Palestina, el último Far West
ESTE POST LO PUBLIQUÉ EN AGOSTO DE 2006. LO VUELVO A PUBLICAR EN ESTOS DÍAS EN QUE SE REANUDA EL INTENTO DE EXTERMINIO DIRECTO DEL PUEBLO PALESTINO. SÓLO POR ACLARAR ALGUNOS CONCEPTOS.
La alianza entre los EE.UU. y el estado de Israel es tan fuerte que hay quien habla de que en realidad el segundo no es otra cosa que una estrella más de la bandera del primero. Y no sólo se explica por las inmedibles, pero innegables, presiones del lobby judío sobre los diferentes gobiernos federales. Existe además en ese lazo un nivel simbólico, muy poco aireado, pero que cuenta con una enorme carga de efectividad porque afecta al centro exacto del imaginario nacionalista, tan arraigado, de los norteamericanos estadounidenses.
Los norteamericanos estadounidenses perciben la creación del estado de Israel como una especie de remake de la creación de su propio país, de su ciclo mitológico fundacional, una hazaña de pioneros guiados por la mano de Dios que colonizaron un territorio virgen disputándolo palmo a palmo mediante las armas a los salvajes indígenas que se les resistían. Y que procede a su vez de la mitología mosaica judía base de la Biblia que fue su primera Constitución.
Así, puede hablarse de un paralelismo simbólico entre la llegada del Mayflower cargado de puritanos ingleses sobrevivientes de las matanzas religiosas europeas a las costas de Filadelfia en el siglo XVII (o la de los fundamentalistas holandeses (boers) a las costas de sudáfrica) y la arribada del buque Exodo cargado de sobrevivientes del Holocausto a las costas de Palestina tras la II Guerra Mundial. Y más cercanamente entre la colonización de las lejanas tierras del Oeste a base de carretas, biblias y rifles con la de Gaza y Cisjordania, a base de furgonetas, torahs y emedieciseis.
Es sintomático, como apuntaba hace años Rafael Sánchez Ferlosio en su imprescindible artículo Un Moisés de tercera mano (El País, 3/11/1991) que la más conocida y coloreada versión holiwoodense de la Biblia nos muestre el Éxodo mosaico como una caravana con sus carretas de toldo redondo, sus niños con gatitos en los brazos, sus vigorosas mujeres de pañoleta atada a la barbilla y de holgadas y largas sayas remendadas, y hasta un Charlton Heston que, encarnando a toda barba al mismísimo Moisés, daba con estas palabras la salida: “¡Partamos hacia la tierra de la Libertad!”. Pura demostración de la inspiración veterotestamentaria del universo simbólico fundacional de los EE.UU.
Pero esa tierra de la Libertad daba la casualidad de que estaba poblada ya previamente por tribus de indios en un caso o de árabes salvajes en el otro que eran ya por lo pronto, en el mejor de los casos, una gente perfectamente innecesaria, y en el peor, unos fantasmas inoportunos y obstinados que era preciso ahuyentar, expulsar y dispersar (1).
Colonia a colonia, granja a granja, kibutz a kibutz, el adueñamiento del territorio se va haciendo efectivo hasta que su uso continuado lo convierta en inenagenable. Y cuando las cosas se les ponen muy crudas a los pioneros, y los indígenas se resisten más de la cuenta a ser expulsados de sus tierras, el estado nuclear asentado en lo ya conquistado les proporciona los servicios del Séptimo de Caballería / Tsahal (Ejército Judío), que extermina a los más rebeldes y confina al resto en las reservas habilitadas para ello. Custer / Moshe Dayan.
Así tenemos que el imaginario del Far West, cuyo ciclo vital se cumplió ya totalmente en los EE.UU, y cuya rememoración litúrgica cinematografía ha entrado, por causas naturales y al menos en sus versiones canónicas, recientemente en decadencia, sigue estando vivo en el seguimiento de la colonización judía del territorio virgen palestino, revestido de un halo de heroicidad que le proporciona la demonización del indígena salvaje/terrorista y de sus sanguinarios líderes: Jerónimo/Arafat.
Sánchez Ferlosio, con la penetrante agudeza que le es propia ahonda aún más y caracteriza al colonialismo judío (sionismo) no sólo como un episodio más de la misma estirpe que los movimientos sectarios fundamentalistas cristianos emigrantes huidos de persecuciones religiosas en la Edad Moderna y no cómo un movimiento intrínsecamente judío inscrito en la tradición de la Diáspora, sino como una creación ad hoc a imagen y semejanza de aquellos por parte de unos teóricos y de unos aventureros dispuestos a crear un estado de la nada, un poder colonial blanco en la piel virgen de la Palestina Histórica, siguiendo la tradición de los países europeos de donde provenían. Que el terrible Holocausto del pueblo judío acabara acelerando necesariamente el proceso y maquillándolo de comprensible humanitarismo, no elimina su sospechoso sentido original.
El principal de esos teóricos, Theodor Herlz, describía así la utopía sionista a fines del XIX: Para Europa constituiríamos allí un trozo de muralla contra Asia; seríamos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie. (Der Judenstaat, 1895). Colonialismo blanco puro y duro.
Ya muy pocos dudan del derecho de Israel a existir y a existir seguro en unas fronteras determinadas por varias resoluciones de las Naciones Unidas. Pero sólo dentro de ellas. La época salvaje y sin ley del Far West y de la colonización de territorios ajenos y la expulsión de sus habitantes previos al margen de legislaciones internacionales tiene que terminar. Y dar paso al reconocimiento de los males e injusticias causados por la misma. Y para empezar podrían hacerlo con el reconocimiento de la limpieza étnica que llevaron a cabo en casi todo el territorio del nuevo estado en los años posteriores a su creación. Como solicita uno de los más acreditados historiadores israelíes: Illan Pappe. Y como gesto de enmienda, la devolución de los territorios ilegalmente ocupados a partir de 1967, el desmantelamiento de las colonias en ellos asentadas, el reconocimiento del estado hermano palestino en los territorios devueltos, el resarcimiento económico por los daños causados, y la destrucción del repugnante muro de la vergüenza levantado por sus últimos y desquiciados gobernantes. Eso si pretende seguir siendo lo que siempre pretendió ser desde sus orígenes: un estado europeo blanco civilizado a semejanza de los que andan ahora tratando de superar con bastante éxito sus sangrientas historias pasadas y no un referente simbólico de la cultura de la rapiña nunca autoasumida de los Estados Unidos de América.
(1) La alusión de Ferlosio a una gente perfectamente innecesaria, viene a cuento porque previamente ha comparado la colonización hispana postcolombina con la anglosajona. Mientras para los colonos españoles la supervivencia de los indígenas era indispensable para su aspiración a convertirse en su patrón en la explotación de las tierras o las minas a ellos mismos arrebatadas, para los sectarios colonos anglosajones la aspiración era su desaparición para convertirse ellos mismos en labradores autosuficientes.(VOLVER)
ADENDDUM:
(I) Cuando ya tenía casi redactado este post Ferlosio publicó en El País UN ARTÍCULO en el que se pitorrea inmisericorde, pero merecidamente, de las contradicciones buenistas del sempiterno sonriente Vargas Llosa en su afán por hacer compaginar sin zozobrar sus críticas a los negros crímenes que Israel perpetra contra los árabes con su amor a la extraña democracia blanca que el mismo estado se autoinfiere, en medio de un encrespado mar de sionistas desatados. Como siempre Ferlosio usa como arma para desmontar los argumentos de los idiotas esos mismos idiotas argumentos.
(II) La patología del poder israelí.
(III) Jóvenes judíos contra la guerra.