(del laberinto al treinta)


sábado, 23 de diciembre de 2006

El timo de la Memoria Histórica

En las últimas elecciones, lo confieso, voté socialista. Y probablemente las próximas vuelva también a hacerlo. Lo hago y lo hago cada vez con más asco y, desde luego, no convencido del todo de que haga bien. Pero la sola posibilidad de que las vuelva a ganar la carcunda clerical-gominosa, contaminada últimamente además por la sombra de la guerra ilegal y criminal en la que nos embarcó, y que gobernó el país durante 8 años me hace hacer de tripas corazón, taparme la nariz e introducir mi enmierdado voto en la urna.

Pero el rencor que he conseguido acumular desde el año 82 contra los socialistas no lo mitiga el hecho de que su alternativa hoy día sea un espanto perifascista y ultracatólico.
Los agravios que me ha infligido el PSOE a lo largo de su dilatado periodo de gobierno abarcan un amplio espectro que va desde la cobardía de no haber hecho nada por limar los dientes a la jauría eclesiástica cuando estaba en inmejorables condiciones de hacerlo, seguir financiándoles sus sectarias actividades con dinero público, no denunciar su obsceno coyundamiento con el régimen criminal anterior, no haber sacado adelante las leyes progresistas referentes al derecho al aborto, la eutanasia, la enseñanza igualitaria y pública, haber permitido que la corrupción campara por sus respetos en sus dominios, principalmente dentro de su propio cuerpo, hasta haber hecho uso del crimen de estado para fines que luego se revelaron estúpidos.
Pero sobre todas esas cosas lo que llevo peor es el nulo esfuerzo que hicieron siempre para rescatar cuando pudieron hacerlo para la causa de la libertad, la justicia y la razón el espíritu republicano que decían representar y que fue asesinado por los mayores de la derecha sociológica que representa el PP y escamoteado durante la Transición tal vez por necesidades coyunturales, pero desde luego de una manera vil y ofensiva para las víctimas del terror fascista impuesto por el régimen de Franco. Una vez pasado el peligro involucionista ya no había coartadas para no ejercer la justicia, para no llamar a las cosas y a los verdugos y a los saqueadores por su nombre, para seguir perpetuando los fusilamientos y los exilios esta vez de la memoria.
La derecha que enseguida se proclamó con pétrea faz demócrata de toda la vida si llegó a sufrir de remordimientos, remota posibilidad, se los curó en el confesionario en lugar de hacerlo en la esfera pública como exigía la higiene democrática. Ventajas de tener una religión tan comprensiva.
Por eso, la vergonzosa ley que acaban de sacar para tratar de cubrir el expediente de las demandas de justicia histórica que nos llevan debiendo desde hace 24 años, la ley de la Memoria Histórica, una Ley de Punto Final en toda regla, ha colmado todas mis expectativas negativas de que los socialistas puedan redimirse algún día, de que consigan salir de la desvergüenza, la cobardía y el entreguismo a los herederos de los criminales golpistas que asesinaron las esperanzas de España de convertirse en un país normal. Dos recientes textos de dos maestros del periodismo lo explican mucho mejor que lo estoy haciendo yo.
Copio una anotación del blog de Javier Ortiz y un trozo del artículo de Enrique Gil Calvo en El País de ayer titulado La memoria oculta.


Represaliado, sí, y a mucha honra

Dice el presidente del Gobierno, y su periódico de cámara se lo pone en grandes titulares, que la ley llamada «de la memoria histórica», que acaba de empezar su recorrido parlamentario, pretende «honrar a las víctimas de Franco».

Las víctimas de Franco no tenemos ninguna necesidad de que nadie nos honre. Estamos honradísimas de origen. Somos víctimas, sí señor, y a mucha honra. Para honrar a alguien se levanta un monumento, se erige una estatua o se coloca una placa en la esquina de una plaza. Las leyes no están para honrar, sino para regular derechos, marcar prohibiciones, establecer preceptos. Una ley cuyos efectos son –pretenden ser– «morales» no es una ley, sino un adorno.

Señor Rodríguez Zapatero: hágame un favor. Publique su leyecita en el Boletín Oficial del Estado, coja un ejemplar, arranque las páginas en las que salga impresa, haga un rollito con ellas... e introdúzcaselo por donde le quepa. Dará con ello plena satisfacción por lo menos a una víctima de Franco. A mí.

2006/12/16 Javier Ortiz (Apuntes del natural)

...Sin embargo, esto en la España actual es una utopía. Y no lo digo sólo porque Franco falleciese en la plenitud de su poder, abriendo un proceso de transición continuista que acabó por convalidar ex post la legitimidad sobrevenida de su ordenamiento jurídico, sino porque la derecha sociológica española, cómplice como fue de los crímenes de la dictadura franquista, jamás lo reconocerá en público así, y por tanto nunca podrá haber aquí verdadera reconciliación civil entre los herederos de víctimas y verdugos.

A su propia escala, el régimen de Franco fue tan criminal e injusto como el de Hitler en Alemania, o mejor dicho, como el de Petain en la Francia de Vichy, ya que no venció por sus propios medios sino con ayuda exterior. Como acaba de demostrar el historiador Götz Aly, el nazismo sobornó a los alemanes redistribuyendo entre ellos el botín de guerra (en cargos y bienes) expropiado a todos sus millones de víctimas. Y lo mismo hicieron Petain y Franco en Francia y España, consiguiendo así la aquiescencia y la colaboración de las clases medias y de la clase obrera superviviente.

No obstante, Hitler y Petain fueron derrotados por los aliados y tuvieron que abandonar el poder. En consecuencia, las memorias públicas de Alemania y Francia pasaron a estar presididas por la persecución de los verdugos, la condena de sus crímenes y la sacralización de sus víctimas. Pero en España no sucedió así. La dictadura criminal de Franco sobrevivió a la II Guerra Mundial, y aquí no hubo ningún vuelco de la memoria pública, que siguió dominada y controlada por los verdugos vencedores que excluían a sus víctimas vencidas con la complicidad de la clase media sobornada.

Aunque sí hubo un cambio de estilo muy significativo. A partir de 1945, la política de la memoria ejercida por el franquismo dio un giro hacia el encriptamiento, pasando a ocultar sus crímenes anteriores, de los que antes alardeaba con arrogancia, para encubrirlos en la clandestinidad. En privado, todo el mundo sabía quiénes eran los fusiladores y quiénes los beneficiarios del saqueo, que se habían lucrado con el botín de guerra en forma de bienes y cargos. Pero en público ya no se ostentaba ni se hacía alarde de ello. Al revés, se disimulaba para mantenerlo oculto, fingiendo una absoluta normalidad ciudadana. Así fue como durante treinta años se mantuvo en pie una comunidad incivil asentada sobre el crimen encubierto, el soborno cómplice y el cinismo político, que fingía no saber, pero lo sabía demasiado bien porque se beneficiaba de ello, que la paz de Franco era la paz del expolio, de los presidios y de los cementerios.

Ésa es la memoria oculta que habría que sacar a la luz, si queremos reconstruir nuestra memoria histórica para alcanzar la reconciliación civil. No tanto la memoria de las víctimas, ya bien conocida por las investigaciones históricas, como sobre todo la memoria de los verdugos y de sus cómplices encubridores, las clases medias y las derechas religiosas e institucionales que se lucraron colaborando con un régimen criminal. Ahora bien, lo malo es que esta memoria oculta de la derecha española es una memoria que se resiste a la confesión pública. Pues como se trata de una derecha católica, se cree absuelta con indulgencia tras su confesión privada. De ahí que no tenga necesidad de confesar en público su memoria culpable, y pueda desinteresarse de sus víctimas sin perder por ello su buena conciencia acomodaticia.

La memoria oculta
ENRIQUE GIL CALVO

El País 22/12/2006


Aunque sólo sea para darles un poco de porculo

FIRMA EN CONTRA DE LA LEY DE PUNTO FINAL ESPAÑOLA EN LA PÁGINA DE AMNISTÍA INTERNACIONAL

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