(del laberinto al treinta)


martes, 4 de noviembre de 2008

A FERNANDO SAVATER CON DOLOR DE CORAZÓN

Con grande dolor de corazón he de contar cómo, maestro, a quien tantas ideas, clarificaciones (que no clarifinaciones) le debo, me acaba de pegar una puñalada trapera en todo el mismo centro de mi admiración. Y si no fuera porque los muchos años de beber en su fuente de sabiduría, ecuanimidad y bonhomía me dictan lo contrario sospecharía que por una vez ha actuado con verdadera mala fe. No en propinarme tal puñalada, sino en la que ha propinado previamente a la propia entraña de la justicia.

Tras el impecable minianálisis de la Transición, en el que deja traslucir la oportunidad de llamarla también Transacción o más exactamente Chantajización, se deja caer en su artículo de ayer en El País (¿El final de la cordura?), con una desabrida descalificación de los intentos de fijación de una tipificación exacta de la naturaleza de los crímenes cometidos por el franquismo y por supuesto la clarificación del alcance de los mismos que ha emprendido el juez Garzón. Y utiliza, desde mi humilde punto de vista, un arma de la que siempre le sentí como enemigo: la ceremonia de la confusión. Porque al contrario de lo que afirma con esa ironía tan suya que tanto le admiro pero que en esta ocasión me recuerda a la de mi profesor de FEN del Instituto, no se trata de pedir responsabilidades penales a los responsables (en sus tumbas) o sus herederos físicos (en sus propiedades), sino de fijar la naturaleza exacta del oprobioso régimen sufrido por este país a la luz de las legislaciones aplicables. Por pura higiene social.

No sé si, admirado maestro, comparte las miserables palabras del cada vez más obispado presidente de Gobierno acerca de que al franquismo ya lo ha juzgado la Historia. Zapatero sabe, y usted, maestro, también, que eso no es cierto. Que sin esos necesario pasos clarificantes (no clarifinantes, no me sea malo..., don Fernando) es imposible por ejemplo que a los autores de los libros de Historia que se estudian en los colegios de este país se le puedan exigir unos mínimos criterios de objetividad a la hora de abordar el tema del aplastamiento de la República Española y de los métodos utilizados para ello por las fuerzas reaccionarias desencadenantes de uno de los más horribles regímenes de la Europa occidental del siglo XX. Es como si en Alemania, si me permite la torpe y manida comparación, don Fernando, se hubiera impedido llegar hasta el fin en el conocimiento de la naturaleza y los crímenes del nazismo para evitar molestar a los nazis vivos o para no reavivar heridas nacionales, lógicamente no curadas. La propia razón democrática y justiciera reclaman que se neutralicen definitivamente las no por torpes menos peligrosas justificaciones que proporcionan las versiones interesadas y oficiales provinentes del propio franquismo de que los dos bandos tuvieron motivaciones éticas idénticas para luchar. El peligro de que acaben gozando de la misma credibilidad en los manuales de Historia que las objetivas debidas a los estudios más contrastados y serios fruto de investigaciones tanto académicas como judiciales es lo suficientemente grave como para alinearse positivamente con los intentos del juez Garzón para lograr una tipificación objetiva de la naturaleza de lo ocurrido en los aciagos días finales de la II República Española. Y desde luego la labor de desmontar las falacias educacionales de la Iglesia Católica en la que usted, querido maestro, siempre se empleó con tanta maña como razón, se toparían con muchos menos obstáculos que si se aclara el papel jugado por la misma y sus doctrinas en aquella terrible masacre.

Y es ahí donde me hubiera gustado verle debatir, don Fernando, en lo que yo considero la piedra angular sobre la que descansa, menos en su propio caso quiero pensar, la defensa de un supuestamente necesario corrimiento de velos en el conocimiento exacto y la tipificación nominal del franquismo: el papel jugado por la Iglesia Católica en el planeamiento, consecución y justificación de sus crímenes. Es precisamente la evidencia palmaria de esa responsabilidad la que hace que se venga sintiendo como genéricamente peligrosa esa clarificación, esa determinación de su exacta naturaleza. Muertos los genocidas originales y amnistiados sus epígonos esa clarificación se habría hecho una labor lógica si no pesara esa complicidad de la siniestra canalla clerical, cuyo peligro usted mismo convoca en su artículo, con los crímenes fascistas. No se trata, como dice usted don Fernando de desenterrar con los muertos de las cunetas la guerra civil (no es digno de usted, sino de los sapos de la COPE, ese argumento), ni de que una sentencia judicial dictamine que Franco fue un cabrón con almorranas, ni de discriminar entre los colaboradores del régimen a los que se mantuvieron fieles a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional hasta el final y a los reconvertidos en rojos a la violeta cuando pintaron pardas, sino de evitar que se acabe instalando como normal la equiparación moral entre los criminales y las víctimas, que se pueda seguir justificando la permanencia en los rótulos de nuestras calles de asesinos en serie, que desalmados como el alcalde de Almería sigan meándose en la memoria de los fusilados colocando putas cruces bendecidas por pestilentes obispos sobre sus huesos, que el silencio cómplice de la falsa izquierda acabe diluyendo la verdad de tanto horror en la olla de la posmodernidad plastificadora. Nada más y nada menos que de eso. Porque aunque usted y yo lo tengamos claro, don Fernando, las nuevas generaciones pueden ser fácilmente engañadas por las falaces versiones de los portavoces de los clérigos.

