(del laberinto al treinta)


sábado, 18 de abril de 2009

Comiendo y bebiendo en El Cairo

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Warda: Batawannes bik



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Meidan Talaat Harb

A pesar de que todas las guías lo colocan en Meidan Tahrir, donde se encuentra el Museo Egipcio, el centro del Ensanche Cairota o Cairo colonial es Meidan Talaat Harb, en cuyo exacto medio se alza la figura en bronce de un tipo regordete con chaqueta de corte y el clásico fez representado enrollando eternamente unos folios a la altura de su la bragueta y que corresponde al titular del nombre de la plaza, el creador del Banco de Egipto, mister Mohammed Talaat Pasha Harb.

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Los antiguos almacenes Tiring de meidan Ataba el Khadrá muestran aún un absurdo atlante visible desde el scalextric que lleva al Azhar

La plaza es circular y distribuye las calles principales del centro. Exactamente enfrentadas encontramos dos de las más importantes librerías de El Cairo: la Madbouli que expende fundamentalmente libros en árabe y la Shorouk especializada en libros en inglés, de importación o editados en el propio Cairo, como una especie de metáfora del desgarro que sufre el alma de la capital de Egipto, dividida entre su raíz arábiga, prefundamente oriental y su fascinación por Occidente. La oferta en ambas es superinteresante tanto la una para los arabistas como la otra para los turistas o interesados en temas egipcios.

Las dos esquinas más vistosas de la plaza están ocupadas una por los sovietizantes almacenes Sednaoui y la otra por el Grouppi. Los almacenes son los restos de un imperio comercial de principios del siglo XX que fue nacionalizado en 1961. Eso explica su aire sovietizante y la ostensible desgana de sus empleados. Existe otra tienda Sednaoui que cuenta, aparte de con el mismo aire desmayado, con una bonita cubierta acristalada central en la plaza Ezbekeya, muy cerca de la entrada al Musky, la fascinante calle-mercado que lleva directamente a Khan el Khalili y en la que se venden las más delirantes horteradas del universo mundo. El Grouppi es un restaurante modernista de bonita fachada decorada con coloridos mosaicos que fue durante la época dorada un lugar clásico de encuentro entre las clases ilustradas cairotas. Hoy se ha convertido en una pizzería anodina y cara perfectamente evitable.

Entrando en la calle Talaat Harb en dirección a la plaza Tawfikeya en la primera calle a mano izquierda se encuentra el Odeon, un hotel con una coqueta terraza en el quinto piso donde tomar una cerveza tranquilamente. Para tomar contacto con las increíbles azoteas de El Cairo antes de contemplarlas desde los minaretes de Bab Zweila.

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El Cafe Riche


Regresando a la parte de la calle Talaat Harb que enlaza con Meidan Tahrir se encuentra, semioculto en un pasaje otro bar clásico, el Estoril, en cuya barra se reúnen los intelectuales cairotas inconformistas a arreglar el mundo y a ponerse tiernos de cerveza o güisqui y donde las mujeres son bien acogidas codo con codo en la barra. En las mesas, desde las cuales se puede disfrutar de obras pictóricas de artistas egipcios contemporáneos se sirve una de las mejores comidas de estilo occidental del centro, aunque también proporcionan las clásicas especialidades egipcias. Preguntamos al simpático camarero francófono de toda la vida por su matusalénico compañero, un nubio de casi dos metros de alto de tubular galabeya azul y turbante blanco que cada año nos sorprendía con su pertinacia en mantenerse en activo. Se movía por el restaurante arrastrando los pies a velocidad de caracol con la bandeja en un constante riesgo de acabar en el suelo con las Sakara reventadas, lo que nos mantenía a lo largo de toda la comida al borde del infarto desde el primer año que lo frecuentamos. ¿Le grand noir?, preguntó retóricamente y moviendo una ondulante mano hacia el cielo nos confirmó que hacia allí se había dirigido por fin. Ha sido sustituido por dos más jóvenes aunque igual de nubios y por tanto igual de negros. Un puntazo del Estoril es que la tapa -porque habréis de saber que en algunos bares cairotas observan la sanísima práctica del contapismo al servir una cerveza- no consiste en el platito de altramuces o de garbanzos cocidos con comino que ponen por ejemplo en el Excelsior, sino en un trozo perfectamente despachado de un queso sabroso y tierno y todo el pan que necesites para empujarlo. Inexplicablemente han eliminado de la carta el suflé de espinacas que constituía mi plato favorito. Justo enfrente del Estoril, cruzando Talaat Harb, comienza la calle Hoda Shaarawi, que ostenta el nombre, para horror de los islamistas, de una feminista egipcia de los años 20, poeta y activista, que sacudió violentamente los hombros de la sociedad cairota cuando un día de 1923 se bajó de un tren en la estación Ramsés y se arrancó el velo de la cabeza. Nada más entrar en ella encontramos uno de los restaurantes más famosos de Egipto y posiblemente del mundo: El Felfela. Yo he de confesar que el Felfela me produce un poco de grima. Es tan... tan... tan turístico... Los camareros prácticamente hablan cualquier idioma de cualquier país que se dedique a enviar remesas masivas de guiris al país de la pirámides y sufren de una irrefrenable tendencia a considerarnos poco menos que inocentes juguetes. Por contra son de una eficacia a prueba de impacientes. Pero lo que siempre me acaba por decidir a volver una y otra vez es que la comida está exquisita. La mejor de los restaurantes de tipo medio del centro de El Cairo con diferencia. El baba ganush (pasta de berenjenas con tahina), el ful (habas) en sus diferentes formas y la taameya (faláfil de habas) son inigualables. Y las carnes suelen servirse en su punto. Y siempre consuela el hecho de que son muchos los nativos que comen allí. Todo ello a pesar de la espantosa decoración pseudoselvática.

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Interior del Estoril

De nuevo en Talaat Harb se abre el encantador Café Riche, un lugar cargado de historia que ha permanecido muchos años cerrado. Entre sus paredes conspiraron la mayor parte de los nacionalistas egipcios desde los años 20 del siglo pasado. Tras muchos años cerrado su reapertura no ha colmado las expectativas. A pesar de ser también bar, es posible que a determinadas horas se nos pongan pegas para beber sólo una cerveza en las mesas. Y la comida deja mucho que desear. Así que la solución es tomarla en la preciosa, pero estrecha e incómoda barra. Las paredes están llenas de fotos de personajes, tanto artistas como políticos, entre los que para los turistas sólo es posible reconocer a un par de ellos, Naguib Mahfuz y alguno más. El Riche hace esquina con un callejón que conduce directamente a una especie de plaza-patio en el que se despliega uno de los cafés al aire libre más interesantes de El Cairo, un sitio ideal para tomar un café saboreando lentamente una shisha tras una comida en el Felfela o en el Estoril.

Existen en El Cairo mucho restaurantes populares que hasta no hace mucho marcaban la diferencia con los de tipo más occidental fundamentalmente en la lita de precios, muchas de ellas escritas sólo en árabe. Pero con el tiempo los precios de han ido unificando, de manera que cuesta prácticamente lo mismo comer sobre un hule limpiado someramente con un dudoso trapo que sobre mantel. Así los platos de carne, principalmente las chuletas de cordero, giran en todos sitios alrededor de las 40 libras egipcias (5’5 €), mientras los mezzes lo hacen entre las 7 y las 10. Así, a no ser que se prefiera el ambiente estrictamente popular no merece la pena frecuentarlos. Hablo de ralación entorno, limpieza y presentación / precio, no de la calidad que es casi siempre excelente. Con la ventaja sobre los finos de que ponen cerveza y la desventaja de que no suelen servir la paloma rellena de arroz, una de las especialidades cairotas preferidas. Cuando hablo de resptaurante populares me refiero a los que sirven comida egipcia tradicional y no los kusharis, restaurantes especializados en uno de los platos que han llegado a se más populares por puras necesidades presupuestarias. El kushari es un plato compuesto por pasta, lentejas, arroz, especias y salsa de tomate, todo mezclado y que sale a unos 0’13 €. Y está realmente rico.

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Paloma rellena en un restaurante popular

Otro lugar interesante para tomar una cerveza es el histórico, decrépito, pero encantador, Café Hurriya (Libertad) de meidan Falaky, a la que se llega siguiendo Hoda Shaarawi, donde la mugre ha conseguido formar parte del decorado con derecho propio y la contemplación a través de los enormes, desvencijados ventanales, de la agitación de la plaza, ante una fría, pero sintapista, Stela, un placer para tabernarios gurmets. Justo enfrente, atravesando toda la plaza está el mercado de Bab el Louk, buen lugar para tomar el pulso a los precios de los productos de primera necesidad y a la derecha, en la esquina con sharia El Felak un restaurante especializado en carnaza: cordero y vacuno especialmente. Raciones poderosas, carne olorosa a carbón y una higiene a prueba de tiquismiquis occidentales. El defecto viene por el lado del sople: no sirven alcohol.

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Una Sakara en el cafe Hurriya. El pixelado de mi cara
responde a órdenes superiores por el temor a que alguien me reconozca en la
ciudad y tome represalias contundentes por mi mala follá. Después de lo del
ataque a la Calleja...

Pero el descubrimiento gastronómico de este año ha sido paradójicamente, un restaurante chino. El Pekín, a dos pasos del Windsor, en Saray Ezbekeya. La comida egipcia está muy buena pero tiene el problema de la monotonía. Demasiados días saboreando delicias locales puede cansar al paladar menos exigente. Como llevábamos varios días pasando por delante de la puerta del Pekin un día, a pesar de nuestras reticencias actuales decidimos cenar sólo por cubrir el expediente. Ya sólo el interior impresiona por el exquisito gusto con que está montado y por la apariencia delicadamente lujosa del mobiliario, que no se corresponde con la anodina apariencia exterior. La segunda sorpresa son sus platos, una versión original y deliciosa de la comida estándar de restaurante chino (que no se corresponde exactamente con ninguna de las tradiciones localistas chinas) y sobre todo el apartado final de sus platos de fusión. El pollo con salsa china y berenjenas quedará sellado en mi memoria para siempre. Un punto muy desfavorable es la pequeña estafa que supone el que las cervezas, te las cobren a precio (17 libras) de botella normal (de 630 ml.) y te endiñen una pequeña de 333 ml.

La cerveza egipcia es francamente mala en sus tres avatares: Stella, Sakara y Heineken. Sólo muy, muy fría, a punto de nieve como solo la ponen a veces en el Barel Bar del Windsor puede medio colmar el paladar de un cervecero occidental. Parece mentira que sus antepasados fueran los que inventaron la cerveza. Pero es no es culpa de la tradición, sino del Islam, en cuyos países no demasiado fundamentalistas, pero dotados de legislaciones que promueven sociedades más o menos abstemias se fabrican las peores cervezas del mundo.

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Prueba de que El Cairo está perfectamente integrado en las corrientes comerciales globalizadoras mundiales

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Ruinas del mítico Bar Kursaal en El Cairo en sharia El Alfi, a las que deberían conceder la misma importancia que las de los templos ptolemáicos.

viernes, 17 de abril de 2009

Piratas


Nada es como nos lo cuentan. Estos días se nos ha dado una imagen absolutamente manipulada, por parcial, del problema de la piratería en las costas de Somalia, en el océano Índico. Imágenes de desalmados secuestradores sin escrúpulos que asaltan barcos que cumplen con la benéfica misión de surtir de petróleo y pescado a los occidentales que las contemplan desde los mullidos sofás de sus casas. Así, por pura maldad y puro afán delincuente de sacar dinero fácil. Pero casi, casi nadie, se ha parado a investigar un poco, sólo un poco, en las causas reales que han llevado a cientos de somalíes a tomar un kalasnikov, armarse de granadas de mano, fletar una lancha rápida y lanzarse a la caza de marineros blancos.


La tremenda desestructuración que la sociedad somalí sufre desde hace 20 años con la inestimable ayuda de los intereses estratégicos occidentales ha creado un vacío de poder estatal terrible y mortal que ha acabado lanzando la ley en los brazos de bandas descontroladas, pero sobre todo ese vacío ha sido la causa de que el país no haya tenido voz en los foros internacionales para denunciar el sistemático saqueo ilegal de sus costas por los barcos de todas las flotas pesqueras de Europa y Japón (300 millones de atunes, camarones y langostas al año) y, lo que es peor, la conversión de aquellas lejanas costas en el vertedero de materiales tóxicos, nucleares principalmente, de medio mundo desarrollado. Todos lo sabían, pero nunca nadie pronunció una palabra en contra, ni mucho menos mandaron patrulleras militares para impedirlo. Fueron los propios pescadores somalíes, arruinados por la esquilmación de sus bancos de pesca y enfermos a consecuencia de los vertidos los que trataron de defender sus recursos y su salud. Inútilmente, claro. Al final descubrieron lo que tenían que descubrir: que el único lenguaje que conocen los hijos de perra es el de los hijos de perra. Y que el negocio estaba en robar salvajemente a los ladrones y ya puestos a todo el que se ponga a tiro. Piratas les llaman. Como siempre. Como a los indios que atacaban a los blancos que les habían robado las tierras en el Far West. Como a los palestinos que se defienden del genocidio que el estado israelí ha diseñado para ellos. Como a los surafricanos negros que asaltaban las granjas de los colonos blancos que les habían despojado hasta de la condición de humanos.


Lo cuenta muy bien HERMAN ZIN en su imprescindible blog, que recomiendo no sólo para ese tema sino para todos los demás a los que sólo tenemos acceso por vías oficiales. Porque toda cara tiene impepinablemente su culo. Sólo hay que querer encontrarlo.