(del laberinto al treinta)


sábado, 24 de diciembre de 2005

Racismo cordobés

Córdoba es una ciudad de mediano tamaño situada en el sur de España que vive principalmente del turismo. Sus autoridades tratan no sólo de vender al exterior las huellas de su densísima historia, el embrujo de su urbanismo oriental y el colorido folklórico de sus fiestas, sino también un aire inefable de tolerancia multicultural basado en un mítico y remoto pasado de convivencia interétnica. Todo ello, alimento de eruditos locales aparte, con el único fin de conseguir un número suficiente de pernoctaciones de visitantes que haga cuadrar los balances de inversión pública publicitaria con el siempre cicatero contento de los empresarios de hostelería locales.

Aunque los resultados no suelen ser demasiado boyantes, debido sobre todo a la feroz competencia de otras ciudades vecinas, al limitado número global de turistas y a la insaciable voracidad de cifras del citado gremio hostelero, la imagen de marca funciona medianamente bien: Córdoba, Ciudad de la Tolerancia, ha sido capaz de atraer a su ámbito importantes Congresos Interreligiosos y está a punto para conseguir, a tenor de las ingentes cantidades de adhesiones que atesora su Excelentísimo Ayuntamiento, la Capitalidad Cultural Europea para no sé qué lejano año próximo.

Pero, ay dolor, la ciudad propiamente dicha, la hecha de ciudadanos carnales que pasean por sus calles y tapean con fruición en sus bares no parece dispuesta a colaborar con semejante imagen de marca. Tal vez se podría adaptar la divertida letra que los Pata Negra pergeñaron para su Sevilla a la Córdoba esta de nuestro pecados:



Córdoba tiene dos partes,dos partes diferentes:
una para los turistasy otra donde vive la gente.


Porque mucha de esa gente desde luego no está dispuesta a mantener la imagen que nos venden los responsables del turismo local. No sólo esta ciudad no es ejemplo de tolerancia, sino que puede decirse que en ella se premian con el laurel de la razón las actitudes más racistas o al menos las más vociferantes.

No entiendo por qué las gentes no asumen ciertos calificativos que las definen exactamente cuando toman actitudes o dicen ciertas cosas. Lo políticamente correcto o cierta falsa o íntima vergüenza puede que tengan algo que ver, pero en el fondo yo creo que lo que actúa es la imbecilidad, que suele tener más que ver con la maldad que el propio afán de beneficio.

El calificativo racista ha devenido con el tiempo en un insulto cuando sólo define una manera de ser y de actuar. Nadie quiere ser tachado de racista, aún cuando sus actuaciones o sus manifestaciones lo sean a todas luces. Normalmente suele detectarse este fenómeno advirtiendo el uso de ciertas formas adversativas adjuntadas a la narración de los hechos. Yo no soy racista, pero... y ...esto no tiene nada que ver con el racismo son las más comunes, pero no las únicas. Lo curioso es que esas mismas personas suelen ser partidarios de un equipo de fútbol y adversarios de otros muchos sin ningún tipo de vergüenza, pero consideran intolerable que se les considere partidarios de una raza y adversarios de las demás. En ambos casos se trata de preferir a unas personas sobre otras, nada más. Y si consideran que son cosas distintas deberían empezar a plantearse el por qué.

En esta Ciudad de la Tolerancia hemos podido asistir recientemente a dos episodios que ilustran a la perfección este fenómeno. Una asociación gitana asociada a una creencia cristiana alternativa al catolicismo, la Federación de Asociaciones Culturales Cristianas de Andalucía (FACCA), consiguió permiso y terreno municipal para la creación de un centro social polivalente en uno de los barrios más deprimidos de la ciudad, el Polígono Guadalquivir, donde vive un alto número de miembros de la única etnia que consiguió sobrevivir a las exterminadoras y eficacísimas legislaciones españolas tendentes a la depuración castiza hispánica que se impusieron en este país desde los ínclitos Reyes Católicos.

Todo perfectamente legal y razonable. Hasta que una llamada plataforma de residentes del barrio, que ni siquiera parece corresponderse con una democrática Asociación de Vecinos, decidió que no quería en su barrio ese centro con la excusa de que podría llegar a servir, además de para atender las demandas de formación, educación y empleo del barrio, como plataforma de ayuda a drogodependientes.

Esta pandilla de racistas se presentó en el último pleno municipal armada de antiilustradas pancartas, desencajadas jetas y vociferantes razones y reventaron el acto exigiendo la solución a sus demandas: la expulsión del centro gitano de su barrio.

La respuesta al energumenismo no puede ser la razonabilidad, entre otras cosas porque crea precedentes, sino la autoridad, que también es capaz de crearlos y a veces positivamente. Pero nuestra inefable Rosa Aguilar, en su afán antiautoritario es capaz de comulgar con ruedas de molino y en lugar de colocar en su sitio a esos energúmenos racistas los vino a tratar como interlocutores válidos de un estado de derecho y tras ciertas y secretas negociaciones consiguió convencer a la FACCA para que considerara otro lugar fuera del barrio para la construcción del centro. La diplomacia de la bajada de ropa interior.

La solución encontrada entonces por nuestras lumbreras municipales fue cederles otro terreno y otro permiso en el Polígono Industrial de La Torrecilla, muy en las afueras de la ciudad. ¿A quién podría molestar semejante centro allí? Pues parece que a mucha gente. De entre aquellas adocenadas naves del Polígono han surgido también los racistas que no quieren ser llamados así en forma de Asociación de Industriales que ha amenazado con boicotear un plan de servicios que el Ayuntamiento había diseñado para el polígono si el centro gitano acaba ubicándose allí.

De todo este río revuelto de racistas sobrevenidos los únicos que parecen haber sacado tajada son los partidos de la oposición, PP y PSOE, que, sobre todo este último, ha aprovechado la desorientación del partido gobernante, IU, para, después de aplaudir el vergonzoso acuerdo con los vecinos racistas del Guadalquivir, conceder la razón a los industriales racistas de La Torrecilla. Rosa Aguilar y Andrés Ocaña, presidente de la Gerencia de Urbanismo, se han encastillado esta vez en la nueva decisión, supongo que hasta que los industriales racistas le monten otro pollo del calibre del que les montaron los racistas vecinos en el salón de plenos de la casa municipal de todos, pero más de los intolerantes que no saben de marcas.

Yo exigiría que este hecho constara en el voluminoso currículo que se ha elaborado para vender la imagen de esta ciudad de cara a la citada Capitalidad Cultural Europea. Los que nos financiarán y visitarán tienen todo el derecho a conocer todos los datos de nuestra supuesta Tolerancia para que cuando llegara el momento no pudieran sentirse estafados. O que se cambiara el logo de la marca:



CÓRDOBA, CIUDAD DE LA TOREANCIA


Que es algo que nos viene bastante mejor.

ADDENDUM DE JULIO DE 2016. El meapilas, tragacirios y antiguo turiferario de Fray Langostino, Jesusito Cabrera nos proporciona hoy una información supervaliosa. La menda psoecialista que ha estafao a un montón de pobres parados cordobeses consiguió su trampolín político capitaneando la plataforma racista de que hablo en este post. La capacidad de colectar a lo peorcito de cada familia de que ha dado siempre muestras el PSOE da la medida de la hediondez de su proyecto político. HELO AQUÍ

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