(del laberinto al treinta)


sábado, 17 de septiembre de 2005

Un poema de Wang Wei

A mi amigo Cato Zulú, atinadísimo
traductor de poesía árabe andalusí.

Otra cosa que quiero hacer a lo largo de mi viaje a China es contratar los servicios de un buen calígrafo. Quiero que me copie en algún tipo de papel especial de buen tamaño un poema de Wang Wei al que tengo especial devoción. Wang Wei es un poeta chino de la prolífica dinastía Tang, que vivió en el siglo VIII y fue coetáneo de Li Po y de Du Fu. Sus poemas se caracterizan por una extraordinaria calma y una especie de desapego que refleja la irrealidad del mundo exterior, captando sólo un instante de belleza congelada en cuatro nítidos versos.

En 1993 apareció en la extinta revista El Paseante, en un número especial dedicado a China, un interesantísimo artículo de Eliot Weinberger (más conocido por sus virulentas denuncias del régimen de Bush) en el que analizaba la dificultad de traducir la poesía china a cualquiera de las lenguas occidentales mediante un precioso ejemplo. El Parque del Ciervo es un poema de Wang Wei en el que el poeta capta un instante de un atardecer entre las montañas que rodean el río Wang.

Weinberger comienza presentando el poema en chino y luego pasa a traducir cada uno de los pictogramas y su representación en pinyin, la transcripción fonética normalizada y oficial de los mismos caracteres pictográficos.

Luego analiza varias versiones históricas y actuales del mismo que corresponden a traducciones de reputados traductores o poetas.

Estuve pensando hace tiempo, casi al principio de confeccionar esta bitácora, ofreceros escaneado el texto completo del artículo. De hecho ya había comenzado escaneando el poema en chino para consumo propio. Ahora, con el acicate del viaje y el firme propósito de conseguir una versión caligrafiada profesionalmente en la propia China he rescatado el antiguo proyecto. Cuando me disponía a trabajarme todo el escaneo del articulo se me ocurrió buscarlo en San Google, por si acaso ya a alguien se le había ocurrido la misma idea. Y, claro, por supuesto que alguien había tenido la misma idea. Lo encontré en una interesante página, cuyo autor no sólo ofrecía la primera parte del texto, sino que promovía un juego consistente en proponer a los visitantes el envío de su propia traducción del poema para hacerse merecedores de recibir la segunda parte del artículo por vía de correo electrónico. Así que a la propia página remito al curioso que quiera conseguirlo, para evitar andar fusilando páginas ajenas. Al final cuelga también la segunda parte, aunque no un añadido de Octavio Paz muy interesante, donde el escritor mexicano daba una nueva versión del poema y analizaba minuciosamente cada uno de los versos del mismo. Tal vez lo cuelgue yo aquí pronto. La aguda, hiriente lucidez de Paz siempre es impactante.


Yo por mi parte me limitaré a apuntar un par de cosas. La transcripción al pinyin y la traducción de cada uno de los pictogramas y unas notas sobre el tema.

LÙ ZHÁI
Kóng shan bù jiàn rén
Dàn wén rén yü xiang
Fan jing (ying) ru shén lin
Fu zhao qing tai shang





















    Un solo carácter puede ser nombre, verbo y adjetivo. Puede, incluso, tener lecturas contradictorias: el carácter 2 de la línea 3 significa, al mismo tiempo, jing («esplendor») y ying («sombra»). Una vez más, el contexto lo es todo. Una de las grandes dificultades que se le plantean al traductor occidental es la ausencia de tiempos en los verbos chinos; en el poema, lo que está sucediendo ahora, ya ha sucedido y sucederá. De la misma forma, los nombres no tienen número: rosa es una rosa y todas las rosas. Contrariamente a lo que se evidencia de la mayor parte de las traducciones, la primera persona del singular raras veces se utiliza en poesía china. Al eliminar la mente individual y controladora del poeta, la experiencia se torna, simultáneamente, universal e inmediata al lector.
(Eliot Weinberger; El Paseante, 1993; (20-22) Número triple)
Para entender aún mejor el intríngulis del asunto copio un trozo del Manual de traducción Chino-Español que ando leyendo estos días como complemento de mis angustiosos estudios de chino.

