(del laberinto al treinta)


jueves, 17 de agosto de 2006

Lluvia de verano y texturas japonesas

No sé por qué inaccesible razón a mí la lluvia me recuerda al Japón. Nunca conseguí desentrañar la raíz de esa relación, pero es caer cuatro gotas y notar que se me oblicuan los ojos y venirme a la mente la imagen de jardincillos de árboles esculpidos, tejados de aleros volátiles y paredes de papel cuadriculado. La lectura hace años, y revisitada con frecuencia, del Elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki acentuó más el fenómeno haciéndome desear, además, la caricia de objetos bellos, lacados, opacos y muy usados. No siempre tengo acceso a ellos, pero en mi casa guardo una pequeña colección de cachivaches de esas características que me calman el extraño prurito.

Hoy ha amanecido lloviendo. Lloviendo a mares. Y ya son más de las 12’30 del medio día y aún no ha parado. Teniendo en cuenta que estamos apenas pasando el ecuador del verano en Córdoba, se trata de un fenómeno extravagante. Pero encantador. Y aquí me hallo viendo llover por la ventana, escribiendo esto que ahora lees, improbable lector, manoseando de vez en cuando una vieja caja lacada que compré en China y escuchando a Hibari Misora.

Una de mis más estrafalarias aficiones musicales, que suelo ocultar pudorosamente para evitar miradas compasivas, es el enka. La música de raíces japonesa. Lo confieso aquí porque no podré ver ese característico gesto en vuestros rostros al instante mismo de leerlo. Y porque hoy llueve y el tacto suave de la laca y la voz modulada de Hibari me elevan por encima de vuestras extrañezas y compasiones.

Os dejo con una muestra. Alegre, muy alegre. Aunque hay piezas muy melancólicas que son mis favoritas. El problema que tengo es que no entiendo ni papa del noble idioma nipón y ni pajolera idea de la trascripción ni de la traducción de los títulos.

enka1
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Mañana, si tengo tiempo y ganas, os hablaré de Hibari Misora y el enka. Tal vez incluso de Junichiro Tanizaki.

martes, 15 de agosto de 2006

domingo, 13 de agosto de 2006

Gazpacho

Férreo agosto éste como no hallo recuerdo en mi memoria. Y seguro que los viví peores. Probablemente incluso el pasado. Pero sigue ocurriendo lo mismo de siempre. A los primeros frescores del otoño le sigue una etapa de amnesia progresiva que acaba diluyendo el recuerdo de los recientes rigores veraniegos preparando el camino para volver a vivirlos como únicos la temporada siguiente.

Córdoba está vacía y sólo la pueblan unos cuantos espectros de turistas que se mueven por las callejas circularmente, abanicándose desesperadamente con sus planos. Y hoy es domingo y vísperas de puente.Pero esta noche, en un rincón de la vieja ciudad, en un hondo patio al que refrescan arriates y un viejo pozo, tendrá lugar uno de los acontecimientos más importantes y desconocidos del Hemisferio Norte: El X Certamen Interfraternal de Gazpachos Coloraos. Nadie que no tenga relación directísima con los participantes puede asistir al evento. Así que sólo 19 personas tienen el derecho a disfrutarlo. Pero ello no le quita ni un ápice de importancia porque la escala es la base de la felicidad humana. Me lo cuenta mi amigo Juan Sepelio que es uno de los agraciados. Los hermanos Sepelio son cinco y cada año desde hace diez se reunen una noche de verano en el patio familiar donde ahora sólo vive la anciana madre y confeccionan cada uno de ellos un gazpacho de tomate. Cinco mesas cubiertas de todo lo necesario y cinco hermanos trabajando ayudados por sus mujeres y sus hijos. Juan Sepelio no tiene mujer, así que es su sobrina mayor la que hace las veces.

Las bases son sencillas pero estrictas: todos han de usar los mismos productos y nada de maquinaria eléctrica. Así que sólo pueden usar el mortero y el mazo de cocina para batir los ingredientes, como se ha venido haciendo en esta tierra hasta la extensión de las batidoras eléctricas. Al final, se dejan los gazpachos reposar un par de horas y en la hora bruja de las 12 de la noche la anciana madre se erige en jurado para dictaminar el tazón ganador. Juan Sepelio estaba esta mañana muy nervioso, porque nunca ha conseguido ganar una edición. Suerte, amigo.

A mí me ha picado el gusanillo y me voy a poner también a la tarea. Haré un gazpacho artesano en cuanto termine de colgar este post. Y tengo de todo menos el hondo patio. tendré que conformarme con la recalentada terraza de mi ático. Pero seguro que me sale buenísimo.

Como ilustración os dejo una receta de gazpacho que versificó hace años el erudito local cordobés y acreditado gastrónomo Miguel Salcedo Hierro y que incluyó en el prólogo de su La cocina andaluza:


Se machacan de un ajo cuatro dientes
con sal, miga de pan, huevo y tomate,
y en aceite de oliva bien se bate
majando con los ritmos convenientes.
Se junta el agua con los ingredientes
para que, así, la masa se dilate
y se echan al conjunto, por remate,
chorrillos de vinagre intermitentes.
Cuando quede diluída bien la pasta,
afile el colador su noble casta
y, para guarnecer plato tan fino,
démosle ya su peculiar acento,
echándole trocitos de pimiento,
de cebolla, de pan y de pepino.



Aunque también podéis volver a ver Mujeres al borde de un ataque de nervios para quedaros con la copla del descacharrante narcogazpacho que en ella se elabora:

¡Uf! ¡Demasiado calor!