(del laberinto al treinta)


jueves, 18 de septiembre de 2008

Cuenca Toribio y el Inquisidor

Lo de este país es una patología incurable. Como el caso de esas terroríficas familias que guardan eternamente cadáveres en sus armarios aunque sean producto de los desmanes de centenarios antepasados. Cómo no vamos a sufrir el escondimiento sistemático de nuestro reciente y sangriento pasado si aún se maquillan impúdicamente los crímenes de los gobernantes de hace 500 años.

José Manuel Cuenca Toribio es un catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Córdoba que hemos sufrido con jobiana, y pastueña, paciencia los estudiantes de Historia de la misma desde su fundación (1975). Es decir, se trata de un enquistamiento paleozoico de primera magnitud en la cultura cordobesa.

En los últimos tiempos se ha convertido en el juguete favorito de los asiduos del foro tabernario de la CALLEJA DE LAS FLORES, que disfrutan con su verbosidad arborescente y el uso continuado de palabros lisérgico-jurásicos en su columna de los jueves de la hojilla parroquial de la ciudad, el diario CÓRDOBA y que les ha llevado a conocerlo por el alias de Don Hodierno, por el inmoderado uso que de ese arcaico vocablo hace en ellas.

Normalmente los enfoques de los temas que toca son lo suficientemente inanes como para no lograr distraer la búsqueda de las perlas verbales que suministra abundantemente y que hacen las delicias de sus fans. Pero otras se le entiende clarito clarito y es entonces donde la pifia.

Esta mañana se ha entretenido el buen hombre en glosar la figura del cardenal Cisneros, uno de los personajes más siniestros de la Historia de España, Inquisidor mayor y regente por dos veces del reino. Eso de que los destinos de este país haya estado en manos de un inquisidor, aunque sea provisionalmente, habla claramente de las graves patologías que España ha venido arrastrando desde su unificación forzosa en un destino en lo universal. Eso sí que son "Cosas de España", como diría, siglos más tarde, alguien que nos conoció bien aunque no nos quiso, R. Ford, en feliz traída de don Manuel a su artículo.

Dejando el jabón para un poco más adelante comienza nuestro buen catedrático considerándolo piadosamente un estadista de trazos singulares, para continuar hablándonos de sus ¡¡¡virtudes humanísticas!!! afirmando sin ningún rubor que fue un gobernante sensible a la grandeza intelectual y a la gloria quizá más auténtica de un pueblo, y creador de una de las más importantes universidades de la época, la Complutense.

Alguien, aunque no sea afamado catedrático como él debería recordarle que si bien el cardenal inquisidor amaba tanto las humanidades que creó una universidad de la nada, casi sin textos que echarse a la boca, ordenó personalmente la total destrucción de otra centenaria con una de las mejores bibliotecas del mundo, la Madraza de Granada, cuyos libros, procedentes de todo Al Andalus y de todo el mundo árabe, de literatura, ciencias, filosofía y religión, mandó quemar en la plaza de Bib Rambla. Ese fuego purificador que tanto gusta a los que siempre mandaron en este pobre país y a sus intelectuales orgánicos.

En cuanto a sus virtudes morales sólo hay que recordar que, al contrario que su antecesor el arzobispo Talavera que las respetó escrupulosamente, el cardenal inquisidor rompió unilateralmente las Capitulaciones de Santa Fe, tratado de estado en el que se contemplaba el respeto de los gobernantes españoles a las costumbres, cultura y religión de los vencidos. Esa ruptura provocó un levantamiento de los afectados que sirvió al buen cardenal para casi aniquilarlos y ordenar la conversión forzosa de los supervivientes.

Esa otra memoria histórica, que, parece mentira, en el siglo XXI, sigue falseada miserablemente. Lo que las Humanidades le deben al cabronazo de Cisneros es la quema de un trozo irremplazable de la cultura universal. Un crimen cultural que el mundo no podrá nunca cuantificar.

Para que ahora vengan atildados catedráticos meapilas a vendernos la moto de su humanismo.



ADDENDUM (11/09/10): Me alegro infinito encontrar hoy este párrafo en un artículo publicado en EL PAÍS, escrito por Fernando Báez, autor de Historia universal de la destrucción de libros (Editorial Destino):

Lo triste, lo trágico, es la cantidad de veces que este incidente ha ocurrido con consecuencias amargas. Heinrich Heine, por ejemplo, escribió en Almansor (1821): "Allí donde queman libros, acaban quemando hombres". La frase es bastante citada; lo que acaso se ha olvidado (no sé si por mala fe) es que se refiere a la quema de ejemplares del Corán ocurrido en la ciudad de Granada tras su conquista por los Reyes Católicos. A saber, un sacerdote llamado Francisco Jiménez de Cisneros, en 1500, ordenó recoger cualquier edición de libros árabes, y especialmente del Corán, y decidió que fueran sometidos al juicio implacable de las llamas. Más de 5.000 volúmenes fueron incinerados, pero como rasgo singular el sacerdote ha pasado a la historia como el fundador de la noble Universidad de Alcalá.

lunes, 15 de septiembre de 2008

SINVERPOLLAS Y GILIGÜENZAS (las vigas y la camorra diocesana)

La verdad es que si se pudiera aunque fuera virtualmente no ya raspar con una espátula sino enjuagar ligeramente con una esponja los estratos de mugre acumulada en la gestión del patrimonio histórico artístico de la provincia de Córdoba, desde la Transición en que se supone que comenzó el control, el horror, la rabia y los instintos criminales harían presa en nuestros corazones y probablemente haríamos una barbaridad irremediable.

De vez en cuando la torpeza de uno de los cientos de saqueadores (siempre me hizo gracia cuán repulsivos pintan las pelis y las novelas a los saqueadores de tumbas egipcios y lo atildados que son los de verdad) proporciona un desconchón desde el que algunas personas, periodistas, investigadores honrados o simples ciudadanos pueden hacerse una idea de cómo funcionan las cosas y por donde van los tiros en el continuo saqueo que nuestro patrimonio viene sufriendo desde tiempos inmemoriales. Últimamente con la complicidad necesaria de pensamiento palabra, obra u omisión de las autoridades comisionadas por los ciudadanos para salvaguardarlas. Todas. Las nacionales, las autonómicas, las locales, las departamentales. De todos los partidos. Todas igualmente carentes de vergüenza. Pero los que más los del PSOE, ese partido mafioso, de la derecha que oculta su nombre, que ha conseguido convertir esta comunidad en el paraíso de los ladrones impunes, engañando permanentemente a los votantes. Aunque los de Izquierda Unida que gobiernan también inmemorialmente la ciudad han enmierdado también bien su propio nombre. Porque del PP lo único que cabe decir es que se limita a cumplir con su obligación ancestral.

El pestilente asunto de las vigas de la Mezquita de Córdoba que iban (unas) y que van a ser (otras) subastadas ha proporcionado estos días uno de esos desconchones. Uno de los saqueadores, menor, ocasional y probablemente indirecto se ha cagado de miedo cuando ha visto la publicidad que está generando el asunto y se ha ido directo a la pasma con el culo entre dos manos a contarlo todo. ¿Todo? Supongo que ya habrá sido aleccionado por abogados más o menos ensotanados para que de la información justa y necesaria para que el asunto quede lo más aliviado posible de responsabilidades. Ha señalado con su dedo de señalar a un canónigo mu importantísimo o un monse o cualquier cargo de relevancia en el complicado escalafón de la camorra diocesana. ¿Ha dado su nombre? Deberían decírnoslo si ha sido así. Yo quiero saberlo. Yo ya, confiando un comino como confío en la justicia, me conformo sólo con saber sus nombres y ver sus cara. Es el único bálsamo para la impotencia legal. Hace dos años que fue a la policía. Y hasta hoy no ha trascendido. Así que quién nos explica por qué. ¿La policía también está en el ajo?

Pero hay más responsables. Todos los cargos políticos y administrativos encargados de velar por el patrimonio y que permitieron que un montón de vigas pertenecientes a la herencia cultural de todos los cordobeses se robasen y se vendiesen en una subasta multimillonaria. Todos sin excepción. Todos pertenecen a uno de las dos categorías en las que divido a todos los políticos: sinverpollas y giligüenzas. Todos los que han permitido el saqueo o la destrucción de los yacimientos arqueológicos de la ciudad. Los de las obras del AVE, que destrozaron un conjunto paleocristiano de una importancia capital, los que han permitido sin pestañear los arrasamientos de los barrios califales por la Internacional Atílica (de Atila) Ladrillera, los que han permitido o alentado con su mosntruosa desidia que el entrono de Medina Azahara, uno de los conjuntos arqueológicos más importantes del mundo, fuera colonizado por una metástasis parcelista de ya imposible erradicación, y tantas otras barrabasadas bendecidas por estos falsos izquierdistas, esta pandilla de semianalfabetos peseteros a los que la cultura, la historia, la arqueología les importa un carajo. Ellos a sus megalómanas Eutopías y Noches Blancas del Flamenco cuyas dudosas cuentas deberían ser vigiladas por los contribuyentes, porque sólo sirven para repartirse entre unos pocos los presupuestos librados para cultura, para la de verdad y no para subvencionar oscuras empresas de gestión cultural ubicadas en oficinas fantasmas.

Yo he conocido en la casa de la calle de la Feria donde vivía el cura párroco de la iglesia de San Francisco de Córdoba dos muy bien conservados capiteles de Medina Azahara que eran usados como maceteros. Los vi en varias ocasiones desde una ventana de la casa de un colega que daba al enorme patio de que gozaba el buen clérigo. Nunca supe su procedencia, pero teniendo en cuenta que la iglesia es una de las fernandinas del siglo XIII es posible que provinieran de los materiales de acarreo de que se construyó originalmente. Y allí estuvieron hasta febrero de 2002 en que murió. A los tres días, cuando sus familiares fueron a recoger sus cosas desaparecieron. Me consta que alguien lo comunicó en los años 90 a las autoridades competentes. Y que nadie hizo nada por investigar un poco. Así que si un día aparecen en una subasta de la capital de los reyes del saqueo arqueológico que no se echen las manos a la cabeza.

Sería cosa de investigar los nombres, sólo por el placer de conocerlos, ya que pagar no va a pagar nadie. Los del responsable de la vigilancia del patrimonio de la Junta, los del consejero o consejera de cultura, los de los curas encargados de inventariar los bienes culturales a su cargo, los arqueólogos que tienen que saber y callan. Todos ellos son unos chorizos. Con todas las letras. CHORIZOS.

Hoy esto, pero ayer me pasé todo el día con el careto de la Fuensanta Coves esa en la cabeza. La del Algarrobico. La responsable de permitir que se construyera. La hipócrita que hoy se hace cruces y dice que no hizo lo que hizo y no legalizó lo que legalizó. ¿Y si no tuvieran trabas? Y si no existieran esos grupos de activistas a los que ellos llaman “desquiciados”?

Qué pecados innombrables estamos pagando en esta comunidad para haber sido secuestrados por esta mafia de carnet, está élite de zaparrastrosos morales que está haciendo que muchos hayamos perdido definitivamente la fe en el voto, la fe y la esperanza, porque en la caridad ya vivimos.