viernes, 13 de agosto de 2010

Vergüenza (rep)

Libérate, de Manzanita, auténtica banda sonora de esta historia verídica.



Una tarde de junio del año 78 fui con el Nono a pillar hachís al Pink Panther. 1978. Qué barbaridad. Yo era por entonces un universitario bastante entusiasta al que aún no habían mordido los calcañares los perros de la perplejidad y andaba probando todos y cada uno de los paraísos artificiales de orden físico, químico o mental que se me ponían a tiro, que no eran muchos, ni baratos, ni claros y distintos, pero cuya obtención me ocupaba más tiempo que el que, insensato de mí, debería haber dedicado a aprobar las áridas asignaturas de la facultad. Los paraísos químicos se reducían estrictamente, por razones presupuestarias fundamentalmente, a los simpáticos canutitos de hachís que tanto nos hicieron reír y tanta lucidez ingeniosa nos proporcionaron en aquellos divertidos años. Los otros dos se resistían aún a ser colocados en su justo lugar y nos traían en un sinvivir de subidas de testosterona y fervor revolucionario. Y si estas últimas bullían abundantemente en la revuelta olla de las aulas universitarias de la época, el hachís había que conseguirlo fuera de las mismas.

Contra lo que pudiera parecer desde la perspectiva actual, este consumo del simpático estupefaciente no estaba demasiado extendido entre los universitarios por aquel entonces y más bien constituía una especie de comunión grupal de algunos elementos que nos considerábamos más en la onda y flirteábamos con las teorías disolventes de los valores establecidos mediante los ácidos alternativos de la contracultura y la marginalidad que se impartían desde las páginas catecumenales del Ajoblanco y El Viejo Topo.

Se daba casualmente la curiosa circunstancia de que en mi célula de agitación yo era el único originario de un barrio nítidamente popular y obrero y como seguía en contacto aún con muchos de mis amigos de la infancia, algunos de los cuales andaban por entonces en labores de trapiche a pequeña escala con la preciada especia estupefaciente, fui comisionado por ello a menudo por mis compañeros para conseguirla. Yo mercaba una bola de hachís de buena calidad, la llevaba a uno de los pisos compartidos de compañeros foráneos, la pulverizábamos con un molinillo eléctrico de café y la planchábamos mediante un sofisticado sistema en el que intervenía una plancha normal de planchar, unas bolsas de plástico de las de meter frutos secos, un papel de periódico humedecido, una botella vacía y unas dosis infinitas de deliciosa insensatez juvenil. Luego se repartían religiosamente las posturas en función del aporte económico de cada uno y todos tan contentos, aunque lo consumíamos preferentemente en comunidad, en una especie de misas concelebradas donde utopías y risas constituían las principales formas de liturgia.

Así que aquella tarde de junio, en plenos exámenes finales, allí estaba yo, con mi amigo el Nono en la barra del Pink Panther, bajo las fatigosas y casi inútiles aspas de un ventilador de techo, dos cubatas de ron en la mano y la voz de Manzanita lijándonos inmisericordemente los tímpanos. El calor era espantoso. Esperábamos a un camello que acababa de llegar del moro con el culo empetado de bolas del tamaño de un huevo de gallina. Esa misma mañana, según aseguraba el Nono. Al Nono le gustaba prestarme ese servicio, por amistad y porque cuanta más cantidad fuese a comprar más barata conseguía él su parte. Pero no entendía que yo quisiera acompañarlo y aunque accedía, de mala gana, me ponía la condición de que no abriera mucho la boca, por temor a que se me escapara algún mamoneo de palabras raras y me comportase justo lo contrario de lo que realmente era: un pringao estudiante de filosofía, con unas cantosas gafas de concha y una pinta de progre de manual inconfundible. Pero yo no iba a perderme por nada del mundo esas experiencias de buceo en los submundos literaturizados por nuestra febril imaginación.

El tipo llegó y saludó secamente. Con un sordo gruñido al Nono y a mí con un displicente tanteo examinador. Llevaba una camiseta azul con la leyenda de la Columbia University y tenía el aspecto propio de su mismo personaje, al que sumaba el detalle patibulario de un ojo deformado por una antigua cicatriz, lo que le obligaba a mantenerlo en un entrecierre continuo. Me recordó inmediatamente al Seisdedos, el malvado personaje de una novela de Ramón J. Sender que me entusiasmó de adolescente, que tenía un ojo de tiburón y otro de persona, según decía, y al hablar guiñaba uno de ellos, según su estado de ánimo (1). Tras un breve preámbulo en el que el camello comentó los pormenores de su viaje al moro, se llevó a cabo el trapiche sin incidencias. El intercambio de los huevos por los billetes se hizo bajo la barra con un innecesario ritual de cautela. El camello ordenó al camarero otros tres cacharros de lo mismo y sacó entonces media bola del bolsillo. Mientras hablaba esquinadamente de picoletos, aduanas, julais, pringaos, etc., la mordió, arrancó una china respetable, la masajeó ligeramente con los dedos y la lanzó sobre el mostrador. La china llegó rodando justo hasta donde mi mano sujetaba el vaso. Por un momento pensé que el Nono cogería la china y la trabajaría él mismo. Pero el Nono no hizo ningún gesto. Estaba claro quién tendría que trabajar. Mi pericia liando canutos no era por entonces ni sombra de lo que llegaría a ser un tiempo después y sentí cómo el pánico me invadía y se instalaba en la boca de mi estómago en forma de bola de plomo candente. La posibilidad de no ser capaz de liarlo como un profesional delante de semejante público amenazó con paralizarme. Pero en seguida traté de controlar mis pulsos y concentrarme en la faena. Tragué saliva y me dispuse a llevarla a acabo lo más concienzudamente posible. El sudor me corría cuello abajo y sentía las manos completamente húmedas. Me las sequé en el pantalón. Saqué un papel, rompí la punta de un Fortuna, desmenucé el resto sobre la mano, coloqué la china encima y le arrimé la larga llama del mechero. El camello hablaba y hablaba sin echar más cuentas de mí. Hecha la mezcla conseguí traspasarla de la mano al papel con un certero movimiento de muñeca y liarlo con precisión y cierta gracia. Se me aflojó entonces un poco la presión en la boca del estómago y noté un merecido alivio en los músculos faciales. Fue sólo un segundo después cuando ocurrió la catástrofe. Agarrando con la punta de los dedos el extremo el canuto ya liado lo sacudí un par de veces a la altura de mi cara para apretar adecuadamente su contenido. El canuto reventó en el aire y una lluvia dorada se disparó hacia adelante. Yo me quedé muerto con el papelito blanco y roto entre los dedos mientras mis ojos se clavaban en la leyenda de la Columbia University del pecho del camello toda cubierta de hebras de tabaco impregnadas de hachís. Sé que alcé la vista hasta su cara porque vi su ojo de tiburón que me miraba. Y además sentí la maldición muda del Nono trepanándome la calavera. La vergüenza, la lacha, con sus más crudas uñas desgarrándome las entrañas. ¿Qué hacer? ¿Pedir que se abra el suelo y me trague la tierra en ese mismo instante, que unos demonios alados me agarren de los brazos y me saquen de allí aunque sea para conducirme al mismo infierno. Que me fulmine un infarto auténtico con llamada de ambulancia incluida que difumine esta imperdonable torpeza...? Me quedé sin habla. La boca como de cemento. Rojo como la grana y con la piel tirante, a punto de estallar. El tipo hizo entonces un gesto raro y cambió el ojo de mirarme. Su ojo de persona adquirió de pronto un brillo burlón. Se sacudió las hebras de la camiseta, volvió a sacar la media bola, la volvió a morder, masajeó la china y volvió a lanzármela sobre el mostrador. Luego llamó al camarero.

