(del laberinto al treinta)


sábado, 16 de mayo de 2009

Los iconoplastas no tienen jartura

iconoplastas

Yo se lo cuento a mis amigos que viven en zonas de España libres del cáncer cofrade y no me creen. Me dicen que soy un tío soviético, insonrible y atrabiliario. Que es que no tengo paciencia. Que por soportar una vez al año una invasión de los consumidores de supersticiones con sus espeluznantes iconos por las calles de la ciudad no se me va a caer el pelo ni los dientes. Y yo les digo que es más, que raro es el fin de semana que no hay una nueva sacada de iconos contrareformistas, que cada vez más y más y más. Y que las autoridades supuestamente de izquierdas que tienen que protegerme de ellos se ponen sistemáticamente de su parte para joderme. Para jodernos. Que por ejemplo el domingo les permitió montarse un superbotellón tras una kilométrica procesión que paralizó por horas la ciudad para coronar de oro y pedrería en mitad del Bulevar a uno de los iconos del avatar de la diosa madre que adoran. Que el sábado anterior hubo dos procesiones más –dos- que invadieron el barrio de San Francisco. Y el anterior otra. Que las perspectivas no han mejorado después de que una de ellos, la beatífica Rosa Aguilar (¡mala gente!) que nos ha gobernado un porrón de años como loba facha bajo la piel de cordero del laicismo y la izquierda fomentando esta locura se haya largado dejándose la vergüenza como exvoto en la capilla municipal. Que quien se queda no es mejor. Y que ahora vienen sin remedio los auténticos. Y nos vamos a cagar ahora de verdad. Pero al menos serán fachas de pata negra y no pardillos como los de ahora.

Pero ya no es sólo el tema de la inmoderada invasión, sino que esas tomas callejeras no son sino más publicidad gratuita que se les concede a los católicos fundamentalistas para publicitar la moral que quieren imponer a todos los ciudadanos, comulguen con hostias, con ruedas de molino o con porros de Ketama. Una verdadera metástasis oscurantista que nos coloca en el culo del huracán de la contraofensiva vaticana. Que no consigan demasiados resultados prácticos, porque la mayoría de la gente va a lo suyo, gracias al bendito individualismo, y usa su entrepierna como le da la gana, no significa que no resulten insultantes para el resto los ciudadanos sobre todo por sobredosis. Y porque nos sacan la pasta. Eso por no hablar de las molestias que para la circulación de vehículos, animales y personas supone la ocupación permanente de la vía pública por los penitentes de caracolillo pescuecero y mecha y oro demodé. Y la mierda que dejan por la calle. Que si a los dueños de perros se les obliga a limpiar la caquita, por qué carajo los penitentes no quitan la suya, cerúlea y pegajosa.

Una semana tras otra. Una tras otra. En enero, en febrero, en marzo, en abril, en mayo, en junio, en julio, en agosto en septiembre, en octubre, en noviembre, en diciembre... Sin descanso. Hasta el vómito.

Y el Arenal muerto de risa 50 semanas al año.