TEHERÁN (Jomeini, el mullah atómico)
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Una de las sensaciones más desagradables que se puede experimentar al viajar a determinados países es tener que estar soportando continuamente la ubicuidad del rostro de algún asesino en serie. Aquí, durante demasiados años tuvimos ya que convivir que la efigie de un canalla de la peor especie autoproclamado Caudillo por la Gracia de Dios (y de la Iglesia católica) en las monedas. Hay que agradecer no obstante al atroz hombrecillo que no usara los billetes de banco para refregarnos también sus crímenes. Viajar hace unos años a Marruecos significaba tener todo el día ante los ojos la cara de galápago rijoso de Hassan II. En Siria, tras cualquier esquina podía asaltarte la moral un enorme retrato cubriendo totalmente la fachada de un bloque de pisos de cuatro plantas de los crueles ojillos del dictador Hafez el Assad bajo su monstruosa braquicefalia. O a Mao en China. En Irán esa permanente figura es la del imam Khomeini, otro de los canallas más atroces de la historia reciente de la Humanidad. No sólo en los obligatorios carteles de cualquier edificio público y en la mayoría de los negocios privados, sino sobre todo en los billetes de banco que hay que estar manejando todo el día. La cara de viejo criminal, con su feroz mirada y el repugnante trapo en la cabeza, símbolo de su poder sobre las vidas y las muertes de cientos de miles de personas, está presente en casi todos los billetes de curso legal de la República Islámica de Irán. He de constatar sin embargo, como triste alivio la escasa presencia en la calle o en edificios del careto del actual presidente, Ahmadineyad, el Aznar iraní, con quien comparte hirsutismo fisiológico y moral.
Pero de todos los lugares en los que la mirada de Khomeini reina inevitablemente donde más me dolió encontrarla fue presidiendo el salón del café Naderi, el lugar que fue de reunión y conspiración de los intelectuales que lucharon contra la dictadura del sha. Una vez que los curas chiítas tomaron el poder, con la ayuda de esos intelectuales, de las fuerzas obreras y de tantas asociaciones feministas se dedicaron sistemáticamente a exterminarlos. El número exacto de demócratas que la mano criminal de los mullahs ejecutaron nunca se sabrá, pero sin duda superaron los dos centenares de miles, según las estimaciones más afinadas. Otros consiguieron exiliarse y muchos aún se pudren en sus cárceles. Catalina Gómez, una colombiana de que ha vivido recientemente en Teherán ha recogido en un blog sus impresiones de la ciudad, entre ellas las experiencias carcelarias de una de esas luchadoras que pagaron caro la confianza en los mullahs. Se trata de un post titulado Desde la prisión dividido en dos partes: PRIMERA y SEGUNDA
El café Naderi no es gran cosa, nada que ver con sus equivalentes simbólicos de las ciudades europeas. Se trata de un simple salón con algunas insulsas columnas en su centro y unas mesas y sillas sin personalidad. Pero sus paredes guardan la memoria de tantos escritores, poetas, luchadores por la libertad que lo frecuentaron, ahora vigilados por la mirada torva del viejo asesino. Una leyenda literaria, que se ha demostrado falsa, afirma que en él estuvo el mismísimo Kafka. Las narguiles (qalyan) han desaparecido, a causa de las campañas que el propio Khomeini promovió en su contra, no por causas de salud pública, sino por su carácter pecaminoso, placentero. Doblando la esquina han habilitado un nuevo pequeño local especialmente dedicado a fumadero, siempre abarrotado de hombres. Sólo saqué una foto del salón principal, mientras tomaba un delicioso café y hasta ahora no me di cuenta de que salió muy movida. Pero la cuelgo de todas formas.
Como ya he dicho En Teherán no hay demasiadas cosas que ver, pero las sorpresas te salen por doquier. Una mañana fuimos a visitar el exterior de la madraza Sepahsalar, un edificio de finales del siglo XIX cuyas puertas no pudimos traspasar porque está activa y en manos de un clero especialmente fundamentalista. Es famosa por la calidad de los azulejos que recubren su portada y los alminares, increíblemente parecidos a los que recubren la Plaza de España de Sevilla, hasta el punto de que podría afirmarse que sin lugar duda les sirvieron de inspiración. Más tarde pudimos admirar unos muy parecidos y también de la misma época en el gran patio del palacio del Golestan, frente al gran bazar. La madraza linda con el Majlis (el Parlamento Islámico), por lo que hay que andar con ojo a la hora de fotografiarlo, ya que existe un cartel enorme en la verja que lo prohíbe. Pero la sorpresa fue topar cuando regresábamos con el horrendo aparador-monumento que han colocado en la plaza que se abre ante el Majlis para glorificar al Imam Khomeini. Se trata de gran escultura de bronce rojizo del viejo sentado en un trono y adelantando una mano como guiando el camino del pueblo iraní, protegido por un par de ametralladoras antiaéreas. En un lateral el genial escultor ha modelado una viva alegoría de la maldad del sionismo en un derroche de imaginación realmente impactante: un viejo judío ortodoxo arrastra una enorme y pesada estrella de David usando como maroma para ello una kufía palestina. Pa mearse y no echar gota, como dice el antiquísimo proverbio guaraní. Pero lo más flipante del conjunto son las extrañas estructuras de apariencia molecular que flotan sobre la cabeza del imam. ¿Representan el pensamiento neuroatómico del viejo? ¿La inspiración físico-química de Allah? ¿El chiísmo de fisión nuclear?
El metro de Teherán es moderno, eficiente y muy barato. Un billete de ida y vuelta viene a costar el equivalente a 0’20 € y está superlimpio, aunque eso es extensivo a todo el país. Los barrenderos son una de las imágenes más frecuentes en cualquier ciudad iraní, lo que las coloca por delante en limpieza que la mayoría de las ciudades europeas. Cuenta con dos líneas principales este-oeste y norte sur que te dejan siempre cerca de los destinos principales que un turista artesano puede necesitar, incluyendo la estación sur de autobuses. Al principio y al final de cada convoy se reserva un vagón exclusivo para mujeres, vedado a los hombres, aunque ellas pueden si quieren o van acompañadas viajar en los demás, lo que no es usual. Por supuesto, como he podido comprobar en otros metros como el de Nueva Delhi o Pekín, la norma de convivencia de antes de entrar dejen salir les suena a fineza propia de Versalles, porque lo normal es que cuando se abren las puertas al llegar a una estación, aunque no sea hora punta, ya haya un tapón de gente lista para entrar en plancha antes de que nadie de dentro pueda pisar el andén. Ya hablaré de su concepción general del civismo más adelante cuando me emplee con el tema del tráfico.
Los taxis también son muy baratos, porque la gasolina está demencialmente subvencionada, y los hay de dos clases: los colectivos y los dar bastane (puerta cerrada) de uso exclusivo. Los colectivos recorren las grandes avenidas de norte a sur o de este a oeste con parada en las esquinas principales. Si se tiene claro adónde se quiere ir es la mejor opción. Cuestan alrededor de 0’50 € por término medio. Los dar bastane pueden salir por unos 2-3 € por un recorrido de unos 5 kmts. En el blog de Catalina Gómez hay una entrada donde se explica bastante bien el tema de los taxis.
Con una visita al palacio Golestan damos por terminado nuestro periplo teheraní. El resto de Irán, mucho más interesante, nos espera. Golestan (que significa jardín, literalmente lugar de rosas) es un palacio del siglo XIX que perteneció a los monarcas de la dinastía kajar. Su interés es limitado, aunque la azulejería del patio es realmente bonita, y como dije más arriba, claramente antecesora de la que desde la Expo del 29 se considera típicamente sevillana. Al cabo de casi un mes volvimos a Teherán, pero ya sin tiempo para ver nada. Sólo cumplir un deseo relegado la primera vez: alojarnos en el mítico Hotel Naderi. Las habitaciones (17 € la doble sin desayuno) resultaron no ser tan cutres como las pintaban otros viajeros en los foros. Limpia, pero absolutamente envejecida, la nuestra daba a traves de unos grandes ventanales a un enorme y frondoso jardín, lleno de gatos, que debió ser el lugar de esparcimiento de los ilustres huéspedes que lo habitaron en tiempos más felices. Incluso los elementos más cutres le daban un encanto añadido: el teléfono de bakelita junto a la alfombrilla y la piedra de rezar y la jurásica nevera coronada por un horripilante, polícromo, gato de escayola.
ÍNDICE DEL VIAJE A IRÁN: