Yazd, de martirios y dulzuras
Dashti, pieza incluída en el trabajo In a Persian Garden del santurista iraní Nasser Rastegar-Nejad.
En la plaza Shuhadá (de los Mártires) de Yazd se dan cita el mayor número de curiosidades y monumentos que en cualquier otra plaza iraní, la de Isfahán incluida. Se trata de un gran ensanchamiento donde se cruzan las dos principales avenidas de la ciudad y en cuyo fondo se levanta uno de los más conocidos monumentos de Irán: la portada del complejo Amir Chakhmaq. El complejo está formado por una gran portada que consta de dos pisos de arquería y un iwan (ambos del siglo XV) guarnecido por dos esbeltos minaretes circulares añadidos en el siglo XVIII, y una mezquita cercana, pero no adjunta. Toda su superficie está decorada por un recamado de gran belleza conseguido por la alternancia de ladrillo y azulejo, predominantemente azul. La impresión que produce la imponente fachada es que se trata de un edificio religioso, una mezquita o una madraza, pero según leo en una guía se trata simplemente de la entrada de un bazar. Llama la atención el contraste entre el portentoso despliegue escénico de la portada y el menguado bazar actual, apenas 50 mts de fondo, al que da entrada. Como no me convence la explicación mientras redacto esta crónica busco en la red y me confirman que en realidad se trata de una takieh, un edificio que se usa en los actos conmemorativos de la muerte del imam Hussein y así descubro también que la plaza-patio desde la que se accede al mirador clandestino del que hablaba en el anterior post es también una takieh. Y yo allí, sin enterarme. Ello explica además la existencia de un enorme nakhl justo delante de la portada. Los nakhl son unas estructuras de madera con forma de arco bulboso que simbolizan la tumba del imam Hussein y que se sacan en procesión cubierta de paños negros durante la fiesta de la Achura. Las hay por doquier y se reproducen también en pequeña escala para colocar en las casas. La nakhl de la takieh de Amir Chakhmaq mide 8’5 mts y fue construida en el siglo XVIII.
Yo no sé exactamente en qué consiste la fiesta de la Achura, pero me da la impresión de que tiene mucho que ver esencialmente con la Semana Santa andaluza. Tal vez algún auténtico experto en islamología de la que yo soy sólo un modesto aficionado consiga echar por tierra en un pis pas mi teoría de que el chiísmo es una versión enturbantada del cristianismo más truculento, es decir del catolicismo de raíz ibérica, pero mientras tanto yo no consigo más que ver coincidencias.
Tienen un clero (en el sunnismo hay un hadith que dice que en el Islam no hay sacerdotes) y un Papa, el Imam supremo. El número 12 coincide en ambas mitologías, los 12 apostoles cristianos y los 12 imames chiítas. La doctrina del Mesías es típicamente cristiana y en el chiísmo se espera a un último imam que restaure la justicia en el mundo. Pero es en el terreno de la truculencia martirial donde las semejanzas se vuelven casi versiones. El Jesucristo torturado y finalmente crucificado se transfigura en el chiísmo en Hussein, y en menor medida, en su padre Ali, y toda su parafernalia simbólica se basa en su muerte violenta. Que fuera un asesinato o una muerte en combate no está muy clara. Lo que sí está claro es que la famosa batalla de Kerbala fue una más de la guerra dinástica-doctrinal que enfrentaba a los partidarios del derecho de elección (sunnitas) con los del derecho de sangre (chiítas) y que no conseguía esconder la lucha por quedarse con la pasta de los saqueos a que los gloriosos ejércitos árabes se dedicaban con ahínco en su imparable expansión evangelizadora.
El cristianismo cuenta en su haber con más genocidios en nombre de la doctrina que ninguna otra religión o ideario político del mundo pero de ello sólo puede acusársele a partir de convertirse de mártir en martirizador con la conquista de la legalidad primero y la exclusividad después. Pero sus mártires originales eran mártires indefensos militarmente, aunque sumamente peligrosos por su poder disolvente de la racionalidad del estado romano. En cambio los comienzos mismos del Islam son triunfales pero soportan un cúmulo de violencias, crueldades y asesinatos absolutamente inedificantes. Baste decir que los tres primeros califas, llamados perfectos murieron perfectamente asesinados.
Por qué el chiísmo se refugió en Irán es algo que no he conseguido dilucidar exactamente por más que lo he intentado. He leído por ahí una teoría que sostiene que una vez vencido el imperio sasánida y recién comenzada la islamización, Hussein, hijo de Ali y nieto de Muhammad se casó con una princesa persa y ello llevó a la fidelización del país con sus partidarios a su muerte. Pero lo más serio que he encontrado es que los chiíes estuvieron durante toda la Edad Media localizados en el sur de Irak y que la conversión en masa al chiísmo de los iraníes no ocurrió hasta el siglo XVI cuando Ismail I, el primer monarca safávida, decretó su obligatoriedad, y declaró indisoluble la religión y el estado, gobernado por un líder carismático descendiente de los imames con el fin de consolidar un imperio. O sea que la instauración de la furia procesional macabra iraní parece coincidir exactamente en el tiempo con la consolidación del imperio católico castellano sostenido espiritualmente por la Contrarreforma y sujetado por creación de una Inquisición que velase por la práctica de un catolicismo obligatorio. De donde surge la ritualización definitiva de la macabra Semana Santa española. Dicho sea sin afán de proponer ninguna delirante relación casual ni causal.
