(del laberinto al treinta)


domingo, 27 de marzo de 2005

Segundo misterio

Del Color del Terno Cofrade

Mi viejo amigo Juan Sepelio siempre fue una persona muy curiosa. Y ello lo ha convertido en un pequeño benefactor de la Humanidad. Ha dedicado su vida al descubrimiento de las causas y los mecanismos que rigen muchos de los actos humanos que se consideran normales o efectivos sin más razón que la costumbre o la tradición.Por ejemplo, cuando éramos pequeños, a Juan Sepelio le encantaba observar los corros de niñas que, sentadas descuidadamente en el suelo de las calles de nuestra infancia, jugaban confiadamente a los cromos. Las razones últimas de tal ejercicio de observación pertenecen a la esfera más íntima de los resortes del cerebro de mi amigo y no voy a entrar, por el momento, en ellas. Sólo resaltar que por esa observación continuada y devota de las inocentes niñas empleadas en tan apasionante juego, (que los niños, menos delicados, nunca supimos apreciar) acabó fijándose en el mecanismo interno del mismo. Y tras observar que las niñas recogían en la aconcavada palma de sus manitas un golpe de aliento antes de golpear con ella vigorosamente encima del finísimo y coloreado cromo con el fin de voltearlo por el efecto chupón ejercido, decidió comprobar la base científica de tal acción. Agenciado de varios cromos originales hizo pruebas y confeccionó estadísticas que le llevaron a demostrar que el número de volteos fallidos era el mismo tanto en el caso de que se propiciase añadiendo un golpe de aliento en el hueco de la mano como en el caso de que no se hiciera. Por supuesto nunca pudo convencer a las felices niñas de lo inútil de su proceder, con lo que mi amigo cayó a partir de entonces en un profundo escepticismo sobre la capacidad regeneradora del género humano por la fuerza de la razón.En otra ocasión decidió demostrar que el besito final que se daba la gente en la yema del dedo pulgar al santiguarse devotamente tras una plegaria no añadía efectividad al cruciferio. Hizo diversos ruegos a la divinidad santiguándose con y sin ósculo digital y demostró mediante la confección de pacientes tiras estadísticas que la probabilidad de gracia alcanzada por el ruego era en ambos casos la misma.Todo esto lo cuento para demostrar que los métodos de estudio de mi amigo Juan Sepelio son serios y fiables. Así, uno de sus últimos estudios lo ha dedicado a la causa de la elección del color tradicional del terno que lucen en las procesiones las altas jerarquías cofrades que, como todo el mundo sabe, es el azul marino. Probablemente la elección de esa concreta materia de estudio se deba precisamente al pertinaz olvido que los minuciosos exégetas cofradieros le han dedicado, frente al prolijo detallismo que han desplegado siempre respecto a toda la demás parafernalia procesionista: origen de los colores y de cada uno de los elementos del lúgubre disfraz de nazareno, contabilización del número exacto de golpes de gubia que necesitó cada una de sus idolatradas imágenes, número de palabras exactas de esas joyas de la brillantina literaria que son los pregones, etc. El caso es que mi amigo Juan Sepelio, tras sesudos y contrastados estudios ha llegado a la curiosa conclusión de que el color elegido para los sobrios y elegantes ternos, en cuyas tersas solapas hacen destellar el oro de sus barrocas insignias, fue en su momento y ya para siempre el azul marino por la demostrada causa de que es justo contra ese color donde más destacan los vistosos grumos de caspa que suelen excretar las engominadas y a veces acaracolilladas nucas de sus portadores y que tienden a depositarse mansamente en sus devotas hombreras.

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