(del laberinto al treinta)


jueves, 20 de enero de 2011

KIFAYA


Una de las cosas que más me ponen, ética y estéticamente, de lo que está pasando en mi pequeño y querido país de Túnez, es imaginar la cara de gilipollas que se le debe haber quedado a nuestros sociapollas, los Moratinos y Trinisjiménez de todo el continente, al ver cómo su hijodeputa favotito, el modelito que han estado mimando durante tantos años no sólo como espejo, sino como reverso de ellos mismos, ha sido paticuleado definitivamente por el populacho desagradecido que no ha sabido apreciar el favor que Uropa le ha venido haciendo desde hace churricientos años sujetando a un Francisco Franco posmoderno que los venía conduciendo, de privatización en privatización, hasta el saqueo final.

El que los socialdemócratas, sociapollas para los amigos, han estado siempre de parte del pueblo tunecino lo demuestra el hecho de que la Internacional Socialista ha acogido durante un porrón de años al partido que ha dado cobertura a la panda de mafiosos que han saqueado el país bajo una brutal dictadura, denunciada suficientemente por las organizaciones de vigilancia de los Derechos Humanos. Ahora con dos cojones, Papandreu y Ayala, presidente y secretario de la simpática organización sociapollas lo han expulsado. Eso sí con nocturnidad y sigilosidad, pero sin desmerecer la valentía. El País hasta hace una semana llamaba a Ben Ali presidente, mandatario, etc. Tras su huída le ha apeado el tratamiento y ya lo llama dictador y sátrapa. A ver si tienen los mismos para hacer lo mismo con Mubarak, también acogido por la amorosa Internacional y relamido por la prensa progresista europea.

Una de los hechos más alucinantes de la política mundial es la absoluta negación de apoyo que los demócratas europeos han prestado tradicionalmente a los demócratas árabes. Está por ver cuando alguno de los políticos eunucos de la supuesta izquierda europea, esa panda de tartufos con poder y con la puta democracia siempre en la boca, han apoyado a alguno de los movimientos que buscan acercarse a sus propios presupuestos para sacar de las dictaduras a sus países. Los disidentes cubanos tienen un rinconcito de oro en El País y en las agendas de los despachos de los muy demócratas mandatarios blancos. Porque esa es la única dictadura que contemplan. En los países árabes la única alternativa que ellos ven a las satrapías a las que besuquean impúdicamente son los islamistas. Y no sólo los sociapollas. Es que ni siquiera los izquierdistas sin mando, los altermundistas son capaces de superar esa tara. La teoría general es que el demócrata en países de mayoría islámica no existe. Y si existe está disfrazado. Tarde o temprano le saldrá el moro fanático que lleva dentro. Os suena ¿verdad? Por eso a tanta gente le ha sorprendido no ver barbas, velos ni boinillas de croché en las revueltas tunecinas.

Lo que pedíamos aquí en los 70 a Europa, ayuda para quitarnos el yugo del Gran Cabrón no se le concede al mundo árabe. Esa millonaria ayuda, en dólares, en ánimos que recibió el PSOE en la Transacción española de sus congéneres alemanes para hacer de condón del capitalismo (para metérnosla floja sin que nos preñáramos de revolucionarismo), ni siquiera se le ha concedido a los árabes. Allí el condón ha ido siempre acompañado de hostias puras y duras. Mientras te violo además te curto la badana.

La causa de este sistemático ninguneo es doble. Por una parte el temor de los responsables políticos europeos de la cuerda que sean a que una verdadera democracia en países que siguen estando colonizados por las multinacionales de sus correspondientes países pongan en solfa esa dominación y les joda el negociete. Por otra, y va unida a la anterior porque le sirve de soporte, la instalación en la mentalidad del pensamiento único respecto a los países de predominio de la religión musulmana del concepto de choque de civilizaciones que puso en circulación el agresivo think tank norteamericano de los 80 para justificar lo que habría de venir después: el intento de su dominio por parte de las potencias occidentales tras la caída del otro imperio de la Guerra Fría. Lo explicaron muy bien Nazanín Amirian y Martha Zein en la introducción de su imprescindible El islam sin velo: el concepto unificador de mundo islámico, de esencia fanática, que acoge absurdamente a 1.100 millones de ciudadanos de cien etnias y nacionalidades y que se enfrenta al de civilización occidental, de esencia democrática. Un mundo en donde no caben por idiosincrasia los demócratas.

