(del laberinto al treinta)


viernes, 29 de abril de 2016

La peste bufónica

Como cada sábado la epidemia de peste bufónica regresa a Córdoba. Sé que se trata de una endemia que asuela a muchos otros lugares de la geografía española, pero está por hacer un estudio en profundidad acerca de cuáles de ellos la sufren más que los otros y por qué. Parece ser que los elementos patógenos invasores prefieren para sus contaminaciones las ciudades que suelen aparecer en las revistas de viajes como dignas de ser visitadas, principalmente por el hecho de contar con importantes conjuntos histórico-monumentales y con cascos históricos bien conservados, evitando cuidadosamente aquellas que no cuentan con especial interés debido precisamente a su carencia de aquellos elementos.

Es esa preferencia de ataque a los tejidos urbanos a ese tipo de ciudades lo que las hace especialmente malévolas o perversas, toda vez que los agentes patógenos que los provocan son especialmente refractarios, por sus propias características intelectuales, a alimentarse de los productos que en ellas se ofertan: historia, belleza monumental, ambiente mágico, cultura, etc. Es por ello que cabe pensar que el fin último de la epidemia es precisamente la voluntad de distorsión de todos esos encantos que esas ciudades ofertan como productos de consumo turístico catalogados como de género cultural, mediante la inclusión de elementos estridentes sonoros y visuales altamente contaminantes que disturban gravemente el disfrute que tratan de obtener los turistas y el normal desenvolvimiento de los nativos por su propia ciudad.

Efectivamente, la invasión cada fin de semana del año de varias docenas de grupos de variado tamaño de tarados y taradas mentales, que celebran sus despedidas de solteros y solteras haciendo el bufón de la manera más cretina posible por las ciudades turísticas de toda España, empieza a convertirse en un verdadero problema de higiene convivencial que está poniendo cada vez más al límite la paciencia de los ciudadanos y turistas que las sufren sin tener por qué. Especialmente en los cascos antiguos de esas ciudades y más aún en los de las ciudades de tamaño pequeño o medio en los que resulta difícil sustraerse al horror de su presencia.

Estar tranquilamente tomando una cerveza sabatina con los amigos en el marcazo incomparable de la plaza de la Corredera o del paseo de la Ribera y que aparezcan finde tras finde tras finde tras finde por el Arco Alto o por la Cruz del Rastro, una tras otra y sin aparente acabamiento, comparsa tras comparsa de chicas uniformadas con elementos comunes que van desde unas orejas descomunales de Micky Mouse hasta unos ridículos sombreritos mejicanos pasando por diademas coronadas por reproducciones de la polla de Nacho Vidal o procesiones de tíos con la misma camiseta alusiva a lo tonto que es el condenado a la boda a quien, travestido de mamarracha o de caballo-mesa de enagüilla, arrastran embromado los colegas, puede acabar con la paciencia del más pacífico de los ciudadanos. Y en casos de acabamiento de paciencia agudos incluso inculcarle un deseo extremo de perpetrar un necesario genocidio de tontos del culo. Porque además todas esas gilipollescas performances no las perpetran en un prudente y recatado silencio sino acompañadas por una insoportable barahúnda de vuvucelas de destrucción auricular masiva, estridentes altoparlantes o simples desgañitamientos a grito pelado de pareados con rima en olla y en oño.

Soy consciente de que con este post me meto en un jardín mu menúo en el que algunos de mis lúcidos amigos o incluso mi propia conciencia de clase y mi filosofía sociopolítica pueden reprocharme escasa profundidad de análisis de fenómenos mu complejísimos en los que obvio los planos de representación, los condicionamientos socioculturales de clase y la brutal presión de los medios del sistema sobre las clases populares y que la merecida reprimenda de Owens Jones y otros castigos de la autocrítica pueden caer sobre mí como merecidas lluvias de palos. Teniendo en cuenta que prácticamente la totalidad de los miembros de esas comparsas pertenecen a la clase trabajadora y que los jóvenes de las clases altas deben celebrarlo en paraísos mucho más lejanos, cerca de donde sus padres esconden el dinero que nos roban.

Pero es que estoy mu hasta la polla. ¡Joer! Yo sé que muchos pequeños hoteles y backpackers del barrio hacen su agosto anual con ellos y que algún que otro flamenquín ya se meten entre pecho y espalda y que compran sus litronas en las bodeguillas, pero es que después de darme bien por culo a la hora de las birras es que tengo que aguantar sus putas babas gritonas durante toa la madrugá del sábado debajo de mi balcón. ¡Coño! Que han elegido mi calle, la calle La Feria, como carrera oficial de sus putas procesiones de la mierda esa de despedirse colectivamente de algo de lo que yo nunca me despedí porque nunca le concedí al estado el derecho a sancionar con quién vivo o con quien dejo de vivir, algo que a él no le incumbe ni le importa, de igual modo que no le importa cuál es mi naturaleza íntima o social, ya que, en principio, ni siquiera me deja decidir con las garantías suficientes su propia naturaleza, que esa a mí sí que me afecta.