De todas formas hay algo que no me cuadra. Si la conversión masiva de los iraníes al chiísmo ocurrió a principios del siglo XVI cómo es que la takieh de Yazd se construyó en el XV. En fin un lío que tampoco tango ganas de ponerme a desentrañar.
Lo que sí que me gustaría desentrañar es la causa por la que en unos lugares y en unas épocas determinados las masas orantes cambiaran de religión con una facilidad asombrosa y en otras podían mantenerse en una testarudez roqueña ante las imposiciones o predicaciones de la competencia.
El caso es que esa muerte, más o menos merecida, del nieto del Profeta a manos de su rival omeya, se convierte en el centro del culto chiíta. Y la elevación del martirio en la estela del cristianismo como el más meritorio de los alardes que adornan a los creyentes. Luto y más luto, dolor de corazón por una muerte ocurrida hace más de 1.300 años. Y la presencia de la simbología husseiniana puede llegar a ser estomagante, sólo comparable al estomagamiento que sufrimos los andaluces descreídos por la ubicuidad de la idolatría cofrade en bares y otros lugares públicos. En el caso iraní, una sociedad dominada por los clérigos, forma parte además de una agresiva propaganda política oficial, asimilada además al considerado por los clérigos martirio de cientos de miles de jóvenes que fueron conducidos al matadero de la guerra con Irak casi sin armas por ellos mismos. Las palabras Ya Hussein escritas en alfabeto arábigo son probablemente las dos palabras más rotuladas por todo Irán junto con la representación del llamado Sayyid as-shuhadá (señor de los mártires) mostrando visiblemente sus heridas y vestido como un moro de las fiestas de Alcoy.
Según he leído en La cueva de Alí Baba de Ana Briongos, la representación del Imam Hussein ha sido muy restringida por los clérigos porque en su afán de dulcificarlo los artistas le hacían adquirir rasgos cada vez más feminoides. Cómo no pensar en esos Sagrados Corazones de Jesús en los que al Mesías sólo le falta el rimmel y el lunar junto a la boca.
La fiesta de la Achura se celebra en el mes de Moharram en todo el mundo islámico, pero sólo los chiíes lo hacen mediante masivas autoflagelaciones callejeras más o menos simuladas, procesiones en las que se transporta la tumba del mártir en medio de torrentes de lágrimas y enlutamiento obligatorio y general de la sociedad. Todo muy familiar para los españoles que vivimos el franquismo. En Marruecos por ejemplo es la fiesta de los niños, en la que se les entregan regalos y golosinas.
Si nos colocamos de espaldas al complejo y nos dirigimos a la esquina de la plaza con la avenida Imam Khomeini que queda a nuestra derecha encontraremos la pastelería HAJ KHALIFEH. Sólo con nombrarla se me llena la boca de agua perfumada con aromas exquisitos y se me saltan las lágrimas por la pena de no haberme comprado diez, veinte cajas de los dulces más deliciosos que he podido probar en mi vida. Pero sólo me compré dos: una que fui devorando morosamente a lo largo del resto del viaje con la suerte de que a C. no le gustan los dulces y otra que pude sustraer a mi propia voracidad golosa y traerla para invitar a mis amigos y que lógicamente murió a la semana del regreso.
El local es grande y aunque siempre suele estar lleno de gente la gran cantidad de dependientes hace que el despacho sea rápido. En unas vitrinas están expuestos todos los productos. Sólo hay que anotar en un papel el nombre y la cantidad de lo que se quiere, para lo que es necesario solicitar la colaboración de algún paisano, que suelen mostrarse contentos de ayudar y de apreciar que los extranjeros aprecien sus cosas.
En la pared encima de la caja han colgado unos enormes retratos de los fundadores, los mismos que vienen en las etiquetas pegadas a las cajas de lata que venden. El del centro, con un feroz aspecto comeniños que parece desmentir su dedicación a llenar el mundo de dulzura, es el Haj Khalifeh. Por cierto, ¿qué significará esa especie de copón con una especie de hostia encima?
Después de pensar sobre todos esos temas al volver al hotel me descubrí cavilando de nuevo en el lugar más adecuado con un trozo de papel higiénico en la mano. Se trataba de un papel de apariencia esponjosa pero sumamente recio y perspunteado por unos troquelados geométricos con la casi terrible consistencia de los ralladores manuales de pan, como pude comprobar una vez usado. Como los iraníes no usan el papel, sino el lavado directo llegué a la conclusión de que tal vez la colocación de tal tipo de papel en los excusados de los hoteles para turistas tuviera como fin el hacerlos partícipes de los sacrificios físicos a que todo iraní debe someterse para emular el martirio de sus venerados santos. Y a fe mía que la emulación se alcanzaba con sublime intensidad.
ÍNDICE DEL VIAJE A IRÁN: