encontrar fotos de las célebres féminas debidamente ataviadas. Seguro que fue un lunes. Además es una tradición el que existan dos llamadores distintos en cada puerta del pueblo, uno para los hombres y otro para la mujeres, así no hay peligro de que éstas puedan abrir por descuido sin velo y algún hombre les vea... el moño. El masculino tiene la forma que le corresponde y el femenino... pues también.
A lo que sí pudimos asistir fue al curioso espectáculo de una sesión del deporte nacional iraní: el picnic, al que dedicaré unas líneas más adelante. En Abyaneh, varias docenas de familias venidas de fuera, algunas, según nos dijo Mohammed, incluso provinentes de Isfahan, se habían instalado con sus tiendas de campaña, sus mantas en el suelo, sus campingás, sus teteras y sus taperweres desde el día anterior en un llano de las afueras del pueblo, formando una curiosa estampa que los otros turistas de jornada única, nosotros entre ellos, se apresuraron a tomar como un espectáculo digno de ser inmortalizado con sus objetivos.
Al ser nosotros los únicos turistas occidentales fuimos lógicamente objeto de innumerables saludos e incluso de interrogatorios acerca de nuestras impresiones del país por parte de los que chapurreaban inglés. El neozelandés fue incluso requerido a que les tomara la lección a un trío de osadas jovencitas a lo que accedió gustoso.
Tras el té a que nos invitaron Mohammed y señora y que llevaban en un termo en el maletero del coche regresamos a Kashan. Durante la vuelta mostraron su profunda extrañeza al enterarse de que ni el neozelandés ni nosotros poseíamos coche en nuestros respectivos países, cuando, evidentemente, contábamos con los posibles para ello. Ellos estaban deseando juntar los suficientes para cambiar el no demasiado viejo en el que nos llevaban por otro mejor. Nuestra explicación de que realmente no lo necesitábamos no los convenció lo más mínimo. Creo que nos consideraron unos locos irresponsables por descuidar de esa manera el sagrado deber de hacer ostentación de nuestro status.
El resto del día en Kashan la pasamos viendo alguna mezquita y asombrándonos de lo aburrida que puede llegar a ser una ciudad iraní un viernes por la tarde. El bazar completamente vacío, lo que nos permitió volver asentir la sensación de extrañeza que ya percibimos en el de Teherán, y la ausencia total de locales de esparcimiento, cafés, casas de té, restaurantes... Nada. Una grisura total. Cena temprana en la bocadillería frontera al hotel y a leer en la cama, una de las actividades que se nos revelaron más normales tras una cena en Irán.
ÍNDICE DEL VIAJE A IRÁN:
6 comentarios:
Manuel, será un honor poder invitarles a tomar dug en un local persa en mi barrio, en donde lo preparan casero y delicioso, justo con ese amargor que le hace tan especial.
Un saludo
Me ha encantado tu entrada, me ha recordado cuando estuve en Irán hace unos años, aunque desgraciadamente yo no pude salir de Teherán.
Eso si! me ligé a una periodista iraní preciosa! (bueno allí, solo pude darle la mano!) ;)
Manuel, acabo de ver su Ficha Técnica del Viaje en la que cita la música persa clasica
Quería mostrarle este grupo, Zarbang.
Suelen venir a actuar un par de veces al año y no es infrecuente que recorran distintas localidades. Como puede imaginar, sus actuaciones no son multitudinarias, o sea, que no se publicitan, pero realmente son buenos. Normalmente se anuncian en Casa Persa (no funciona su vínculo ahora, lo siento)
Muy buena pinta tienen, amiga Marta, los Zarbang. Ya haré por escucharlos, aunque a mí particularmente las percusiones solas no es que me arrebaten. Y por supuesto si alguna vez pasan por´Córdoba no me los perderé.
Solsticio mubarak
No se preocupe, no sólo tocan percusión, suelen llevar instrumentos de cuerda y viento.
Incluso a veces sale con ellos una bailarina que se llama Banafsheh Sayyad que practica danza persa.
Veranos de la Villa
¿Sabe? La primera vez que les vimos fue a raiz de la lectura de unos carteles de papel pegados por las paradas de autobús del barrio.
Tocaban en el sótano acondicionado como salón de actos de una parroquia cerca del Retiro.
"Hummmm" nos dijimos... Y allá que fuimos. No se imagina la imagen de las estatuas de san Antonio presidiendo una amplia representación de la colonia persa en los Madriles, la mayoría de las mujeres ataviadas con sus chadores o a Banafsheh haciendo sus giros sufís bajo una foto del Vaticano. Toda una lección, si señor.
El concierto fue sobresaliente y normalmente no fallan en sus visitas.
Muchas gracias por organizar las entradas que relatan su viaje.
Mire, tal vez pueda interesarle esto:
Casa Persa en donde practican el saludable ejercicio que usted ya sabe...
Y también esto:
Centro Persépolis, en donde no son tan dados a ejercitarse de la misma manera, vaya...
Un abrazo
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