Pero es que además me parece absolutamente delirante la representación que de las relaciones intergenéricas proporciona ese tipo de celebraciones, en el muy entrado ya siglo XXI. Esa separación a lo bestia, sin paliativos, de los roles, que apunta, bajo una apariencia de igualdad en el derecho a la celebración ritual del tránsito, pero que se organiza por estricta separación de género, al mantenimiento contra todos los pronósticos ilustrados de los más arcaicos de los simbolismos machistas y patriarcales.

Concretando… Independientemente de lo que opine del fenómeno intrínsecamente tomado, me parece mu malísimamente mal que sólo un puñado de ciudades más o menos patrimonio de la Humanidad o de la Localidad disfruten de la experiencia tóxico-antropológica de verse invadidas cada fin de semana por hordas de gilipollas despedidores de solteros y solteras y que debería instaurarse -ya que parece que su número es infinito- un sistema de cuotas de reparto proporcional entre todas las ciudades de este país. Que los ciudadanos, verbigracia, de Albacete, Linares o Ciudad Real tengan también la oportunidad de contemplar en vivo y en directo la estupidez generalizada en que se rebozan findesemanalmente buena parte de sus congéneres y compatriotas. Sobre todo porque ellas nos envían también cada sábado a sus gilipollas sin que nosotros podamos ejercer la correspondencia.

Yo ya a estas alturas no creo en la posibilidad de regeneración alguna de la civilización occidental, ni de ninguna otra. Sólo en que la única solución pasa por una buena extinción de la especie. Como la de los dinosaurios.

jueves, 28 de abril de 2016

Libro sobre el barrio de Cañero



LA BARRIADA DE CAÑERO

Federico Abad

Ed. UTOPÍA

Córdoba, marzo 2016

Durante muchos años he tenido que explicar a mucha gente, entre amigos y conocidos de fuera, el misterio del voto municipal cordobés durante los años de la Transición. Ese casi inexplicable misterio de cómo de una ciudad de composición demográfica y estatus socioeconómico más o menos idénticos a otras de Andalucía o de comunidades limítrofes salió un ayuntamiento de mayoría comunista. La teoría más aceptada lo basa en la arrolladora personalidad de Julio Anguita, el Califa Rojo, que fuera el primer alcalde elegido democráticamente después de 43 años de alcaldes franquistas. Pero sin regatearle un ápice de mérito tanto a la poderosa personalidad como al carisma de don Julio, es difícil de entender que en el poco tiempo y con los pocos medios que tuvo para darlos a conocer hubiera alcanzado tal éxito sin el decisivo concurso de otros factores no menos importantes.

Me estoy refiriendo al poder de unir voluntades y lucha que unas organizaciones vecinales alcanzaron en esta ciudad en los años bisagra de la Transición. Más que en otras ciudades porque se dieron circunstancias especiales. La principal de ellas la creación de un par de barriadas obreras en los años 50, Fray Albino y Cañero, promovidas por una asociación benéfica dependiente del obispado (La Sagrada Familia) con el fin de solucionar la desgarradora situación de miles y miles de familias que vivían hacinadas en los patios (esos que ahora sirven como reclamo para vender flamenquines a los turistas desvinculados de su historia y de su significado social) o en los chozos y chabolas del extrarradio.

Fue el proyecto de un obispo, Fray Albino, y un cura, Juan Font, que habían colaborado con el genocidio nacionalcatólico de republicanos y compartían con el ejército victorioso, los caciques y el entramado civil fascista, la responsabilidad de la miseria en que se hallaba la mayoría de la población de la ciudad. Absolviéndolos de sus crímenes tras haberlos jaleado mientras los cometían. ¿Buscaban su redención? No creo, porque nunca se arrepintieron y siempre creyeron que habían hecho lo correcto. Se trató más bien de un acto de caridad profesional. Que, eso sí, no todos sus colegas acometieron, ni por supuesto llevaron tan lejos. Porque la construcción de 5.000 viviendas modestas, pero dignas, solucionaron el problema de 5.000 familias trabajadoras que vivían en condiciones extremas.

