Por el historiador renacentista valenciano Pedro Antonio Beutes (1) sabemos
que un día de 1411 una turba incendiaria dirigida por el fraile dominico
Vicente Ferrer, a quien los católicos consideran santo, tras un sermón
virulentamente antijudío que había emitido en una iglesia toledana, se dirigió
a la sinagoga mayor de la ciudad, expulsó violentamente a los judíos que allí
había, hizo una pira con los textos talmúdicos y robó todo objeto litúrgico de
valor que encontró en ella. Seguidamente el fraile valenciano ordenó calma y
consagró el templo al culto católico con el nombre de Santa María la Blanca.
También sabemos que en 1391, aunque no podemos hablar de incitación directa
al asesinato de judíos en sus sermones, como sí la encontramos en los de los
frailes andaluces que ese mismo año dirigieron el asalto de las juderías
andaluzas y asesinaron a varios miles de judíos a los que además robaron sus
bienes, entre ellas la de Córdoba (2), los seguidores fieles de sus enseñanzas
en Valencia hicieron lo propio en la judería valenciana, con el resultado de
varios cientos de hombres, mujeres, niños y ancianos asesinados y robados por
esos sus piadosos seguidores. Pero sólo hay que leer esos sermones para
entender que esa violencia directa iba implícita en todas y cada una de las
palabras del domini cane (el perro de dios), la orden fundada por Tomás
de Aquino (otro santo) para sostener la Inquisición que había fundado.
Hoy muy pocos historiadores no confesionales, dudan de la responsabilidad
por incitación de Vicente Ferrer en las persecuciones de judíos de finales del
siglo XIV (3). Y son muchos los que defienden que las legislaciones posteriores
recogen todas y cada una de las sugerencias que el fraile valenciano puso en el
tapete del antisemitismo oficial, especialmente las Leyes de Ayllón de 1412
(4): reclusión en guetos, marcaje con prendas especiales obligatorias (que los judíos traxesen tabardoscon una señal bermeja, é los moros capuces verdes con una luna clara) (5) a sus miembros, prohibición de ganarse la vida tratando con cristianos (ni
siquiera podían hablar con ellos) para obligarlos, rindiéndolos por hambre, a
la conversión.
Muchas veces se dice que no podemos juzgar con ojos de nuestra época los
actos de la gente del pasado. Pero sí que podemos juzgarlos con los ojos de
juzgar de sus coetáneos. Y podemos asegurar que lo que hicieron aquellos
católicos dirigidos por frailes estaba considerado un crimen y penado por las
leyes reales y de hecho hubo juicios y condenas a los responsables de las
matanzas. Aunque ninguno de aquellos condenados vestía hábito frailuno.
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FRAY ALBINO
En 1946, diez años después de iniciarse el genocidio franquista, llegó a
Córdoba uno de sus más firmes defensores: el obispo Fray Albino. Se ha
demostrado recientemente que siendo obispo de Tenerife no sólo conspiró con los
militares que dieron posteriormente el golpe del 17 de julio sino que escribió
textos pastorales que son una clara incitación a destruir la democracia formal
que instauró La República (6). Una vez iniciado el genocidio, no sólo firmó la
carta de los obispos apoyando la Cruzada, sino que se empleó sin descanso en
defender la necesidad de una limpieza radical, de matar al mayor número posible
de rojos, de los que se reía en el trance de su fusilamiento llamándolos
cobardes porque no sabían morir (7). Que llegó a considerar en un ataque
de delirio paranoide-criminal a Franco como un enviado directo de Dios para
salvar a España. Que compuso un catecismo, El Catecismo Patriótico Español (8),
para adoctrinar a los niños de la posguerra, especialmente a los huérfanos de
los rojos y las rojas fusilados, que es inequívocamente una adaptación de las
ideas estelares del Mein Kampf del Führer para aprendizaje memorístico
de esos niños, porque asimilaba en el mismo paquete de eliminables para la
salvación de España a liberales, judíos y socialistas. Su visceral
antisemitismo aparece una y otra vez en ese catecismo y en el resto de sus
escritos pastorales lo que hace a su pensamiento más dependiente del nazismo
que del propio ideario fascista español. Por ello, no es extraño que fuera un
admirador y devoto del portador de su propio hábito dominico más antisemita de
la historia de este país, Vicente Ferrer.