- Anda Curro, ponnos más yelos en los cacharros que con este calor no duran ná.

Para concentrarme de nuevo me puse a pensar en la estólida cara de batracio del catedrático de Historia Contemporánea con quien tendría que enfrentarme a la mañana siguiente en terrible examen oral.

Manzanita mientras tanto insistía con la lija de su voz acompañándonos la vida: Liberateeeeeeeeeee, no timporteeeeee la geenteeeeeeee...




NOTA IMPORTANTE: Dado que este blog se emite a lo largo de todo el día y por lo tanto ocupando de pleno el horario infantil he de aclarar lo siguiente:

Los contenidos laudatorios del consumo de estupefacientes que podrían entreverse vertidos en lo anteriormente expuesto son sólo ejercicios de estilo, elementos retóricos para dar más fuerza a la narración, recurso legítimo para cualquier redactor de bitácoras, tanto como para escribidores de la órbita exterior y no responden en absoluto al pensamiento actual del autor.

Para los niños que accidentalmente hubieran accedido a los contenidos de la anotación he recabado documento gráfico que adjunto como medida disuasoria para que eviten seguir los pasos del triste protagonista de la dicha historia que no es otro que el que esto escribe. No sólo dilapidó el esfuerzo que la sociedad entera hizo por él para que accediera a la Universidad, sino que en la actualidad presenta el siguiente estado, fruto incuestionable de sus repelentes aficiones juveniles:




(1) Epitalamio del prieto Trinidad, uno de los títulos de novela más hermosos que conozco, en la horripilante, aunque entrañable, edición de la Biblioteca General SALVAT (1972), que tanto hizo por nosotros, los lectores pobres, en los años del oprobio y la oscuridad. Una inquietante galería de siniestros personajes sin ley ni moral se paseaban por ella dueños absolutos de una isla-penal caribeña tras el asesinato, en victorioso y sangriento motín, del carcelero jefe en su noche de bodas. (VOLVER)






ESTE POST FUE PUBLICADO EN ESTE MISMO BLOG EL 11/04/05

Almuñécar compite por el título de PUEBLO MÁS TONTO DE ESPAÑA

Para Lisis que me avisa

A Morón de la Frontera, favorito por ahora, seguido muy de cerca por Rota, para alcanzar la gloria de convertirse en el PUEBLO MÁS TONTO DE ESPAÑA del siglo XXI en la modalidad de NOMBRAMIENTOS HONORÍFICOS GILIPOLLAS DE SERES IMAGINARIOS (vírgenes, cristos, el Ratoncito Pérez o personajes de Disney), le ha salido un nuevo serio competidor, Almuñécar, cuyo ayuntamiento votó ayer mismo en un pleno expresamente convocado para ello nombrar a la virgen titular de la plaza de patrona del pueblo, marca DE LA ANTIGUA, Alcaldesa Honoraria.

Aún no se ha fijado la fecha para la emisión del fallo definitivo del jurado y este nuevo competidor hace subir muchos puntos las dosis de emoción entre los participantes. Principalmente porque cumple varios de los requisitos que suman puntos a la hora de valorar méritos. Por ejemplo el hecho de haber hecho el NOMBRAMIENTO GILIPOLLAS más entrado el siglo XXI y el que su alcalde y ediles pertenezcan a formaciones políticas que se consideren a sí mismos progresistas. Así, si en Morón el alcalde era del PP el de aquí, Juan Carlos Benavides y su corte de ediles pertenecen a un partido, Convergencia Andaluza, que se reclama de la izquierda nacionalista. No sabemos si nacionalista andaluz o nacionalista católico, a la vista de las banderas que ondea. Y en su web aparece bien gordo un letrero que dice ¡VIVA ANDALUCÍA LIBRE! Parece ser que la desean libre de todo menos de zurraspa supersticiosa nacionalcatólica. En realidad se trata un partido tacho de chaqueteros, antiguos sociapollas rebotados del PSOE y del PA arrejuntados para copar puestos en un pueblo con unos intereses urbanísticos de puta madre. Le sigue el PP y después el PSOE, el de la izmierda real, uno del PA y uno de IU. Que se sepa sólo esta última formación, tan metepatas en las cosas de aceptar sanamente la existencia de seres imaginarios ha presentado recurso por probable delito de lesa laicidad y racionalidad democrática. Aunque existe el precedente de un alcalde de IU que nombró también a la virgen de su pueblo alcaldesa perpetua (como las condenas). Lo que pasa es que se trataba de un pueblo, Teba, mu chico mu chico y casi nadie lo tuvo en cuenta. Como el nombramiento aún no ha trascendido oficialmente habrá que esperar a ver cuántos ediles del PSOE se sumaron a la supina soplapollez para calibrar el grado exacto de estulticia de esta Corporación votada por los almuñecarenses, almuñecareños, almuñecagurritanos, o como carajo se llamen los de ese pueblo que elige a políticos de esa calaña. Pero en vista de cómo se las gastan en otros lados casi seguro que suma el máximo.