Entregadas en régimen de alquiler social, el ayuntamiento se inhibió de su compromiso de asfaltar las calles y tardó años en instalar el alumbrado, y pronto los derrumbamientos de muros y hundimientos de tejados, fruto de la mala calidad de los materiales usados en su construcción, llevaron a los vecinos a solicitar a propietaria, La Sagrada Familia, o el arreglo de los desperfectos a el acceso a la propiedad para subsanarlos ellos mismos. De esas reclamaciones surgió la necesidad de organización vecinal y en 1963 se crea la primera Asociación de Vecinos del estado español. Esa asociación originada en la barriada de Cañero, tutelada en principio por las autoridades franquistas que no se debían fiar de ese nuevo producto, pronto se reveló como un potente arma de lucha popular que no se quedaba sólo en las metas básicas para las que se fundó sino que amplió su campo de acción a la resistencia frente al propio régimen franquista y acabó contagiando a otros barrios que crearon sus propias asociaciones. Caso del barrio hermano Fray Albino y Electro Mecánicas. Su fuerza residió en un principio en la propia conciencia de clase, pero también en el hecho de contar con el escudo de la Iglesia por la mayoritaria adscripción de sus fundadores a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) que comenzaba a desvincularse de su pasado reaccionario y a reaccionar a la contra de su propio origen: de su vientre saldrían la inmensa mayoría de los cuadros sindicales y políticos de izquierdas de la Transición. En el caso de la Asociación de Cañero, si las primeras hornadas de directivos fueron cristianos de base, la Sección Juvenil surgida a principios de los 70 ya estaba infiltrada por el Partido Comunista.

Es esa circunstancia surgida en una barriada obrera de nueva creación de la periferia cordobesa la que hizo que, una vez generalizado por todo el entramado asociativo vecinal su espíritu, convirtiera a Córdoba en el bastión más importante del Partido Comunista en el estado español capaz de hacer ganar a su candidato las primeras elecciones municipales tras la muerte del Sapo Iscariote.

De todo eso y de muchísimas cosas más habla un libro recién aparecido. In extenso et In intenso.

La Barriada de Cañero de Federico Abad supone, como se dice en su contraportada y no tenemos por qué dudar de su exactitud, el estudio más extenso y más intenso que sobre un barrio del estado español se haya publicado nunca. Un trabajo minucioso y eficaz que se mueve en un amplísimo abanico de campos desde los que aborda el estudio de su historia, su demografía, su idiosincrasia, su economía, su sociología, su vida cotidiana pasada y presente, su tipología arquitectónica e incluso su espíritu. Precedido por un estudio de la historia de las concepciones y materializaciones de las viviendas sociales desde comienzos del siglo XIX, en él encontramos inmediatamente después contada minuciosamente la gestación de la idea y su puesta en práctica con las biografías de sus protagonistas y los enfrentamientos entre los distintos poderes del franquismo con intereses contrapuestos, las modificaciones a la planificación original y el proceso de entrega de las casa una vez terminadas. Todo ello acompañado por una apabullante batería de datos y cifras. Y con fotos, muchas fotos. Y en algunas hasta salgo yo de chinorri. Y planos. Y estadísticas.

Pero para mi la parte más interesante del libro es la que se ocupa de los primeros años de la década del 60 cuando se funda la Asociación de Vecinos del barrio, en cuya gestación jugó un papel importante mi propio padre. Y la evolución de la misma desde posturas reformistas de índole cristiana de esos primeros fundadores amparadas por una parte de la Iglesia que decidió por aquellos años abrirse al mundo y asumir ciertos presupuestos del movimiento obrero de lucha, hasta la radicalización en un movimiento de clara adscripción marxista del sector juvenil y su voluntad de extender su influencia por toda la ciudad a través de las otras asociaciones vecinales de los demás barrios. Sólo hay que comprobar la significativa presencia de miembros de aquella asociación juvenil de Cañero en el primer gobierno municipal de Julio Anguita para comprender su importancia.

El libro se completa con multitud de informaciones más de la índole más variada: desde el tipo de comercios originales que se instalaron hasta su evolución actual, los colegios, o los accesos a o desde el resto de la ciudad con propuestas incluso de mejora para el futuro.

Un trabajo imprescindible para todos aquellos que tengan relación con el barrio de Cañero. Y desde luego para todos los interesados en conocer la historia de la ciudad de Córdoba a partir del final de la Guerra Civil y el Holocausto Republicano que trajo consigo la Revolución Nacionalcatólica Española.

Editado por la editorial Eutopía que tiene su tienda en el Realejo, pero presente en todas las demás librerías de la ciudad.