Ruiz-Jiménez: el fascista inmaculado
En este vesánico país aún se sigue fusilando rojos. De hecho nunca se ha dejado de fusilarlos. Tras la muerte del Sapo Iscariote ( y ladrón de la silla del juez) se sumaron a los pelotones buena parte de los herederos de las antiguas víctimas. Ya no usaban fusiles falangistas o directamente militares sino las balas del insulto a la memoria de las víctimas. Los socialistas (perdón, los jerarcas del PSOE) se sumaron a partir del 82 a la extinción del recuerdo de los terribles hechos con un entusiasmo que no pusieron para defender la escuela pública o la racionalidad democrática. Una de las balas más certeras que atravesaron el corazón de la memoria del crimen fue la elección de un ministro de Franco como Defensor del Pueblo. ¡¡¡Ministro de Franco!!! ¡¡¡Defensor del Pueblo!!! A alguien que fue activo colaborador con banda armada, la banda armada que secuestró a punta de pistola los derechos humanos, civiles y políticos de todo un país por 40 años, sin haber dado jamás muestras claras de arrepentimiento ni público ni privado. ¿A quién en la Alemania de los años 70 se le hubiera ocurrido soltar a Rudolph Hess para nombrarlo Director General de Hospicios?
Cuando apenas habían pasado 10 años de la consolidación de unos de los regímenes más crueles de la Historia de Europa, una dictadura equivalente éticamente a la nazi alemana, que se asentaba sobre un genocidio de oponentes políticos sin precedentes en el continente, (aunque sí en España varios siglos antes (Inquisición)), el sanguinario espadón nombró ministro a Joaquín Ruiz-Jiménez, un jurista ultracatólico que aceptó sin pestañear ni renegar de ni uno solo de los principios del movimiento fascista que había llenado y seguía llenando de horror y sangre al país. Dobló el espinazo y se cubrió de ignominia. Unos años más tarde se distanció prudentemente de la política del dictador y se preparó el camino hacia las previsibles nuevas circunstancias políticas que tarde o temprano llegarían. Como católico con mano en el Vaticano probablemente por intervención del Espíritu Santo. Se volvió de la noche a la mañana demócrata. Todo el mundo sabe que pasar de redomado fascista a demócrata de toda la vida sólo ocurre por intermediación del Sacro Palomo. Así que tocó demócrata. Cristiano, eso sí, que es la forma equivalente al islamismo dentro del occidente europeo, pero nadie lo dice. Y de izquierdas, o al menos así tildó al partido que fundaría tras pasar sin escrúpulos por un gobierno que los prohibía terminantemente y encarcelaba y asesinaba a quien militara en alguno. Evolución le llaman a eso. Exactamente la misma milagrosa que ha sufrido el una vez ominoso nombre del régimen franquista: de dictadura sangrienta a el régimen anterior. Nunca se arrepintió de haber mandado mucho sobre la sangre de varios cientos de miles de ciudadanos españoles. De haber doblado tantas veces su flexible espinazo ante el sátrapa sin alma. Sólo evolucionó. Como evolucionaron tantos insignes catedráticos que ocuparon aún con los correajes falangistas las plazas de sus profesores o colegas en cuyos asesinatos colaboraron de palabra, obra y omisión.
Este país es un país extraño. En Alemania se formó recientemente un follón enorme tras confesar Gunter Grass que había pertenecido con 16 años a las SS. Y en Chile y Argentina los colaboradores, con las manos más o menos manchadas de sangre, de las dictaduras que han padecido están fuera de la consideración moral de los ciudadanos. Son considerados desalmados y son juzgados y condenados. Aquí, a los genocidas y sus cómplices la Transacción les lavó las manos de la sangre de los rojos asesinados y los santificó como evolucionados demócratas. Y además como son católicos, tienen el perdón del Dictador Celestial asegurado. Pemán, cuyo intento de beatificación democrática tuve que denunciar no hace mucho, Samaranch, Laín, Aranguren, Cela, Ridruejo, Torrente Ballester, Luis Rosales, Fraga... Como dijo Javier Marías, ante algunas voces que pedían comprensión porque fueron hijos de su tiempo : Todos tuvieron la oportunidad de ser o no ser miserables. No todos lo fueron y sufrieron por ello. Mientras los cadáveres siguen en las cunetas y la justicia internacional acusa al gobierno español de dejar impunes a sus asesinos.
Por eso es increíble que algunos individuos que podrían callar sigan hablando, sigan jodiendo, balaceando la razón y la decencia ensalzando a esos desalmados. Podrían disimular, contarlo en privado y a otra cosa. Pero sienten la necesidad de mostrar la impunidad del desatino. Sienten que deben seguir apuñalando el corazón de la República y de todo lo que significó. Hoy le ha tocado, con motivo de la entrega de la cuchara a su dios del político (ex)fascista, a alguien de quien no se esperaba dislate semejante: el Defensor de la Ciudadanía de Córdoba, Francisco García-Calabrés. Podía haber guardado un prudente silencio, haber dejado pasar piadosamente la muerte del correoso fascista rehabilitado, milagrosamente renacido después en demócrata sin mácula (como la luz atraviesa el cristal), y seguir disfrutando del rédito que algunas de sus actuaciones le han granjeado, pero le ha podido su clase, su posición, su deber de sacar a orear de vez en cuando el hediondo fraude de la reconciliación de las dos Españas y ha pergeñado un monumento a la mentira y a la crueldad, indignas del cargo que ostenta y de la racionalidad democrática que se le supone. No lo comento. Su lectura directa basta.
Descanse en paz.