    El contexto, en chino, adquiere una importancia decisiva en la interpretación del mensaje. La tensión contextual es más marcada que en las lenguas indoeuropeas: los elementos contextuales forman parte intrínseca del mismo idioma, y su falta impide, no ya centrar o matizar el mensaje, sino comprenderlo. La causa de que los factores lingüísticos y extralingüísticos formen en chino un conjunto indisociable es atribuible a la propia naturaleza no aglutinante ni flexiva de idioma (la morfología de las lenguas flexivas y aglutinantes ofrece numerosas “pistas” o marcas continuas (concordancia, género, número...) interpretativas ausentes en chino), y, sobre todo, a su marcada polisemia, que imposibilita la resolución de la ambigüedad cuando no existe un referente textual o contextual claro.
(Laureano Ramírez Bellerín: Manual de traducción Chino-Castellano. Ed. Gedisa, 2004).

Las traducciones de Octavio Paz son éstas:


EN LA ERMITA DEL PARQUE DE LOS VENADOS

No se ve gente en este monte.
Sólo se oyen, lejos, voces.
Por los ramajes la luz rompe.
Tendida entre la yerba brilla verde. (1974)


No se ve gente en este monte.
Sólo se oyen, lejos, voces.
Bosque profundo. Luz poniente:
alumbra el musgo y, verde, asciende. (1984)


En definitiva, el contexto lo es todo en el chino, y en los poemas pictóricos antiguos aún más, porque las palabras funcionan como las gotas de esencias variadas que conforman un perfume y que el artista - mezclador - poeta va añadiendo minuciosamente en la redoma, una a una, según su inspiración y su conocimiento, hasta conseguir un maravilloso aroma unitario que nos embriague todos los sentidos y nos transporte de lo terreno a lo sublime universal.

Paisaje de Tang Yin (1470-1523)

jueves, 15 de septiembre de 2005

El Templo de Shao Lin

Sé suave pero no dócil. Firme pero no duro



Una de la cosas que tengo pensado hacer en China es visitar el templo de Shao-lin. Sí, el célebre templo de Shao-lin, en el que creció el Pequeño Saltamontes mientras recibía de aquel maestro viejo, calvo, con barba de chivo y unos ojos como dos bolas de helado, los consejos sobre cómo repartir hostias con criterios estrictamente filosóficos . Aquella legendaria serie televisiva, Kung Fu, emitida en mi adolescencia consiguió engancharme como ninguna otra serie ha conseguido nunca hacerlo. Aquella mezcla de violencia buena y mesurada administrada en el contexto de una filosofía exótica hecha de proverbios y refranillos fascinantes en el ambiente brutal y pintoresco del bravío oeste me encantaba. Los chulescos sheriffes, pistoleros y matones de rancho eran puestos en su sitio con un par de patadas en los morros con una elegancia y precisión (diseccionadas por el ojo de la cámara lenta) desacostumbradas en la imaginería de la violencia cinematográfica al uso. Y sólo cuando era estrictamente necesario, que por fortuna era siempre. Todavía recuerdo muchas de sus frases y sobre todo la parsimonia con la que corregía a los indeseables que le llamaban con voz de asco maldito chino. Me llamo Caine, preludio inevitable de la administración de la mejor medicina china para la chulería gringa. Yo creo que una de las causas de que llegara a gustarme tanto fue que me permitió poder seguir degustando películas del oeste sorteando la mala conciencia ética y estética que empezaba por aquel tiempo a acometerme. Era una peli del oeste, sí, pero impregnada de filosofía. Filosofía barata de manual de autoayuda, pero filosofía. Una argumento consolador bastante estúpido, pero que en aquellos años de postadolescencia y primeras tomas de concienciación política las cosas funcionaban así. Desde luego esa pasión por la serie no tiene absolutamente nada que ver con las artes marciales. Por aquel entonces eran disciplinas absolutamente desconocidas en este país y más adelante, cuando se extendieron sus diversas formas, siempre me produjeron una irrefrenable descomposición de vientre.