¡ÁNIMO Y QUE GANE EL MEJOR!

¿Y el orgullo de que todos sean andalucés qué?

jueves, 12 de agosto de 2010

Hijoputas con el Pulitzer


No es lo suficientemente achicharrante este verano cordobés como para que encima venga un cabrón con carné de periodista y varios premios Pulitzer a derretirte la moral con el lanzallamas de sus infamias.

El artículo se titula No se pierdan ese reportaje y el miserable que lo escribe THOMAS L. FRIEDMAN. No voy a entrar en valorar su contenido, salvo el breve comentario de que se trata de uno más de los intoxicadores relatos de todos buenos y todos malos a que tan acostumbrados nos tienen ya los pensadores y políticos occidentales neutrales o neutros cuando tratan del que interesadamente llaman conflicto israelo-palestino. Como nuestro Carapapa Moratinos sin ir más lejos.

Sólo voy a pegar un párrafo que habla por sí mismo de la clase de sucias tretas que intentan colar como análisis objetivos aquellos que fomentan la idea de que lo que ocurre en Palestina es un conflicto entre un gobierno democrático que se defiende de los ataques de unos terroristas vecinos y odiadores por naturaleza, en lugar de la defensa numantina de lo que queda de un colectivo de ciudadanos supervivientes de una brutal limpieza étnica llevada a cabo por un estado blanco occidental expansionista desde hace 60 años, que se resisten a ser desalojados definitivamente de los minúsculos territorios en los que han acabado siendo arrinconados, territorios convertidos en campos de concentración, en bantustanes, en reservas indias, por ese mismo estado expansionista y genocida.

Dice el hijoputa:

La crítica destructiva bloquea los oídos de los israelíes. Les dice que ningún contexto puede explicar su comportamiento, que la singularidad de sus errores es tal que eclipsa todos los demás. Los críticos destructivos se limitan a decir que Gaza es una cárcel israelí, sin llegar nunca a mencionar que, si después de la retirada unilateral de Israel de la franja, Hamás hubiera decidido convertirla más en Dubai que en Teherán, Israel también se habría comportado de otra manera. La crítica destructiva solo fomenta que los sectores israelíes más destructivos puedan señalar que poco importa lo que haga Israel, así que ¿para qué cambiar?

Y digo hijoputa porque sólo un hijoputa con los ojos malos es capaz de la villanía de acusar al Gobierno de Gaza de no convertirla en un emporio de milagroso crecimiento económico en un par de años, en un nuevo Dubai. Al gobierno de un campo de concentración saqueado y expoliado sistemáticamente desde 1948 con la aquiescencia de los demás estados del hombre blanco y que acababan de abandonar, arrasándolo previamente, las tropas y los colonos del estado invasor por la imposibilidad manifiesta de mantener el sojuzgamiento de la población invadida sin exterminarla del todo. Lo que en el Oeste del siglo XIX era posible, pero que ahora queda un poco brutote para la nueva sensibilidad occidental. Este cabronazo acusa al gobierno de un territorio sometido a un brutal bloqueo económico y sanitario desde el mismo momento de haber sido elegido por sus ciudadanos democráticamente que impedía, e impide aún, el paso de productos tan peligrosos para la seguridad del estado israelí como el cemento, la carne fresca o el chocolate, de no elevar el nivel de vida de sus habitantes en lugar de hacer lo único que podía hacer contando sólo con la más absoluta escasez de medios y bienes: mantener la moral de los ciudadanos alta. Resistirse con uñas y dientes a convertirse en los siux del siglo XXI. Los medios tal vez puedan tacharse de dudosos pero el fin es impecable. Y que por eso fue seguidamente bombardeado casi hasta el arrasamiento e invadido por el ejército más sofisticado del mundo para terminar de destruir por tierra lo que no consiguió desde el aire.

¿Alguien se imagina a un acreditado periodista inglés acusando en 1943 a los dirigentes judíos del gueto de Varsovia de no haberlo convertido en una pequeña Suiza, de no haber hecho más para elevar el nivel de vida de sus habitantes? Pues eso, que lo hubieran merecidamente llamado grandísimo son of a bitch, sin la más mínima duda. Pues ahora le dan el Premio Pulitzer. Y es que los tiempos adelantan que's una barbaridad.


NOTA: Uso la palabra hijoputa en un sentido metafórico, con los contenidos semánticos que ha llegado a tener en el idioma castellano, o sea con el significado de malnacido. Soy consciente de las connotaciones machistas de la misma, pero qué queréis que os diga, es la más exacta que conozco para expresar lo que pienso del hijoputa ese.

martes, 10 de agosto de 2010

El monstruo melancólico

As tears go by, Mientras caen las lágrimas es una de las canciones de la prehistoria del POP con más leyendas a cuestas. Tiene una melodía ñoña, como muchas de las que por el mismo tiempo compondría mucho más ácidamente la Velvet Underground. Marianne Faithful fue un fenómeno especular al de Nico. Lo que una fue para los Rollings, la otra lo fue para la Velvet. Hablamos de los primeros 60. Las canciones más tarareables, las que posteriormente recibirían el título de comerciales, se las endiñaban a las chicas. Afortunadamente. Sólo hay que ver las versiones que posteriormente, al calor del éxito cosechado por ellas, perpetraron los chicos. Más Jagger que Reed, que siempre se resistió más a caer, erróneamente, en la tentación de lo fácil. La versión que os ofrezco es un producto de madurez. De 1987. De cuando la Faithful consiguió por fin salir del submundo de la narcolepsia. Quien quiera conocer la historia al completo puede usa la Wiki. Sólo una apostilla. Me jode enorme, abisalmente, compartir mi pasión por la Faithful con ese saco de basura intelectual que es Golum Gabriel Albiac.

EL MONSTRUO MELANCÓLICO

...toro
padre de serpiente y padre de toro serpiente,
en la montaña el oculto, oh mayoral,
el aguijón.