¿Que pensaría si pudiera vivir lo suficiente como para ver que en los colegios de su Euskadi natal se acaba instalando en los textos de los libros de Historia, muchos años después del final de ETA, la versión de que la en la lucha de liberación nacional se hizo necesario (y justo) acosar, matar y expulsar a todos los individuos que no la aplaudieran?



Y A VER SI EL MUNDO ME DA UNA TREGUA Y ENCUENTRO TIEMPO PARA CONTAR A MIS AMIGOS MIS PERIPECIAS IRANÍES...

lunes, 3 de noviembre de 2008

JUICIO A LA DEMOCRACIA (Antonio Manuel)

Por las especiales características de la Transición- Transacción en este país nunca hubo una derecha civilizada, europeísta y liberal. Sólo una ultraderecha hija legítima (y dilecta) de una dictadura fascista y criminal que cambió la camisa azul por el terno y la corbata de seda, pero no la mugre moral de su interior. Por eso a la izquierda heredera de la masacrada por el franquismo le fue fácil ocupar el espacio que correspondía a aquélla de la misma manera que los líquidos ocupan naturalmente el espacio desalojado por otros líquidos. Y, oyes, qué bien que le sentó la ocupación. Hoy puede decirse que sigue existiendo la misma ultraderecha, un poco menos hirsuta, pero no menos agresiva, y una derecha liberal que sigue tomando rutinariamente y por intereses electoralistas el nombre de izquierda (la Izquierda Unida cordobesa incluida). La voz natural de la izquierda, su desarbolado territorio, lo ocupan algunos esforzados, pero desanimados francotiradores y alguna partida guerrillera que lucha inútilmente desde los cerros de la racionalidad deemocrática contra la evidencia de que este país, esta España del siglo XXI es sociológicamente tan de derechas, tan sumisa y tan pastueña como la sometida por el franquismo en los años 60, de que el 90% de los votos de este país se los reparten a partes iguales la ultraderecha y la derecha, y el resto se lo llevan los nacionalismos racistas.

Así que en lo único en lo que discrepo del lúcido análisis de Antonio Manuel (la única pluma de prensa de esta ciudad que no besa sistemáticamente la mano del poder político y económico o se mece autistamente en las flatulencias de sus floripondios verbales), es en que quien traicionara los ideales progresistas de justicia política y social tras la Transacción fuera la izquierda. No, esa ya no era izquierda, sino un taimado, siniestro súcubo o íncubo que ha acabado devorando todas las esperanzas.

Copio el artículo de ANTONIO MANUEL publicado ayer domingo, 2 de noviembre en el Día de Córdoba



la ciudad y los días

Juicio a la democracia

Antonio Manuel

EN otro tiempo, los seres humanos sabían con exactitud la hora de su muerte. Cuentan que Dios bajó a la tierra y preguntó a un campesino por la razón de su desidia. Y el hombre contestó airado que abandonó la cosecha cuando supo que no estaría vivo para disfrutarla. Entonces Dios decidió que no era bueno que los hombres supieran de antemano la hora de su muerte y les privó de ese conocimiento para que trabajaran hasta el último día como si fueran a vivir eternamente.

Franco trabajó hasta su muerte en la sucesión sabiendo que no disfrutaría de la cosecha. Su legado era su presente. Y sembró de silencios los libros de historia y de muertos las cunetas. A todos ellos les sobrevino la muerte como un rayo en mitad del verano. Como un paréntesis eterno en mitad de la vida. Todavía hoy quedan cientos de miles de desaparecidos durante la guerra y la posguerra con el estado civil de inmortal para el Registro Civil. Vivos para la ley y para los corazones de quienes los amaron hasta la incertidumbre. Yo he rastreado a varios sin éxito. Cuando murió el culpable de la oscuridad, a muchos les sobrevino la esperanza de matar dignamente a sus seres queridos, de inscribirlos al fin en el libro de fallecimiento. Y muchos murieron entonces. Salieron de la tierra como vivos de paradero incierto, para volver a la tierra ya muertos del todo. La UCD asumió la responsabilidad histórica de enterrar el dolor latente de las fosas comunes en nichos individuales con nombres y apellidos. Los conservadores tenían que aparentar dos veces lo que no debían ser para evitar las negras tormentas acechando los aires. Pagaron las indemnizaciones a los represaliados y familiares en concepto de clases pasivas del Estado. Permitieron el acceso a las cárceles para investigar. Yo he visto lápidas en Iglesias con fecha del 77 en memoria de los caídos defendiendo sus respectivos ideales.
Luego llegó la victoria socialista. Y con ella, el final de la transición democrática. Los desaparecidos volvieron a dormir en sus cunetas. La izquierda que metió a España en la OTAN, la izquierda que gobernó las comunidades autónomas, las ciudades y los pueblos, la izquierda, sí, la izquierda, enterró el anhelo de un juicio penal contra la dictadura.

Treinta años después, mi tía Rosa me acercó la carpeta azul donde mi abuelo guardaba las facturas del panteón para los fusilados en Almodóvar del Río, abierto en el 79 y ahora en pésimo estado. Y me la dio apenas enterarse del auto del Juez Garzón. Él no ha tomado una decisión jurídica, sino política. Ha vestido de moderación la ley de memoria histórica. Por eso calla el Gobierno. Pero Garzón no está juzgando a la dictadura: está juzgando a la democracia. Está poniendo voz a los que se sintieron traicionados por la izquierda más conservadora de España. La misma que refunda el capitalismo salvando a los ricos con el dinero de los pobres. Garzón sabe que perdiendo la batalla jurídica ganará la moral. Esa que aspiró a hacer justicia con los que murieron antes de tiempo para vivir eternamente.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Mentiras reales, cobardía socialista

A riesgo de que mi querido amigo Miroslav incida de nuevo en mi querencia por la hipérbole, yo la única evolución que alcanzo a ver es el progresivo empeoramiento de la calidad moral de nuestros políticos autotitulados de izquierdas, tanto que hasta algunos conservadores le están echando la pata por delante en progresismo en algunos temas que afectan a la racionalidad democrática. Hablo del sabroso caso de la reina lenguaraz y de la vergonzante y vergonzosa reacción del gobierno socialista en pleno, la untosidad monacal de Monseñor Zapatero y la Abadesa María Teresa Sí que Pesa a la cabeza, cerrando filas en la justificación de lo injustificable: que la esposa del Jefe hereditario del Estado se ha alineado descaradamente (es decir públicamente) con unas tesis políticas que se debaten en el Parlamento, haciendo gala de una irresponsablilidad que si pudieron ejercer impunemente sus antepasados coronados es intolerable en una democracia, en la que parece ser que esta señora no se ha enterado que vive. El hecho de que siga llamando El Generalísimo al sangriento dictador ante el que tuvieron que arrastrarse tantos años para que los dejara reinar a su muerte lo dice todo.

Y la única reacción realmente respetable en este asunto ha sido la del portavoz del PP, el señor González Pons, llamándola al orden y declarando que dicha alineación ofende a la mitad de los españoles, aunque representa el pensamiento de la otra mitad. Y precisamente ofende a la mitad supuestamente representada por el propio partido en el gobierno, y cuyo pensamiento ético y político está siendo continuamente machacado por los poderes reaccionarios periestatales ante la pasividad y cobardía de sus representantes. La reacción de los socialistas exigiendo al PP que obligue a rectificar dicha verdad a su emisor sólo habla de la miseria moral y política en la que han decidido bañarse cada día nuestros socialistas. O sea, que la reina va y ofende los sentimientos de la mayoría de sus votantes, desamparados ante tal agresión y ellos se colocan de su parte mandando callar precisamente a los beneficiados por la irresponsabilidad real que son los únicos que protestan. Y lo han dicho claro: los reyes son como la bandera, un símbolo del estado. Es como si en las banderas rojigualdas de los edificios públicos se pudieran bordar eslóganes de los partidos. Ya sé que no lo hacen por amor a la verdad, ni apego a las maneras democráticas. Sino sólo por dar por culo a sus enemigos. Pero al menos lo han hecho y lo han dicho claramente. Aunque luego recularan, claro.

Y otra cosa es la escasa importancia que se le está dando a la posibilidad de que la Casa Real haya mentido y esté acusando falsamente, desde su altísimo pedestal institucional, a una ciudadana española, que no súbdita suya, de mentir ella misma. Lo que en el mundo anglosajón es (o ha sido hasta ahora: Blair, Bush) un pecado político imperdonable, la flagrante mentira a los ciudadanos, en los mediterráneos no pasa de ser un hábito arraigado y escasamente sancionado. Pero se está haciendo necesario exigir a la Casa Real que explique el asunto claramente, ya que todas las sospechas se dirigen directamente hacia ella misma. La acusada está presentando pruebas de que la Casa Real dio el visto bueno al contenido del libro, por lo que si se demuestra que es rigurosamente cierto me parece que ya va siendo hora de que la fiscalía tome cartas en el asunto o que la propia acusada presente la consiguiente denuncia por calumnias. Que apechuguen moralmente con sus torpezas e irresponsabilidades y respondan penalmente de sus posibles delitos.

Y los socialistas, que se vayan a la mierda.

AH, Y MUCHAS FELICIDADES POR SU CUMPLE, SEÑORA. ELIJA REGALO: