(del laberinto al treinta)


domingo, 1 de enero de 2006

Quitarse de fumar

Para todas/os las/los aspirantes a heroínas y héroes que van a intentar aprovechar el decisivo asalto a los hábitos de los ciudadanos por parte del Estado médico-policial para dejarlo, a partir de este 1 de enero, entresaco como ayuda y en su homenaje unos párrafos del libro de Italo Svevo, La Conciencia de Zeno. Autobiográfico, publicado en 1923, nace como terapia contra el síndrome de abstinencia del delicioso veneno. Después de pasarse 30 años intentándolo un joven psicoanalista le prescribió como remedio para superar definitivamente su adicción al tabaco que escribiera sus memorias y así descubrir la causa de la misma. El resultado fue un maravilloso libro que recomiendo vivamente y no sólo, naturalmente, por esa causa.



Cuando el doctor me dejó, mi padre, con el puro en la boca y todo, se quedó a hacerme compañía. Al marcharse, después de haberme pasado con suavidad la mano por la frente, que abrasaba, me dijo:

-¡No fumes, eh!

Fui presa de una inquietud enorme. Pensé: «Puesto que me hace daño, no volveré a fumar nunca, pero antes quiero hacerlo por última vez.» Encendí un cigarrillo y al instante me sentí liberado de la inquietud, pese aque la fiebre había aumentado y a cada calada sentía en las amígdalas la misma quemazón, como si me las hubieran tocado con un tizón ardiendo. Acabé todo el cigarrillo con el esmero con que se cumple un voto. Y, sin dejar de sufrir horriblemente, me fumé muchos otros durante la enfermedad. Mi padre iba y venía con el puro en la boca y me decía:

-¡Muy bien! ¡Unos días más de abstenerte de fumar y estarás curado!

Bastaba esa frase para hacerme desear que se fuera pronto, pero pronto, para poder lanzarme sobre un cigarrillo. Incluso fingía dormir para inducirlo a alejarse antes. Aquella enfermedad me ocasionó el segundo de mis tormentos: el esfuerzo por liberarme del primero. Mis días acabaron llenos de cigarrillos y de propósitos de no volver a fumar y -me apresuro a reconocerlo todo- de vez en cuando siguen siendo los mismos. La ronda de los últimos cigarrillos, formada a los veinte años, sigue en movimiento. El propósito es menos enérgico y mi debilidad encuentra mayor indulgencia en mi viejo ánimo. En la vejez se sonríe uno al pensar en la vida y en todo lo que encierra. Es más: puedo decir que, desde hace un tiempo, fumo muchos cigarrillos... que no son los últimos. En la portada de un diccionario, encuentro esta anotación hecha con bella caligrafía y algunos adornos: «Hoy, 2 de febrero de 1886, paso de los estudios de derecho a los de química. ¡Último cigarrillo!». Era un último cigarrillo muy importante. Recuerdo todas las esperanzas que lo acompañaron. Me había enfurecido el derecho canónico, que me parecía tan alejado de la vida, y corría hacia la ciencia, que es la vida misma, aunque reducida a un matraz. Aquel último cigarrillo significaba precisamente el deseo de actividad (incluso manual) y de pensamiento sereno, sobrio y sólido. Para escapar a la cadena de las combinaciones del carbono, en que no creía, volví al derecho. ¡Por desgracia! Fue un error y también lo señalé con un último cigarrillo, cuya fecha encuentro apuntada en un libro. También aquélla fue importante y me resignaba a volver a esas complicaciones del mío, el tuyo y el suyo con los mejores propósitos, con lo que soltaba por fin las cadenas del carbono. Había demostrado ser poco apto para la química, entre otras cosas por falta de habilidad manual. ¿Cómo iba a tenerla, si seguía fumando como un turco? Ahora que estoy aquí, analizándome, me asalta una duda: ¿me habrá gustado tanto el cigarrillo, tal vez, como para achacarle la culpa de mi incapacidad? ¿Habría llegado a ser el hombre ideal y fuerte que esperaba, si hubiese dejado de fumar? Tal vez fuera esa duda la que me encadenó a mi vicio, porque eso de creerse dotado de una grandeza latente es una forma cómo da de vivir. Lancé esa hipótesis para explicar mi debilidad juvenil, pero sin convicción firme. Ahora que soy viejo y nadie me exige nada, sigo pasando del cigarrillo al propósito y del propósito al cigarrillo. ¿Qué significan hoy esos propósitos? ¿Acaso me gustaría como a ese viejo higienista descrito por Goldoni morir sano tras haber vivido enfermo toda la vida? Una vez, siendo estudiante, cuando cambié de habitación, tuve que pagar un nuevo tapizado de las paredes porque las había cubierto de fechas. Probablemente abandoné esa habitación porque se había convertido en el cementerio de mis buenos propósitos y no creía posible concebir otros en ese lugar. Creo que el cigarrillo tiene su gusto más intenso, cuando es el último. También los otros tienen un gusto especial propio, pero menos intenso. El último recibe su sabor del sentimiento de la victoria sobre uno mismo y de la esperanza de un próximo futuro de fuerza y de salud. Los otros tienen su importancia, porque, al encenderlos, manifiestas tu libertad y el futuro de fuerza y de salud subsiste, pero se aleja un poco. Las fechas sobre las paredes de mi habitación estaban escritas con los colores más diversos e incluso al óleo. El propósito, renovado con la fe más ingenua, encontraba expresión ade cuada en la fuerza del color que debía hacer palidecer el dedicado al propósito anterior. Prefería algunas fechas por la concordancia de las cifras. Del siglo pasado recuerdo una fecha que me pareció debía sellar para siempre el ataúd en que quería encerrar mi vicio: «Noveno día del noveno mes de 1899.» Significativa, ¿verdad? El nuevo siglo me aportó fechas igualmente musicales: «Primer día del primer mes de 1901.» Aún hoy me parece que, si pudiera repetirse esa fecha, sabría empezar una nueva vida. Pero en el calendario no faltan fechas y con un poco de imaginación cualquiera de ellas podría adaptarse a un buen propósito. Recuerdo, porque me pareció que encerraba un imperativo categórico al máximo: «Tercer día del sexto mes de 1912, a las 24 horas.» Suena como si cada cifra duplicara la apuesta. El año 1913 me produjo un momento de vacilación. Faltaba el decimotercer mes para concordarlo con el año. Pero no debe creerse que hagan falta tantas concordancias en una fecha para dar relieve a un último cigarrillo. Muchas fechas que encuentro apuntadas en libros o en cuadros preferidos destacan por su deformidad. Por ejemplo: ¡el tercer día del segundo mes de 1905, a las seis horas! Pensándolo bien, tiene su ritmo, porque cada cifra niega la anterior. Muchos acontecimientos -mejor dicho: todos- desde la muerte de Pío IX al nacimiento de mi hijo, me parecieron dignos de ser celebrados con el firme propósito habitual. En mi familia todos se asombran de mi memoria para nuestros aniversarios alegres y tristes, ¡y me creen tan bueno! Para reducir su apariencia grosera, intenté dar un contenido filosófico a la enfermedad del último cigarrillo. Se dice con hermosa actitud: «¡nunca más!» Pero, ¿qué será de la actitud, si se cumple la promesa? Sólo se puede tener la actitud, cuando hay que renovar el propósito. Y, además, el tiempo, para mí, no es esa cosa inimaginable que no se detiene. En mi caso, sólo en mi caso, vuelve.



Italo Svevo: La conciencia de Zeno
Ediciones Cátedra, 1985 (pgs. 85-89)

Comentarios
Zeno fue siempre un mentiroso... no puede uno fiarse de nada de lo que cuenta en sus memorias.Vila-Matas cuenta esta anécdota:El escritor italiano Italo Svevo, minutos antes de morir, pidió un cigarrillo al yerno, que se lo negó. Svevo murmuró: «Sería el último». En fin. No fumemos
Portnoy — 02-01-2006 11:00:24
Benditos mentirosos, que tú tan bien conoces, amigo Portnoy, que nos salvan la vida a diario con sus mentiras. Por otra parte yo también fui yonqui del tabaco hace mucho, mucho, mucho tiempo (cómo me gusta regodearme en ese adverbio en este caso), y disfruté de las mentiras del oblicuo Zeno por primera vez en mi proceso de desintoxicación, mucho, mucho, mucho. Mi entrañable yonqui Zeno. Por él decidí prescindir de mojones en el camino del abandono. No recuerdo ni la hora, ni el día, ni el mes, ni el año del último cigarrillo, sólo sé que hace mucho, mucho, mucho. !Cómo me gustan los mentirosos!
Harazem — 06-01-2006 11:59:56
Yo también hace tiempo que lo dejé, aunque quizás no hace tanto...aunque nunca se puede decir que ese cigarrillo será el último... a no ser que uno esté en el caso de Svevo.... aunque me parece que Vila-Matas miente como un cosaco (y fuma como un carretero o como Javier Marías)
En fin.. un saludo
Portnoy — 08-01-2006 21:30:31

No hay comentarios: