(del laberinto al treinta)


domingo, 1 de noviembre de 2009

Manolete, esnifando por chicuelinas

tico el perol


En otra ocasión definí al periperiodista (Escolás)Tico Medina, como un profesional de la plumilla que ha navegado todos los mares de los medios franquistas, tardofranquistas y pseudodemocráticos sin despeinarse, con la bandera de su perenne sonrisa-rictus, su portentosa habilidad adulatoria y su inanidad más absoluta. Hace años que desde el culo dominical del Diario Córdoba agrede con sus soplapolleces cobistas, su falso perol y su inconfundible mueca netoliana, la inteligencia de los cordobeses con algún resto de dignidad ética, pero sobre todo estética.

Pero esa inanidad se ha vuelto hace unos días latigazo venenoso porque don Tico se ha entretenido en morder traidoramente en uno de los pilares de la religiosidad autóctona cordobesa, que compite en pasión devocional con la narcocofrade y la furbolera, inoculando en la mente de los fieles un ponzoñoso caldivache.

Todo el que haya venido a Córdoba alguna vez y haya paseado por el emblemático marco incomparable de sus calles y plazas y haya entrado en sus matriciales aunque sintapistas tabernas habrá descubierto el arrebato que desata en los cordobeses el culto al mito de la cara de nabo avinagrado y la inteligencia inmóvil: Manolete. El manoletismo es la religión de estado cordobesa, cuya hierofanía tiene lugar en sus templos, sus capillas, sus gloriosos aparadores urbanos, sus placas conmemorativas, sus cien mil fotos de almanaque recamando las paredes tabernarias, su regurgitación litúrgica a cargo de los sumos sacerdotes del culto del recuerdo del aciago día de su pasión y muerte, su literatura perpetrada no sólo en los previsibles e interminables romances heroicos de jaca y reja, sino incluso por las exjóvenes expromesas de la novelística local. Una inquietante pasión necrohómofila que hace que miles de viriles roedores de palillos de dientes sientan temblar sus carnes con sólo recrear con el pensamiento un leve cimbreo del cuerpo del hierático matarife defuncionado hace ¡60 años!, extraña pasión genuina y sólo posible en una ciudad como Córdoba que ha hecho de la malafollá y la vaciedad mental virtud filosófica bajo el nombre de senequismo.

Pero mantenido como un inmarcesible ídolo virginal hasta ahora, su estática y extática figura acaba de ser mancillada por el descubrimiento del secreto, desvelado por el traidor periperiodista perolero de que nuestro fino matarife del agrio semblante, nuestro entronizado símbolo de la cordobesidad torera se metía las rayas dobladas. Es decir, que se dopaba con cocaína que era un gusto. O sea, que le pegaba a la farlopa como un sicario de Medellín. La imagen del diestro del parco verbo cortando las rayas con el estoque y metiéndoselas con el recamao capote de paseo no tardará en enquistarse en el magín de sus adoradores. O la de la posible, inmortal, faena esnifando por chicuelinas que quizá pase un día a las panoplias de las capillas tabernarias. O haga caer al mito desde su inconmensurable y celeste pedestal cuasi divino al fango humano de la drogadisión y er visio.

Lo que es seguro es que esta ciudad ya nunca será la misma, y que Tico Medina, el traidor emporcador de mitos cordobeses ya puede emigrar a Madagascar o hacerse monje tibetano antes de que los manoletistas fundamentalistas caigan en la cuenta, le corten los güebecillos y los congelen para comérselos en un perol el próximo aniversario de la Tragedia. El 29 de agosto de 2010, Dios mediante, con el permiso de la autoridad competente y si el tiempo no lo impide.

NARCOCORRIDA

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