Acerca del verdadero origen del TANGO
Acicatado por las rollizas ampollas que están levantando en el mundo del flamenco y de la copla mis últimos descubrimientos, por los sarpullidos en el campo más ortodoxo y purista del folklorismo inmovilista, por la sarna envidiosa de los que se consideran sacerdotes de las esencias andaluzas, he redoblado mi esfuerzo, que es ya deber patriótico, de seguir buceando en los orígenes de nuestras más arraigadas tradiciones musicales. Sólo el conocimiento nos hará libres. Sólo la luz solar de la verdad y no el neón de las teorías encorsetadas merece iluminar el callejón de nuestro saber, el camino del conocimiento de quienes somos, de dónde venimos (y ya de paso: a dónde vamos / si estamos solos en la galaxia / o acompañados).
Y hete aquí, vaporoso (y últimamente incrédulo lector), que buscando entre mis viejas y olvidadas cintas, excitado mi celo indagatorio por la suerte obtenida recientemente, he encontrado otra increíble prueba que revolucionará un campo, hasta ahora tangencial, de mis estudios musicales: los BEREBERES, ese pueblo agreste y casi desconocido, que sólo han pasado a la historia, aparte de por ser los productores del mejor polen del mundo, por haberle dado al Glorioso Ejército Español más palos que a una estera en su heroica Guerra de Liberación, armados sólo con jurásicas espingardas, son el origen, aparte de de la textura sanguínea de los vascos, de buena parte de la música que hoy se escucha en occidente y cuyo origen permanecía sumido en la más profunda de las ignorancias. Las evidencias empiezan a ser contundentes.
El TANGO, así como lo oyes, el tango argentino también nació en las agrestes montañas del Rif. Me ha costado fijar los detalles, porque realmente la idea misma nace con el estigma del absurdo en su túrgida frente, pero no hay duda: la realidad acaba a veces desmintiendo a las movedizas leyes de la improbabilidad. Resulta que intrigado por el sorprendente contenido de una de las cintas de mi cajón sin fondo que ando estos días escuchando febrilmente y que me recordaban inequívocamente a la textura musical de los tangos de GARDEL que tanto me gustan, decidí investigar. Así, embargado de emoción, encomendé a Sidi Google, la versión árabe del omnímodo buscador, el seguimiento del nombre del cantante que a duras penas conseguí leer en la desportillada carátula la cinta: Abu ‘Amar al Qafishí. El embargo se convirtió en taquicardia desbocada cuando conseguí traducir lo que AL OUIQIPEDIYYA decía sobre él:
ABU ‘AMAR AL QAFISHÍ: Músico marroquí de origen beréber que emigró a Argentina en 1900 donde continuó su carrera de intérprete de las formas tradicionales folklóricas (al gotaníyya) de la región del Alto Rif, concretamente de la kábila de los Banu Lundarfi a la que pertenecía. Aunque se ganaba la vida vendiendo higos chumbos (tunas en Argentina) como sus antepasados, en el "Mercado de Abasto de Buenos Aires" fundó en sus ratos libres una orquesta que con instrumentos occidentales, a falta de los originales, reproducía fielmente la puras melodías de sus raíces rifeñas. En 1913 grabó un disco de pizarra que recientemente ha sido remasterizado en los estudios de Sidi al-Hifi de Tánger en el que muestra sus más logradas interpretaciones y que han invadido los stands gitatorios de las gasolineras de todo el Alto Magreb.
Y adivinad quién se encontró en uno de sus husmeantes devaneos rifeños uno de ellos sin saberlo. No hace falta que os esforcéis mucho:
EXACTAMENTE: este humilde escribidor de blogs que trata con mediana fortuna de iluminaros.
Las preguntas subsiguientes fueron, por supuesto: ¿Y dónde aprendió a cantar Gardel? ¿Dónde bebió la música que luego fundiría en el crisol de su genio para crear el tango moderno? En Abasto, claro. En el mercado, donde el canijo Carlitos jugaba de pequeño entre las cajas de fruta y los cuerpos sangrantes de las reses muertas. Indudablemente tuvo que conocer al gran músico BEREBER, al gran Qafishí, el turco neocriollo, en cuyo cafetín prototanguista podemos y debemos imaginarnos al polluelo Gardelito, sentado en el suelo de un rincón, absorviendo con la esponja cruda de su mente abierta aquellas músicas que un día él mismo recrearía para pasmo del país austral y del mundo entero.
A la espera de un estudio mucho más profundo del nuevo y reciente descubrimiento de este vuestro confeccionador de blogs favorito os dejo este botoncillo de muestra:
Se trata del tema Rahaita ma’ ajar, baqaitu fundí (te fuiste con otro, me quedé rajao):
A los lingüistas dejo la investigación de las concomitancias entre la lunfardariyyia, el dialecto específico de la kabila rifeña a la que perteneció Al Qafishi y el habla canalla de lumpen porteño, que perfuma con sus términos exóticos las ásperas letras del tango.
Y quedo esperando la reacción de los fundamentalistas del arte gardeliano que no tardarán en mostrarme sus dientes nicotinados o en mandarme a dos giles pa que me partan la raca. Que esos, che, no se andan con futesas milongueras.