(del laberinto al treinta)


martes, 11 de enero de 2011

De cuando Franco quiso "purificar" la Mezquita


Parece fuera de toda duda que Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia del Dios y de la Única Iglesia Verdadera, la Católica Apostólica y Romana estuvo a punto de ordenar a principios de los años 70 la extracción de todos los elementos cristianos que fueron añadidos a la Mezquita Aljama de Córdoba tras la conquista de la ciudad por las huestes de un rey castellano. Es decir el desmonte y traslado de las dos catedrales, la primitiva gótica, del XV y la renacentista del XVI, amén de las decenas de capillas, incrustadas en su interior para el culto católico en sucesivos siglos. Este deseo de El Caudillo está perfectamente documentado en un artículo de Juan Contreras, marqués de Lozoya, a la sazón director general de Bellas Artes publicado en el periódico YA el 5 de noviembre de 1972. En él el historiador del Arte le adjudicaba la voluntad, en un impulso de gratitud al mundo islámico, que tan eficazmente había contribuido a la victoria, de desmontar y de trasladar la catedral gótico-renacentista de Córdoba para restituir la Mezquita a su integridad estilística y a su antiguo destino para que fuese, como lo fue en el siglo X, centro espiritual del Islam.

Ello lógicamente produjo una entretenida polémica en todos los niveles afectados, tanto práctica como teóricamente, tanto interna como externamente por aquella muestra de deseo de la voluntad más poderosa de España. Pero sobre todo produjo un espeluznamiento de todas las sotanas del país. Yo aún recuerdo, contaba entonces 16 años, la parte correspondiente al ámbito estrictamente local de aquella polémica. Entre las nebulosas de mi memoria aparecen turbios jirones de lecturas de algunos artículos de prensa de la época y discusiones en clase y con amigos, pero nítidamente la ilusión que me produjo la posibilidad de realización del proyecto. Como precoz amante del monumento, continuo disfrutante de su ámbito y aficionado a los temas andalusíes soñé frecuentemente con que aquel desmontaje ocurría y que la Mezquita de Córdoba volvía a su aspecto original de bosque ininterrumpido de columnas como fuera concebido por los geniales arquitectos emirales.



Las únicas fuentes con que contaba hasta hace poco para emprender un pequeño relato de este asunto era el libro que publicara Nieto Cumplido, La Mezquita-Catedral de Córdoba y el ICOMOS(Ayuntamiento de Córdoba, 1976), en el que el canónigo archivero lo recogía parcial y tendenciosamente, arrimando el ascua a su sardina como parte interesada que fue, lo que pudiera rastrear entre las publicaciones de los eruditos locales y libros de memorias y el paciente peinado de las páginas de la prensa de la época. Pero hete aquí que la red me proporcionó la sorpresa de encontrar prácticamente el trabajo hecho, magníficamente documentado y con un minucioso estudio de los elementos concomitantes tanto del proyecto como de su contestación. Se trata de un trabajo de José Ignacio Cassar Pinazo, arquitecto valenciano y experto en rehabilitación urbana que lo recoge como ilustración sobre el tema de la repristinación de monumentos en un monográfico sobre el tema publicado en el número 2 (nov. 2004) de la revista de restauración monumental Papeles del Partal. El trabajo se basa en el análisis de dos artículos publicados en la revista Arquitectura entre el año 1972 y el 1973 y consta de dos partes. Una, la reproducción, en condiciones tan lamentables que impiden su lectura del texto de Rafael Castejón publicado en el número 178 de la dicha revista (sept. 1973) titulado Datos para la Restauración de la Mezquita de Córdoba, en la que don Rafael presenta un estudio de la viabilidad del proyecto de extracción y traslado a otra ubicación de la catedral católica y la posterior repristinación, reconstrucción de las partes originales eliminadas por la construcción de aquella. El estudio de Castejón es de una minuciosidad pasmosa y no deja detalle por controlar. En la segunda parte José Ignacio Cassar Pinazo analiza el otro artículo publicado esta vez en diciembre de 1972 (núm.168), bajo el epígrafe Mezquita de Córdoba y el entusiasta subtítulo El apasionante tema de la Mezquita de Córdoba ha saltado a la calle una serie de artículos que se referían a la que dio en denominarse la polémica de la Mezquita.

No voy a repetir lo que invito a encontrar leyendo tan apasionante trabajo en el que el arquitecto valenciano analiza minuciosamente cada una de las intervenciones tanto a favor como en contra y las contrasta con las teorías restauradoras del momento y con las actuales, seguido de un análisis del contexto histórico, pero sobre todo político en que se produjeron. Es sumamente interesante particularmente la intervención de Luis Moya en la que el arquitecto y miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando defendió, aparte de denunciar la violencia de la posible actuación que llega a comparar con las de Viollet-le-Duc, el falsificador de Carcasonne, que el carácter de composición abierta y diacrónica (que funciona como un panel de abejas, construido por la repetición de una célula, indefinidamente, tanto en el espacio, como en el tiempo, opuesta a la cerrada y sincrónica de la concepción monumental cristiana que se define por su dependencia compositiva de un solo centro que marca la jerarquía compositiva) no hace necesaria la destrucción de la obra renacentista y la consiguiente ampliación del número de células, ya que no añadirían nada a esta impresión del espectador, a este vislumbre del infinito que subsiste hoy porque la yuxtaposición no obedece a leyes de jerarquía, ni reconoce límites en sus dimensiones ni en los añadidos que se le pudieran hacer en tiempos posteriores. Esta visión fue compartida posteriormente por Rafael Moneo y Antón Capitel en sendos artículos publicados en los 80 en la misma revista Arquitectura, pero, según afirma Cassar, ya que no he tenido acceso directo a los mismos, otorgando a las actuaciones del XV y XVI valores añadidos en la definición de una mayor riqueza formal y compositiva y, en consecuencia, arquitectónica para el edificio. No puedo estar menos de acuerdo con esa afirmación de los dos arquitectos, que ni siquiera Moya se atrevió a sostener, manteniendo una discreta separación en la consideración artística de los distintos elementos. Tampoco comparto, como he tratado de demostrar en otro lugar, la tesis que sostiene Moya, en defensa de la unidad del edificio, de la importancia de la catedral cristiana como garante de la vida del mismo, desde el momento en que está documentada la lucha de las autoridades civiles cordobesas desde tempranos tiempos por mantener el aspecto y la integridad originales del monumento islámico en pugna con las sucesivas y continuas y pretensiones del Cabildo por modificarlo y, presumiblemente, derribarlo para sustituirlo por un edificio plenamente cristiano. Ello no habla sino de la conciencia de la importancia de mantenerlo cuidado y vigilado que existió siempre por parte del pueblo y las autoridades civiles cordobesas.

Precisamente en basándose en ese mismo enfoque de Moya, pero utilizándolo en sentido opuesto, Rafael de la Hoz defiende que la construcción de la catedral supuso el asesinato de la Idea, la de los constructores originales que concibieron un espacio abierto y flexible, crecedero y dinámico opuesto al espacio clásico de inspiración greco-romana, que se traza siempre de una manera cerrada y se fija estáticamente en sí mismo. Por eso, afirma Cassar, por encima de la acumulación histórica, de la comprensión espacial de los edificios anteriores y de las relaciones entre ellos que desvela la actuación de Hernán Ruiz, de la propia materialidad de las intervenciones, de La-Hoz hace prevalecer “la Idea” como soporte conceptual del hecho arquitectónico.

Se pueden detectar aquí, en esta polémica, ecos de la clásica pugna entre las diferentes escuelas de conservadores y restauradores que desde mediados del siglo XIX vienen haciendo crecer el caudal de ideas acerca del mantenimiento del patrimonio histórico artístico de los pueblos, desde el purismo sacralizador de Ruskin hasta el idealismo de la Hoz, pasando por el compromiso con las necesidades museísticas de Boito o la restauración crítica de Brandi. Yo añadiría como aporte interesante el que hace el propio Cassar en el artículo haciendo depender muchas de las actuaciones sobre el patrimonio en el caso español apartir de la Guerra Civil de condicionamientos externos a la propia condición monumental de los edicifios, es decir como meros instrumentos de actuación política, sujetos a las necesidades de las nuevas liturgias imperialistas y nacionalistas del franquismo (Nota 30). Aunque en el caso de la Mezquita de Córdoba las causas parecían mucho más intrincadas y sería interesante averiguar qué papel tuvo en el asunto el petróleo.

En cuanto a la participación de El Caudillo no parece de todas formas que esa idea surgiera por sí misma de la por entonces bastante perjudicada mente del sangriento dictador y existen pruebas suficientes de que en realidad todo el intento de purificación, pues ese fue el término que se utilizó para horror de las jerarquías católicas, del edificio islámico se debió a una fabulosa maquinación que se curró él solito el ya citado portentoso erudo cordobés: don Rafael Castejón y Martínez de Arizala. Suficientemente conocido en Córdoba remarcaré sólo que ejerció de sabio local en diversos campos del saber histórico-artístico, en particular el andalusí, durante casi todo el siglo pasado siendo sus teorías y actuaciones debidas a los diversos cargos que ejerció con poder de acción directa muy contestadas por otros expertos más acreditados nacional e internacionalmente, fundamentalmente por el arquitecto y arqueólogo Leopoldo Torres Balbás.

Probablemente la idea o al menos su posibilidad de realización le viniera cuando ofició de guía de la Mezquita para rey Faisal de Arabia Saudí, en el año 1966. No sabemos si en esa propicia ocasión nuestro esforzado conspirador consiguió deslizar la idea de alguna manera en la oreja real pero algo debió haber teniendo en cuenta el papel que el wahabita jugaría en el asunto ofertando posteriormente 10 millones de dólares al Caudillo para su ejecución. Una vez pergeñado el proyecto en su magín se dedicó en cuerpo y alma a conseguir los apoyos necesarios para llevarlo a cabo. Y no le faltaron contactos importantes.

Lo que sabemos es que en el año 70 ya estaban más o menos delimitados los contendientes y se estaba buscando un campo de batalla. El propio Cassar en su artículo delimita claramente los adalides de cada uno de los bandos, Castejón y el canónigo Nieto Cumplido, y los presenta enfrentados heroicamente defendiendo sus posturas rodeados de sus partidarios y sus poderes mágicos. El arquitecto Rafael de la Hoz Arderius, cordobés instalado en Madrid pero muy vinculado a su ciudad natal debió de ser convencido por Castejón, aunque no se puede descartar la viceversa, y en esa época lo encontramos convencido, como hemos visto, de la bondad y la viabilidad del proyecto, estando además colocado en un puesto clave como era el de Director General de Arquitectura desde 1971. Es a él a quien Nieto Cumplido responsabiliza del interés que en el proyecto llegara a tener Franco en el libro sobre la reunión en Córdoba del ICOMOS que el canónigo ya entonces responsable por el Cabildo del monumento publicó años después (1976).

Otros apoyos que consiguió el proyecto fueron las directas del Director de Bellas Artes Marqués de Lozoya, la del prestigioso (aunque muy cuestionado) restaurador Francisco Pons-Sorolla Arnau y la indirecta del gran historiador del Arte Chueca Goitia que mostró en sus grandes obras Arquitectura del Siglo XVI. Enciclopedia Ars Hispaniae, Vol.XI, Madrid (1953) e Historia de la Arquitectura Española (1964) su indisimulado horror por la construcción de la catedral cordobesa en el centro de la Mezquita.

Rafael Castejón hizo pública la iniciativa purificadora de la Mezquita en ABC de Sevilla –13 de septiembre de 1972–, y aunó en su escrito el intenso trabajo técnico que se estaba desarrollando para sacar de ella la catedral, mejor diríamos las dos catedrales católicas que alberga su recinto y la solicitud para conseguir que el organismo correspondiente de la ONU la declare monumento internacional según la cita textual de Nieto Cumplido. El adalid de la purificación, Castejón, se muestra en todo momento tan seguro de la realización del proyecto al que presenta como una legítima aspiración popular que ni siquiera se detiene a considerar los factores adversos, fundamentalmente los intereses de la Iglesia Católica, que serán los que finalmente tumben el proyecto.

El canónigo Nieto Cumplido fue el encargado de llevar a buen puerto las objeciones eclesiásticas maniobrando eficazmente para hacerlas triunfar. El elemento decisivo fue su consecución de implicar al ICOMOS directamente convenciendo al presidente de la sección española Gabriel Alomar Esteve de que organizara una reunión en Córdoba, conocedor de que el afamado urbanista pertenecía a la corriente de más estricta ortodoxia conservacionista dentro del panorama de los restauradores de monumentos, partidario de la de comprensión del sentido de unidad de los mismos derivado de la suma de las distintas actuaciones realizadas a lo largo de la historia, del sentido de la perduración como un valor inequívoco de la ciudad histórica que se expresa tanto en su trama como en sus edificios y de la necesidad de intervenir con conceptos arquitectónicos actuales que huyan del “pastiche y del anacronismo”.

Probablemente fue esta intervención la que más volumen cosechó en la tarea de acumular contrapeso en el platillo de la balanza del mantenimiento del monumento tal cual. De esa reunión salió, pues la decisión última. Probablemente El Caudillo no llegó ni a enterarse de su resultado, en caso de que alguna vez hubiera estado interesado realmente como el marqués de Lozoya afirmó, y la Mezquita de Córdoba continuó probablemente ya para siempre con la catedral okupa incrustada en su centro.

Desde mi punto de vista actual y desde los cánones actuales de la racionalidad restauradora que no permiten ni tan siquiera la higiénica eliminación de la cascarria churrigueresca de las iglesias góticas, y que han contestado fuertemente la reciente restauración del puente de origen romano sobre el Guadalquivir, la decisión fue la correcta. Eso no quita que de vez en cuando no me asalte la ilusión ilegítima pero gozosa de poder haber visto purificado de añadidos espurios uno de los monumentos más importantes del mundo y que tenemos la suerte de conservar, aunque gravemente mutilado, en esta ciudad.

Por otra parte a esa ilusión se suma el pensamiento de que de haber ocurrido la extracción de la catedral aún en activo para el culto de una parte afortunadamente cada vez más minoritaria de la población local, no hubiera sido posible el descarado robo que la Iglesia Católica, con premeditación, alevosía, el agravante de sigilosidad y el inestimable silencio de las autoridades locales, autonómicas y estatales de la izquierda cobarde, perpetró recientemente inmatriculando a su nombre, aprovechando una ley hecha a su medida cuando gobernaba un partido heredero de los valores del nacionalcatolicismo, lo que venía siendo un bien público de los cordobesas desde los tiempos en que el rey castellano al que consideran convenientemente santo los católicos se lo confiscó al pueblo cordobés del siglo XIII al que pertenecía antes de deportarlo en masa. Se trata, pues del aggiornamiento del mismo proceso. Entonces a los dueños colectivos “paganos” del edificio se les expulsó físicamente y se propuso la propiedad colectiva de otro colectivo, el de los católicos administrados por los clérigos. Hoy que los neopaganos comenzamos a ser mayoría se nos exilia de la misma propiedad por medios más sibilinos, más leguleyos. Funcionarios, legajos, legislaciones tramposas, políticos vendidos o malnacidos…

Vergüenza les debería dar mirar, sobre todo a los de izquierda, supuestos defensores del laicismo, el ejemplo de Agya Sofia en Turquía, país al que muchos de ellos miran por encima del hombro por sus carencias democráticas.

ADDENDUM: Uno de los protagonistas de esta rocambolesca historia, Alberto García Gil, a la sazón Jefe de los Servicios Tcenicos de la Dirección de Bellas Artes, tuvo la amabilidad de dejar un comentario reprobatorio/aclaratorio en la edición de este post de la página Museo Imaginado de Córdoba (MIC). Dejo aquí por su evidente interés la correspondiente captura de pantalla:

5 comentarios:

Eladio Osuna dijo...

Hay una historia parelela a ésta que comentas con tu incisivo y mordaz estilo, estilo que por otra parte me pone tanto, y creo recordar que me la contó Palomino, que vino a ser el concejal más tecnócrata e ilustrado de la etapa de Guzmán Reina y que por cierto no la he vuelto a oir.
Resulta que Franco era partidario de que la catedral de Córdoba fuera la iglesia de San Pablo. Para ello comentó que había de despejar todas las construcciones que la rodean y lograr una gran plaza en la que luciera la grandiosidad del edificio -creo que es el templo más grande de Córdoba-.
Decía Palomino que quizás fuera esa la única sugerencia del ínclito que no llegó a cumplirse en el país. Muy al contrario el templo está asfixiado por construcciones que supongo son resultado de una mezquina venta de sus religiosos propietarios.
En fin, no sé si te aporto algo pero quería compartirlo, sobre todo por lo pintoresco.
Un saludo y cuidate.

J. G. dijo...

buena teoría aunque tomé tijera

Miroslav Panciutti dijo...

Apasionante la historia. Desde luego, poco plausible parece que la idea fuera de Franco, aunque no deja de ser curioso que la manifestara, con los consiguientes nervios de los católicos. Paso a leer tu enlaces y a revisar lo que hace cuarenta años dijeron tan ilustres nombres.

harazem dijo...

Eso, Miroslav, lee mejor a los expertos, que pánico me daba que vinieses y descubrieses que me andaba metiendo imprudentemente en tus terrenos.

Mike S. Blueberry dijo...

Gracias por sacar a la luz estas historias menores, que recuerdo que mi padre me contó en alguna ocasión, pero que no pude certificar nunca hasta ahora, porque no encontraba datos fechacientes.