En los últimos años de su vida se empleó en paliar algo la miseria, a la
vista de su insoportable ubicuidad, en que sus propias acciones y la de sus
cómplices civiles y militares franquistas mantenían a la población
superviviente vencida, patrocinando la creación de dos barriadas de casas
baratas. A una la bautizó, en un rapto sublime de modestia, con su propio
nombre y a la otra con el del militar y rejoneador franquista Antonio Cañero,
cuya mayor hazaña guerrera fue montar una brigada montada de señoritos y
garrochistas falangistas que, armados con picas y escopetas, cazaban en la
sierra, como si de alimañas se trataran, a los republicanos desarmados huidos
de la masacre y que resultarían unos asesinados a sangre fría entre los
peñascales serranos y otros reconducidos a las tapias de los cementerios para
ser fusilados (9). La mitología franquista fomentó desde entonces la falsa
creencia de que la permuta de los terrenos para la construcción de esas casas
por otros mejor situados y que le supusieron un suculento negocio, había sido
una altruista donación del caballero rejoneador al obispo y a la causa de los
pobres (10).
Y la parroquia de esa barriada, la de Cañero, se la dedicó el obispo nazi
lógicamente al santo antisemita de su máxima devoción, de quien fue émulo en la
persecución sin desmayo de los enemigos de la fe, judíos y republicanos. Así,
el dedo del santo pogromista, San Vicente Ferrer, ha amenazado durante
los últimos 60 años a todos los vecinos de ese barrio, el barrio históricamente
más progresista de toda la ciudad, con todos los terrores, tanto terrenales
como de ultratumba, que el catolicismo ha inventado para mantener
permanentemente acojonados a sus fieles.
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EL BARRIO
CAÑERO
La barriada de Cañero fue durante los años 60, una vez que sus habitantes
consiguieron sacar un poco la cabeza del pozo negro del franquismo, modelo para
toda España de lucha vecinal contra la dictadura, como ha contado recientemente
Federico Abad en su imprescindible ensayoLa barriada de Cañero. Su
asociación de vecinos fue la primera de ese tipo que se fundó en el estado
español y llevó a cabo una denodada lucha para conseguir mejoras estructurales
en el barrio con espectaculares logros como los arreglos de los tejados, el
asfaltado de las calles o el acceso a precios asequibles a la propiedad
familiar de las viviendas. Los núcleos duros de lo que fueron los partidos
políticos cordobeses que lucharon contra la dictadura en los primeros 70
surgieron precisamente de ella.
La Transacción y el trampantojo del estado de bienestar durante la burbuja
económica obró el mismo milagro de desmovilización que en los demás barrios. El
envejecimiento de la población y la especulación con los precios de la vivienda
en los años dorados del ladrillo terminaron el trabajo de adocenamiento de un
verdadero barrio obrero. Y en los últimos años hasta el PP consiguió ganar en
él alguna elección en alguna ocasión. Pero al menos el barrio se había venido
librando de la metástasis cofrade, esa imparable enfermedad vinculada al
nacionalcatolicismo y no a poder popular alguno, como defienden algunos desde
sus apulgaradas antropologías de chaqueta de pana, que ha infectado el corpus
de la sociedad en las grandes ciudades andaluzas y que, como ya dije en otra
ocasión, consiste en la reproducción cíclica a escala del funcionamiento de
la sociedad tradicional en la que todo el mundo camina en fila india en el sitio,
perfectamente estamentado, que le corresponde, agarrando su triste vela o su
recamado palo de plata (11), con su carga de derechización de la juventud,
la sustitución de los vínculos de solidaridad militante de la lucha política en
común por los inanes esfuerzos de sacar a pasear idolatrías a ritmo de tambor
militar, la sustitución de la idoneidad de la justicia social por la de una
caridad dirigida por una institución tan reaccionaria como la Iglesia y el
cuidadoso enfoscado, tras la mística suntuosa, pero huera, del rococó y el
incienso, de los conflictos sociales inherentes al sistema.
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LA PROCESIÓN DE LA INFAMIA
Pero el virus de la cofradeína acabó llegando hace tres o cuatro años y
Cañero ya tiene una cofradía que procesiona en la Semana Santa, con
parafernalia idolátrica perfectamente montada. Por lo que he podido averiguar,
se trata de una infección exógena, que ha desembarcado desde fuera, una
colonización en toda regla de cofrades huérfanos de otros lares y aún no he
conseguido que alguien del barrio me confiese que conoce a algún hermano de esa
cofradía. La inmensa mayoría son gente de fuera del barrio, sin vinculación
histórica con él o infectados en su exilio. Pero que ya ha pasado a ser
conocida como la Hermandad de Cañero.
Pero todo pudiera quedarse en que saquen un día al año, aparte las
innumerables salidas extraordinarias ya oficializadas en las demás, las figuras
titulares que adoran y pongan el barrio, como todos los demás, perdido de cera
y atufado de incienso y provean de espectáculo colorido, churrigueresco y
sincopado a ritmo de música militar (la música cofrade no existe, es un
derivado sin más de la militar) a los vecinos del barrio que no tienen en la
calle diversión mejor que echarse a los ojos. Lo que no podíamos figurarnos los
que empezamos a ser ya unos insorribles que vivimos en un mundo que se va
alejando cada vez más de nuestra sensibilidad ética y estética es que los
responsables de esa cofradía colonial vinieran de fuera a rescatar al santo
bajo cuyo terrible dedo nos hemos criado varias generaciones del barrio, de su
hornacina y a refregárnoslo por las calles.
Resulta que este año se conmemora el VI Centenario de la muerte del
dominico antisemita y tanto el obispado, como la parroquia, como la cofradía
colonial van a montar unos pollos festivos para el evento. Todo el mundo es
libre de adorar o convocar en su casa al demonio que le apetezca. Nada que
objetar a la peregrinación de unos vecinos a la tumba en Francia del
considerado santo, tampoco a la verbena a celebrar en el patio de la parroquia,
ni a los triduos, y otras solemnidades que se celebrarán en la iglesia. Ni
siquiera al acto académico de exaltación de la figura del perseguidor de judíos
con la colaboración de la Muy Piadosa Academia de Nobles Caspas y Bellas Tretas.
Nada, nada que objetar. Pero sí y mucho a
que lo saquen en
procesión. Esa imagen llevaba
más de 60 años en su hornacina sin que a nadie se le ocurriera bajarlo ni para
verlo de cerca, ni le hiciera ni el más mínimo caso, sin que quisiéramos saber
piadosamente mucho más de lo que ya sabíamos y del que hoy no dudo que hubiera
sido más saludable que sus hazañas lejanas y terribles hubieran corrido de boca
en boca desde los primeros tiempos del barrio, cuando un obispo nazi y un
alcalde falangista regían como capataces absolutos del campo de concentración
en que la banda criminal que secuestró a medio país a punta de pistola, después
de asesinar al otro medio, convirtió a esta triste, desgraciada ciudad.
Siguiendo las enseñanzas criminales del dominico Vicente Ferrer, cuya efigie,
que había permanecido desde siempre en su sitio natural, el acotado higiénicamente
por los curas para ello, si el tiempo y la decencia no lo impiden, invadirá
mancillando con el recuerdo de sus fechorías las entrañables calles de mi
barrio.
NOTAS:
1. La
vida, y historia del apostolico predicador sant Vincente Ferrer. Valencia,
1575.
2. Días
después del pogromo cordobés, la sinagoga (que sigue siendo la actual)
fue convertida en ermita hasta que a principios del siglo XX el estado
consiguió su devolución a Patrimonio Nacional.
3. Antonio
Claret García Martínez: El acoso a las comunidades judías en los milagros
bajomedievales. el caso de s. Vicente Ferrer. Actas de las III Jornadas
Hispano-Portuguesas de Historia Medieval. Universidad de Sevilla, 1991.
4.
Carolina M. Losada. Ley divina y ley terrena: antijudaísmo y
estrategias de conversión en la campaña castellana de San Vicente Ferrer
(1411-1412). Hispania Sacra, LXV 132, julio-diciembre 2013, 603-640.
5. Alvar
García: Crónica de Juan II.
6. Ricardo
A. Guerra Palmero: Ideología y beligerancia: la Cruzada de Fray Albino,
Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2005.
7. González
Menéndez-Raigada A.: Mina de oro para enfermos y atribulados.
Imprenta Católica, Santa Cruz de Tenerife, 1941, p.249 (Recogido en el libro
del profesor Guerra Palmero). Los rojos no saben morir por falta de
heroísmo...algunos conseguían morir cristianamente ya que con motivo de los
fusilamientos que la justicia de Franco tuvo que hacer con los criminales
rojos... en privado un 60% de los que iban al paredón se confesaban, pero en
público la cifra era de menos del 10%.
8. González
Menéndez-Raigada A.: Catecismo Patriótico Español, Ed. Península,
Barcelona, 2003.
9. Francisco Moreno: El genocidio franquista en
Córdoba. Crítica, Barcelona, 2008.
10. Federico Abad: La barriada de Cañero.
Utopía, Córdoba, 2016.
11. M. Harazem La invasión cofrade. En 17.
Un análisis del estado de la cultura en Córdoba. Delegación de Cultura del
Ayuntamiento de Córdoba, 2016, p. 112.