TAPAS
El fin de semana pasado tuve que ir a Cáceres. Me gusta esa ciudad y no únicamente por el casco antiguo que le da fama. Tiene algo de especial la forma en que la gente se relaciona... Tal vez sea porque no vivo allí, claro. Bueno, y sobre todo tiene que en los bares ponen tapa. Tapa en condiciones. No dos aceitunitas, ni un puñado de kikos. Tapa. Algo que, viniendo de una ciudad como Córdoba que cuenta con el gremio de hostelería más tacaño / agarrado / gurrumino / rata (táchese lo que no proceda, o sea nada) del hemisferio noroccidental, es mucho de agradecer. Senequismo lo llaman. Ya te digo... En Cáceres te ponen una tapa al pedir una caña por la que en Córdoba te clavan 2 euros como dos banderillas toreras. Y en Córdoba no sólo la pagas, sino que encima te la ponen con cara de senequista, esa acrisolada versión cordobesa de la mala follá, cuya fama se la llevan los granaínos, que por lo menos sí que te ponen tapa gratis con la caña. Como si en ello les fuera el jugarse el estoicismo que caracteriza a esta ciudad. Córdoba se mantiene estoica, sin tapas gratis, para endurecer el espíritu del usuario de la taberna cordobesa, ese templo de la templanza, ese santuario del palosequismo montillista. Manolete te vigila con su cara de vinagre para que no te excedas, forastero.
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4 comentarios:
Si vieras las tapas que ponen aquí!
Pues en nuestro pueblo no veas! Eso sí, lo disfrazan de alta cocina en miniatura, lo llamamos pintxo y nos dejamos clavar el puñal por un camarero malencarado. Y lo peor de todo es que a los pocos días ¡volvemos a por más!
Te has olvidado mencionar las mejores tapas de España, las de la ciudad de Cervantes.
No, amigo Ulises, no me olvido. ¡Cómo olvidar aquella vez en que me condujiste, junto con tu Penélope, por los piélagos tabernarios complutenses! Y me explicaste prolijamente la teoría y me demostraste con la práctica la guerra entre las distintas ínsulas tabernarias de esa ciudad por servir la mayor cantidad y calidad de tapas gratis con cada caña que los siglos hubieran contemplado. Para regocijo de propios y extraños. No sé si sigue aún y si ha habido ya alguna victoria. Pero por lo que vieron mis ojos, el final de la guerra podría ser el que te sirvieran una paella para 5 personas por pedir una simple caña. Claro que para eso tendrían que aumentar la longitud de las barras...
Benditas esas guerras y suerte tiene la cervantina ciudad de ser su escenario. Junto con las batallas de amor, campo de plumas de mi paisano Góngora (otro ilustre tabernario) son las únicas que este pacifista disfruta.
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