En estos días en que los pegatiros de toda la Comunidad se reúnen en su convención anual,
INTERCAZA, para relatarse sus valientes y sangrientas hazañas, intercambiar opiniones sobre cómo reventarle mejor el hígado a un ciervo a increíble distancia, examinar la oferta de siniestras herramientas que les permitan cumplir, una vez convenientemente sudorizdos y aguardentados, con su atávica afición de salir de su hábitat natural, invadir la ajena y descerrajarle un balazo al primer animal que se le ocurra salir de su madriguera para cumplir con su trabajo diario de alimentarse y alimentar a sus crías, he acabado de comprender la causa de el estricto, cabal y cuidadísimo elenco de anécdotas que la magnifica enciclopedia digital
Cordobapedia ha seleccionado para tratar de definir el alma de los cordobeses que en esta ciudad habitan.
Como quiera que esta ciudad cuenta además con la mayor colección de esculturas, placas y homenajes de
finos matarifes de todo el orbe mundial, la sospecha se hace certeza. Y la solicitud de que le sea cambiado el autotítulo de Ciudad de la Tolerancia, por el de
Ciudad de la Toreancia, empieza a ser clamorosa.
Y como quiera, además, que su contrario,
el racismo, cuenta con cobertura legal como una opinión más en los plenos municipales como se demostró en los debates sobre el Centro Social Polivalente del Guadalquivir, el círculo se cierra perfectamente.
Así que ambas anécdotas nos vienen al pelo, que ni pintadas, como anillo al dedo, como la uña a la carne, como Luccino a Vittorio. El alma de esta ciudad con dos pinceladas históricas: