(del laberinto al treinta)


viernes, 14 de enero de 2011

Elena María Walsh


Ha muerto a los 80 años en Buenos Aires Elena María Walsh. Últimamente me entero de las muertes de gente a la que quería tarde. Me pasó con Abraham Sefarty a quien debo, y no sé si al final haré, un recuerdo en este blog. Pero no quiero hacer una necrológica. Google me ha mostrado que hay suficientes ya en la atmósfera de la red. Pero sí una curiosa referencia. A la Walsh siempre la tuve asociada a un episodio de la lucha antifranquista muy sonado: la representación de El tartufo de Adolfo Marsillach, versión libre del de Molière especialmente confeccionado para descojonarse del OPUS. En ella Marsillach introducía una canción compuesta por ella: Los ejecutivos. Hablamos de 1969 y el escándalo fue, previsiblemente mayúsculo. La fineza de los elementos del ataque era tal que tomados de uno a uno resultaba imposible señalar ofensas o burlas hacia nada concreto, pero cuya totalidad ensamblada era de una meridianidad descacharrante. Ello impidió que el ministro de Información y Turismo del momento, el hipermeapilas de la Obra Sánchez Bella, a pesar del berrinche morrocotudo que se pilló pudiera impedir su exhibición. Y también que la obra hubiera pasado la censura unos meses antes cuando el ministro era Fraga, de la facción falangista. Al menos en Madrid. Porque lo que sí consiguieron sus maniobras orquestales subterráneas fue que pudiera ser disfrutada fuera del perímetro de la capital del reino no coronado.

Yo de todo eso me enteré años después cuando me lo contó un amigo muy aficionado al teatro señalándome la importancia de aquella canción de la Walsh en la obra, lo que luego corroboré leyendo las memorias de Marsillach, Tan lejos, tan cerca (1998). Fue entonces cuando comencé a escuchar con otras orejas algunas de sus demás canciones que conocía y que me sonaban hasta entonces estrictamente infantiles. Entre otras la famosísisma El reino del revés. Mi pequeño homenaje a esta luchadora que puso su importante ladrillo en el muro os invito a ambas canciones. Las dos de una rabiosa actualidad.

miércoles, 12 de enero de 2011

Antonio Gala y su dormitorio arqueológico

antonio gala


Aparte de con la impagable foto que lo muestra disfrazado de moro borracho de las fiestas de Alcoy, el delicuescente juntaletras pseudocordobés Antonio Gala, uno de los papagayistas decorativos profesionales que más pasta cobran por soltar soplapolleces en saraos culturetas del hemisferio norte y algunos de cuyos párrafos de efectos fuertemente laxantes recomiendan desde hace años leer en ayunas los proctólogos de medio mundo, nos vuelve a disparar desde las páginas del Magazín mundano la consabida salva de cursilerías infumables de las que vive. Pero en esta ocasión adobadas con la metralla de una incontrita confesión, la de que es poseedor de uno de los trozos más grandes que quedan de Medina Azahara..


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A ver, aparte de flipar con que don Antonio no tenga ni puta idea de quienes fueron los que se cargaron Medina Azahara, queremos saber más cosas sobre ese cacho del palacio califal que dice poseer. Primero, por qué lo guarda en su dormitorio en lugar de exhibirlo como haría cualquiera en la repisa de la chimenea. Es de sobra conocida su tendencia a la extravagancia y además su pasión por las cosas de la morería, pero no queremos imaginar nada inconveniente. Segundo: ¿Cómo de grande es ese trozo? Porque el tamaño, sobre todo si de piezas arqueológicas de uso íntimo de alcoba se trata, sí importa. Tercero: ¿Cómo lo consiguió, en alguna chamarilería de Luis de la Cerda, se lo han regalado las autoridades competentes, o lo ha chorizado disimuladamente del yacimiento metiéndoselo debajo del poncho ese que a veces gasta a juego con el bastoncillo? Desde aquí instamos a Vallejo a que indague, porque desde luego cuando tenga que devolver todas las piezas que le han prestado para el extraño museo-búnquer con goteras que ha montado a los pies del yacimiento va a necesitarlo, porque tal vez sea con lo único que cuente. Con el valor añadido de que la pieza recuperada ha estado íntimamente ligada, física y sentimentalmente, al autor de cabecera de tantas damiselas de misa dominical con problemas de estreñimiento, que irían sin duda en peregrinación a adorarla.

Descubrimos así mismo que Antoñito y su Bastoncito han vuelto a latiguear convenientemente como solían hace años con su bífida lengua a la Iglesia Católica, después de que se la tuvieran que envainar una buena temporada e incluso tuvieran que encabezar la famosa marcha de ratones tras la flauta del Hamelín don Miguel Castillejo, alias Fray Langostino, que le regaló todo un convento donde encerrar muchachos y muchachas para saciar sus veleidades mecénicas. ¿Tendrá algo que ver el cambio de logo de su patrocinador, de la palomica paráclita a la boinica euskalduna?

Por lo demás el resto del especial que el Magazín de El Mundo dedica al cumpleaños de la llegada de los moros a la tierra de María Santísima incluso obviando la solemne estupidez de los montajes de los barbudos en Callao, obra de un auténtico aficionado, es un emético revoltijo más de las más acreditadas sandeces pseudohistóricas, misticoides e islamófobas que pululan por novelas antihistóricas, tertulias de moristas a la violeta y conversaciones de maruj@s en la cola del súper. Sálvese la entrevista del muy moderado, aunque siempre lúcido, Amin Maaluf y pásmese el lector del cuento al que viene para el tema que trata entrevistar a una activista saharaoui y a un pelotista musulmán de Ceuta. Como si no hubieran en el mundo expertos en la materia que aportaran visiones que generaran debates productivos. Pero es que cuando la redacción de un medio de masas está en manos de unos cretinos con menos luces que el asesor del PPiolo, realmente esperar productos dignos es como pedricá en er desierto, como decía de cantar pa guiris el gran Chano Lobato. Sólo papilla estúpida para estúpidos lectores.

martes, 11 de enero de 2011

De cuando Franco quiso "purificar" la Mezquita


Parece fuera de toda duda que Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia del Dios y de la Única Iglesia Verdadera, la Católica Apostólica y Romana estuvo a punto de ordenar a principios de los años 70 la extracción de todos los elementos cristianos que fueron añadidos a la Mezquita Aljama de Córdoba tras la conquista de la ciudad por las huestes de un rey castellano. Es decir el desmonte y traslado de las dos catedrales, la primitiva gótica, del XV y la renacentista del XVI, amén de las decenas de capillas, incrustadas en su interior para el culto católico en sucesivos siglos. Este deseo de El Caudillo está perfectamente documentado en un artículo de Juan Contreras, marqués de Lozoya, a la sazón director general de Bellas Artes publicado en el periódico YA el 5 de noviembre de 1972. En él el historiador del Arte le adjudicaba la voluntad, en un impulso de gratitud al mundo islámico, que tan eficazmente había contribuido a la victoria, de desmontar y de trasladar la catedral gótico-renacentista de Córdoba para restituir la Mezquita a su integridad estilística y a su antiguo destino para que fuese, como lo fue en el siglo X, centro espiritual del Islam.

Ello lógicamente produjo una entretenida polémica en todos los niveles afectados, tanto práctica como teóricamente, tanto interna como externamente por aquella muestra de deseo de la voluntad más poderosa de España. Pero sobre todo produjo un espeluznamiento de todas las sotanas del país. Yo aún recuerdo, contaba entonces 16 años, la parte correspondiente al ámbito estrictamente local de aquella polémica. Entre las nebulosas de mi memoria aparecen turbios jirones de lecturas de algunos artículos de prensa de la época y discusiones en clase y con amigos, pero nítidamente la ilusión que me produjo la posibilidad de realización del proyecto. Como precoz amante del monumento, continuo disfrutante de su ámbito y aficionado a los temas andalusíes soñé frecuentemente con que aquel desmontaje ocurría y que la Mezquita de Córdoba volvía a su aspecto original de bosque ininterrumpido de columnas como fuera concebido por los geniales arquitectos emirales.



Las únicas fuentes con que contaba hasta hace poco para emprender un pequeño relato de este asunto era el libro que publicara Nieto Cumplido, La Mezquita-Catedral de Córdoba y el ICOMOS(Ayuntamiento de Córdoba, 1976), en el que el canónigo archivero lo recogía parcial y tendenciosamente, arrimando el ascua a su sardina como parte interesada que fue, lo que pudiera rastrear entre las publicaciones de los eruditos locales y libros de memorias y el paciente peinado de las páginas de la prensa de la época. Pero hete aquí que la red me proporcionó la sorpresa de encontrar prácticamente el trabajo hecho, magníficamente documentado y con un minucioso estudio de los elementos concomitantes tanto del proyecto como de su contestación. Se trata de un trabajo de José Ignacio Cassar Pinazo, arquitecto valenciano y experto en rehabilitación urbana que lo recoge como ilustración sobre el tema de la repristinación de monumentos en un monográfico sobre el tema publicado en el número 2 (nov. 2004) de la revista de restauración monumental Papeles del Partal. El trabajo se basa en el análisis de dos artículos publicados en la revista Arquitectura entre el año 1972 y el 1973 y consta de dos partes. Una, la reproducción, en condiciones tan lamentables que impiden su lectura del texto de Rafael Castejón publicado en el número 178 de la dicha revista (sept. 1973) titulado Datos para la Restauración de la Mezquita de Córdoba, en la que don Rafael presenta un estudio de la viabilidad del proyecto de extracción y traslado a otra ubicación de la catedral católica y la posterior repristinación, reconstrucción de las partes originales eliminadas por la construcción de aquella. El estudio de Castejón es de una minuciosidad pasmosa y no deja detalle por controlar. En la segunda parte José Ignacio Cassar Pinazo analiza el otro artículo publicado esta vez en diciembre de 1972 (núm.168), bajo el epígrafe Mezquita de Córdoba y el entusiasta subtítulo El apasionante tema de la Mezquita de Córdoba ha saltado a la calle una serie de artículos que se referían a la que dio en denominarse la polémica de la Mezquita.

No voy a repetir lo que invito a encontrar leyendo tan apasionante trabajo en el que el arquitecto valenciano analiza minuciosamente cada una de las intervenciones tanto a favor como en contra y las contrasta con las teorías restauradoras del momento y con las actuales, seguido de un análisis del contexto histórico, pero sobre todo político en que se produjeron. Es sumamente interesante particularmente la intervención de Luis Moya en la que el arquitecto y miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando defendió, aparte de denunciar la violencia de la posible actuación que llega a comparar con las de Viollet-le-Duc, el falsificador de Carcasonne, que el carácter de composición abierta y diacrónica (que funciona como un panel de abejas, construido por la repetición de una célula, indefinidamente, tanto en el espacio, como en el tiempo, opuesta a la cerrada y sincrónica de la concepción monumental cristiana que se define por su dependencia compositiva de un solo centro que marca la jerarquía compositiva) no hace necesaria la destrucción de la obra renacentista y la consiguiente ampliación del número de células, ya que no añadirían nada a esta impresión del espectador, a este vislumbre del infinito que subsiste hoy porque la yuxtaposición no obedece a leyes de jerarquía, ni reconoce límites en sus dimensiones ni en los añadidos que se le pudieran hacer en tiempos posteriores. Esta visión fue compartida posteriormente por Rafael Moneo y Antón Capitel en sendos artículos publicados en los 80 en la misma revista Arquitectura, pero, según afirma Cassar, ya que no he tenido acceso directo a los mismos, otorgando a las actuaciones del XV y XVI valores añadidos en la definición de una mayor riqueza formal y compositiva y, en consecuencia, arquitectónica para el edificio. No puedo estar menos de acuerdo con esa afirmación de los dos arquitectos, que ni siquiera Moya se atrevió a sostener, manteniendo una discreta separación en la consideración artística de los distintos elementos. Tampoco comparto, como he tratado de demostrar en otro lugar, la tesis que sostiene Moya, en defensa de la unidad del edificio, de la importancia de la catedral cristiana como garante de la vida del mismo, desde el momento en que está documentada la lucha de las autoridades civiles cordobesas desde tempranos tiempos por mantener el aspecto y la integridad originales del monumento islámico en pugna con las sucesivas y continuas y pretensiones del Cabildo por modificarlo y, presumiblemente, derribarlo para sustituirlo por un edificio plenamente cristiano. Ello no habla sino de la conciencia de la importancia de mantenerlo cuidado y vigilado que existió siempre por parte del pueblo y las autoridades civiles cordobesas.

Precisamente en basándose en ese mismo enfoque de Moya, pero utilizándolo en sentido opuesto, Rafael de la Hoz defiende que la construcción de la catedral supuso el asesinato de la Idea, la de los constructores originales que concibieron un espacio abierto y flexible, crecedero y dinámico opuesto al espacio clásico de inspiración greco-romana, que se traza siempre de una manera cerrada y se fija estáticamente en sí mismo. Por eso, afirma Cassar, por encima de la acumulación histórica, de la comprensión espacial de los edificios anteriores y de las relaciones entre ellos que desvela la actuación de Hernán Ruiz, de la propia materialidad de las intervenciones, de La-Hoz hace prevalecer “la Idea” como soporte conceptual del hecho arquitectónico.

Se pueden detectar aquí, en esta polémica, ecos de la clásica pugna entre las diferentes escuelas de conservadores y restauradores que desde mediados del siglo XIX vienen haciendo crecer el caudal de ideas acerca del mantenimiento del patrimonio histórico artístico de los pueblos, desde el purismo sacralizador de Ruskin hasta el idealismo de la Hoz, pasando por el compromiso con las necesidades museísticas de Boito o la restauración crítica de Brandi. Yo añadiría como aporte interesante el que hace el propio Cassar en el artículo haciendo depender muchas de las actuaciones sobre el patrimonio en el caso español apartir de la Guerra Civil de condicionamientos externos a la propia condición monumental de los edicifios, es decir como meros instrumentos de actuación política, sujetos a las necesidades de las nuevas liturgias imperialistas y nacionalistas del franquismo (Nota 30). Aunque en el caso de la Mezquita de Córdoba las causas parecían mucho más intrincadas y sería interesante averiguar qué papel tuvo en el asunto el petróleo.

En cuanto a la participación de El Caudillo no parece de todas formas que esa idea surgiera por sí misma de la por entonces bastante perjudicada mente del sangriento dictador y existen pruebas suficientes de que en realidad todo el intento de purificación, pues ese fue el término que se utilizó para horror de las jerarquías católicas, del edificio islámico se debió a una fabulosa maquinación que se curró él solito el ya citado portentoso erudo cordobés: don Rafael Castejón y Martínez de Arizala. Suficientemente conocido en Córdoba remarcaré sólo que ejerció de sabio local en diversos campos del saber histórico-artístico, en particular el andalusí, durante casi todo el siglo pasado siendo sus teorías y actuaciones debidas a los diversos cargos que ejerció con poder de acción directa muy contestadas por otros expertos más acreditados nacional e internacionalmente, fundamentalmente por el arquitecto y arqueólogo Leopoldo Torres Balbás.

Probablemente la idea o al menos su posibilidad de realización le viniera cuando ofició de guía de la Mezquita para rey Faisal de Arabia Saudí, en el año 1966. No sabemos si en esa propicia ocasión nuestro esforzado conspirador consiguió deslizar la idea de alguna manera en la oreja real pero algo debió haber teniendo en cuenta el papel que el wahabita jugaría en el asunto ofertando posteriormente 10 millones de dólares al Caudillo para su ejecución. Una vez pergeñado el proyecto en su magín se dedicó en cuerpo y alma a conseguir los apoyos necesarios para llevarlo a cabo. Y no le faltaron contactos importantes.

Lo que sabemos es que en el año 70 ya estaban más o menos delimitados los contendientes y se estaba buscando un campo de batalla. El propio Cassar en su artículo delimita claramente los adalides de cada uno de los bandos, Castejón y el canónigo Nieto Cumplido, y los presenta enfrentados heroicamente defendiendo sus posturas rodeados de sus partidarios y sus poderes mágicos. El arquitecto Rafael de la Hoz Arderius, cordobés instalado en Madrid pero muy vinculado a su ciudad natal debió de ser convencido por Castejón, aunque no se puede descartar la viceversa, y en esa época lo encontramos convencido, como hemos visto, de la bondad y la viabilidad del proyecto, estando además colocado en un puesto clave como era el de Director General de Arquitectura desde 1971. Es a él a quien Nieto Cumplido responsabiliza del interés que en el proyecto llegara a tener Franco en el libro sobre la reunión en Córdoba del ICOMOS que el canónigo ya entonces responsable por el Cabildo del monumento publicó años después (1976).

Otros apoyos que consiguió el proyecto fueron las directas del Director de Bellas Artes Marqués de Lozoya, la del prestigioso (aunque muy cuestionado) restaurador Francisco Pons-Sorolla Arnau y la indirecta del gran historiador del Arte Chueca Goitia que mostró en sus grandes obras Arquitectura del Siglo XVI. Enciclopedia Ars Hispaniae, Vol.XI, Madrid (1953) e Historia de la Arquitectura Española (1964) su indisimulado horror por la construcción de la catedral cordobesa en el centro de la Mezquita.

Rafael Castejón hizo pública la iniciativa purificadora de la Mezquita en ABC de Sevilla –13 de septiembre de 1972–, y aunó en su escrito el intenso trabajo técnico que se estaba desarrollando para sacar de ella la catedral, mejor diríamos las dos catedrales católicas que alberga su recinto y la solicitud para conseguir que el organismo correspondiente de la ONU la declare monumento internacional según la cita textual de Nieto Cumplido. El adalid de la purificación, Castejón, se muestra en todo momento tan seguro de la realización del proyecto al que presenta como una legítima aspiración popular que ni siquiera se detiene a considerar los factores adversos, fundamentalmente los intereses de la Iglesia Católica, que serán los que finalmente tumben el proyecto.

El canónigo Nieto Cumplido fue el encargado de llevar a buen puerto las objeciones eclesiásticas maniobrando eficazmente para hacerlas triunfar. El elemento decisivo fue su consecución de implicar al ICOMOS directamente convenciendo al presidente de la sección española Gabriel Alomar Esteve de que organizara una reunión en Córdoba, conocedor de que el afamado urbanista pertenecía a la corriente de más estricta ortodoxia conservacionista dentro del panorama de los restauradores de monumentos, partidario de la de comprensión del sentido de unidad de los mismos derivado de la suma de las distintas actuaciones realizadas a lo largo de la historia, del sentido de la perduración como un valor inequívoco de la ciudad histórica que se expresa tanto en su trama como en sus edificios y de la necesidad de intervenir con conceptos arquitectónicos actuales que huyan del “pastiche y del anacronismo”.

Probablemente fue esta intervención la que más volumen cosechó en la tarea de acumular contrapeso en el platillo de la balanza del mantenimiento del monumento tal cual. De esa reunión salió, pues la decisión última. Probablemente El Caudillo no llegó ni a enterarse de su resultado, en caso de que alguna vez hubiera estado interesado realmente como el marqués de Lozoya afirmó, y la Mezquita de Córdoba continuó probablemente ya para siempre con la catedral okupa incrustada en su centro.

Desde mi punto de vista actual y desde los cánones actuales de la racionalidad restauradora que no permiten ni tan siquiera la higiénica eliminación de la cascarria churrigueresca de las iglesias góticas, y que han contestado fuertemente la reciente restauración del puente de origen romano sobre el Guadalquivir, la decisión fue la correcta. Eso no quita que de vez en cuando no me asalte la ilusión ilegítima pero gozosa de poder haber visto purificado de añadidos espurios uno de los monumentos más importantes del mundo y que tenemos la suerte de conservar, aunque gravemente mutilado, en esta ciudad.

Por otra parte a esa ilusión se suma el pensamiento de que de haber ocurrido la extracción de la catedral aún en activo para el culto de una parte afortunadamente cada vez más minoritaria de la población local, no hubiera sido posible el descarado robo que la Iglesia Católica, con premeditación, alevosía, el agravante de sigilosidad y el inestimable silencio de las autoridades locales, autonómicas y estatales de la izquierda cobarde, perpetró recientemente inmatriculando a su nombre, aprovechando una ley hecha a su medida cuando gobernaba un partido heredero de los valores del nacionalcatolicismo, lo que venía siendo un bien público de los cordobesas desde los tiempos en que el rey castellano al que consideran convenientemente santo los católicos se lo confiscó al pueblo cordobés del siglo XIII al que pertenecía antes de deportarlo en masa. Se trata, pues del aggiornamiento del mismo proceso. Entonces a los dueños colectivos “paganos” del edificio se les expulsó físicamente y se propuso la propiedad colectiva de otro colectivo, el de los católicos administrados por los clérigos. Hoy que los neopaganos comenzamos a ser mayoría se nos exilia de la misma propiedad por medios más sibilinos, más leguleyos. Funcionarios, legajos, legislaciones tramposas, políticos vendidos o malnacidos…

Vergüenza les debería dar mirar, sobre todo a los de izquierda, supuestos defensores del laicismo, el ejemplo de Agya Sofia en Turquía, país al que muchos de ellos miran por encima del hombro por sus carencias democráticas.

ADDENDUM: Uno de los protagonistas de esta rocambolesca historia, Alberto García Gil, a la sazón Jefe de los Servicios Tcenicos de la Dirección de Bellas Artes, tuvo la amabilidad de dejar un comentario reprobatorio/aclaratorio en la edición de este post de la página Museo Imaginado de Córdoba (MIC). Dejo aquí por su evidente interés la correspondiente captura de pantalla:

domingo, 9 de enero de 2011

Córdoba en el Alentejo

Nunca sabremos si nuestro paisano cruzó la frontera portuguesa como tantos otros a lo largo de la Historia para comprar toallas o para hacer la guerra, pero lo que sí está claro es que terminó haciendo el amor y fundando una linaje ilustre. Tampoco sabemos si el nombre de nuestra ciudad ya lo llevaba en su apellido o se lo puso o pusieron, como en la mili nos llamaban por nuestro origen (“El Málaga”, El Madriles”) ya en las dulces tierras lusas. El caso es que uno de los apellidos más linajudos del Alentejo portugués hace mención a Córdoba. Los Cordovis (aunque a veces aparecen como Cordovil) asentados desde al menos el final de la Edad Media en su capital, Évora.


Yo no tenía ni pajolera idea de la existencia de un vínculo cordobés evorense cuando visité recientemente la preciosa ciudad. Ni siquiera había oído nunca hablar del monumento en el que hice el descubrimiento. Sí había leído que existía en el largo das Porta da Moura un palacio llamado Casa Cordovis, pero no la había asociado al nombre de la ciudad de la Mezquita (antes mezquita). Fue al tercer día después de haber explorado todo lo minuciosamente que me daba el tiempo la ciudad cuando, dedicándome a una de mis actividades favoritas, la de buscar las huellas de la ciudad musulmana en el actual entramado, me lo encontré. Estaba en el largo das Portas da Moura, las principales de la muralla musulmana porque daba entrada al alcázar, cuando tras admirar la fuente renacentista que enseñorea en su centro me la topé enfrente. Se trataba de los restos de un palacio del que sólo quedaba un mirador incrustado en un edificio moderno. De factura claramente manuelino-mudéjar, de ese estilo para mi gusto extremadamente empalagoso porque retuerce moriscamente lo ya retorcido góticamente tan típico de la zona. Ya lo había visto en los restos del palacio de don Manuel, cuyo encanto reside hoy día más en lo romántico de su estado ruinoso que en su propio interés arquitectónico, con sus ventanales flamígeros dotados de finísimos arcos de herradura que le dan un aire de decadente decorado del Tenorio. El autor de ambos, mimado arquitecto del rey don Manuel, el prolífico Francisco de Arruda lo fue también de la torre de Belem de Lisboa, de los acueductos de la misma Évora y Elvas y de la iglesia de San Francisco también de Évora que acoge la espeluznante Capela dos Ossos cuyo horror macabro no radica sólo en que esté profusamente decorada con huesos humanos, sino que los mismos pertenecieron a multitud (se dice que cinco mil) de ciudadanos evorenses difuntos y que fueron desenterrados y robados en el siglo XVI por los frailes del convento profanando los camposantos vecinos en uno de los mayores aquelarres necrófilos de los muchos que la Iglesia Católica ha perpetrado en su historia.


Bueno a lo que iba, que me embala mi correoso anticlericalismo. Pues que estaba yo ante la puerta de reciente factura de la casa que actualmente soporta el bonito mirador manuelino-mudéjar cuando en el fondo del portal entreví otra puerta decorada con uno de los típicos e inevitables adintelados de azulejos portugueses. El portal se encontraba en un estado lamentable, con piso escombroso y algunas basura esparcidas por él. La puerta de madera acristalada debía tener sus cincuenta años y conoció tiempos mejores y a través de los polvorientos vidrios unos inquietantes maniquíes vestidos a la moda de al menos la Revolución de los Claveles me decían a las claras que se trataba de una tienda de tejidos clausurada desde entonces.


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Fue el texto inscrito en el frontal del dintel de azulejo el que me sacudió el entendimiento. Porque en él estaba explicado el porqué del nombre de la casa. Yo me atrevería a asegurar que la obra de azulejo pertenece a la primera mitad del XVIII, cuando se pone de moda el uso exclusivo del azul y el blanco por influencia de las porcelanas chinas, pero desde luego hace referencia a un linaje que debía llevar al menos dos siglos enseñoreado en la ciudad. Eso a pesar de que no he conseguido encontrar referencias claras en la red al tal linaje ni a la tal familia. Sólo alguna vaga alusión a la familia Cordovis de Évora en alguna página de heráldica portuguesa.


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DE CORDOVA NATURAIS
SÃO OS CORDOVIS HONRADOS
LÁ E CÁ MUI ACATADOS
CAVALEIROS PRINCIPAES
FORAM SEUS ANTEPASSADOS


Y debajo, como una especie de firma un enigmático BISPO MALACA


El lema de la familia se despliega a lo largo de la metopa representada en trompe l’oeil y dice


NOBILIS FUERIS, SI HONESTUS ET IUSTUS FUERIS


Lema que ya podían adquirir los políticos actuales a los que se les llena la boca de petición de nobleza democrática.


Especialmente enigmático me parece ese LÁ E CÁ MUI ACATADOS (allí y aquí muy obedecidos) que parece hacer referencia a que allí, o sea aquí, en Córdoba, ya debian mandar lo suyo antes de ir a mandar portugueses.


Pero las sorpresas, por juego de analogías, no terminaron ahí. Al doblar la esquina de la Casa Cordovis donde terminaba el largo (plaza alargada) y comenzaba una calle estaban rotulados los nombres antiguo y moderno de la misma. El nombre histórico de la calle era Rua da Mesquita. El nuevo Rua d Augusto Eduardo Nunes Arcebispo de Evora. De donde se deduce que en la bonita ciudad de Évora no sólo se cuece la exquisita carne de porco a alemtejana y deliciosos caracois chicos en caldo de cornetillas, sino que también se cuecen las habas nacionalcatólicas de cambiar nombres populares de centenarias calles por los de reyes, roques, santos y frailes. Sobre todo si hacían referencia a su pasado islámico.


Y un último enigma. En Portugal se consideran las mejores aceitunas para encurtir las llamadas azeitonas cordovis. Partidas, ralladas, de lejía o de ajo.


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