(del laberinto al treinta)


jueves, 24 de agosto de 2006

miércoles, 23 de agosto de 2006

Tiempo de confesiones

Una fiebre de confesiones públicas de inconfesables pecados azota estos días al mundo. Ahí van dos ejemplos:
  • Gunter Grass: "Fui un SS"

  • Rafael Álvarez el Brujo: "Nunca había leído antes El Quijote".


  • Para evitar falsas expectativas entre los fieles, pero improbables, lectores de esta bitácora declaro que:

    NUNCA FUI NI TUNO NI COFRADE

    martes, 22 de agosto de 2006

    EL ARCO DEL TRIUNFO DE SANDOKÁN

    Da gusto que haya Mecenas en las ciudades. Seres tocados con el dedo de la sensibilidad, la solidaridad y la generosidad que hagan más feliz y más hermosa la vida de los ciudadanos a costa de su propio bolsillo.

    En Córdoba tenemos la inmensisisisima suerte de contar con un ser de esa pasta. Don Rafael Gómez Sánchez, a quien el cariño y el gracejo popular han rebautizado como Sandokan, por el casual parecido físico del prócer con el simpático Pirata Malayo que inmortalizara la sutil pluma de Salgari.

    Como ya he hablado de las virtudes que adornan a tan sensible persona en otro lugar de esta bitácora no me extenderé en merecidisisisisisismos elogios, sino que me limitaré a mostrar al despistado paisano que aún la desconozca la última proeza de nuestro más alto y desprendido y... Pero dejemos al sinonimario de Word que provea los calificativos que le hacen justicia: generoso, dadivoso, desinteresado, largo, espléndido, rumboso, munífico, desinteresado, pródigo, magnánimo y garboso Mecenas Cordobés.

    En las faldas de nuestra querida sierra (Ay de mi alegre...), donde hasta hace poco sólo vegetaban inútiles y descuidadas encinas, don Rafael ha construido una nueva barriada, un brazo de Córdoba que casi acaricia el cielo para que un escogido grupo de esforzados pioneros se emplee en la ardua labor de colonizar tan inhóspitos parajes y ganarlos para la Civilización y el Progreso.

    Y como símbolo de la racionalidad y la grandeza del proyecto de la magna obra serrana ha mandado construir un magnificisisisisisimo ARCO DE TRIUNFO en su entrada, entre estanques y amenas fontanillas, erigido en una atrevida interpretación del estilo grecorromano al que sin duda las generaciones futuras de historiadores del arte conocerán como sandokasiano por su originalidad y fuerza simbólica y como homenaje al prócer que la hizo posible.

    En su frontispicio, bajo la escultura de unos sesteantes perolistas cordobeses ha hecho grabar la siguiente leyenda:

    MIII URBANIZACION PARAISO ARENAL MIII
    DONADO POR D. RAFAEL GOMEZ SÁNCHEZ A LA CIUDAD DE CÓRDOBA




    Lo que da idea de su capacidad de abstracción simbólica y de su extraordinarias facultades en el campo de la asociación de conceptos. Pero sobre todo de su extraordinaria modestia, toda vez que sus más cercanos asesores trataron de convencerlo para que en lugar de los simpáticos perolistas sesteantes del frontispicio colocase una imagen de San Rafael Arcángel en el acto de transfigurar milagrosamente el rostro por el suyo, como ya ha ocurrió para pasmo del Universo en el Triunfo de Fuengirola.

    Así mismo rechazó la propuesta de sus asesores de cambiar la leyenda de la donación por esta otra leyenda en hermoso latín que retrata con más fuerza si cabe la verdadera condición de nuestro ínclito prócer local:

    HOSTIAE MERITUM HABEO:
    MAIOR HORTERA INTER CORDUBENSIS TOTIS SUM

    La Oficina del DNI de Córdoba

    Es sumamente tranquilizador comprobar que algunas cosas perviven inmutables a lo largo del tiempo. Más en este momento bisagra entre siglos en que todo parece discurrir como esos cielos cinematográficos que nos muestran la electrizante mutación de las nubes segundo a segundo. Córdoba cambia de un día a otro como esas nubes, y caminar por sus calles o su hinterland campestre supone una fuente inagotable de sorpresas visuales provocadas por la súbita aparición y desaparición de elementos urbanos, arquitectónicos o viarios. La desaparición del Melia, la aparición como de la nada de miles de chaletes en los que se han trocado las encinas centenarias que vegetaban mansamente a las faldas de la sierra, el birlibirloque de las ruinas milenarias... etc.

    Estos días yo también ando de cambios, renovando mi parque de carnetes o carneses o carnets, como quiera que se diga, así como diferentes permisos y empadronamientos varios. Así que estoy viendo de sala de espera en sala de espera y de ventanilla en ventanilla con un numerito en la mano y una carga previsiblemente suficiente de miolastán sicológico en forma de imperturbabilidad zen para soportar sin perder la calma la crispante maquinaria burrocrática. Ayuntamiento, Negociado de Tráfico... Y esta mañana la Oficina de Expedición del DNI de la Comisaría Central de Córdoba. Y es aquí donde he sido bendecido por una beatífica comprobación: hay cosas inmutables. Y a mí, que en el fondo soy un sentimental, ese hecho, me ha emocionado.

    Resulta que cuando cumplí los 14 años una de las primeras cosas que hice fue sacarme el carnet de identidad. Uno de esos hitos que sirven de mojones en el camino de la conversión en un hombre hecho y derecho que yo anhelaba. Como el primer cigarrillo, la primera polución nocturna o la aparición del vello en la entrepierna. Así que me dirigí al mismo lugar al que acudí esta mañana, 35 años más tarde, para conseguir el ansiado documento. Hice mi eternísima cola y me sentí importante compartiendo espacio con los adultos que andaban en el mismo afán, versión renovación, en la sala de espera de la Comisaría. La tal sala de espera no era otra cosa que el callejón trasero de la dicha comisaría, un lugar lóbrego, entre la pared enladrillada de un bloque de pisos y el tétrico muro al que daban las ventanas policiales donde se trabajaban la represión los torvos funcionarios del tardofranquismo. Lloviera o tronara, cayera un sol de justicia o azotara el látigo del viento, todo el mundo en esta ciudad tuvo en algún momento que aguardar durante horas, de pie, a que le acreditaran su identidad en aquella aireada sala de espera.

    Mi sorpresa ha sido comprobar que 35 años después todo sigue igual: el mismo callejón, la misma intemperie, la misma ausencia de baños o de asientos, la misma ovina resignación de los aguardantes... el mismo circunspecto policía dando los números (y poco más)... Bueno, eso me pareció. El caso es que, mientras trataba de arrancarle alguna información, la historiada cara de ese policía me ha resultado tremendamente familiar. Y esta mañana hubiera jurado que se trataba del mismo. Pero ahora en frío pienso que tal vez se tratara de alguno de aquellos grises a los que alcancé a ver mientras me entundaba de lo lindo con una porra en mis heroicos años universitarios. Claro que en una época en que sus articulaciones daban para eso. Y casi se me saltan las lágrimas. Yo soy así, ya ven.

    Yo creo que los responsables de dicho negociado cumplen con sus deberes de conciencia, por encima de gobiernos y blandenguerías. Espartanos policías españoles que consideran que la acreditación de la identidad española se merece un sacrificio como ese. Aguardar a pie firme las inclemencias del tiempo, soportar estoicamente el cansancio y aguantar con valentía los embates de los esfínteres. Todo por ¡Eh-ppppaña!