EL PUENTE ROMANO (I)
Y como el tema me va a dar para varios posts, antes de nada tengo que hacer unas confesiones que servirán a mis improbables lectores cordobeses para ubicarme como consumidor de obras públicas. Dadas las controversias que han amenizado en los últimos años la vida de los ciudadanos amenizables con ese tipo de consumo, yo me coloco entre los raritos. O sea, aquellos que solemos discrepar de los gustos mayoritarios de la población, o al menos de los de los esforzados escribidores de Cartas al Director de los diferentes medios locales.
A mí me encantó desde primera hora que cubrieran el entrañablemente mugriento enladrillado de la Corredera. También me gustó la intervención general en toda la plaza, incluidas las farolas. Supongo que a mucha gente le hubieran gustado más las farolas isabelinas que le dan un aire kitschilón a la Ribera. Pero a mí me parece que las que colocaron tienen la virtud de que no se ven, bueno, a no ser que nos las muestre con el dedo bien tieso cualquiera de sus detractores. Son altísimas y cumplen perfectamente con la misión de separar limpia y etéreamente los dos espacios dispares de la plaza: la calzada frente al mercado y la explanada principal. De noche, además, esa misión la cumplen de una manera encantada, con la creación de una pantalla de luz delicada, transparente.
Soy de los que consideran que fue una suerte que se llevaran el puente de Calatrava, aunque fuera a una ciudad tan querida por mí como Mérida, que por otra parte no era el puente que ganó el concurso original, sino el que luego se puso, aunque ya nadie lo recuerde y se suela cambiar el orden histórico de los hechos. Y soy de los que gustan del actual puente de Miraflores, aunque lo hubiera preferido con su diseño original, completamente recto, que impidieron las normas de la CHG.
Por gustarme me gustan hasta los chorrillos esos de las Tendillas. Aunque me gustaría verle la jeta al tipo responsable de los materiales utilizados para la remodelación total de la plaza, que hay que cambiar cada 6 meses.
Me parecen de maravilla las intervenciones de las orillas del río y los parques adyacentes y soy un consumidor agradecido de su belleza, comodidad y frescura.
Y me pareció una monstruosidad el afortunadamente abortado proyecto de la Torre Prasa y me encantó escuchar las destemplados graznidos insultantes de muchos de sus frustrados defensores acusándome de cateto y cordobita, particularmente la de la joven promesa de las letras cordobesas, desabrido hilvanador de pelicogidos tropos, el triplemente acentuado Joaquín Pérez Azaústre.
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