Anónimo tarentino, en Clemente de


Alejandría, Exhortación a los griegos (1)

Al principio fueron las escamas. La Serpiente primordial, fundante, monstruo devorador o tentador o prodigador de dádivas. Y el anillo de mitos en su torno: inductora del conocimiento y fuente de congojas. Su transfiguración más luminosa fue el dragón, que como casi todo nació en China. 4000 mil años antes de Cristo ya lo dibujaban con conchas sobre los cuerpos de los difuntos en la cultura de Yangshao. El imaginativo arabesco de escamas de la tradición oriental ya estaba fijado para entonces y ya era asimilado al poder celeste con su capacidad generativa de agua beneficiosa y el poder mortífero del fuego de su boca. Por ello el poder imperial se apropió de su imagen y se hizo descender directamente de él. El enorme vientre azul del monstruo es la máxima fundación teratológico del alma china y decora desde entonces y hasta hoy toda su cotidianidad desde los oratorios budistas hasta los templos del chop‑suey.

En las culturas mediorientales también el reptil representó un papel primordial. La serpiente tentadora de la parte considerada más débil de la Humanidad, la mujer, ha marcado la línea vertebral de la función del mal en la cultura judeocristiana, desde su primer triunfo en el paraíso hasta su derrota simbólica bajo los pies de la doncella madre de la divinidad. Aunque la interpretación secreta puede apuntar a la pérdida de inocencia, animalidad inconsciente, y descubrimiento de la libertad de elección, la aventura gnoseológica de la esencialidad humana. Así, la serpiente edénica representaría una doble vertiente: por un lado el mal puro que consigue rebelar al hombre contra Dios, su creador y por otro el mal relativo: liberación de las cadenas de la animalidad, la enseñanza de la luz del autoreconocimiento a cambio de la asunción del dolor que ello comporta. Por otra parte los acadios sintetizaron todo esto probablemente desde finales del segundo milenio en el mito del combate (Enuma elish) entre Marduk, el principal de sus dioses y Tiamat, el dragón femenino del caos acuoso que encabezaba los poderes divinos primitivos.

En la tradición intermedia, la gran abandonada por la cultura occidental, la griega, la dispersión de sus fuerzas teocráticas, la mayor racionalidad de su panteón impide una asociación absoluta del bien y el mal en dos bandos irreconciliables. Los monstruos no son uno ni representan la alteridad malvada de la divinidad, sino manifestaciones del poder divino mismo; no son ni buenos ni malos, como los dioses mismos, que son sólo lo que son: dioses. Estos mandan monstruos a los humanos para castigarlos, para premiarlos o para probarlos. Los propios dioses se monstruizan a veces para demostrar su poder o para conseguir determinados fines. Y junto a la manifestación monstruosa surge inevitablemente su alter ego: el matador de monstruos, el héroe, cuya existencia está inevitablemente atada a la del ser que ha de liquidar para convertirse en carne de mito. Su esencia es la demonstración, la liberación al precio de la gloria eterna de la bestia que amenaza a sus congéneres. Pero la búsqueda del monstruo también es simbólicamente una vía de conocimiento y la muerte del monstruo la adquisición de la luz. Así lo entendieron los creadores de mitologías medievales que retomaron la tradición griega y la plasmaron en el corpus literario de la caballería andante.

El primer matador de monstruos de la mitología griega fue Apolo, su hazaña, la muerte de la gigantesca serpiente Pitón. Le siguieron Cadmo que mató al dragón Aonia en la cueva de Ares (los dientes del dragón, sembrados, fructificarían en soldados), Perseo que con la muerte de la Serpiente marina que tenía secuestrada a Andrómeda y su desposorio con ella tipifica el triángulo clásico para siempre, la Gorgona Medusa y un largo etcétera de liberaciones, Belerofontes ( a la Quimera, que tenía cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente, adhiriendo plomo en la punta de su flecha que se derretiría al contacto del fuego bucal del monstruo), Heracles y sus zodiacales aventuras, Jasón y Teseo. Matadores de monstruos de escama. Son los héroes solares, luminosos, que se debaten entre dos extremos del mito: los monstruos y las mujeres. La relación con los monstruos es unívoca e inequívoca: la destrucción los une con lazos indestructibles. Se da una fidelidad fervorosa en el acto de la búsqueda y la destrucción, en la comunión existencial entre ambos, que no se da en cambio en sus relaciones con la mujer, la tercera pata del banco, con las que las relaciones secuenciales son discontinuas, la infidelidad frecuentemente manifiesta, y la traición base de la mayoría de las relaciones.

Después vino el toro. El cosmos late entre la serpiente y el toro. Pasó un tiempo larguísimo antes de que a la serpiente, Tiempo-sin-vejez, siguiera el latido del toro, que fue Zeus (2). Si la serpiente es el agua, el toro es la tierra. El toro resume en todas las civilizaciones mediterráneas la fascinación de la fuerza genésica, la poderosa fuente de simiente. Es el gran tótem de las culturas agrícolas, símbolo de vida y energía e imagen de la belleza impactante de la animalidad. Su cornuda máscara es de una fuerza vital inquietante y a la vez supranatural. Por ello es el regalo más preciado por los dioses y su sacrificio siempre fue el acto supremo de respeto oferente a la divinidad. Pero el toro presenta además un aspecto añadido: no deja de ser una bestia peligrosa, cuya acometida ciega mata y destruye la vida del propio hombre: su caza es una muestra de valor que emula la heroicidad de los grandes cazadores de monstruos míticos. Fuerza y destrucción se enlazan en "una dialéctica cuya duplicidad, inmersión y contradicción toca los orígenes de la experiencia religiosa a través de todo el Mediterráneo" La lucha ritual es una de las constantes más acusadas de las culturas del Mediterráneo. Hay una especie de hilo que une en la fascinación por el toro-monstruo tres lugares donde la tauromaquia fue ritual: Creta, Egipto y España (3) (y en España incluso sigue plenamente vigente). Mitra, Gerión, el buey Apis, completan una panoplia de mitologías taurógenas que ha conformado el imaginario estético-religioso de toda la espina dorsal mediterránea.

En Grecia la saga empezó con el Toro-Dios-Monstruo que rapta a la doncella para fecundarla, nombrar continentes y generar estirpes desgraciadas y continúa con el toro blanco que Posidón envía a Creta como señal para el pueblo de que el rey Minos, hijo de aquella unión, es agradable a sus ojos. La condición para su envío es que Minos lo sacrifique al propio Posidón una vez cumplida su misión. Pero a Minos le parece un animal demasiado hermoso y lo sustituye por otro de sus rebaños. El engaño es, por supuesto, descubierto por el dios del mar que le envía un terrible y sarcástico castigo: si tanto le había gustado al rey el toro, más le gustará a su esposa. Así que provoca en su esposa Pasífae una pasión y un deseo irrefrenable de ser poseída por aquel toro sagrado. Para consumarlo Pasífae obliga a Dédalo, el arquitecto real, a que le construya una novilla de madera hueca cubierta de piel bovina donde se encerrará la reina para ser poseída. De esta unión nacerá un ser híbrido, el Minotauro, de cabeza de toro y cuerpo humano. Dédalo construyó el artefacto para el pecado y construirá también el lugar donde se ocultará su fruto vergonzoso: un edificio de intrincada arquitectura: el Laberinto. El ser nacido de la monstruosa unión tendrá un hábitat monstruoso y su alimentación también lo será: habrá que proporcionarle carne humana. El resto es de sobra conocido: Minos impone a Atenas la entrega de 9 jóvenes y 9 doncellas cada 7 años para alimentar a su hijastro. A una de las expediciones se apuntará Teseo, el hijo del rey de Atenas, que convence a su padre de que logrará matar a la bestia. Una vez en Creta, la hija de Minos y Pasífae, Ariadna, se enamora del joven y le ayuda a matar a su hermano Asterión, el Minotauro, proporcionándole una espada y un hilo que, atado a la puerta del Laberinto, le permitirá encontrar la salida. Una vez muerto Asterión, Teseo se llevará consigo a Ariadna con la promesa de desposarla en Creta, pero la abandonará en una isla antes de llegar.

La invención de Minotauro supone un quiebro en la percepción de la relación de los griegos con sus monstruos. Asterión ya no es un monstruo total, de una perversidad indivisible, ajeno, y por lo tanto, enemigo, de los seres humanos, sino que es hijo de una reina de carne y hueso y por lo tanto semihumano. Asterión posee una historia y un nombre y un apellido. Y lo que es más importante: es un ser inocente que carga culpas heredadas. Aparece, pues, a nuestros ojos como un ser monstruo-víctima. Producto de un pecado que él no cometió está condenado a la crueldad y a la soledad. Nos produce horror, pero a poco que se piense en su figura solitaria vagando por los corredores infinitos de su cárcel laberíntica, tal como los imaginó Borges, sus pies de adolescente desnudo trotando sin descanso sobre el polvo, se nos hace cercana y hasta entrañable. Teseo más que liberador de la juventud ateniense fue liberador del propio monstruo sin saberlo, el que puso fin a su existencia indeseada. Más que héroe triunfante es un instrumento de la piedad divina.

Calasso emparenta el significado de Asterión respecto a los monstruos con el de Edipo respecto a los héroes. El más desgraciado de los héroes, tendrá una relación atípica que será la fuente de sus desdichas futuras. La relación con el monstruo es un contacto piel con piel. Edipo mata con la palabra, arroja al aire palabras mortales como las fórmulas mágicas lanzadas por Medea contra Talos. Después de la respuesta de Edipo, la Esfinge se precipitó por un barranco. Edipo no bajó a arrancar su piel, esas escamas abigarradas que ansiaban los viajeros como los ricos ropajes de una hetera oriental. Edipo fue el primero que pretendió prescindir del contacto con el monstruo. Entre todas su culpas, la más grave es la que nadie le reprocha: no haber tocado al monstruo".

El nacimiento de Asterión está directamente emparentado con un concepto griego de pantanosas connotaciones semánticas: la hibrys. Fundamentalmente podría definirse como el impulso humano por transgredir los propios límites, aunque sea enfrentándose a las leyes que rigen el cosmos -ya sean divinas, humanas o de la naturaleza- (5). En este sentido está claro que se dan varias circunstancias que provocan pecados de lesa hybris: Minos desafía la inteligencia de los dioses, su esposa mantiene relaciones atroces con un animal y Asterión, el Minotauro, es la trasgresión misma de las leyes naturales, con su esencialidad dividida entre la animalidad y la humanidad.

Santarcángeli (6) por otra parte, propone que la estructura simbólica del Minotauro está emparentada con la derivación del concepto de hibrys en la palabra híbrido asumida por todas las lenguas occidentales. Queda, pues, convertido en lo otro, en nuestro lado de sombra, la bestialidad que hay en nosotros, en el anti-Teseo y con ello en el ser de la oscuridad que debe perecer para que el hombre viva, liberándose a sí mismo del tributo infamante que debía pagar a las tinieblas. Sería, pues una representación de la eterna lucha entre la razón y el instinto, del espíritu sobre la materia, de lo eterno sobre lo perecedero, del saber sobre la ciega violencia. La victoria de Teseo sobre el Minotauro es la victoria de Teseo sobre sí mismo, el bautizo del hombre nuevo en la sangre del Toro-hombre .

El mito del Minotauro, como todos los mitos que atienden directamente a la esencialidad del alma humana se ha repetido, camuflado a lo largo de la Historia y en culturas muy distantes en multitud de historias fácilmente reconocibles. La representación de la hibrys, la trasgresión de los límites razonables, vuelve una y otra vez sobre todo en momentos históricos en que los avances del pensamiento o de la ciencia encuentran caminos inexplorados y tienen suficiente libertad para desarrollarse. Fue el caso de la aventura humana de la razón en la gestación de la civilización griega, en que los hombres desafiaron a los dioses al querer desentrañar por sí mismos los misterios del universo. Cruzar el límite de lo establecido como cognoscible suponía una ofensa a los dioses, y tenía, por lo tanto, el precio de entrar en lo desconocido, en el territorio del monstruo que guardaba los secretos de las divinidades. Porque la más genuina pulsión humana se basa en un dilema insoslayable: la necesidad de habitar dentro de unos límites infranqueables para asegurarse la propia supervivencia, pero a la vez, el inevitable impulso de traspasar esos límites, como motor de la propia vida humana (7).

David Cifuentes ha descubierto una versión del mito del Minotauro en clave estrictamente contemporánea: el film de Ridley Scott Blade Runner y ha descubierto las suficientes similitudes como para concluir que el autor de la novela tenía en mente la estructura formal y semántica del mito minoico y que tiene una clara vigencia en la representación de los dilemas del ser humano en este tránsito de un milenio a otro.

