(del laberinto al treinta)


sábado, 14 de octubre de 2017

Laberintiza que algo queda

Nada de extraño que quien dirija esas jornadas y proponga esa cita que las anuncia sea quien es y tenga la trayectoria declamatoria que tiene (1). Usando como argumento de autoridad a un escritor inglés de la estirpe de los viajeros románticos decimonónicos que no se enteró de la misa la media y que intoxicó con su simplismo nizorraideísta la historiografía de la Transición de este país da la medida de la calaña de su pensamiento. Esa concepción de que España es un país maldito por culpa de una genética cainita que la aboca a un determinismo insoslayable de lucha entre hermanos, es una de las peores falacias que el reaccionarismo hispano ha alimentado para justificar el genocidio franquista. Esa visión equipara impúdicamente a genocidas en serie con uniforme militar, paramilitar, sotana o terno y corbata, defensores sin límite alguno de un orden inmutable medieval, con movimientos obreros sindical-igualitaristas, intelectualidad racionalista y auténticamente liberal/socialista y, en definitiva, demócratas sin frontera ideológica alguna.

Según esa visión, los peores episodios de la historia de este país en los últimos cinco siglos no fueron fruto de la lucha —casi siempre suicida— por la razón y la justicia social de una parte liberada del nacionalcatolicismo contra la exterminadora de la inteligencia y la pervivencia de los privilegios de sus seculares castas dominantes que siempre ganaron todas las guerras —las únicas por cierto en los últimos 300 años— contra su propio pueblo. Esas castas que han dado lugar a que a lo auténticamente español se le denomine propiamente castizo. Lo son —nos dicen con ese desparpajo de los que van sobraos— de la genética y del determinismo histórico. Todos iguales en la culpa, la forma más sibilina de justificar cualquier cosa. De los Hunos y de los Hotros.

No sé para qué diantres ese tipo dirige la Cátedra de Resolución de Conflictos de nuestra universidad, si con sus declaraciones ya apunta claramente a cómo considera que se han de resolver: entre carneros hermanos, que gane el más fuerte. No en vano hace poquísimo fue uno de los firmantes de la carta de aguerridos profesores universitarios que pedían al estado que enviase a la Guardia Civil, a la Policía Nacional y si hacía falta a la Legión con su cabra a Cataluña para resolver un conflicto cainita más, un conflicto que resumían como un laberíntico nacionalismo cerril en el eterno laberinto español.

La versión del agotamiento, 40 años después de gestarse, del fraudulento pacto entre las fuerzas del franquismo criminal con las camaleónicas izquierdas organizadas para encauzar en beneficio de ambas y sobre todo del capital internacional la fuerza reivindicativa de millones de ciudadanos que ansiaban un pacto social realmente justo, no tiene cabida en su análisis. Se trata de oscurecer el hecho de que en uno de los rincones de ese estado el putrefacto pacto (l’estaca) estaba a punto de romperse aprovechando que el juego en que se empleaban el nacionalismo burgués y el jacobinismo de corte neofranquista para realimentarse mutuamente y seguir robando ya no daba más de sí.

La ilusión de una parte importante de los habitantes de este país que hemos visto en el proceso catalán una oportunidad para romper higiénicamente ese pacto social y político viciado de origen y convertido en saco y antifaz de ladrones envueltos en banderas en su uso, y comenzar a establecer otro desde presupuestos más democráticos, ha sido aplastada por el llamamiento nacionalista rojigualda (con el pasado imborrable que arrastra) y el unanimismo en las soluciones del charol y la porra. Cainismo, laberinto o garrotismo goyesco. Cortinas de humo para justificar el mantenimiento de algunas de las instituciones más corruptas e injustas de Europa por la fuerza de una Constitución minuciosamente redactada para que las fuerzas progresistas no consigan nunca sus objetivos.

Hasta ahora no han necesitado tanques para el mantenimiento del orden, o sea de su orden. Radicaban su fuerza en la de esa Constitución tramposa y por ello mismo inmutable y en el absoluto control del espacio informativo por sus acorazadas mediáticas. Pero las cosas se les están yendo de las manos en estos tiempos en que han dejado de ejercer el monopolio de la información y poco a poco se va descubriendo que en este país el eje político está completamente desplazado y que lo que se tenía por derecha era en realidad ultraderecha franquista pura y dura y lo que pasaba por izquierda era lo que en otros países más normalizados no es más es una democracia cristiana entre liberal y ultraliberal que se justifica sólo por rutilantes medidas puntuales en el ámbito de las costumbres. Ahora que ambas han visto peligrar su beneficiosísimo reparto de papeles en el juego del saqueo en que han estado empleadas los últimos cuarenta años sólo han acertado a sacar a la calle el espantajo del miedo a los cambios unos y a las jaurías fascistas que mantenían perfectamente alimentadas en sus perreras, los otros.

Y desde luego no dudarán en resolver los nuevos conflictos justificando el uso desmedido de la fuerza bruta que mantienen en régimen —esta sí que sí— de monopolio en el cainismo y la genética guerracivilista. Los españoles (los desarmados) sólo entendemos genéticamente el lenguaje del palo.

(1) Dos de esas fazañas declamatorias las reseñé hace tiempo en estas dos entradas: El Paradigma de Córdoba, nota 2 y Rosa Regàs y los fachas cordobeses

1 comentario:

Paco Muñoz dijo...

Como siempre bordado, un léxico que merecería por categoría que cualquiera de los sentados de la RAE lo defendiera para que formara parte del diccionario. Pero seguro que no será así, aunque una m. para ellos, a ti que más te da. Interesantes reflexiones políticas que se comparten al cien por cien.
Un abrazo.