(del laberinto al treinta)


sábado, 25 de julio de 2009

Las campanas de Jaén doblan a tonto

A la vertiginosa carrera por el título del Edil Más Tonto de España que venimos promoviendo desde hace tiempo en esta web se han sumado entusiásticamente hace unos días dos munícipes de la ciudad de Jaén. Mano a mano, en dura competencia entre ellos mismos, la alcaldesa del PSOE, la Excelentísima Sra. Doña Carmen Peñalver y el concejal de IU (de Medio Ambiente, Salud y un chorro de cosas más) José Luis Cano han demostrado suficientes méritos para ser admitidos en el concurso. El caso ha sido ampliamente comentado en tono más o menos jocoso por la prensa nacional: un vecino con casa frontera a la Santa Iglesia Catedral de Jaén ha conseguido que el TSJA sentencie y obligue al Ayuntamiento a exigir al Cabildo el rebaje del volumen del toque de las campanas del templo renacentista, ya que dicho toque duplica el decibelaje permitido por la normativa municipal. La sentencia viene a subsanar la deliberada y cabronesca desidia de los funcionarios municipales que desde 1999, fecha de la primera queja, y a pesar de haber dictaminado ellos mismos tras su medición como intolerable el decibelaje del tañido de las campanas, han desatendido sistemática y ostensiblemente la reclamación del ciudadano. Una sentencia absolutamente justa por otra parte y, desde luego, absolutamente corta, ya que la regulación de la publicidad de los credos religiosos debería estar incluida en la que acoge a los demás productos del mercado.

Los responsables municipales, la alcaldesa socialista y el concejal del ramo de IU, han cumplido religiosamente con su deber de notificar dicha sentencia al Cabildo y a exhortarle al también religioso cumplimiento de la ley. Una vez cumplida su obligación profesional los pulcros munícipes, en lugar de asumir humildemente el varapalo judicial a su desidia, mantener la neutralidad y reconocer la justeza de la sentencia, se han dejado llevar por su natural inclinación a mostrar al mundo la parte más tonta de su naturaleza, estampando los primeros sus firmas en la recogida que ha promovido el Cabildo para protestar por la sentencia y para solicitar el mantenimiento del atronador ruido campanil que perturba la paz de algunos vecinos, invitando irresponsablemente a los demás a imitarles. Influidos inequívocamente por las sicotropías propias de un intoxicador mental profesional, el Dean de la Catedral, reverendo Martínez Rojas, promotor de la campaña, y no contentos con la simple petición de firmas, los elevados niveles de tontolculismo que de forma natural corren por sus rojas venas les han empujado a lamentar que la misma sentencia no tenga en cuenta el acervo cultural de los jiennenses y a amenazar con promover la apertura de un expediente para la consideración del tañido de las campanas como Ruido de Protección Especial y para el pertinente cambio de la legislación municipal. Con ello tratan de saltarse todas las legislaciones autonómicas, españolas y europeas que atienden a la defensa de los derechos de los ciudadanos, entre los que se incluyen los afectados por tradiciones centenarias, milenarias o hebdomadarias y que son claramente agresivas con el entorno, el respeto por los animales, el descanso de los vecinos y principalmente la libertad de credo.

Hemos de confesar que en esta página no podríamos ejercer de jurado en la elección de de cuál de los dos munícipes que se reclaman de la izquierda es más tonto del culo de los dos ya que tenemos nuestras preferencias, que se inclinan más por el concejal, y que basamos en varias razones. La primera es que en el partido de la alcaldesa, el PSOE (Partido Socialista Olecatapún Español) el nivel de alcaldes, ministros y concejales meapilas que conculcan sistemáticamente el supuesto carácter laico del estado o que han dado muestras de sumisión lacayuna a la Iglesia Católica es ya infinito, con lo cual más que a la consideración de tontos del culo a lo que aspirarían es a la de estafadores, incumplidores pertinaces del contrato entre los electores y las bases ideológicas de su partido. Algunos de los ejemplares más conspicuos son el de Toledo, el de Coín, el de Ayamonte, el de Cártama y tantos otros que nos han hecho pasar tan divertidos momentos a los seguidores de este blog con sus monerías meapilistas. En cambio los pobreticos de IU, por razones obvias, no tienen demasiadas oportunidades de lucir sus posibles capacidades titiritescas. Además, la propia autoconsideración de laicista radical de la formación hace que el contraste sea más llamativo. Otra razón es de tipo sentimental ya que está claro que el esforzado concejal acervalista José Luis Cano pertenece a la escuela política cordobesa que fundara la ínclita alcaldiosa Rosa Aguilar, tránsfuga y multiconversa, y no haría mal papel en la actual formación municipal de la ciudad de la Mezquita en la que la mayoría de los concejales de IU son creyentes en paparruchas evangélicas, esforzados cofrades, consumidores de ritología católica y dados a publicitar gratuitamente las virtudes espirituales de las supersticiones vaticanistas.