La hybris se refleja en la trasgresión que el personaje Tyrrell/Minos (empresario científico/ rey) comete creando unos seres híbridos (hombre-máquina) que cumplan el sueño de la inmortalidad. Pero el miedo a su propia obra monstruosa le lleva a inscribir la muerte programada de los replicantes en sus códigos genéticos. El castigo a la soberbia creadora, a la hybris, es la rebelión de los monstruos que lo buscarán para que desactive dichos códigos. Hay un Laberinto, la ciudad de Los Ángeles en el año 2019, un héroe liberador (el agente Deckard que llega y que se va en una nave) y una Ariadna, la replicante que por amor ayuda al héroe a destruir a sus hermanos y se acaba marchando con él.

La civilización cientifista en que estamos inmersos desde hace unos siglos ha llevado al hombre contemporáneo a situaciones límite muy parecidas a la que se vivieron en la etapa de gestación mítico-racional griega, y por tanto muchos de aquellos mitos han vuelto con fuerza propia camuflados de historias contemporáneas. Y aunque la hybris sea el gran pecado original humano, en unas épocas el hombre estuvo más dispuesto a cometerlas que en otras. Hoy día los límites de la ciencia están guardados por delgadas cortinas tras las cuales parecen amenazar de nuevo los monstruos de lo desconocido y algunas veces hasta parece que oyéramos claramente los mugidos aterradores del nuevo Minotauro inocente/ culpable que corre desesperado por los corredores del laberinto.


  • (1) Recogido por Roberto Calasso, Las bodas de Cadmo y Harmonía, Anagrama, Barcelona.

  • (2) R. Calasso (op. cit.)

  • (3) F. Sánchez Dragó, Gárgoris y Habidis, una historia mágica de España, tomo 1, ed. Hiperión, Madrid 1980.

  • (4) R. Calasso. Op. cit.

  • (5) D. Cifuentes, Blade Runner, revista "Pensamiento", vol. 54, núm. 210, septiembre-diciembre de 1988).

  • (6) P. Santarcángeli El libro de los Laberintos, ed. Siruela, 1997.

  • (7) D. Cifuentes, op. cit.


Este artículo apareció publicado en la revista ARTyCO, nº 11, invierno de 2011


Nos caerá encima Moratinos

La nueva amenaza que pende sobre nuestras mareadas cabezas en este verano de calenturas bíblicas nos viene del espacio exterior y se llama MORATINOS. Como alcaldable de Córdoba. Ya está currándoselo Griñán. Y la pregunta que de entrada le viene a cualquiera a la cabeza es: ¿y qué tiene de malo Moratinos? Y la respuesta es: MUCHO. Porque Moratinos es uno de los políticos más TRAMPOSOS de todo el hemisferio norte. UN TIPO QUE LLEVA 20 años haciéndose el neutral en el conflicto palestino pero que no ha parado de echarse amigotes, pero amigotes de verdad, no como el millón de Roberto Carlos, en cualquiera de los gobiernos israelíes que ha conocido y amiguitos felpudos entre los palestinos. Hay que serlo de todas maneras para poder ser ministro de Exteriores de un país como España y miembro de un partido que reclama la identidad la izquierda, instalado permanentemente en la mentira, porque se limita a aplicar las políticas ultraliberales que le mandan los que mandan. Pero es que Moratinos es un político perfecto para ese papel. Un verdadero profesional de la doblez, la mentira y la iniquidad. Yo lo llevo siguiendo hace mucho tiempo y le llevo contabilizando todas y cada una de las miserias que contra la razón de la izquierda viene perpetrando desde que fuera Enviado Especial de la U.E. para Oriente Medio en los 90 y se la pasara con esa vocecilla eunuca que gasta pidiendo a ambos, ¡¡¡a ambos!!! al estado genocida y ladrón israelí y a sus víctimas palestinas que se llevaran bien, culpabilizándolos por igual. Sólo tenéis que verlo en el video en el que da su versión de los hechos en el asalto del ejército israeli a la flotilla desarmada y las medidas que no tomaron, que han tomado y que tomarán los europeos para evitar el genocidio final de un millón de personas encerrados en el mayor campo de concentración del mundo. Medidas de sastre para hacerse un traje de perfecto macho de la raza caprina.

Un político de la misma raza que la felizmente escapada por la maroma del barco Repelente Señora Aguilar. La entrañable amistad que los une a ambos (besitos, besitos) habla por sí sola. Políticos sin escrúpulos, sólo pendientes de sus propias carreras y de lo que manden los señores que mandan. Que queremos al bueno de Rafael Blanco, hombre, que nos monte si gana veinte espectáculos al día de boñigas de caballo y treinta tomatinas flamencas, pero que reinvindique el valor de su trabajo ante los designios de su partido de usar esta ciudad de cementerio de dinosaurios más quemados que la cazuela de la pipa de un indio.

Desde aquí hago un llamamiento para recabar fuerzas y presionar al PSOE. Vale que nos encule con las medidas más reaccionarias y procapitalistas de la historia reciente del país, vale que hayan demostrado ser sólo unos peones útiles para imponer la razón de los mercados sobre la razón democrática, el condón que se ha puesto el neoliberalismo para violarnos sin peligro de embarazarnos de rebeldía, pero que no castiguen a esta ciudad mandándonos un candidato tan abyecto. No es que piense que tenga posibilidades de ganar, pero la sólo idea de tener que ver su careto afichado por toda la ciudad durante la campaña me descompone los centros ventrales. Que se lo metan donde les quepa.

lunes, 9 de agosto de 2010

DE COCINA (III)



Para ilustrar esta última parte de DE COCINA os traigo una pequeña maravilla. Se trata de un tema de la pianista de jazz compositora y cantante azerí Aziza Mustafa Zadeh, también conocida como Jazziza. Un verdadero dechado de talento y virtuosismo aunados. Personalísima, ha cristalizado un estilo en el que las técnicas del bebop, la tradición jazzística de vanguardia y los aires musicales de su tierra natal se amalgaman creando composiciones electrizantes, junto a temas de una sensibilidad y una textura emocional exquisitas. Desperation de su trabajo Seventh Truth, cantada en inglés, a pesar de que en el resto del album predomina su idioma natal. La portada de Seventh Truth causó un gran revuelo en Azerbaijan ya que en ella aparece la artista desnuda tapándose los senos con las manos. El escándalo llegó hasta al Parlamento, en el que se debatió la posibilidad de prohibirla. La propia artista lo cuenta jocosamente en su página web. Los azeríes como los habitantes de tantas otras repúblicas asiáticas exsoviéticas pasaron del rigorismo moral bolchevique al islamista sin apenas un respiro.





III







Todo lo que me gusta

es inmoral,

es ilegal

o engorda.




Pensamiento finisecular







Hoy en día parece que estamos asistiendo sobre todo en las zonas donde tiene su asiento la civilización occidental a una nueva revolución gastronómica que se manifiesta en todos los frentes relacionados con la actividad incorporadora del hombre. En el tema de la diversidad asistimos a la universalización, al calor de la globalización cultural, política y económica de determinados modos de consumo que se van gradualmente desvinculando de las formas culturales autóctonas para pasar a depender de los intereses de las empresas multinacionales que conforman la cara no visible pero detentadora auténtica e indiscutible del Poder en este paso de milenios . Es un proceso bidireccional: por un lado extienden platos y fondos de cocina de países muy diversos por el resto del mundo (pizza, currys, paella) mientras que por otro envuelven toda esa diversidad ofrecida en una sola estructura, en una forma unívoca de producción y consumo perfectamente controlada. La tendencia es a la implantación de una cocina mundial y única en la que los fondos de cocina tradicionales, basados en productos arraigados tradicionalmente en la ecología, economía y cultura autóctonas de cada lugar o región, son sustituidos por otros diseñados, fabricados en serie y distribuidos por conglomerados industriales perfectamente centralizados y organizados de acuerdo con los estudios de mercado que sus propios gabinetes de expertos realizan. Ya no se trata de que unos productos ajenos a la cocina tradicional de un lugar se superpongan a los propios y acaben enriqueciéndola en procesos de aculturación perfectamente medibles por la propia sociedad que los genera, sino de la sustitución del acceso del consumidor a las fuentes primarias de producción y al control directo del proceso de elaboración de los platos por un dirigismo de los planos sintáctico, gramático e incluso litúrgico del hecho alimenticio.

A este dirigismo se suman, íntimamente interrelacionados con él, los nuevos modos de vida que la modernidad impone en un proceso imparable de destrucción de los ritmos cotidianos que marcan las diferentes funciones biológicas y sociales de los individuos de las colectividades modernas. A las nuevas formas de producción se corresponden nuevas formas de relación con el mundo. Así, como apunta Vázquez Montalbán, la cocina tradicional no tiene nada que ver con la prisa. Descansaba en el pilar de una división familiar del trabajo, y, por lo tanto, en la existencia de la mujer cocinera que podía vigilar la cocción del puchero durante las horas que hicieran falta. También contaba con un espacio más humano, en el cual el trabajo de los otros miembros de la familia estaba lo suficientemente cerca del hogar como para ir a comer al mediodía y luego volver a trabajar, práctica que se sostuvo, incluso en las ciudades industriales, antes de que reventara por los descosidos de la presión demográfica. (1) El problema está en que las partes positivas de la modernización (ruptura de relaciones de dominación patriarcales, religiosas y políticas, libertad de elección en la función que se desea realizar en el mundo laboral y familiar, etc.) no son sustituidas por alternativas racionales y consensuadas por toda la sociedad, sino por otras totalmente impuestas por los intereses económicos desnudos de los conglomerados de poder que conforman el tardocapitalismo o poscapitalismo (dependiendo del tipo de análisis que se haga) dominantes en este paso de milenio.

Así, la transmisión de los gustos culinarios deja de estar en manos de la familia y pasa a depender de la publicidad, que conformará las tendencias gastronómicas dominantes en perfecta consonancia con los intereses industriales que representa. La comida será un mero trámite cotidiano en lugar de un rito de reconocimiento del mismo valor que el de la mayoría de los animales gregarios ejercitan con el olfato. Aunque por otra parte su valor simbólico no se pierde totalmente, sino que se transforma en liturgias de frecuencia variable, plenamente recogidas en la cultura del ocio que el propio sistema distribuye y explota integradamente. Ello es perfectamente observable en el mundo juvenil, donde determinado tipo de comida o determinado tipo de logo de comida (frecuentemente tildable de comida basura) se convierte en una marca más de integración en un grupo, donde la simbología, el lenguaje, los sabores les vienen dados por la agresividad publicitaria como marcas personales de rebeldía frente a un mundo adulto al que se representa paradójicamente como monótono y uniforme, con el agravante además de que la nueva cultura estética que se trata de vender para todo el mundo se basa en la consideración de esos mismos valores juveniles como perfectamente asumibles por el resto del conglomerado social. El culto al cuerpo, al cuerpo juvenil se entiende, es el valor más en alza en los mercados emisores de mensajes culturales. Con lo que la nueva paradoja está servida.

Lo más curioso de todo este cambio de valores está en que en realidad conviven los nuevos usos con atávicas presencias de miedos y lacras que no han podido ser no ya eliminadas, sino tan siquiera disimuladas por los administradores, cuando no han sido directamente utilizadas como nuevas fuentes generadoras de beneficios.

Por una parte tenemos toda la sustitución de la teología de la alimentación tradicional, con sus prohibiciones religiosas y sus supersticiones oscurantistas, por una nueva basada en el culto a la salud y la estética corporal, que por supuesto no siempre responden a las necesidades más perentorias del ser humano, y cuyas normatizaciones, como las de todas las teologías, tienden al dogmatismo. El concepto de pecado, lejos de diluirse en la racionalidad de los tiempos, se alza de nuevo transformado en manos de médicos, sacerdotes dietistas y diseñadores de moda en el nuevo azote de la conciencia del individuo. La obesidad, signo de distinción en épocas pasadas o en culturas actuales ancladas aún en la tradición se ha convertido en una obsesión social cuya eliminación determina buena parte de las actividades particulares y de los ofrecimiento de servicios de la industria dominante. En un momento en que , como afirma Bourdieu (2), es tan difícil determinar los parámetros de distinción en materia gastronómica a no ser en la actual tendencia inversa según la cual las clases superiores vienen a tener figuras más estilizadas que las clases populares debido a que pueden dedicar más presupuesto y más tiempo al cultivo de su cuerpo, más que a la cantidad y la calidad de los alimentos que ingieren, a los que ya prácticamente todo el mundo tiene acceso.

Hipernutrición y sedentarismo son la causa última de la peor de las enfermedades sociales, enfermedad que los nuevos sacerdotes asimilan a la culpa tal como antes se asimilaba la sexualidad libre con el pecado. Por algo la palabra régimen, la más asociada en los últimos tiempos a la comida, tiene curiosa correspondencia en política con la instauración de gobiernos férreos de inequívoco carácter militar. Los cuerpos y los pueblos necesitan ser metidos en cintura por los expertos dietistas.

El otro fenómeno constatable es fruto del alejamiento del consumidor de la materia originaria objeto de su consumo. Los consumidores van teniendo cada vez menos acceso a los productos en bruto, a la materia prima alimentaria que puede ser apreciada en su salvajidad antes de ser convertida en materia cultural en forma de comida cocinada y cuyo origen es aproximadamente conocido. Por el contrario, la tendencia general es al ofrecimiento de las comidas elaboradas o semielaboradas, en las que las materias primas han sido ya previamente transformadas en remotos y desconocidos lugares y cuya preparación sólo necesita de la fase final de la actividad culinaria, la cocción, cuando no el simple calentamiento del producto ya cocinado. Ello tiene como consecuencia un regreso a los orígenes en los que el omnivorismo presentaba la crucial paradoja que hizo progresar el arte culinario. Efectivamente la desconfianza, totalmente conjurada a lo largo de la historia por la intelectualización de la comida y su reducción a materia familiar y segura por medio de la cocina, vuelve a mediatizar en gran medida la actividad nutriente del hombre actual. Los productos ya no se sabe de dónde vienen exactamente. Se adquieren parcial o totalmente transformados, cortados, triturados, cocidos o liofilizados. Se les añaden en los lugares de producción elementos desconocidos, sospechosos, a veces insospechados: conservantes, colorantes, edulcorantes, potenciadores del sabor, etc. Y además ya no se corresponden con los usos familiares y tradicionales a las que se estaba acostumbrado y que daban seguridad y sentimiento de arraigo.

El miedo justificado, aliado con la rumorología pánica, en la que se mezclan datos científicos sobre inductores cancerígenos, noticias de envenenamientos masivos e incluso serpientes interesadas por competencias industriales, producen estados de suspicacia personales o colectivos que tienen mucho que ver con los miedos ancestrales a las comidas que se cocinaban fuera de la comunidad, las cocinas malditas de ingredientes inmundos e innombrables, las inmundas ollas de las brujas en los aquelarres.

Otro bucle impertinente: como también pone en evidencia Fishler la forma en la que el hombre actual consigue sus alimentos, recolectándolos de los estantes de las grandes superficies, se asemeja curiosamente a la de su ancestral antepasado que recolectaba los suyos en la inhóspita sabana.








  • (1) M. Vázquez Montalbán: Contra los gourmets

    Ed. Grijalbo Modadori, Barcelona, 1997.




  • (2) P. Bourdieu: La distinción: criterios y bases sociales del gusto. Ed. Taurus, 1988

Glorificación del TOMATE ROSA CORDOBÉS

La belgo-tunecina Ghalia Banali por rumbas. Awadu, de su album Wild Harissa.


Obviando el abrumador título que me endiña, sospecho que no sin cierta sana sorna, respondo desde aquí a mi admirado Eladio Osuna que en un comentario a mi anterior post sobre el papel del tomate en la gastronomía mundial me reclamaba extensión sobre el tomate rosado cordobés.

Y lo primero que he de confesar es que yo de tomates, como de casi todo, entiendo un pimiento, valga el trillado jueguecillo hortofructícola. Me refiero a razas, marcas y demás asuntos periciales. Eso sí, el tomate rosado de la huerta cordobesa lo conozco a la legua. Ese feo de aspecto, lleno de borococos y la zona del pedúnculo deformada, pero que tiene una carne prieta y jugosa y un olor y sabor tan intensos que dan ganas de llorar. Porque sabor y olor han desaparecido totalmente de los criados en invernaderos y producciones agrícolas industriales, esos que vienen en asépticas cajas todos igualitos que pareciera que los hubiera fabricado a molde una máquina. La característica más penosa de esta maravilla es que sólo se encuentra bien entrado el verano. A mí me lo sirve mi vecino frutero provinente de la huerta de su padre en Alcolea, a quien conozco también desde casi niño, con lo que al placer de su degustación se le une el cariño por su crianza. No sé si se trata de una raza autóctona cordobesa como la del canónigo banquero, en feliz peligro de extinción, o el erudito folklórico-moruno, a quien Dios guarde muchos años, o simplemente un tomate criado artesanalmente en las escasas huertas periféricas que van quedando y que se han salvado de la metástasis parselista. Y no quiero saberlo. Seguro que si le pregunto a San Google me sale con que tomates rosas los hay hasta en el Sájara. Así que, como la de la copla de la Piquer prefiero seguir soñando a conocer la verdá. Soñando que esa maravilla tomatera es tan cordobesa como el carácter de sus taberneros. Una gilipollez autoctonista, desde luego, pero que me perdonaréis porque esta caló de desierto bíblico me está recociendo a placer las neuronas. Sea como sea, tomate de esos que veo en la frutería, tomate que morirá en mis manos partido en dos, esturreado de sal gorda y pimienta y devorado a bocados o troceado en picaíllo con aseitito de Priego, atravesado por agudo mondadientes. No antes desde luego de haberlo adorado un rato sobre la tabla de partir de mi cocina ya con el cuchillo en la mano y una beatífica sonrisa.


Por cierto que anoche se celebró en el marco incomparable del hondo patio cordobés de la madre de mi amigo Juan Sepelio el XIV CERTAMEN INTERFRATERNAL DE GAZPACHOS COLORAOS. En cuanto vea a mi amigo Juan Sepelio le pregunto por el resultado de este año. El pobre no ha conseguido una victoria en ninguno de las ediciones anteriores. Y eso que hace un gazpacho que se te va la olla. ¡Cómo serán los de sus fraternales adversarios!