Más sobre "Educación para la Ciudadanía"
Continúo desde aquí una contestación a mi amigo AM/PM en el hilo enganchado en el clavo de mi anterior post Memorias de la Transacción y en el que tantas cosas se han aclarado, sobre todo él. Su lúcida, y aguerrida, argumentación contraria a la implantación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, ha recibido el premio inesperado de haber sido respaldada posteriormente nada menos que por el maestro Ferlosio en reciente artículo en El País. La tesis principal de ambos coincide exactamente en ese punto en el que chocan con las concepciones de las tesis buenistas oficiales y oficialistas, en las que yo, insensatamente me había alineado por descuido y desaliño intelectual. Tuvo que venir el maestro en su ayuda (para que no pareciera su postura excétrica o estrafalaria) y en la mía, ya que no tuve la indispensable precaución de pensar en él antes de abrir la boca. Ferlosio, como siempre, rasca exactamente en el centro de la roncha (y no ordeña el toro en lugar de la vaca como le achaca puerilmente Savater, sino la ubre exacta del problema) con lo que no sólo no consigue calmar el prurito sino que además hace brotar la sangre de la carne dolorida. Yo tendría que haber vuelto a abrevar en el primer capítulo de La hija de la guerra y la madre de la patria que responde al ilustrativo título de Demagogos pasan, al infierno vamos con entradas como Borriquitos en chándal, Paideia e Ilustración o Pedagogía contra pedagogía. O incluso a mi muy mentado, pero a tenor de mis caídas, no demasiado asimilado, Non Olet, para recordar lo que ya sabía sobre el poder de la pedagogía publicitaria.
Si se tiene la curiosidad de contrastar estos textos con los canónicos de Savater, en especial El valor de educar, como hice yo anoche, y los del ubicuo Marina, puede llegarse a entender el enfrentamiento que subyace en el discurso de la inteligentsia inteligente (de la que quedan obviamente excluidos los pensadores de la caverna) de este país en el tema de la enseñanza (el término más aséptico de todos), tenemos a los optimistas del buenismo democrático que confían en la posibilidad de inocular a los jóvenes valores democráticos en la escuela en medio de la vorágine de la sociedad de mercado y los pesimistas del realismo radical (que viene de raíz) que defienden la imposibilidad de esa posibilidad precisamente por el carácter atmosférico de ese sistema, por su tremendo poder totalizador pedagógico.
Este tórrido ecuador veraniego nos ha traído, pues, la sorpresa de una sabrosa agarrada entre varios de nuestras más preclaras mentes pensantes en las páginas de El País. Al artículo de Savater, que ya mi amigo AM/PM vapuleaba en uno de sus comentarios, se ha sumado la contraria de Ferlosio que comentaba antes, en la que además implica a los autores de uno de los textos de la asignatura.
La postura sarcástica de Savater ante las lúcidas invectivas del maestro contrasta con la humilde petición de clemencia de los autores del libro. Y hablan de críticas desde la izquierda a la asignatura y que no han llegado a ser noticia porque desde donde más se grita es desde el fondo de la caverna y desde donde más se responde es desde el optimismo progresista. Críticas que ellos asumen y que argumentan con una encomiable humildad no exenta de dolorida petición de comprensión y de una punzante exigencia al maestro para que ahonde más de lo que lo hace en la denuncia de la "ilusión de la ciudadanía", un espejismo con el que aquello que sólo podría juzgarse el "nuevo racismo de nuestro tiempo" se viste con los ropajes del Estado de derecho.
No voy a extenderme. Todo está en los textos. Quien quiera disfrutar de la inteligencia que los lea: