(del laberinto al treinta)


sábado, 28 de noviembre de 2009

El ca(nalla)tolicismo

Canallatolicismo

Hay un catolicismo popular que cubre las necesidades espirituales y folklórico-sociales de la mayoría de los españoles normales, que no están obsesionados por la lógica pérdida de peso de sus creencias en un mundo en vías de desencantamiento, ni intentan imponer los dogmas de su fe al resto y aceptan con una saludable hipocresía (catártica y espital) la dicotomía entre sus cumplimientos y las canallescas actitudes de sus pastores.

El otro, el de esos pastores y los poderosos a los que sirven, no hace falta remitirse a época oscuras y crueles en las que eran los dueños de las almas y de los cuerpos que las sustentaban de todos los humanos para examinarlo en su verdadera índole. Sólo mirar alrededor o remitirnos a unas décadas pasadas para descubrirlo. Miles de esos pastores diversamente engalonados violando impunemente niños con la complicidad de las autoridades eclesiásticas y civiles, un papa dando la comunión a asesinos como Videla y Pinochet mientras condena a la muerte a miles de fieles del Tercer Mundo con su negativa a permitirles el uso del condón, la santificación de las víctimas propias de la matanza que ellos promovieron en España en el 36, la demostrada complicidad de las jerarquías católicas en el genocidio de Uganda, y un largo etcétera.

El último ejemplo de la verdadera calaña de los católicos correosos, del canallismo atroz disfrazado de discurso religioso lo he encontrado hace unos días en una columna de un plumilla artillero del portaaviones ABC, división cordobesa. Juan José Primo Jurado es probablemente el más peligroso de los fundamentalistas católicos que tienen altavoz en la prensa local, un reaccionario esencial, macizo, adicto a las sectas ultracatólicas y a los razonamientos mendaces. En su columna del 25 de este mes repasa la lista de los momentos estelares del reciente congreso celebrado en Madrid bajo el título de Católicos y vida pública y entre todas las obviedades de quienes intentan que sus creencias supersticiosas influyan en la vida pública del resto de los ciudadanos, recoge una atrocidad, un pensamiento intrínsecamente monstruoso que pone en evidencia la calaña de cierto tipo de católicos. Dice el artillero abecedario que dijo el economista Juan Velarde:


La responsabilidad de los países africanos es culpa interna de ellos, no de los países desarrollados. Me niego rotundamente a seguir sosteniendo que hemos sido y somos nosotros los causantes de su pobreza.

Juan Velarde Fuentes es hoy un ancianito de casi inofensivo aspecto, pero durante los años 50 y 60 fue un redomado falangista, que es lo mismo que decir redomado fascista, colaborador conspicuo y convencido de uno de los regímenes más criminales y sanguinarios que han mancillado la piel de Europa en el siglo XX, moralmente semejante al nazi alemán y al fascista italiano y nunca arrepentido por ello. A pesar de lo cual ha sido abundantemente premiado por las instituciones democráticas contra las que el luchó a lo largo de toda su vida. Por eso no debe extrañar que sus opiniones acerca de la monstruosa situación de penuria alimentaria y de desgarro social que padece endémicamente el continente africano estén sustentadas por el racismo más crudo y alcancen claramente la crueldad argumental. Sobre todo teniendo en cuenta que siendo un economista de reconocido prestigio debe tener los datos suficientes para interpretar la realidad. Pero lo lleva en la masa de la sangre. La maldad digo, no la Economía.

Pero tal vez la explicación esté en que el antiguo camarada de los que llenaron las cunetas de España de cadáveres en la guerra y la posguerra es además y por supuesto católico comprometido con su Iglesia y en demostración de tal cosa lo ha declarado. Por eso puede permitirse esas argumentaciones, porque para los católicos a todos los humanos los hizo el dios en el que creen iguales y con las mismas oportunidades. Lástima que además de a los pobres negritos el dios ese creara en su momento también a sus iguales el colonialismo que esquilmó las riquezas del continente durante dos siglos considerándolos animales, los estados colonialistas que dividieron a su antojo los territorios mezclando etnias y separándolas a capricho de su lápices y escuadras, el rey católico belga Leopoldo que esclavizó y asesinó a cientos de miles de criaturas de dios, iguales pero negras, y actualmente el mismo dios está afanosamente empeñado en la labor de crear las multinacionales de los países habitados por blancos ricos porque se lo han currado por lo que están en su derecho de esquilmar sistemáticamente las materias primas africanas (petróleo, pesca, coltán, madera, diamantes...), quitar y poner gobiernos que les son favorables, mediante la compra o mediante la guerra, costeando ejércitos de mercenarios para ello y vendiéndoles armas a módicos precios para facilitarles la tarea, y en crear las subvenciones a los agricultores de los países ricos, porque se lo han currado, que distorsionan los mercados e impiden a los africanos competir en igualdad de condiciones en los mercados internacionales globalizados que sí los obligan a consumir productos occidentales, así como semillas modificadas genéticamente para que no puedan reutilizarlas. Ese dios todopoderoso e igualitarista creó también a las compañías farmacéuticas, de países cristianos, por supuesto, que impiden sistemáticamente un abaratamiento o la producción de genéricos que impedirían la muerte de millones de seres cada año. Y que llevan frecuentemente cruces en sus logos...