Así que desde que supe que China iba a ser mi próximo destino comencé a calibrar la posibilidad de poder visitar el santuario del Pequeño Saltamontes. Y en mi perturbada mente se forjó también el deseo de someterme a un afeitado de cabeza en un ritual similar al visto alguna vez en las ensoñaciones recordatorias del zaparrastroso vagabundo chino de la serie. Ya me imaginaba sentado en una escalinata del famoso templo envuelto en una túnica color azafrán, contemplando esas azules montañas de formas inverosímiles erizadas de esas ramas de los árboles de las pinturas chinas que parecen recortadas a tijera, mientras un monje experto y sonriente me pasa una afilada navaja una y otra vez por mi ya monda cabeza.

Claro que pronto aparecieron las apostillas de orden práctico. ¿Estaría situado el tal monasterio en un lugar absolutamente alejado de las rutas más habituales del enorme continente chino? ¿Usarían navajas desechables los monjes budistas para afeitar la cabeza de los catecúmenos? ¿cuál de las más crueles formas de la decepción será la que me ponga en mi sitio?

No hizo falta mucho: La propia guía Lonely Planet se encargó de arrasarme la ilusión. Una vez que la sitúa en una ruta bastante accesible afirma contundentemente: El templo de Shao Lin es una trampa para turistas. Resulta que el templo de Shao Lin es una de las estrellas turísticas de China y su conversión en un pequeño parque temático para occidentales aburridos, adoradores de la serie, y compulsivos consumidores de plastificadas filosofías prêt à porter una realidad incuestionable. Bueno, no es algo que me mortifique especialmente. Todo lo contrario. Mi desilusión queda suficientemente compensada con la verificación de la venalidad de la espiritualidad más acrisolada. Me encanta ver cómo se corrompen todas esas formas de religiosidad ante el empuje del consumo masivo, la waltdisneyana estupidización de los presupuestos más sagrados, la banalización de todas las trascendencias. Sí, ya sé que es una forma bastante infantil de berrinche, pero bueno, quien no da para más, no da para más... ¿no? De todas formas iré y me compraré una camiseta. Tal vez incluso me coma una hamburguesa Little Grasshoper.

Y os lo cuente en directo desde el cibercafé Sh@olin.


ADDENDUM DE 31 AGOSTO 2007:

El templo de Shaolin exige una disculpa pública por una afrenta ninja

Comentarios
“No desprecies a la serpiente por no tener cuernos. Quizás algún día pueda reencarnarse en dragón”. Del territorio de Liang Sang Po en la Frontera Azul.Que envidia me das
almorávide — 16-09-2005 17:25:43
La serpiente esa también podría reencarnarse en caracol. Y tendría la ventaja de nacer ya con casa. Aunque no sé si quedaría bien en un proverbio chino sobre la fuerza. Tal vez podrían explotar su condición inmobiliaria. Dragón, caracol e inmobiliarios unidos por su condición de cornudos. Seguro que al proverbiero mayor de Lian Shang Po se le ocurre algo...
harazem — 19-09-2005 00:33:31
"El amor hace pasar el tiempo, y el tiempo hace pasar el amor". Es un proverbio chino de más allá del Liang Shang Po de terrible contundencia. Tan duro como una patada de Kung Fu.
C.Z. — 20-09-2005 18:43:20
David Carradine es un actor con un esplendor natural de escena.Es mi favorito sin mas ni menos.
samir jose arismendi gaona — 30-04-2006 01:41:09

lunes, 12 de septiembre de 2005

Aprendiendo chino (wo shé putonghua)

Por si aún no lo sabéis me voy a la China. Un mes. A recorrer fundamentalmente el norte-centro del país y un poco el sur de Shanghai. En principio pensé apañarme con el pedestre inglés de viajar que poseo (yo soy de francés, como todos los antiguos), pero como no podía ser menos decidí aprender algunas palabras, fundamentalmente de cortesía, para no hacer solamente el oso en aquel gran país. Después de sumergirme en la abismal guía Lonely Planet, que contiene un pequeño manualito de primeros auxilios lingüísticos, me decidí a comprar una guía de conversación más completita. Nada más ver ésta me dije ¡es la mía!, dada la maravillosa promesa incluida en su título. Mientras volvía a casa con ella bien apretadita bajo el brazo, la lechera que habita en cada iluso me iba susurrando: calculando que te quedan 20 días para irte, te sobrarán aún 5 días para los últimos ajustes léxico-gramaticales. Con eso y la primera semana de práctica con los nativos (fundamentalmente camareros y vendedores de playeras) yo calculo que a mediados de mes estarás en condiciones de discutir fluidamente con los estudiantes sentados en la escalinata de la Universidad de Hangzhou acerca de la fuerza escénica contenida en las metáforas pictográficas de los poetas de la dinastía Tang, Wang Wei y Li Po, fundamentalmente, en perfecto mandarín. Como todo el mundo sabe, esa es una de mis más soñadas metas en esta vida. El problema, claro, era la pronunciación. En la guía vienen utilísimas frases tipo: ¿podría arreglarme el piñón del cigüeñal de mi automóvil en el menor tiempo posible? (Duo shang chí jian néng xiu hao qu zhou zhou chéng shao chi lung?) en caracteres pictográficos y en pinyin, la transcripción oficial a los caracteres occidentales de los mismos. Aunque también trae una tabla comparativa de pronunciación, es indispensable servirse del oído para poder imitar exactamente los sonidos. Sobre todo en los idiomas tonales. Porque eso es lo jodido. El chino es un idioma tonal. Quiere decir (y disculpa si presupongo tu supina ignorancia) que dependiendo del tono que se le imprima a las vocales de una palabra, significa una cosa u otra. Por eso son todo monosílabos. Hay cuatro tonos y las grafías de las palabras en pinyin se repiten, siendo el tono el que proporciona el significado. El tono viene marcado por el tipo de tildes que lleva, tildes que no poseo en este teclado y no puedo reproducir. Baste saber que una misma sílaba con distinta entonación puede significar cosas tan similares semánticamente como diana, arrancar, ocho y papá. Pa mearse y no echar gota. Pero ya estoy picado. Con las lenguas me pasa como a mi amigo Juan Sepelio con las mujeres: cuantas más calabazas le dan más se arrastra ante ellas suplicando comprensión. Es nuestro error común: la comprensión, evidentemente, la tenemos que poner nosotros.

Cuando se cuenta esto de las lenguas tonales todos los hablantes de lenguas sonoras se horrorizan, pero yo siempre he dicho que para lengua tonal el inglés, que también funciona fundamentalmente con monosílabos y con sílabas largas, cortas, abiertas, cerradas, boquita de piñón, boquita fofa, etc. ¿Alguien conoce un idioma en el que haga falta tanto deletrear? Con todo, la descripción más hilarante del funcionamiento de las lenguas tonales la hace Nigel Barley en su desmitificador, descacharrante e imprescindible El antropólogo inocente. Después de pasarse algunos meses con los primitivos dowayos del norte de Camerún y tratar de aprender su lengua tonal para ganarse su confianza se decide a usarla vigilado por su joven intérprete francoparlante. Así, intenta despedirse del jefe de la tribu diciéndole: bueno, me voy a cocinar a mi choza y ante la cara de estupefacción del mismo el horrorizado niño le explica que en realidad lo que le ha dicho es: me voy a fornicar con el herrero. Ante la posibilidad de incurrir en un desliz semejante en el país del yin y el yan me dan ganas de abandonar mi pretensión didáctica y aprovechar el tiempo leyendo de una vez La Montaña Mágica como acaba de hacer Savater, ahí, con dos pares. Y seguir sus pasos de bilingüe franco-hispano estricto, poco amigo de dispersiones idiomáticas. Pero yo tengo menos voluntad que el filósofo hipodromómano y el veneno de Fu Man Chú ya corre por mis venas. Así que, aconsejado por mi amigo Juan Sepelio y sobre todo inspirado por David Bravo me he bajado de la red un supercurso de chino consistente en 100 horas de archivos sonoros en el que de una manera eficacísima te van enseñando a pronunciar y a combinar las endiabladas sílabas mandarinas.

domingo, 11 de septiembre de 2005