El misterio del desagüe califal desaparecido
A partir de ahora y por un tiempo iré entremezclando entre mis post propios algunos de los que mis colegas de La Colleja colgaron en ella y que considero de especial interés para que no se pierdan. Es el caso el articulazo que se cascó Acisclo Lupiáñez denunciando la misteriosa desaparición de un acueducto califal de la orilla del Guadalquivir.
Acisclo Lupiáñez. La Colleja. 11 de abril de 2013
El desagüe califal en una imagen de hace aproximadamente dos años
Desde hacía aproximadamente 1000 años, décadas arriba / décadas abajo, las aguas del llamado Arroyo del Moro, tras lamer los pies de toda la muralla de poniente de la ciudad de Córdoba a la que servió de foso durante siglos y pasar finalmente bajo un puente de la misma época que permitía atravesarlo y sobre el que discurría el camino califal de Medina Azahara, desembocaba limpiamente en el Guadalquivir a través de un desagüe construido con las depuradas técnicas que caracterizaron las obras públicas de la era andalusi: con perfectos sillares de calcarenita. Un califa, probablemente Alhakam II lo ordenó, un visir mandó cumplir su orden, un zalmedina se encargó de proveer lo necesario, un ingeniero andalusí al servicio del bien público de la ciudad lo diseñó y supervisó la obra y una brigada de diestros operarios locales lo construyó con eficacia, amor y sentido del deber para que perdurara por los siglos de los siglos cumpliendo limpiamente la misión que se le había encomendado: encauzar el agua del arroyo impidiendo su desbordamiento en épocas de lluvias por obstrucción.
Durante 1000 años la zona soportó tremendas riadas, guerras, asedios, nefastas políticas urbanísticas y expolios, pero el humilde pero sólido desagüe califal se mantuvo orgullosamente intacto cumpliendo impertérrito su higiénico cometido. Incluso soportó la construcción a cinco metros exactos de su boca de los colosales pilares del Puente Nuevo en los años 50 del siglo XX. Todos aquellos que intervinieron en su construcción en la época en que esta ciudad, según kikiriquean sin desmayo sus gallitos de pelado pescuezo cultural a sueldo, fue la mayor y más hermosa del mundo, podrían sentirse tan orgullosos de su pequeña obra como lo estarían de la propia Mezquita Mayor.
Pero los orgullos históricos muchas veces no cuentan con la potente capacidad de corrosión de la estupidez humana, de los pequeños, dañinos y mezquinos estúpidos que heredan las grandes o pequeñas obras que les legaron sus sabios antecesores. Y así, desde hace un año el milenario, sólido, hermoso, estructuralmente perfecto desagüe califal ha desaparecido de la vista de los humanos locales y forasteros sustituido por una obra de idéntica funcionalidad pero de adocenados materiales industriales contemporáneos.
Lo descubrí hace unos meses cuando, encontrándome de paso por Córdoba, me acerqué a ver en qué situación había quedado tras las espectaculares subidas del nivel del río de los últimos años. Sentía un especial cariño por ese pequeño y desconocido monumento califal porque era uno de los secretos que mi profesor de Historia en el bachillerato compartía con algunos de nosotros, sus alumnos, allá por los años 60. De vez en cuando Don Pedro nos convocaba un domingo por la mañana en el Patio de los Naranjos y nos mostraba en variados recorridos temáticos retales de una Córdoba secreta, pequeños restos escondidos de pasados más o menos remotos que guardaban algún recuerdo de quienes los construyeron pero en los que casi nadie reparaba. Afortunadamente, nos decía. Porque si los encargados de velar por nuestro patrimonio se fijaran casualmente en ellos su sentencia de muerte o de transformación estaría firmada irremisiblemente.
Tras mi primera reacción de caída en lamentable estado de catatónico berrinche me puse a indagar entre los amigos que me quedan en la ciudad por si alguno supiera qué era exactamente lo que había ocurrido con el milenario desagüe. Al menos que fuera capaz de explicarme si había sido destruido o había sido enterrado en algún tramo de la nueva obra. Infructuosamente. Absolutamente ninguno sabía ni siquiera de la existencia de tal obra de ingeniería andalusi y ni siquiera de las nuevas obras de canalización. Las sospechas de destrucción completa se instalaron inquietantemente en mi mente tras comprobar que junto a la nueva obra se amontonaban un respetable número de piedras de inequívoca naturaleza calcarenítica que pudieran corresponder a los restos de los perfectos sillares califales. Tras hacer el correspondiente reportaje fotográfico me decidí a investigar en la red. Y afortunadamente he conseguido imágenes antiguas, de los años 50 del desagüe que había colgado en su magnífica página el bloguero y profundo conocedor de la ciudad Puerta de Osario en una entrada sobre la Puerta de los Sacos, e imágenes más recientes colgadas en la página de la Asociación de Educación Ambiental El Bosque Animado, precisamente en un seguimiento, cargado de preocupación, que hicieron de aquellas obras.
La destrucción del patrimonio histórico cordobés continúa su imparable camino hacia ¿la debacle final? Los tiempos que vivimos son extraños, revueltos, y los problemas sobrevenidos con la Gran Estafa Contemporánea a la que llaman Crisis ocultan que esa destrucción sistemática siempre fue endémica, como demostró Castilla del Pino en su famosísimo artículo de 1971, Apresúrese a ver Córdoba, en una ciudad que podría haber conseguido a nada que se hubiera pensado a sí misma con un mínimo de racionalidad, hubiera contado con la sensatez suficiente y unas autoridades auténticamente competentes unos niveles de rentabilidad cultural, moral y, sobre todo, económica, que muy pocas hubieran tenido la oportunidad de alcanzar. Y sin necesidad de proyecciones publicitarias tan absurdas, vacías y tramoyescas como la Capitalidad Cultural Europea, la Noche Blanca del Flamenco o la construcción de un Palacio de los Sueños Congresísticos Rotos. Como escribió cierta vez mi amigo Manuel Harazem, esta ciudad tiró por el sumidero de la historia el 90% del petróleo arqueológico que una vez preñó su subsuelo y del que podría haber vivido desahogadamente mientras quedaran en el mundo personas fascinadas por la Historia y sus tesoros por apostar exclusivamente en su desarrollo por la cultura del ladrillo y la burbuja inmobiliaria que sólo han beneficiado a unos pocos espabilados y nos ha llevado al estado de penuria actual en el que actualmente vegetamos.
El caso del desagüe califal desaparecido acompaña otros casos de sangrante desidia cultural organizada que sufre esta ciudad en la gestión de sus recursos patrimoniales. Así como el proyecto de la ruta de los baños andalusíes, jamás puestos en valor, duerme el sueño de los justos, una ruta de la cultura del agua andalusí, que podría haber incluido el propio río, los acueductos, los molinos, la noria y el desagüe lista para ofertarse a los colegios como complemento de la formación de los estudiantes, a los locales amantes de su patrimonio y a los visitantes que vienen buscando en Córdoba lo que en ningún otro sitio del mundo existe, como tantos otros proyectos que la obtusa mente de nuestros políticos y técnicos culturales jamás supieron realizar, sólo son ya humo de delirio de unos pocos que una vez imaginamos que esta ciudad se merecía algo más que la triste suerte que le ha tocado rumiar probablemente para siempre.
El desagüe durante la construcción del Puente Nuevo (principios de los 50)
El desagüe en los años 60
Las obras de remodelación (¿ocultamiento?) o ¿destrucción? del desagüe califal
La obra terminada. Los nuevos desagües y ¿restos de sillares de calcarenita?
Tramo del desagüe correspondiente al interior del puente de la Puerta de los Sacos en la actualidad