Villancicos lolailos pa los pollos
Es de sobra conocido que los mecanismos que engrasan la sociedad de consumo de los humanos inspiró el funcionamiento de las granjas industriales de gallinas y pollos. El sistema de encerrarlos en jaulas de piso en pendiente que los aboca a tener el pico constantemente metido en el comedero bajo una constante brillantísima luz artificial que les impide descansar y bajo potentes altavoces que emiten permanentemente música que los estimula a producir huevos a las unas y masa corporal sacrificial a los otros, fue fruto de la atenta observación de la conversión del ocio de los humanos en fuerza productiva mediante el consumo en los grandes almacenes. La publicidad que se nos cuela en casa vía televisiva hace las veces del suelo inclinado que hace que tengamos los productos a consumir a tiro de boca, la hipertrofia lumínica de los templos del consumo nos atrae, nos extrae de nuestras casas y nos excita engañando las neuronas especializadas en distinguir día y noche y la espiral musiquilla que no cesa de sonar nos introduce el alcaloide de la falsa alegría que nos excita el instinto picoteador.
Pero es en Navidad cuando la sobreestimulación alcanza verdaderas cotas de delirio que sólo la adaptación al medio nos permite soportar sin sufrir secuelas psicológicas demasiado visibles. Las propias administraciones se suman entusiásticamente haciendo suyas las técnicas de las empresas privadas sacando a la calle los elementos que en ellas incitan al consumo. Fundamentalmente las delirantes luminarias y decoraciones hiperbarrocas, recargadísimas de brillos y falsos metales nobles que invaden cada vez por más tiempo los espacios públicos costeado con dinero igualmente público.
El Excelentísimo Ayuntamiento de Córdoba se ha caracterizado desde siempre por su entusiasmo de contaminador lumínico festivo, pero este año ha dado un paso más y se ha lanzado vanguardistamente a otra forma igualmente atroz de contaminación estética navideña: la sonora. Así, nuestra iluminada concejala del ramo del turismo ha cumplido la terrible amenaza que hizo hace unas semanas de colocar un hilo musical por toda la Judería a través del cual, según sus propias palabras, se escucharán canciones navideñas. Se supone que para inocular el espíritu de estas entrañables fiestas, es decir el espíritu consumista, a los turistas que se atrevan a visitarnos con la que está cayendo. Y vaya si se vienen escuchando. Una serie de altavoces estratégicamente colocados en el emblemático espacio corazón de la ciudad, vomitan desde hace una semana sin cesar las canciones navideñas de la amenaza. O sea inacabables series morcillescas de esa forma de escatología musical que son los villancicos enlatados, que han conseguido hacer abominables por cantaminación a las pequeñas joyas de la poesía y la música popular alas que parodian. Pero la crueldad de nuestro Ayuntamiento ha ido mucho más allá porque las ristras escatológicas que perpetran los altavoces municipales pertenecen al género de villancicos flamencos, esas repugnantes lolailadas que el poeta Felipe Benítez Reyes definió no hace mucho como esa modalidad específica del flamenco en que a los cantaores y cantaoras parece que los persiguen los apaches para cortarles la cabellera. El terrible mantra de los peces hidrófagos, las aventuras de la burra camella rin rin o de los zorrunos pastorcillos en las epicenas voces enlatadas son infinitamente más insufribles aún en las sincopadas de los falsos lolailos aguardentosos. Uno acaba, entre vómito y vómito imaginando al Niño Jesús dotado de salvajes caracolillos pescueceros embadurnados de gomina y rodeado de rocieros portadores de las terribles armas de destrucción masiva: caña rota, flauta y tamboril.
Yo no sé si este pestiñazo seudomusical estimula el consumo de productos típicos en los turistas pero en los ciudadanos lo que estimula es el consumo de ansiolíticos en unos casos y de alicates y cizallas cortadoras de cables en los más graves. Y habría que ver lo que estimularían en las gallinas y los pollos si se les pusiera en lugar de los conciertos de Mozart, de Haydin e incluso, en los casos más urgentes, de Wargner, con que normalmente son incitados a comer pienso. Yo creo que acabarían desesperados tratando inútilmente de ahorcarse entre los barrotes.