Israel y Cuba: la hipocresía perpetua
Estos días estamos asistiendo a uno de los ejercicios de hipocresía colectiva dirigida más alucinantes desde que se dio el Nobel de la Paz al trío sanguinario de Camp Davis. Tras la muerte del disidente cubano Zapata ha surgido una tremenda urgencia por exigir a todo el mundo que haga públicos votos de condena, no tanto a las circunstancias de esa muerte, como al régimen cubano en su totalidad. Esa exigencia, si bien es general, se hace más apremiante en el caso de que el urgido sea alguien que se considera de izquierdas. Una especie de prueba del algodón del izquierdismo democrático. Una prueba intachable de que se pertenece a ese izquierdismo que ha ido desprendiéndose año tras año, como las serpientes de sus pieles, de todas y cada una de las reivindicaciones que un día fundaron sus ideologías justicieras y asumiendo las del enemigo capitalista. Bien, por mi parte ningún problema por hacerlo. Considero al actual régimen cubano un artefacto de sometimiento putrefacto que sobrevive sobre el cadáver de un sueño político que todos los que tuvimos fe en la posibilidad de una verdadera justicia universal, y tras la brutal pesadilla de los crímenes estalinistas de los socialismos reales del Este y del Oeste, y por sus especiales características, arropamos. Y que en vista de que por su propia incapacidad para administrar los logros sociales de la revolución en un ámbito de libertad de expresión aliada con la inestimable ayuda del feroz acoso exterior, lo mejor que puede hacer es disolverse mediante el ácido de unas elecciones más o menos libres como los que celebran ritualmente la mayoría de los demás países para guardar las apariencias. Y abrir la puerta al neoliberalismo salvaje para que los llene de móviles con que ayudarlos a olvidar el hambre que han pasado y convierta la entrepierna de sus mujeres en alcancías gestionadas por los invasores demócratas de Miami. Al fin y al cabo es lo que parece que le gusta a todo el mundo.
Pero es precisamente en esa urgencia de condena aislada de cualquier otra consideración la que es altamente sospechosa. Sobre todo porque dirige el foco únicamente a un punto concreto y deja de iluminar otras posibles condenas bastante más necesarias. Son muchas, dirigibles perfectamente a casos notabilísimos y cercanísimos. Se me ocurre a bote pronto la destrucción de un país como Irak y su secuela de más de un millón de muertos, aparte de los cientos de miles de niños muertos previamente por el bloqueo a que se le sometió, por parte de una coalición de países con regímenes democrático – parlamentarios, la existencia de campos de concentración mantenidos por Estados Unidos y aceptados por sus aliados occidentales, donde torturan a varios cientos de secuestrados, es decir, de detenidos ilegalmente, la situación de la mujer y de los trabajadores mantenidos en estado de esclavitud en Arabia Saudí, el carácter de narcoestado de Colombia y otros muchos.
Pero el caso más claro, más meridianamente comparable es el de Israel, no sólo por las similitudes de tamaño y población con la isla del Caribe, sino por la absoluta hipocresía con que el mundo erigido en condenador de regímenes condenables trata a uno y otro. En Cuba la situación es la de una dictadura que mantiene en un estado de represión continua a la disidencia, con presos políticos y últimamente responsable indirecto por la muerte de un disidente en huelga de hambre y que trata de controlar férreamente los cauces de expresión de sus ciudadanos. Israel es un estado racista que mantiene en su propio territorio a una población de otra etnia en estado de apartheid, exactamente igual que el que mantuvo Sudáfrica, sin acceso a muchos de los beneficios sociales de los que gozan los ciudadanos judíos. Pero sobre todo es un estado que mantiene ocupados unos territorios ilegalmente, como denuncia con alucinante inoperatividad expresamente la propia ONU y que lleva construyendo ilegal e indesmayablemente desde hace años en ellos miles de viviendas para colonos que hayan demostrado su militancia sionista, previa expulsión de la población autóctona palestina, destrucción de sus viviendas, arrasamiento de sus campos de cultivo, robo de sus reservas de agua, y a la vista de la resistencia que aquella le opone, asesinatos selectivos de sus dirigentes, e indiscriminados del resto de la población, mujeres, ancianos, niños y hombre en edad de combatir, en acciones más o menos dispersas a lo largo de cada año o con ataques directos con fósforo blanco, misiles y bombas de racimo puntualmente.
Es la diferencia de actitud de la Comunidad Internacional, especialmente de los estado “morales” democráticos occidentales la que marca la hipocresía. Para Cuba la condena unánime y sin fisuras, ayer mismo de la UE. Para Israel consentimiento y comprensión, o como mucho reñimientos de terciopelo. Para Cuba un criminal bloqueo que mataría de hambre a cientos de miles de sus habitantes, como ocurrió en Irak, si el propio estado dictatorial, pero equitativo, no luchara continuamente para repartir la escasez. Para Israel ayuda norteamericana sin medida (28,9 billones de dólares en los últimos 10 años) parte de la cual usa para seguir armándose para cometer más crímenes contra población indefensa. Quien no condene a Cuba es un izquierdista alucinado que añora el estalinismo, quien condene a Israel es un antisionista que lleva por sus venas sangre inquisitorial o nazi.
Así, que mientras un montón de malnacidos con océanos de sangre inocente sobre sus conciencias sigan con sus reputaciones intactas pisando las moquetas de los organismos oficiales y apareciendo en los medios como como estadistas respetables en lugar de como miserables asesinos, este humilde bloguero desde su perdido rinconcito perdido en la galaxia de la red no piensa condenar a los huevones hermanos Castro codo con codo con tanto hipócrita hijo de mala madre.