No me resisto para finalizar a copiar un párrafo de un artículo que sobre el tema publicó recientemente Eugenio S. Palomares:

¿Qué pensar de la polémica de las campanas de Jaén? ¿Qué es más sagrado, el bienestar de un vecino que después de quedarse sordo y ganar en los tribunales no perder la poca audición que le resta o el sonido que identifica a unos ciudadanos con el territorio? Hay varias alternativas.

Los que tienen por más sagradas a las campanas, pueden elegir la muy cristiana costumbre de hacer la vida imposible al vecino. Otra segunda posibilidad sería que el vecino comience a querellarse contra otras instituciones o grupos. Con su promotor inmobiliario, por ejemplo. Incluso con el Ayuntamiento, que le atenderá con la usual diligencia de todo organismo público. Una tercera opción sería que las campanas se toquen por vía telemática. Quizás sea hora de que la iglesia empiece a modernizar su marketing. El usuario podría abonarse a un servicio SMS y recibir en su móvil cuándo le toca ir a misa. Otras instituciones religiosas, como la prensa deportiva, ya ofrecen este servicio: "Celebra todos los goles de tu equipo en tu móvil". También las compañías telefónicas utilizan esta estrategia, y con una agresividad que ríase de cualquier campanario. La última opción es que la Iglesia asuma que su empresa ya no es lo que era y reduzca su oferta espiritual al ámbito privado.

miércoles, 22 de julio de 2009

Mi día en que el Hombre llegó a La Luna

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No iba yo a ser menos yo y dejar de contar, como han hecho millones de periodistas, escritores o blogueros, dónde me pilló LA LLEGADA DEL HOMBRE A LA LUNA. Hace 40 años. Mama mía. 12 años contaba la criatura que habitaba en mí y guardo del evento un recuerdo nebuloso por cuanto realmente yo no me encontraba en la Tierra por esos días. Al menos en la Tierra que contempló a través de millones de ventanas televisivas el baile sincopado de los astronautas en la atmósfera amniótica de la superficie lunar. No, durante esos días y durante todo ese verano yo me encontraba navegando por las aguas del estrecho de Melaka, por las de Borneo y por las de la India misteriosa a bordo de un barco pirata transmutado en su propio capitán socorriendo a los necesitados y defendiéndolos del abuso de los poderosos y malvados ingleses. Físicamente sin embargo me encontraba en un lugar apartado de la costa oriental de Málaga, donde mi padre administraba una residencia de verano. Al principio de ese verano recibí con la llave de la biblioteca de la residencia el título oficial de bibliotecario. No estaba muy bien surtida pero contaba con una mediana oferta de libros clásicos de aventuras. Lo primero que hice fue camuflar los libros más interesantes, la colección de Sandokan, el Tigre de Malasia de Salgari y un buen número de novelas de Verne, entre otras, el Viaje a la Luna. Los clientes las encontraban conforme yo las iba terminando, lo que no tardaba en ocurrir. El horario de apertura era de 9 a 10, cuando yo me agarraba mi libro y me dirigía a las más apartadas zonas de los acantilados, lo más alejado posible del barullo de la playa, para desesperación de mis padres. Allí convertía el doméstico Mediterráneo en los peligrosos mares de Borneo, me trasladaba a las lejanas tierras que describían los libros y dejaban de importarme las demás cosas que pasaban a mi alrededor. Recuerdo que ya había leído el Viaje a la Luna de Verne, pero que no me gustó demasiado, fundamentalmente porque aborrecía la ciencia ficción. Sigo aún guardándole a ese noble género cierta prevención. Por otra parte había un solo aparato de televisión en una siempre abarrotada sala para toda la residencia y un espíritu tan repelente como el mío no solía aparecer nunca por allí. Así que cuando a mi aislada mente de niño rarito llegaron las noticias voceadas por todo el mundo de que un yanqui había pisado la luna mi interés no cambió un ápice desde la cubierta de mi barco malayo al de ninguna plateada nave espacial. Yo creo que no contemplé las imágenes de marras (esas cuyos originales han tan estúpidamente, desaparecido) hasta después del verano, cuando ya me encontraba de vuelta en Córdoba y la televisión de casa seguía regurgitándolas de vez en cuando.



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Estos días me he interesado más y mi natural atravesado y renuente se ha quedado con las partes más mostrencas del evento. Lo primero que me ha sacudido ha sido una aseveración incluida en un artículo de El País de Javier Calvo sobre la conmemoración:




Cuando en 1961 John F. Kennedy le pidió a Lyndon Johnson consejo para iniciar un proyecto que devolviera al pueblo americano la sensación de supremacía perdida tras el paseo espacial de Gagarin, el estoico vicepresidente tejano propuso entre otras cosas un revolucionario proyecto de irrigación masiva que beneficiaría al Tercer Mundo. A Kennedy, claro, le pareció mucho más épico poner a un americano en la Luna. Y pese a que Johnson le señaló a su presidente que los beneficios científicos del viaje a la Luna serían muy "limitados" (léase "inexistentes"), el proyecto Apollo inició su andadura de una década. Ahora, 20 años después del fin de la Guerra Fría, aquella Edad de Oro de la carrera espacial parece mucho más lejana de lo que es en realidad. Con la salvedad de algunos experimentos con microgravedad, las únicas aplicaciones de la conquista del espacio han terminado siendo el desarrollo de la industria de los satélites de comunicación y la captación de imágenes meteorológicas. Todo espíritu de frontera ha desaparecido. Los paseos por la Luna ya son las ruinas de un edificio futurista. Un recuerdo televisivo de infancia. La versión americana de la boda del príncipe. Mucho menos relevante para entender nuestra cultura que, por ejemplo, la muerte de Lady Di.




Lo de la irrigación masiva que beneficiara a todo el Tercer Mundo hubiera sido la repanocha ¿qué no? Eso si que hubiera sido una fazaña de la que los soviéticos no hubieran podido recuperarse. El Gran Satán capitalista procurando la alimentación de millones de miserables del Tercer Mundo. Contra eso la propaganda estalinista no hubiera tenido la menor oportunidad.

Hoy, leyendo esa historia, de la que deberé comprobar de todas formas su veracidad, me ha caído un poco peor el presidente católico mártir de la Sonrisa Profiden.

También he recordado (me han recordado, porque lo había olvidado) que el segundo hombre que pisó la Luna, Buzz Aldrin, lo primero que hizo tras poner los pies sobre la polvorienta superficie fue comulgar bajo las dos especies, bajo el rito presbiteriano. Luego al cabo de los años cayó en el alcoholismo y la depresión. No se puede asegurar que ambos hechos estén conectados, pero probablemente lo estén: la plácida estupidez de muchos creyentes nunca no les sale gratis. Y por lo que he estado viendo por ahí parece que todos los demás astronautas yanquis fueron no ya sólo creyentes, sino además fervorosos. Uno de ellos, James Irwin, que también pisaría la Luna posteriormente, gastó tiempo, insensatez y fortuna buscando el arca de Noé en el monte Ararat. Parece ser que los elegían conscientemente así de burriciegos para contrastarlos con los oficialmente ateos soviéticos. Tan burriciegos como para no plantearse que el hecho de que pudieran pisar el satélite lunar respondía exactamente al triunfo de la ciencia sobre las más oscuras supersticiones que nacieron para proveer explicaciones míticas a los fenómenos naturales inexplicables cuando aquella aún no había desarrollado explicaciones razonables para todos ellos o al menos no había demostrado que siempre los hay.

Seguro que alguien podrá decirme que debería respetar (o sea tragarme mi opinión acerca de) las creencias religiosas de la gente. Pero no pienso hacerlo por dos razones: la primera porque las ideas, y las creencia religiosas lo son y no tienen porque contar con un estatuto especial, no son respetables, sino que lo son sólo las personas que las sustentan. Yo respeto a las personas, o sea no las agredo ni les impido el ejercicio de ninguno de sus derechos, incluido el de expresarse libremente, pero nadie debe exigirme que deje de decir que sustentar que dos y dos son cinco es una estupidez del mismo calibre que afirmar que por haber nacido en octubre soy más sensato que si lo hubiera hecho en enero o que existen seres sobrenaturales que velan por nosotros y que las tres pertenecen al ámbito de la imaginación y que chocan flagrantemente con las evidencias que la ciencia procura en contra de dichos presupuestos. Y si ellos tienen derecho a sustentarlo públicamente, es decir, a invadir el espacio público con ellas, yo también lo tengo a sustentar su refutación. La segunda es por simple derecho de defensa propia. El convertir esas ideas/creencias en materia pública puede y de hecho yo lo hago, considerarse una agresión a mi derecho a no recibir las salpicaduras de sus masticaciones religiosas. Así que mi modestísima venganza es considerarme con derecho a decir también públicamente lo que pienso de ellos.

Es más, me considero con derecho a sustentar que el apostolado que esas personas ejercen para extender esas patrañas es dañino para el normal desarrollo de la personalidad de los cachorros de ser humano que puedan tener acceso a ellas. Y que el mantenimiento de las mismas ha obedecido siempre y sigue obedeciendo aún al deseo de dominio de los mecanismos de control de los individuos para su mejor manipulación.

Ayer hubo un impresionante eclipse solar en buena parte de Asia. Millones de personas asistieron a ese maravilloso fenómeno natural. Muchas de ellas seguro que sufrieron de las explicaciones mitológicas de los sacerdotes que les administran las creencias. Pero afortunadamente la mayoría goza actualmente de las condiciones de conocimiento para decidir voluntariamente si aceptan que el oscurecimiento del sol fue una muestra de poder de las divinidades de las que se autoconsideran vicarios o simplemente un fenómeno físico astral perfectamente explicable por la ciencia actual. El que unos astronautas de formación científica siguieran pensando que habían llegado a la Luna por la exclusiva voluntad de un ser todopoderoso construido de la misma materia imaginaria que el Hada Melusina o el Pato Donald es lo que a mí me llena de una delirante zozobra.

lunes, 20 de julio de 2009

Pasando el verano





Mi amiga H. se queja de que este verano (el estío, palabra que acaba de aprender su hijo) no regale al puñadito de lectores que vienen a veces a esta casa con musiquillas exóticas como otros años. Tiene razón, y ni siquiera pensaba hacerlo si ella no me aguijonea. Y para ello tiene el detallazo de evitarme la búsqueda, aunque sólo sea de la primera. Me manda una canción de una cantante anglo-palestina a la que, a pesar de conocer indirectamente, no había escuchado nunca: Reem Kelani. Y la cuelgo en su honor (el de mi amiga H.), en el mío y para disfrute de los amigos.

Reem Kelani nació en Manchester de padres palestinos, se crió en Kuwait y regresó posteriormente al Reino Unido. No sólo es una gran cantante, sino también una gran musicóloga especializada en música popular árabe. Su labor de recopilación de antiguas canciones palestinas en los campos de refugiados, especialmente de Líbano impedirán que muchas de ellas se pierdan en el olvido tras la dispersión y catástrofe del pueblo palestino. El tema que cuelgo, Dal’ouna on the return, no pertenece a su único disco Springting Gazelle, sino a una colaboración con el músico de jazz israelí antisionista y luchador por los derechos del pueblo palestino, Gilad Atzmon, de su trabajo EXILE. La canción es una elaboración a partir de varias canciones palestinas que la propia Reem recogió de los campos de refugiados de Líbano. Habla de lo hermosa que es la tierra de Palestina, tan hermosa que la eligieron todos los profetas para vivir o para subir al cielo y de alguien que vuelve a Ramalah tras mucho tiempo fuera. Y alguien le pregunta ¿a dónde vas? A Ramalah, a Ramalah, siempre a Ramalah.

De su trabajo Springting Gazelle he encontrado esta canción (Habl el-Ghiwa) colgada de un blog de la red.

En cuanto a mí estoy engolfado en varias cosas y disfrutando de una estación en la que casi todo el mundo sufre. C. principalmente, que se pasa el día soplando y protestando por el calor. El calor. El calor. Un calor que me permite dormir al raso, bajo las estrellas, muchas más horas de luz, la maravilla del cine de verano y el mayor disfrute del patio de mi casa donde asisto al crecimiento vertiginoso de los dos golfos, Kairo y Kañero, y de un par de plantas no tan vertiginosas, un tomatero y un pimentero que me han regalado mis amigos y vecinos P. y J. que también los crían en su terraza. Hasta ahora sólo ha aparecido un tomate que promete ser precioso, pero al que no veo engordar ni un milímetro. Ya tiene nombre: Tomi. Y el primer pimiento que salga lo llamaré Pimi. Estoy muy contento de haberme convertido en un hortelano. Pero tengo una duda: ¿Me dará pena trocearlos, aliñarlos con aceite y sal y consumar el ritual biológico cuando estén listos?



gatospatio

Kañero y Kairo desarrollando toda su atención instintiva tras
descubrir el primer pájaro de su vida


tomi y pimi