Menudo cabrón está hecho ese dios al que adora el señor Velarde y que nos hizo a todos iguales, pero no nos hizo nacer en el mismo sitio. Y menudos tontos los negros que no consiguen a pesar de esa ayuda blanca y de su dios blanco salir adelante...

A veces tengo la fantasía de que ese dios debería existir realmente y haber creado un infierno a medida de todos estos ca(nalla)tólicos. Un buen infierno con sus buenos demonios de pezuñas, cuernos y rabo armados de tridentes afilados. Como esos que crearon los delirios malvados de sus antecesores: con fuego, calderas y lavativas de plomo derretido por el culo. Por toda la eternidad.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Alguien que te guíe para mirar el cielo

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Todos los átomos pesados de nuestro cuerpo son polvo de estrellas muertas.

Luis Álvarez Gaumé (Físico).


Durante un par de años de mi adolescencia tuve la suerte de gozar de la amistad de mi tío abuelo Ortiz. El tío Ortiz tenía su reino (republicano) en su azotea del barrio de Santa Marina y algo más tarde me emocioné encontrándolo también en la azotea de Epicuro de El árbol de la Ciencia de Baroja. Pero mi tío, al contrario que Iturrioz, no era un escéptico empedernido, sino un luchador. Vencido, pero luchador. Y autodidacta. Obligado a cuidar ganado en la sierra desde muy, muy pequeño, allí aprendió a leer con los papeles impresos que caían en sus manos y que le interpretaban almas caritativas con las que topaba. Ello le permitió ya en su juventud aprender mecánica y astronomía, dos de sus pasiones, en libros que compró en tiendas de lance. La mecánica le serviría para colocarse en la fábrica de aceites de Baldomero Moreno donde llegó a hacerse imprescindible y la astronomía, aparte de para explicarse los fenómenos que llevaba contemplando desde niño, para guiarse de noche en su larga huida por la sierra hasta el frente republicano escapando de los falangistas que al poco del golpe de estado fueron a su casa a buscarlo para convertirlo en abono de jaramagos como pudo alcanzar a escucharles decir antes de escapar por los pelos por un ventanuco trasero. Por anarquista. Su tercera pasión fue el esperanto, una lengua a la que concedía la posibilidad de fundamentar el entendimiento entre todos los humanos para la consecución de un mundo libre de injusticias, con la ayuda de las teorías anarquistas.

Tras el definitivo triunfo de la revolución fascista regresó y sólo se libró de ser fusilado por la intercesión del dueño de la fábrica, a la que volvió tras dos años de cárcel con alma de vencido y una clavícula desbaratada por efecto de las torturas. Muchos años después, a mediados de los 60, cuando yo contaba 10 años, me regaló mi primer libro propio, una edición de principios de siglo de Al polo austral en velocípedo de Salgari que aún conservo. Desde entonces me aceptó como discípulo y se empleó en el empeño de inocularme la pasión por la lucha por la igualdad y la justicia. En las noches de verano en la azotea, además de enseñarme a fumar, me explicaba los mecanismos que rigen el funcionamiento del mundo de la política y la economía con una claridad y un rigor que aún hoy, casi cuarenta años después, me siguen sirviendo de manual básico de entendimiento. Así mismo, la mecánica de los astros le permitió asegurarme de que no era necesario, ni deseable, que un ser superior rigiera los destinos del universo, y mucho menos que hubiera una sola posibilidad de que la agrupación de estrellas en constelaciones (y las conocía y amaba a todas) interviniera en el carácter y el destino de las personas. Lo que nunca consiguió, a pesar de sus denodados esfuerzos fue inocularme sus otras dos pasiones: la astronomía por sí misma y el esperanto. Ni yo conseguí nunca verle la gracia. Lo importante estaba para mí en la tierra y no en el firmamento. Pero él siempre insistía. Mirando el cielo nunca te aburrirás. No hay nada más fascinante que ver cómo cambia, que intentar conocer todas las cosas que hay en él, me decía. Porque si hay algo que siempre está contigo, que nunca te abandona, es el techo celeste. La forma de las nubes, sus agrupaciones, los colores del atardecer, el diferente titilar de las estrellas, las constelaciones... Ponía tal empeño que conseguía crearme zozobra y remordimiento la patencia de mi desinterés. Ahora se me ocurre a veces que sus enseñanzas políticas no fueron más que cebos para aficionarme a la contemplación del cielo. Por supuesto, nunca tuvo telescopio. Y no sé si lo necesitó. Lo suyo era la simple vista, el ver cómo se sucedían los días encima de su cabeza proporcionándole un espectáculo maravilloso. Murió cuando yo tenía 17 años.

Por eso me he vuelto a emocionar tanto con un precioso y preciso libro que acabo de releer y que me ha trasladado de nuevo a aquellos días felices de cielos estrellados y charlas demoradas junto a mi tío en la azotea de Santa Marina, como ya me ocurriera en la primera lectura. A ras de cielo de David Galadí-Enríquez. Lo que el pobre Ortiz no consiguió hace tantos años lo ha vuelto a intentar este cordobés de la diáspora con mejor suerte. A Galadí, astrofísico de la Estación de Calar Alto (Almería), lo conocí hace un poco más de un año, el día en que asistí a una conferencia que impartía, a la que me llevó un amigo y cuyo tema me hacía temer lo peor. No recuerdo el título exacto, pero hacía referencia, inquietante y sospechosamente dado mi incurable escepticismo, a la posibilidad de existencia de vida extraterrestre en el universo. Me dispuse a escuchar en estado de prevengan pero he de decir que a los pocos minutos de comenzada la charla me sorprendí deslumbrado por su claridad expositiva y su impecable línea argumental. Partiendo de los presupuestos de la revolución copernicana, que por primera vez sacó al hombre del centro del universo, siguiendo por la evolución progresiva de los conocimientos científicos de la modernidad y llegando hasta las últimos descubrimientos en el campo de la astrofísica, trazó la idea de la asunción de la cada vez mayor conciencia de nuestra extrema insignificancia en el enormidad del universo. Es esta misma conciencia la que nos conduce a la posibilidad de deducir que no sólo el mismo proceso que llevó al surgimiento de la vida (no de la vida inteligente, que esa es otra cuestión) en determinadas condiciones en un planeta perdido de una galaxia no menos insignificante, pudo haber ocurrido en otro de los miles de millones de planetas que ya se sabe que existen, aunque no hayan sido computarizados, sino que lo acientífico sería asegurar categóricamente que no haya ocurrido.

Discutiendo el tema con mi amigo a la salida me comentó que el conferenciante tenía publicado un libro divulgativo de astronomía que merecía la pena leerse. Y como yo soy fiel a mis amigos y además había salido gratamente sorprendido de la charla de su autor, le hice caso y lo compré. Una inversión impepinablemente rentable: pasé dos tardes deliciosas preso de la fascinación, atrapado en la trepidante aventura del desvelamiento de las causas de decenas de fenómenos naturales, de la mano firme del autor de la que se presentaba en su subtítulo como una guía de observación astronómica para conocer el firmamento. A simple vista. Sin necesidad de usar telescopios, catalejos, ni prismáticos. Todos los fenómenos que los hombres pudieron contemplar desde siempre a simple vista explicados rigurosamente a la luz de los conocimientos actuales y en un lenguaje asequible, aunque sin concesiones al faciloneo populachero. El por qué del color del cielo, diurno y nocturno, el de los planetas y estrellas, las causas de la titilación de éstas últimas, las mareas, los efectos lunares... Todo con un absoluto rigor y una amenidad pasmosa. Una incitación irresistible a detener nuestro paso, sentarnos y disfrutar de prácticamente lo único que podemos obtener gratis en nuestra vida y de cuya hermosura, tal vez por eso mismo, no somos casi nunca conscientes. Una fascinante explicación de por qué vemos la luna más grande cuando aparece en el horizonte que cuando luce en el centro de la bóveda celeste me llevó al borde del derretimiento. Podría apuntárosla aquí, pero el que quiera peces que se moje el culo. En el libro está.

Pero es que además en A ras de cielo, Galadí toca mi fibra profundamente escéptica azotando inmisericordemente, usando como látigo un hilarante sarcasmo, a los ufólogos y demás fenómenos humanos de la estupidez contemporánea, así como a los astrólogos y sus delirantes convicciones de que la posición de las estrellas o una determinada fase de la luna en la fecha del nacimiento de cualquier humano determina el que llegue a devenir en un ser bondadoso o un hijoputa con los ojos malos. Desde luego debería ser de obligada lectura para todos aquellos que estén dispuestos a resolver posibles dudas en sus convicciones simplemente heredadas y asumidas sin aparato crítico.

Pero si a mí me ha encantado y me ha hecho comenzar a mirar mucho más hacia arriba, a mi tío le hubiera gustado saberlo y sobre todo le hubiera resultado tremendamente útil su lectura. Además hubiera hecho unas magníficas migas con él autor, porque acabo de descubrir que Galadí aparte de un reconocido astrofísico y un magnífico divulgador es también un ¡¡¡experto esperantista!!! Lo acabo de saber por la red. Hay que ver lo que los astros nos tienen reservado...

Un detalle inquietante del libro es que esté editado por Almuzara... ¡lagarto! ¡lagarto!