Pero los movimientos por la democracia en los países de mayoría musulmana no sólo existen sino que son extraordinariamente aguerridos, incluso más que los islamistas. Pero sus organizaciones están totalmente desarboladas por la brutal represión de los sátrapas amigos de los sociapollas y por la nula ayuda que reciben del exterior. Por eso lo último que está ocurriendo es que la gente que está harta, muy harta, empieza a salir a la calle a gritarlo espontáneamente. En Egipto ya llevan unos años haciéndolo y el movimiento que empieza a cuajar de ello se llama KIFAYA (YA ESTÁ BIEN, BASTA). Ha sido hermoso ver cómo un movimiento estrictamente egipcio ha acabado triunfando sin conexión clara en Túnez. Los egipcios miran a Túnez con esperanza, y los tunecinos han visto cómo el movimiento popular que surge a orillas del Nilo ha acabado cuajando en su pequeño país de una manera espontánea. La aparición de muchos símbolos de la palabra mágica en rojo sobre un círculo amarillo en las calles tunecinas así lo demuestra.



El nerviosismo de las elites neoliberales, con los sociapollas a la cabeza, en Europa no está solo en la incertidumbre del peligro de inestabilidad en el Maghreb, con sus secuelas de radicalismo islámico o democrático, sino en el ejemplo que puedan dar a sus propios populachos. En Túnez existía una situación comparable a la que ha existido en España desde antes incluso de la Transacción. Unas clases medias que se beneficiaban de un estado de bienestar superior al de sus vecinos implementado por las medidas de pan para hoy y hambre para mañana del neoliberalismo en los años de bonanza, a base de privatizar los servicios y los bienes públicos de la etapa semisocialista y de despotismo ilustrado de Burghiba. Y con los beneficios del turismo. Y el compromiso de mantener a los islamistas a raya para que no pudieran obligar a sus hijas a ponerse velo. A cambio todo el mundo haría la vista gorda a la feroz represión desatada contra demócratas e islamistas y a la corrupción de la mafia gubernamental. Escuela y sanidad públicas para todos y universidad asequible para una juventud con ansia de desarrollo profesional. Las universidades se llenaron y las primeras oleadas de licenciados encontraron acomodo en el sistema. Pero los siguientes y los siguientes y los siguientes y la crisis que vino después los ha convertido en frustrados profesionales de la nada. Y la desesperación ha acabado calando.

Si observamos lo que ocurre en España tenemos un panorama parecido en los que respecta a las posibilidades de realización profesional de los jóvenes licenciados. La diferencia, aparte de que el trato con el poder siempre fue aquí más suave, es que los jóvenes españoles tienen la cobertura de sus familias porque las economías domésticas han estado por aquí más saneadas. Lo que yo llamo el MIP (Movimiento Inmóvil Papaítista). Pero en Túnez, no. Allí las familias están más cerca de los mínimos de subsistencia y los hijos han de salir de núcleo familiar forzosamente. Ellos son los que han roto el pacto con la mafia gubernamental. Ellos los que han pateado el culo de los ladrones que robaban a manos llenas y están exigiendo poder participar democráticamente en las decisiones que han de marcar sus vidas.

Tal vez habría que ir pensando en este país la forma de solucionar ese papaítismo que mantiene a las últimas generaciones de jóvenes en una modorra de comodidad usurpada. Tal vez no sería mala idea invitar a los papaítos a que presionen a sus creciditos cachorrones. A que los lancen a la calle. Como ha venido ocurriendo en todo el reino animal desde las primeras amebas y en la humanidad desde la primera hominización. A fin y al cabo se trata de su futuro, de su lucha. Y de su responsabilidad para con los que vengan detrás. A ver si fueran capaces de sacar su KIFAYA, su ¡Ya está bien, cabrones! al viento de la calle como sus colegas tunecinos y como probablemente harán pronto los egipcios y los argelinos y los libios y, In Shaa Allah, los marroquíes. Somos muchos los no jóvenes que estamos también ya en ello. A por la democracia, real, la que permite que seamos nosotros los que gestionemos nuestro propio destino y no los putos mercados, ni la jodida globalización, ni la madre que parió a los banqueros. Ni los políticos profesionales vendidos a todos ellos.